martes, 27 de diciembre de 2011

cuando penetra el corazón (2)

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Por la mañana, en la cocina, sobre la mesa, veo el huevo.

Miro el huevo con una sola mirada. Inmediatamente advierto que no se puede estar viendo un huevo. Ver un huevo no permanece nunca en el presente: apenas veo un huevo y ya se vuelve haber visto un huevo hace tres milenios. En el preciso instante de verse el huevo este, es el recuerdo de un huevo. Solamente ve el huevo quien ya lo ha visto. Al ver el huevo es demasiado tarde: huevo visto, huevo perdido. Ver el huevo es la promesa de llegar un día a ver el huevo. Mirada corta e indivisible; si es que hay pensamiento; no hay; hay huevo. Mirar es el instrumento necesario que, después de usarlo, tiraré. Me quedaré con el huevo. El huevo no tiene un sí mismo. Individualmente no existe.

Ver el huevo es imposible: el huevo es supervisible como hay sonidos supersónicos. Nadie es capaz de ver el huevo. ¿El perro ve el huevo? Sólo las máquinas ven en huevo. La grúa ve el huevo. Cuando yo era antigua, un huevo se posó en mi hombro. El amor por el huevo tampoco se siente. El amor por el huevo es supersensible. Uno no sabe que ama al huevo. Cuando yo era antigua fui depositaria del huevo y caminé suavemente para no derramar el silencio del huevo. Cuando morí, me sacaron el huevo con cuidado. Todavía estaba vivo. Sólo quien viera el mundo vería el huevo. Como el huevo, el mundo es obvio.

Al huevo dedico el país chino.

El huevo es una exteriorización. Tener un cascarón es darse.

El huevo es el alma de la gallina. La gallina torpe. El huevo exacto. La gallina asustada. El huevo exacto. Como un proyectil detenido. Pues huevo es huevo en el espacio. Huevo sobre azul. Yo te amo, huevo. Te amo como una cosa que ni siquiera sabe que ama a otra cosa. No lo toco. El aura de mis dedos es la que ve el huevo. No lo toco. Pero dedicarme a la visión del huevo sería morir a la vida mundana, y necesito de la yema y de la clara. El huevo me ve. ¿El huevo me idealiza? ¿El huevo me medita? No, el huevo tan sólo me ve. Está libre de la comprensión que hiere. El huevo nunca luchó. Es un don.

Clarice Lispector, "El huevo y la gallina" (trad. Juan García Gayó)


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6 comentarios:

Isabel Mercadé dijo...

Estaba a punto de decir: ¡Mi texto favorito de ella! y después ¡Uno de mis textos favoritos! Pero es tan difícil seleccionarlos como clasificarla (a ella). En cualquier caso, es uno de los más concentrados, orgánicos, vivos, vivificantes... como un huevo...
Otro abrazo!

Stalker dijo...

Bel M:

es también uno de mis textos favoritos de todos los tiempos, y (quizá) mi favorito de Lispector. Poesía filosófica, leve densidad, una manera de adentrarse y palpar las nervaduras de lo real... Leí este texto hace años, siendo muy joven, y aún recuerdo el calor de la fascinación que me produjo. Los cuentos de Lispector me gustan mucho, pero esta estricta re-flexión sobre el huevo y la gallina... es algo insuperable. Un lugar para los otros, un lugar donde descansar...

un abrazo!

Darío dijo...

Qué penetración quirúrgica en la esencia de las cosas, que ductilidad de la mano. Un abrazo.

anamaría hurtado dijo...

Extraordinaria y abarcante visión de la realidad externa y a la vez del adentro. Mirada caleidoscópica, alucinante, donde todo queda al desnudo, la cáscara tiembla...
(tener un cascarón es darse: magnífico!)

abrazo que penetre el corazón

Stalker dijo...

Joven:

penetración, don-de-mora la mudanza, increíble oblicuidad del gesto y la palabra...

Stalker dijo...

Anamaría:

así nos penetra el corazón. El texto es lo que dices, esa forma de adentrar y auscultar lo que somos...

tener un cascarón es darse... quizá es una buena definición para la ternura, tan escasa en nuestro mundo,

un abrazo fuerte

 
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