viernes, 20 de noviembre de 2009

domingo, 15 de noviembre de 2009

Martine Broda. Sin memoria ni




Para Ana Hidalgo, estos surcos mínimos


en la mejilla la confesión relámpago
un. punto fijado lejos de
quien retrocede

jugué a las tabas
un. cuerpo desmembrado
de luz

ligado por sintaxis. dolor. limo
del sueño que deposita

esa oscuridad a medida
que retrocede

***

estallando inmóvil. sin memoria ni.

el gris encuentra
un relato. se esfuma
en el sueño de las piedras

con tal que se calle
abrumado de huesos blanqueados

que sea yacente y pesado


***

espina
en mí
más clara

ya llego
dolor
horadado

olvido
clavado
de tierra

***

una enfermedad era como una enfermedad
un esquema creciente todo lo quemaba
sí. para conocer mejor

***

le gustaba
el infierno.
el tiempo
saqueando el linde del beso llamado
traicionar. aquello que deseamos idéntico
a su mueca.
máquina de repetición
ciega y sorda

***

murió a lo largo de mi mano. el odio
a ras de suelo. el frío
de la casa, tan baja como ello
aquietado despertar

***

deudora aún entre humanos
a muchos años de ti más la pala
empuñada por una mano afásica
no puedo sino más en la furia

***

no hay nada, una mano
hendida de dolor.
ya ha subido
solamenta hasta tocar. callado y aceptado.
surco de tierra viva

***

hachazo
al árbol desnudo
golpes
hasta el derribo
de tu morir en mí
por
abajo

***

la mía
solamente familiar
insoportable

hasta el fondo de los ojos apuñalados
contemplarla hasta su desaparición

que un (¿ángel?)
ceba de maldad

Deslumbramientos (trad. Miguel Veyrat)

domingo, 8 de noviembre de 2009

This is it



El otro día fui a ver "This is it", el documental sobre Michael Jackson... Fui a verlo con cero expectativas, convencido de que se trataba de una operación comercial de dudosa calidad. Fui porque en los últimos meses me he acercado al personaje y a su obra con una visión aproximadamente desprejuicida, he querido ver y comprender antes de juzgar, y corregir la condena apresurada que tantas veces he realizado a propósito de su figura. He tenido palabras muy duras contra Jackson pero ahora, después de acercarme al hombre y a la obra, ya no puedo sostenerlas: se me ha ido insinuando una compasión cada vez más intensa, y una comprensión del destino trágico de un ser que estuvo acosado por emociones atroces: el miedo, la angustia, la soledad, que gobernaron el centro de su vida y son la fuente de sus excesos, extravagancias y neurosis. Esa empatía ha desactivado mi reticencia y mi desconfianza. ¿Seré un converso? No lo sé, sólo sé que creo haber entendido, o imaginado, lo que debe ser habitar en una soledad cercada, ser el Otro irreductible, en una alteridad inalcanzable y sin embargo asediada por miradas que odian y críticas feroces, y también alimentado por ilimitadas devociones. Es difícil imaginar a alguien más solo que Michael Jackson, más solo y con tanto miedo (en los documentales sobre su vida, el miedo, y la reacción infantil al mismo, parecen regir todos sus actos y deseos, desde el miedo a la muerte y a la enfermedad hasta el miedo más insospechado en alguien como él: el miedo al público, que en su adolescencia le hizo querer subir al escenario con una máscara... máscara que se apresuró a confeccionarse años después).

Hace poco alguien en quien tengo una gran confianza decía que Michael Jackson era una obra de arte contemporáneo. Y tal vez pueda entenderse como body art sometido a una feroz operación de montaje-desmontaje, cuerpo desmembrado y sucesivamente devorado por los fans y reconstruido por esa imagen especular comunitaria... un mito, un símbolo activado por la idolatría de las masas, una máquina de guerra de la era Reagan. Michael Jackson, decía esa persona, sería el perfecto andrógino, la perfecta criatura que está en el vórtice, que habita simultáneamente todas las encrucijadas: ni hombre ni mujer, ni joven ni viejo, ni blanco ni negro... A esas dicotomías irresolubles podemos añadir la más poderosa: ni vivo ni muerto... El perfecto Alien, el Otro inconquistable, porque no habita ninguno de los términos de la infinidad de máquinas duales que nos ofrece el mundo y en las que, para salvaguardar nuestra identidad y nuestros prejuicios, aspiramos a refugiarnos.

Vuelvo al documental: pasé dos horas sumido en una extraña y creciente emoción que se filtró en mí como un agua lenta. Como sabéis, no soy afecto a la música pop y creo no dejarme embaucar fácilmente... El caso es que la experiencia de ver ese documental en pantalla grande ha sido una de las más extrañas, intensas y enriquecedoras de las que me ha tocado vivir este año. Y la imagen que tenía de Michael Jackson se ha colapsado completamente en esas dos horas. Aquí no tenemos la sobrecodificación de los videoclips, la pose de las fotografías. El mito aparece descargado de todo lastre, vaciado, como vuelto del revés. Tampoco se trata de ver las costuras del mito, ni apreciar al hombre en su desnudez “auténtica” (pues la autenticidad, acaso, es la mayor y la más sutil construcción socio-mental de todas, la impostura más invisible y mejor trabada); es una especie de atenuación de la visión, un oscurecimiento de todo lo que se ha depositado en el personaje. Para advenir, no al hombre, sino al gesto.

En primer lugar, se me han caído muchos prejuicios y han arraigado algunos asombros. Prejuicios: creía que Michael Jackson sería una especie de robot teledirigido, guiado por las órdenes de coreógrafos, directores escénicos, etc. Error: es él el que dirige, él es el coreógrafo principal, el verdadero director musical y quien marca la pauta, siempre. Lo hace, además, con increíble tacto y delicadeza, incluso cuando se enfada. El trato que dispensa a todos, músicos, bailarines, etc., es exquisito pero rotundo: puño de hierro en guante de terciopelo, tal vez. Otro prejuicio: esperaba ver a un ser demacrado, una especie de sombra de sí mismo. Cincuenta años, un vida castigada. Otro error de juicio previo: Jackson baila y canta mejor que nunca, con una precisión y una sutileza admirables. La gestualidad es más contenida pero más intensa, ya no esboza el gesto hasta el final: lo insinúa, como hacen algunos bailarines flamencos: el espectador hará el resto. Utilizando la jerga deleuziano-guattariana, apenas el gesto se desterritorializa vuelve a reterritorializarse, y esos impulsos-estremecimientos-sacudidas, esa estética corporal de la convulsión, traduce un lenguaje gestual tejido de quiebros y microfisuras que vertebran el sentido. Me ha impresionado, además, la extremada concentración en cada movimiento y el control absoluto de un cuerpo extenuado, enflaquecido, una pura máscara vibrátil, animada por un movimiento perpetuo. Siempre me han admirado los artesanos capaces de abstraerse en lo que tienen entre manos; Michael Jackson pule y esculpe cada movimiento con una concentración infinita, no es la máquina abstraída que esperaba encontrar. Todo lo cual no invalida la sensación de ver a un espectro, un cuerpo en cierto modo desencarnado pero profundamente inmediato, entrañado en la rotundidad de un movimiento preciso, de una danza espasmódica, frenéticamente “real”. Esa sensación de realidad espectral activa zonas extrañas en la conciencia selectiva del espectador, zonas mórbidas pero fecundas: el espectador crea, se deja guiar por el cuerpo espectral, por su extraña “inmanencia trascendente”, y en esa dialéctica de extrañeza-entrañamiento se insinúan preguntas inquietantes sobre el propio estatuto de nuestra ficción consensuada.

También esperaba una música recargada, efectista, pero incluso aquí, las líneas melódicas, en ocasiones, se reducen a su esqueleto más simple, y ello les aporta eficacia e inmediatez: inoculan el ritmo a la par que la minuciosa coreografía (como nota aparte señalaré que la adhesión que generan las coreografías tal vez no esté exenta de un peligro latente: ¿y si la coreografía es el principio del fascismo? No en vano hay cierta liturgia castrense, imperiosa, en ciertas canciones como “Jam”).

Quizá la escena que más me ha impresionado es cuando trabajan la melodía de "The way you make me feel" con el director musical. Primero éste le sugiere meter más "bum bum", y Jackson se niega: dice que quiere la canción lo más simple posible, tal como la escribió. Nada de fanfarrias. Después de varios tanteos dirigidos por Michael, encuentran la melodía y, mientras la escucha, él se pone a bailar. Se deja atravesar por la música con todo el cuerpo. En un momento determinado se detiene y dice: "No, no va por ahí, no me fluye, me bloquea, no me pasa...". La música interfiere con el gesto que trata de acompasarse a ella. No fluye a través del cuerpo, por lo tanto, hay que buscar un cauce, un tempo, para que el cuerpo la reconozca y las notas se encarnen, se hagan gesto y cuerpo en el movimiento: se in-corporen. Esta manera de trabajar con los músicos me ha impresionado y no recuerdo haber visto nada así salvo en Barbara, para quien cantar también es una experiencia corporal completa, cantar con el cuerpo y no sólo con las cuerdas vocales, utilizar todos los estratos senti-mentales (alguien diría los "chakras") en un único impulso comunicativo. Savia ascendente, de la entraña al afuera. Negación de la escisión cuerpo-mente.

Otra cosa que me sorprendió profundamente: imaginaba a los músicos y bailarines como meros profesionales fríos, pero... las declaraciones que hacen al principio del documental, cómo se les escapan las lágrimas, cómo han puesto ahí todo su corazón y su cuerpo, cómo para algunos ésa es la razón de su existencia, todo eso te golpea, no te lo esperas. Tampoco te esperas que todos crean en ese espectáculo tan intensamente, que todos crean que tienen un mensaje que ofrecer. El propio Jackson lo sintetiza en una oración, al final: "Recuperar los vínculos, volver a ser uno, ser una familia, una comunidad, renunciar al individualismo". Curioso en alguien que, a todas luces, ha sido la punta del lanza del capitalismo más feroz, ideología que tiene en el individualismo su blasón más definitorio. Pero lo dice y lo cree, lo cree intensamente. Como cree en el mensaje ecologista y en denunciar que los responsables somos nosotros y que dejemos de culpar a los gobiernos o deleguemos en otros. Que nos toca a nosotros. Podemos entrar a juzgar si todo esto no es más que una ingenuidad o una fatal contradicción. De lo que estoy seguro es de que no es una farsa y que aquella gente creía en ello.

En fin, esto es lo que me ha pasado y quería compartir con vosotros esta perplejidad. Hace unos meses sólo tenía palabras de desdén hacia el hombre y su arte. Ahora, sin embargo, algo me ha conmocionado. No sé explicarlo bien, pero está ahí. Y ahora creo que para entender a Michael Jackson sería necesario un planteamiento filosófico; de veras me parece que no basta con adherirse a la imagen estereotipada y arrancarle cuatro lugares comunes. Por una vez la publicidad, ese gran cementerio de engaños, no miente: “Descubre al hombre que nunca conociste”. Por increíble que parezca, eso es lo que a mí me ha pasado con “This is it”. Admito que he podido ser víctima de una grotesca ilusión... pero es así como lo he vivido.

Por supuesto, os pongo el cuerpo por si queréis lapidarme. Y me atrevo a pedir perdón, en concreto, a Susana: creo que ella no entenderá este cambio drástico de rumbo. Admiro su inteligencia, y también la firmeza de sus convicciones. Acogeré su disensión y su previsible ira con todo cariño.

martes, 3 de noviembre de 2009

La belgitude IV: Henri Michaux o la escritura como pintura



Payaso

Un día.
Un día, pronto tal vez.
Un día arrancaré el ancla que mantiene mi navío lejos de los mares.

Con el tipo de valor que hace falta para ser nada y nada más que nada, soltaré aquello que me parecía serme indisolublemente próximo.
Lo cercenaré, lo volcaré, lo romperé, lo haré caer
De un golpe vomitaré mi miserable pudor, mis miserables combinaciones y encadenamientos asociativos.
Vaciado del absceso de ser alguien, beberé nuevamente el espacio nutricio.

Al golpe de ridículos, de decadencias (¿Qué es la decadencia?), por estallido, por vaciamiento, por una total disipación-escarnio-purgación, expulsaré de mí la forma que creíamos tan vinculada, tan bien compuesta, coordinada, haciendo juego con mi entorno y con mis semejantes, tan dignos, tan dignos, mis semejantes.

Reducido a una humildad de catástrofe, a una allanamiento perfecto como después de un intenso canguelo.
Devuelto por debajo de toda medida a mi rango real, al rango ínfimo del que no sé qué idea-ambición me había hecho desertar.
Anonadado en cuanto a la altura, en cuanto a la estima
Perdido en un lugar lejano (o ni siquiera eso), sin nombre, sin identidad.
Payaso, derribando en el hazmerreír, en lo grotesco, en la carcajada el sentido que contra toda luz me había construido de mi importancia
Saltaré.
Sin recursos al infinito espíritu subyacente, abierto a todos
abierto yo mismo a un nuevo e increíble rocío a fuerza de ser nulo

y raso...
y risible...

(trad. Chantal Maillard, Escritos sobre pintura)




Pintura de Henri Michaux
 
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