domingo, 1 de enero de 2012

Un día en la vida

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Ha llegado el momento de abandonar Marienbad y dejar que viva otra vida, sin mí. Durante tres años y medio hemos atravesado muchas cosas. Hemos compartido alegrías, penas, ideas, iras, extrañezas, conmociones. Hemos vibrado al unísono aun en la disonancia. Hemos sido canción en nuestra forma común de desafinarnos unos a otros y hacernos ahí un cuerpo, un cuerpo leve en el quiebro, en la lentitud, en la cercanía.

Por tantas cosas compartidas, del temblor al alma raíz, algo seguirá creciendo.

Marienbad acaba su trayecto porque ha cumplido su ciclo. Hace tiempo que ha cumplido su ciclo vital, y por eso es necesaria su desaparición, su extinción en la ternura. Pero no se irá: los contenidos y las entradas seguirán aquí todo el tiempo que blogger lo permita.

Más de una vez he dicho que en este blog me sentía más bien un coordinador o un director de orquesta: apenas alguien que encauza un torrente de voces, una dilatación de savias, una red de energías que vosotros tejéis con vuestro tiempo y vuestras palabras. La esencia de este blog han sido los comentarios, toda la intensa vida que ha fluido y fluye ahí. Lo demás, las entradas, han sido excusas para generar debates e intercambios, para compartir desde una idea hasta una vibración, una idea en la vibración: experiencia de intimidad y calor de tantas palabras que aquí han sembrado su hambre, su carencia, la deliciosa impermanencia que construye lo que en nosotros es "eterno".

Por esta red de voces y alientos de los que todos habéis sido afluentes: mi agradecimiento, para siempre.

He sido feliz aquí. Creo que muchos de vosotros también.

Y como no quisiera que esta entrada se tiña de tristeza en ningún caso, os invito a acercaros una última vez, a acercaros a ella como a la última canción de un concierto, con alegría, la infinita alegría de los músicos que rodean el piano y cantan, cantan juntos lo que todo esto significa: un día en la vida. Un momento de celebración:



Y ahora es el momento de dejaros espacio para que, los que queráis, dejéis una última hoja en el cuenco. Una última hoja caída que será acogida con toda la atención, la escrupulosa atención y el cariño que me habéis enseñado a hacer crecer en mí.

Imágenes: fotogramas de Stalker, de Andrei Tarkovski


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El placer del no-actuar

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En el mundo, lo verdadero y lo falso ciertamente no se pueden determinar. El no-actuar, empero, sí puede determinar lo verdadero y lo falso. La felicidad suprema da vida a la persona, pero sólo el no-actuar permite conservar esa felicidad. Permitid que lo declare: el Cielo no actúa y de ahí su pureza, la Tierra no actúa y de ahí su quietud; armonízanse Cielo y Tierra en su no-actuar, y los millones de seres se transforman. Confuso y nebuloso, ¡no se sabe de dónde nace! Nebuloso y confuso, ¡no hallarás de él el menor atisbo! Infinita es la variedad de los seres, y todos nacen del no-actuar. Por eso se dice: "El Cielo y la Tierra no actúan y nada hay que dejen de hacer". ¿Quién, entre los hombres, será capaz de alcanzar el no-actuar?

Zhuang Zi (trad. Iñaki Preciado Idoeta)

Imagen: Mi vecino Totoro, Hayao Miyazaki


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La voz en el tacto

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Imaginen: unos amantes separados de por vida. Estén donde estén. Por el teléfono, a través de sus inflexiones de voz, de los timbres y acentos, a través de las alturas e interrupciones de la respiración, a través de los tiempos de silencio, cultivan todas las diferencias necesarias para despertar la vista, y el tacto, y hasta el perfume, otras tantas caricias, y hasta el éxtasis que se les ha quitado para siempre -pero del que no están privados nunca. Saben que nunca lo reencontrarán, nunca de otro modo que a través del hilo sin hilo de esas voces trenzadas. Tragedia. Pero se saben también enlazados, a veces solamente a través del recuerdo que guardan de él, y del espectro fantasmático de un goce. Sin cuya posibilidad, también lo saben, un goce no se prometería nunca. Tienen fe en la memoria telefónica de un tocar. Un fantasma los colma. Casi, cada uno en su insularidad monádica. Aun cuando la orilla de un "fantasma", justamente, parezca más afín al phainesthai, o sea, al aparecer o al brillo de lo visible.

El tocar, Jacques Derrida (trad. Irene Agoff)


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