sábado, 29 de noviembre de 2008

La muerte dulce



De entre todas las muertes elegiría una sola: la del campesino de la secuencia inicial de Zemlya (La tierra, 1930), de Alexander Dovzhenko. El abandono reposado, expectante, la tranquila extinción del soplo, ajena a lo encarnizado, a la lucha por el último aliento. Entrega al reposo, sin la mediación de la agonía, sin pérdida. Homeostasis, fusión con la naturaleza, con esa tierra imbuida de espíritu. Nunca el panteísmo ruso se hizo carne fílmica como en esta secuencia, tan admirada por Tarkovski, Sokurov, Paradjanov, Kazalotov, todo el linaje de cineastas soviéticos, abanderados del espíritu en su declinación más trascendente. Trascendencia en la inmanencia, sabiduría del campesino que se abandona a un último gesto que define toda su vida y lo "justifica" ante sus congéneres y ante el universo que se cierne sobre él. Flujo de un cauce de vida que se vuelca en otro.

Decir que es una secuencia conmovedora es decir poco. Siempre la reja del lenguaje nos traiciona al quedar más acá del salto, más allá del vértigo. Nueve minutos de eternidad, para mí no superados...

sábado, 22 de noviembre de 2008

Sviatoslav Richter



Sviatoslav Richter quema, Sviatoslav Richter ataca el piano con todo su cuerpo. Fuerza, precisión, avalancha, pero también extrema delicadeza, delicadeza poderosa, rotunda, volcada en cada gesto; Richter se arroja a cada nota, nos abisma en una cascada de matices, recrea una pieza clásica del romanticismo como sólo él sabe hacerlo: a quemarropa, sin las florituras pastoriles de los pianistas italianos ni los fúnebres ornamentos franceses. El "alma" rusa desbocada, que tantas obras maestras nos ha ofrecido y que creo entender tan bien.

Schopenhauer decía que la música era la más elevada de las artes porque era la que más se acercaba a la voluntad pura (Die Welt als Willie und Vorstellung). Contemplando obras como ésta me afilio a sus exasperaciones y acepto mi enmudecimiento ante lo sublime.

Una de las interpretaciones más conmovedoras que me ha sido dado ver. La pieza es el estudio nº 11 de Chopin, pero poco importa, porque aquí el intérprete la recrea de tal modo que le pertenece. El traductor es hacedor.

Gracias, maestro.

martes, 11 de noviembre de 2008

Filosofía en los días críticos, Chantal Maillard



1

¿Y si la mañana fuese tan sólo una manera de asentir al vértigo?

141

Siempre he querido tocar el alma de aquellos a quienes he querido, y la carne me ha parecido el camino más directo. Siendo opaca, ella ofrecía la vía de la transparencia que es el olvido de sí en el éxtasis. Sin embargo, lo único que he podido alcanzar ha sido el punto donde convergen el dolor y la dicha, ese punto, esa cumbre desde donde es tan fácil desear anonadarse, disolverse en el puro estallido, evaporarse como el agua o solidificarse por siempre como la lava. He alcanzado esa cumbre muchas veces, o algunas, y si hubiese tenido que nombrarla habría pensado en la palabra "amor", seguida del adjetivo "imposible" entrelazado con las letras de la palabra "infinito". Debo suponer que ese punto es el cénit de la pasión, del humano padecer, el pathos que pide neutralizarse con la indiferencia sentimental de lo cotidiano para que vivir, seguir viviendo sea posible. La carne -los cuerpos- se convierten entonces en mamparas contra las que combato con las palmas de mis manos abiertas, golpeando una y otra vez, como queriendo hendir la materia para fundirme con ella, introducirme en ella, perderme en ella, reconocer en ella el origen de mi soledad, de mi lamento, el principio del deseo de ser por separado, reconocerlo, recorrerlo y anularlo, ensamblarme de nuevo, el deseo guiándome, el deseo-amor que es guía para la fusión original y, no obstante, es el suplicio, la constatación amarga de la impotencia, la carne en la que golpeo suena y yo estoy fuera del lugar de donde parte la resonancia, excluida del tú que debería ser el nosotros, el infinito plural que se inicia entre dos, o tal vez me equivoque, tal vez el dos haya sido, siempre, el principio de toda separación, la generación de los cuerpos, de aquel cuerpo, el otro, en el que seguiré golpeando con los puños, tan impotentes, tan desesperadamente impotentes, preguntando dónde estás, dónde estás, dónde estás.

212

Cruzo hacia tu muerte, tu muerte antigua, porque allí puedes reconocerme. Yo soy de aquel mundo, transito en las cuerdas brillantes de la nada. Si bien es difícil encontrarnos en la carne, hallaré el modo de viajar hacia tu muerte. Al recordarla, podrás hallarme. Yo estaré dispuesta.

243

No puedes hacerme daño.
Mi necesidad de ti es lo que me duele. Dejemos las cosas donde deben estar: el infinito, en su imposible; lo cotidiano, en su repetición. No queramos que lo maravilloso se repita, se haga estable, definitivo: lo mataríamos. Lo infinito no es temporal; el tiempo invade lo grandioso y lo banaliza. Y ¿qué hacer con esta necesidad de que perdure lo que más nos importa? ¿Qué hacer para no desear que invada nuestra vida y la arrase hasta quedar tan sólo eso, por siempre, únicamente eso? Contemplar una colada tendida en un balcón y decirse que eso es lo que queda de un infinito cuando desciende a los márgenes de lo posible, cuando la maravilla se convierte en vida ordinaria. ¿Quieres eso, di, es eso lo que quieres? ¿Quieres hacer de tu vida una vulgar colada?
Pasa, pues, la página; ocúpate de lo que no te importa, esas palabras inútiles que transmites a otros, con las que vas tejiendo mundos a la medida de nadie, pero que se venden a buen precio. Hablemos de filosofía. Subamos del corazón a la función lingüística, que agonice el deseo como un feto en el vientre. Cuando se pudra y huela, enquistado en las vísceras, preguntadme qué es esa baba negruzca que saldrá de mi boca cuando os hable. Yo os diré no importa, es la sangre de un muerto, y a veces habrá trozos de corazón oscuro, vomitaré latidos de carne, y cuando ya no quede nada que escupir, dentro de aquel vacío, en su centro habrá un recuerdo imposible, un no-recuerdo, la huella de algo maravilloso que se extirpó por necesidad, para no confundir los ámbitos, los tiempos, los contrarios, una huella, un arañazo, puede que una cicatriz, de esas que vuelven a doler cada vez que el tiempo empeora.

333

[...] Quiero dormir con el sueño al que induce la rosa, el barro y la madera. Quiero volver allí donde mi cuerpo es alimaña, descansar en mi habitat, aunque tal vez allí, quién sabe, suspire por evadirme, en la tarde, hacia el ruido.

361

Anhelo un corazón más sabio que el mío para descansar en él. El corazón de una anciana, un corazón acumulado y dispuesto a la acogida. Poder hablar; poder decir en palabras sencillas la congoja, la necesidad, la pena. Poder decir para calmar, para acallar. Soltar las lágrimas en el enorme pozo humano, el gran regazo. Poder decir, para que parezca tan común, ese dolor, que pueda mirarlo como si no fuese mío y llorar entonces por la historia de todos.

Filosofía en los días críticos. Diarios, 1996-1998 (Pre-Textos, 2001)

Y tres poemas en voz de la autora:

Juegos de magia



Resurrección en la tierra

Boomp3.com

Sin título, del libro Hilos

Pavorosa belleza II (digresión insustancial)


¿Un cuadro en una exposición de arte contemporáneo? No, la nebulosa Carina fotografiada por el Hubble...

Al observar el universo circundante, hay preguntas que nos acosan con más fuerza que otras. En una estructura tan inconmensurable, ¿es posible que estemos solos? Recuerdo que un hombre de la antigüedad, cuyo nombre no recuerdo, establecía el siguiente símil: pensar que estamos solos en el cosmos es como creer que, si sembramos una parcela infinita con infinitos granos, sólo brotará una semilla.
Siempre he tenido el convencimiento de que la vida es un fenómeno común y abundante en el universo. Es en extremo pretencioso creer que somos únicos: un residuo cultural de la concepción antropocéntrica ptolemaica, no del todo extirpado. Las razones para pensar así son obvias: la proliferación de galaxias, estrellas y sistemas planetarios es tal, que aunque la posibilidad de que la vida arraigue sea remota, por una mera cuestión estadística, ha de ser forzosamente muy abundante. De hecho, a poco que lo pensemos lo verdaderamente insólito, la hipótesis más inverosímil, es que estemos solos, una minúscula mota de polvo en una construcción indescriptible que, para rizar el rizo, ni siquiera sabemos si es finita o infinita porque, probablemente, esos conceptos, pergeñados por la humana razón, no pueden aplicarse en escalas tan desmesuradas y seguramente no tienen sentido más allá de nuestra mente.
Se han hecho especulaciones de todo tipo. Paul Davies hablaba de cientos de miles de mundos habitados sólo en nuestra galaxia, y quizá varios miles de civilizaciones o comunidades tecnológicas que coexistirían simultáneamente en la Vía láctea (entendemos por comunidad tecnológica aquella que empieza a utilizar herramientas para cambiar su entorno), pero tan alejadas entre sí que la posibilidad de que se encuentren es computable en cero, al menos si las leyes de la física conocida son correctas. Por lo tanto, y en esto estoy de acuerdo, nada de ovnis ni marcianitos verdes; así como la posibilidad de que el universo rebose de vida es más que factible, la probabilidad de que hayan llegado hasta nosotros, de que hayan reparado en una estrella media, insignificante, en los arrabales de nuestra galaxia, y que hayan conseguido salvar los abismales espacios siderales para llegar hasta nosotros, es tan remota que no merece ser tomada en consideración.
Otro asunto es lo que entendemos como vida. En la Tierra, la bioquímica se basa en el carbono; es asombrosa la gran variedad de formas que se han producido a partir de elementos tan simples, básicos y repetitivos. Cuando los científicos buscan evidencias de vida en otros planetas del sistema solar, se limitan a extrapolar lo que conocemos de nuestro propio sistema: buscan vida basada en el carbono y que se haya dado en condiciones similares a las de la Tierra. Pero la vida surgió cuando nuestro mundo era inhabitable y se ha ido adaptando a los sucesivos cambios. Y la vida puede basarse en otras sustancias aparte del carbono: puede basarse en el silicio, en metales pesados, en gases… una forma de vida basada en el silicio sería tan ajena a lo que entendemos por vida que probablemente la confundiríamos con materia inerte. Inteligencias basadas en estructuras atómicas diferentes seguramente no se reconocerían, una a la otra, como vida. Y esto plantea un grave problema, porque si existe vida ahí fuera, nos resultará muy difícil de detectar. Por eso resulta un poco penoso que el Voyager incluyera discursos, canciones de los Beatles, dibujos… quienes lo diseñaron pensaron acaso en extraterrestres homínidos con sentidos de percepción homologables a los nuestros, pero lo más probable es que una civilización extraterrestre que encontrara ese primitivo invento terrestre no sólo no pudiera comprender su contenido, sino ni siquiera percibirlo… Verosímilmente, si por un extraño azar los extraterrestres estuvieran en nuestro mundo, no advertiríamos su presencia, ni ellos la nuestra.

Sombra proyectada por una de las lunas de Júpiter sobre el gigante gaseoso (no digáis que no es hermoso...)

La obsesión por buscar agua en otros planetas es otro síntoma de la cerrazón científica: creen que, puesto que en nuestro mundo el agua es el “caldo de cultivo” esencial, habrá de ser así en otros lugares susceptibles de albergar vida. No parece que este prejuicio (=juicio previo) tenga ningún fundamento. Y habría que ver por qué Europa, la luna de Júpiter, con sus océanos y lluvias de metano, no podría presentar vida, aunque fuera microbiana, pero con una bioquímica completamente diferente a la que conocemos.
Olaf Stapledon y Stanislaw Lem han concebido formas de vida inteligentes cuyos patrones de conducta y comportamiento difieren tanto de lo que conocemos que no podríamos hacernos una idea de cómo sienten, piensan y son. Organismos unicelulares gaseosos que, unidos en una nube electromagnética, conforman una mente múltiple… de todos modos la ciencia ficción combina elementos ya conocidos en nuestro mundo, los combina y sobredimensiona metafóricamente, y ya tenemos al extraterrestre dibujado. Intuyo, sin embargo, que la realidad es mucho más misteriosa, fascinante e inescrutable…
Luego tenemos la hipótesis Gaia: la tierra es un ser vivo, como pueden serlo los otros planetas y las estrellas. Quizá las galaxias o los cúmulos de galaxias sean seres vivos equivalentes a las células de nuestro cuerpo, que tienen una vida independiente pero ignoran la vida de conjunto en la que están inmersas. ¿El universo podría ser un inmenso ser vivo formado por muchos estratos de vida que no pueden comunicarse entre sí? Si la tierra es un ser vivo, ¿quizá su sistema neuronal esté formado por el conjunto de la humanidad, al igual que un cerebro humano está formado por células que viven y mueren de manera independiente pero están sometidas a una profunda interconexión? Una neurona no piensa por sí misma, no puede acceder al pensamiento que genera la superestructura que la engloba. Así, un ser humano ignoraría el pensamiento comunitario engendrado por toda la humanidad. Quizá nuestro mundo-Gaia, por seguir con esta idea, sufra una depresión o una grave enfermedad mental en el momento presente.
Todo esto son ideas más o menos delirantes, pero no podemos demostrar que son falsas, ni que son ciertas. Lo fascinante es pensar que, si fueran ciertas, en modo alguno podríamos concebir qué es o como funciona la “conciencia” de la tierra o de una estrella, así como una neurona de nuestro organismo es incapaz, por sí sola, de pensar, soñar, recordar, sentir. Ni siquiera podríamos decir, en caso de que fueran seres vivos, que los cuerpos celestes tienen “conciencia”. Es una palabra demasiado humana, demasiado pequeña y lastrada para ser aplicada en otro nivel. Como todas las palabras humanas, por otra parte.
Sería bueno que abdicáramos de los nombres con los que acotamos lo real y afrontáramos el mundo desde la desnudez, como quizá hacen los animales y las plantas. Pero ya empiezo a divagar y aquí lo dejo.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Miniaturas en femenino



Cada día
caigo fuera de mi nombre
sin red

Si me llamas
mis huesos se rompen.

Anise Koltz

Me cortan las dos manos
los dos brazos
las piernas
me cortan la cabeza.
Que me encuentren.

Idea Vilariño

Llegar a otro. Sin
otro. Sin llegar a.
No apretar los dientes.
Soltar la presa. Sin

Chantal Maillard

Así la carne de esta mano,
su hinchazón, las venas
azules abultadas, el ensordecimiento
tras los ojos: formas del cansancio,
magulladuras en la nuca, en el blando
canal. Ser ahogada sería
intensamente así.

Olvido García Valdés

Reja

Cuál es la luz
cuál la sombra

Blanca Varela

Yo voces.
Yo el gran salto.

Cuando la noche sea mi memoria
mi memoria será la noche.

Alejandra Pizarnik

domingo, 9 de noviembre de 2008

Yma Súmac

Yma Súmac (1922-2008)

Se llamaba Zoila Augusta Emperatriz Chávarri del Castillo, acababa de cumplir los 86 años y ha fallecido esta semana en Hollywood, víctima de un cáncer, siendo sepultada en la ciudad de Los Ángeles, donde pasó 60 años de su vida y donde tiene una estrella en el Paseo de la Fama.
Yma Súmac era una soprano peruana con un increíble registro vocal que abarcaba las 5 octavas. En los años 40 ella, su marido, el músico Moisés Vivanco, y una prima de este, Cholita Rivera, formaron el trío "Inca Taky", con Moisés en la guitarra, Cholita como contraalto e Yma Súmac como soprano y se afincaron en New York, donde actuaron en night clubs, radio y después televisión. De allí pasan a principios de los 50 a Hollywood, donde Yma Súmac consiguió un contrato para grabar una serie de discos con la Capital Records que la catapultaron a la fama. La casa discográfica le hizo una campaña publicitaria que la presentaba como una descendiente de los emperadores Incas, una princesa Inca, Alta Sacerdotiza y Virgen del Sol. Por ello, en sus conciertos musicales la "diva andina" se presentaba ataviada de majestuosos y ricos trajes folklóricos inspirados en el grandioso imperio inca, envuelta en un halo místico, exótico e impenetrable destinado a despertar el interés del cateto americano medio... En los años 50 Yma Súmac alcanzó el cenit de su fama. A sus clamorosas representaciones en el Hollywood Bowl, en el Carnegie Hall, en clubes de Las Vegas y también en diversos países de Europa y América Latina, hay que añadirle su colaboración en dos películas "El secreto de los Incas" (1954) y "Omar Khayyam" (1957), lo que la equiparó a una estrella de Hollywood...
Su popularidad fue decayendo en los 60, en los que el rock and roll impuso otro estilo de música, para ser casi olvidada en las décadas siguientes. Queda en el recuedo como una de las presencias escénicas más poderosas y fascinantes de todos los tiempos.

Aquí, un par de vídeos donde puede apreciarse su extraordinario talento, que aunaba la música tradicional peruana con el bel canto experimental. Fue una de las primeras en incorporar técnicas revolucionarias como la percursión vocal o el canto difónico. De la garganta de Yma Súmac han salido sonidos que nunca hubiera creído que fueran humanos:



sábado, 8 de noviembre de 2008

Lecturas


A estas alturas, no creo necesario reivindicar la ciencia ficción como género. Aporta y ha aportado grandes obras maestras en todas sus variantes, y en particular, iluminó los años de la adolescencia de este servidor. Primero Heinlein, Larry Niven, Philip K. Dick, Clifford Simak, Stanley Weimbaum, más tarde Asimov, Arthur Clark, Ray Bradbury, Henry Kuttner. Luego descubrí una serie de autores que suponen una vuelta de tuerca y que emparentan la ciencia ficción con un discurso filosófico más explícito y robusto: Olaf Stapledon, Edwin Abbot y... Stanislaw Lem... Vacío perfecto es un libro muy curioso: una colección de prólogos a libros inexistentes. Parte de ciertos experimentos borgianos y rabelesianos para ofrecernos una imagen lúcida, sarcástica y penetrante de una posible a-literatura o anti-literatura del siglo XXI. Aquí Lem se aleja de las exploraciones a otros mundos como en "Edén" o "El invencible", de la fábula filosófica de "Solaris" y de los ejercicios de recreación burlesca como "La ciberíada" y nos ofrece un libro donde el juego meta-literario riza el rizo en un delicioso bucle: el libro empieza con un prólogo de prólogos, cuyo firmante insinúa la posibilidad de ser el propio Lem gastándonos una broma.



Nuevo libro del imprescindible, poliédrico, indescrifrable Michaux. Los meidosems son seres imaginarios que viven en un extraño mundo donde no rigen las leyes que operan en el nuestro. Un mundo distante y sin embargo extrañamente familiar. Michaux escribió esta obra como un exorcismo en un momento de intenso dolor personal ante la pérdida de un ser amado. Conforman el libro estancias o piezas que describen, con rigor "naturalista", los usos y costumbres de esos seres que viven en los márgenes de la conciencia... La edición incluye las litografías del propio Michaux, recuperadas de la edición original. Chantal Maillard (también belga, también poeta) firma la traducción, y quien esté al tanto de estas lides sabrá lo difícil que es traducir a Michaux, cuyo lenguaje poético y creativo escapa a todo trasvase y sólo puede recrearse. He aquí un fragmento del epílogo de Maillard:

"Lejos de ser una “etnografía imaginaria”, Retrato de los meidosems es la expresión de un mundo, el nuestro, despojado de sus apariencias. Los meidosems somos nosotros, contemplados debajo de la piel, reducidos a estados, a nudos, a elasticidad, con impulsos que son trayectorias y estados que son núcleos. (...) En el meidosem se pierden las distinciones. Lo sólido es fluido; lo fluido, gaseoso; lo gaseoso, energético, animal. Michaux acostumbra a mirar dentro de las envolturas, más allá de ellas. El mundo que describe traspasa las diferencias que nuestro lenguaje legitima para el común acuerdo de las percepciones. El universo meidosem no es un universo paralelo, ni posible ni imposible, tampoco es una simple metáfora; es este mundo nuestro contemplado a través de una mirada que sabe liberarse de los prejuicios con los que el entendimiento repite y reproduce anticipando la realidad, que sabe no recordar antes de ver, y que posee el don de saberlo expresar".
Chantal Maillard



No sé si Olvido llega a la anorexia expresiva frente a la acumulación. A mí me parece que aúna ambas tendencias: en ella hay una extraña acumulación, como un lento torrente o glacial que avanza y lo con-mueve todo a su paso. Apreciar las huellas de esa herida en la roca es un placer insospechado y un muy recomendable ejercicio de espeleología.

Me gusta, también, la "frialdad" de las emociones que transmite. Me explico: hay en su mirada una disección gélida, un punto de distanciamiento y análisis que la acercan a Gottfried Benn o Vladimir Holan. No hallaremos aquí vértigos o abismos insondables, sino el escalpelo del cirujano o del taxidermista. Las emociones quedan embalsamadas, disecadas, prendidas a un alfiler y contempladas con parsimonia. No hay grito porque no hace falta, porque la herrumbre no grita sino que nos tienta el hueso por dentro, nos desaloja con una lenta oxidación de carcoma...

En sus poemas siempre me ha parecido ver el a veces remoto y otras evidente influjo de una serie de poetas: a los mencionados Benn y Holan añadiría César Vallejo, Ajmátova, Dickinson, Ponge, Juan L. Ortiz, Celan, etc. Y se hace eco de escrituras que, siendo prosa, son secretamente poéticas: algunos de esos nombres los da ella misma, Virginia Woolf, Robert Walser, Bruno Schulz (estos dos últimos autores, por cierto, muy recomendables para quien no los conozca).También pesan, creo, sus lecturas filosóficas: Derrida, Foucault, Levinas, Deleuze, parecen estar en ella. Quiero decir con esto que Olvido es una intelectual con una formación humanista completa y que no descuida ninguna fuente. Cosa muy rara en nuestros vates, que con frecuencia sólo leen poesía y de un solo tipo.

Aspecto aparte es el trasvase entre los diversos estratos de realidad. Para Olvido la realidad fluctúa y es permeable, no hay una realidad sino varias formas de declinarla, por eso las fronteras entre el sueño, el recuerdo y la vigilia son porosas y se retroalimentan, hasta el punto de que el lector ya no sabe dónde se encuentra, y en esa indeterminación, en ese naufragio del propio centro, surge una modalidad de la percepción des-centrada y muy interesante.



¡Al fin empecé el tercer tomo de Gibbon! Otras setecientas páginas de felicidad. Un libro de historia que, como decía Borges, se lee como una prodigiosa novela en la que los protagonistas son pueblos, siglos, lenguas, costumbres. Apasionante es un adjetivo muy pobre para describir todo lo que da este libro admirable.

Conversación teológica


-¿Crees en Dios?
-No, pero creo que él tampoco cree en mí.

Autobús de la línea Málaga-Nerja, digamos un tórrido agosto de 2001

La vie d'artiste, Léo Ferré



Léo Ferré (1916-1993)

Para Tänzerin,

la vida de artista

Te encontré por azar
Aquí, allá o en otra parte,
Es posible que aún te acuerdes.
Sin conocernos nos amamos,
Y aunque no sea cierto
Hay que creer en la historia antigua.
Te ofrecí lo que tenía
Con qué cantar, con qué soñar,
Y tú creías en mi bohemia,
Pero si a los veinte pensabas
Que se podía vivir del aire,
Tu punto de vista ya no es el mismo.

Aquel hambriento fin de mes
Que desde que éramos tú y yo
Se repetía siete veces a la semana
Y nuestras noches sin cine,
Y mi éxito que no llega,
Y nuestra comida incierta.
¿Lo ves? No he olvidado nada
En este oficio triste hasta las lágrimas
Que constata nuestra derrota.
Aún quedan hermosos días,
Aprovéchalos, mi pobre amor,
Los bellos años pasan pronto.

Y ahora te marcharás,
Los dos envejeceremos
Solos, qué triste.
Puedes llevarte el tocadiscos
Yo conservo el piano,
Continúo mi vida de artista.
Más tarde, sin saber por qué
Un extraño, un infeliz
Al leer mi nombre en un cartel
Te hablará de mi éxito,
Pero un tanto triste tú, que lo sabes,
Le dirás que a mí me da igual,
Que a mí me da igual…



Y aquí una versión de Avec le temps, su canción más conocida, con subtítulos incrustados en castellano:

sábado, 1 de noviembre de 2008

The Truth the Dead Know, Anne Sexton



Anne Sexton (1928-1974)

The Truth the Dead Know

For my Mother, born March 1902, died March 1959
and my Father, born February 1900, died June 1959


Gone, I say and walk from church,
refusing the stiff procession to the grave,
letting the dead ride alone in the hearse.
It is June. I am tired of being brave.

We drive to the Cape. I cultivate
myself where the sun gutters from the sky,
where the sea swings in like an iron gate
and we touch. In another country people die.

My darling, the wind falls in like stones
from the whitehearted water and when we touch
we enter touch entirely. No one's alone.
Men kill for this, or for as much.

And what of the dead? They lie without shoes
in the stone boats. They are more like stone
than the sea would be if it stopped. They refuse
to be blessed, throat, eye and knucklebone.

La verdad que los muertos conocen

Para mi madre, nacida en marzo de 1902, muerta en marzo
de 1959, y para mi padre, nacido en febrero de 1900,
muerto en junio de 1959.


Se acabó, digo, y me alejo de la iglesia,
rehusando la rígida procesión hacia la sepultura,
dejando a los muertos viajar solos en el coche fúnebre.
Es junio. Estoy cansada de ser valiente.
Conducimos hasta el Cabo. Crezco
por donde el sol se derrama desde el cielo,
por donde el mar se mece como una cancela
y nos emocionamos. Es en otro país donde muere la gente.

Querido, el viento se desploma como piedras
desde la bondadosa agua y cuando nos tocamos
nos penetramos por completo. Nadie está solo.
Los hombres matan por ello, o por cosas así.

¿Y qué ocurre con los muertos? Yacen sin zapatos
en sus barcas de piedra. Son más parecidos a la piedra
de lo que lo sería el mar si se detuviera. Rehusan
ser bendecidos, garganta, ojo y nudillo.

Ejercicio de endurecimiento del espíritu


Segunda Guerra Mundial. Claus y Lucas son hermanos. Su madre los deja a cargo de su abuela en un ambiente hostil y los niños deben aprender a defenderse de los otros niños, de la depredación de los adultos y del tiempo de rigurosa carestía. Empiezan endureciendo el cuerpo y luego pasan a...

Ejercicio de endurecimiento del espíritu

"La abuela nos dice:
-¡Hijos de perra!
La gente nos dice:
-¡Hijos de bruja! ¡Hijos de puta!
Otros nos dicen:
-¡Imbéciles! ¡Golfos! ¡Mocosos! ¡Burros! ¡Marranos! ¡Puercos! ¡Gamberros! ¡Sinvergüenzas! ¡Pequeños granujas! ¡Delincuentes! ¡Criminales!
Cuando oímos estas palabras se nos pone la cara roja, nos zumban los oídos, nos escuecen los ojos y nos tiemblan las rodillas.
No queremos ponernos rojos, ni temblar. Queremos acostumbrarnos a los insultos y a las palabras que hieren.
Nos instalamos en la mesa de la cocina, uno frente al otro, y mirándonos a los ojos, nos decimos palabras cada vez más y más atroces.
Uno:
-¡Cabrón! ¡Tontolculo!
El otro:
-¡Maricón! ¡Hijoputa!
Y continuamos así hasta que las palabras ya no nos entran en el cerebro, ni nos entran siquiera en las orejas.
De ese modo nos ejercitamos una media hora al día más o menos, después vamos a pasear por las calles.
Nos las arreglamos para que la gente nos insulte y constatamos que al fin hemos conseguido permanecer indiferentes.
Nuestra madre nos decía:
-¡Queridos míos! ¡Mis amorcitos! ¡Mi vida! ¡Mis pequeñines adorados!
Cuando nos acordamos de esas palabras, los ojos se nos llenan de lágrimas.
Esas palabras las tenemos que olvidar, porque ahora ya nadie nos dice palabras semejantes, y porque el recuerdo que tenemos es una carga demasiado pesada para soportarla.
Entonces volvemos a empezar nuestro ejercicio de otra manera.
Decimos:
-¡Querido míos! ¡Mis amorcitos! Yo os quiero… No os abandonaré nunca… Sólo os querré a vosotros… Siempre… Sois toda mi vida…
A fuerza de repetirlas, las palabras van perdiendo poco a poco su significado, y el dolor que llevan consigo se atenúa".

El gran cuaderno, Agota Krystoff (incluido en el volumen Claus y Lucas). Como es algo que me supera con creces, ni siquiera voy a intentar hablar de ella. No os perdáis una de las novelas más impactantes del siglo XX.
 
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