jueves, 16 de mayo de 2013

De orientes y océanos


Bosque de Nara (Japón)

 
Hikari, Natsuki. Poeta, narradora, cantante, física teórica, activista y militar japonesa, nacida en Tokio en 2032 y fallecida en las montañas de la península de Kamchatka (Rusia) en 2100. La vida de esta autora es en sí misma un acantilado de escarpados contrastes, entre la fuerza y la delicadeza, la inteligencia y la pasión, el análisis lógico y la ternura. Que la mayor estratega de la guerra moderna haya revolucionado la poesía en su lengua y escrito los más bellos cuentos infantiles puede parecer una incongruencia o un delirio, pero el escrutinio atento y desprejuiciado de su vida y su obra revelan cómo los diversos hilos de la trama se urden armoniosamente bajo las contradicciones de la superficie.

Natsuki Hikari vive una infancia feliz entre los suburbios humildes de Tokio y los bosques de Nara, donde pasa largas temporadas con su abuela y aprende origami, kendo y a tocar el sakuhachi. Nace entonces su amor a los cuentos antiguos, a los fuegos siempre encendidos y a los bosques milenarios. En un santuario shintoísta conversa con los yokai o duendes locales, inventa canciones para los kami, aprende a seguir el rastro de animales salvajes, destruye las trampas de los cazadores. En la adolescencia empieza a militar en grupos anarquistas, ecologistas y antisistema. Es detenida en varias ocasiones en protestas contra las armas atómicas, contra la deforestación, contra el cambio climático.

Estudia física teórica en la Universidad de Seúl y con sólo veintitrés años presenta su tesis doctoral, donde reformula las ecuaciones del campo akásico. Su obsesión será encontrar una fuente de energía no contaminante. Desarrollará su trabajo científico con diversos artículos sobre cinética subcuántica, dinámica de superfluidos, holocampo escalar, singularidades de Calabi-Yau, entropía negativa y agujeros negros. Sus ideas e intuiciones abrirán el camino a la redefinición completa de la Teoría del Campo Unificado, formulada por la físico Ha Neul Min en 2087, y tendrán como consecuencia la liberación de la energía subcuántica (ilimitada y ecológica) a través de procesos de microfisión escalar modulada.

Cuando Occidente desencadena su "guerra de aniquilación" y destruye Tokio y Manila con armamento nuclear en 2057, abandona su militancia pacifista e ingresa en la academia militar de Shanghai. Pocos meses después, con el grado de capitán, dirige una división de élite aerotransportada e integrada por tropas sino-tailandesas que contribuirá decisivamente a la derrota del ejército franco-alemán en la selva de Birmania y del ejército indio en el Frente de Bangladesh. Al año siguiente, y debido a su acreditada habilidad táctica, es ascendida a general y transferida al teatro de operaciones del Pacífico Sur en un momento en el que el Frente Unido Oriental sufre importantes pérdidas. Su visión estratégica, extremadamente audaz, combina la guerra relámpago y tácticas de guerrilla aplicadas a grandes contingentes aeronavales en enormes extensiones de océano, "ese desierto, esa fosa abisal del espíritu, esa mente comunal que nos piensa", escribirá en su diario. Bajo cielos australes, siente miedo. Siente una inmensa desolación. Siente, también, una extraña felicidad. Durante dos años, y con ataques combinados de Ícaros (islas volantes), Walkyrias (aerodeslizadores blindados) y Nereidas (submarinos anfibios), golpeará incansablemente las posiciones occidentales y logrará sucesivas victorias que invertirán el curso de la guerra: derrotará a los australianos en el Mar del Coral, a los neozelandeses en las Islas Kermadec, a los ingleses en Rimatara (Polinesia Francesa), a los estadounidenses en las inmediaciones de la Isla de Pascua. Aplica el protocolo Fantasma (psicotecnología radial invasiva) y técnicas subsónicas no letales (Vórtex Ánima), lo que le permite derrotar al ejército chileno-argentino-español y capturar a un millón de soldados en la Batalla de Tierra del Fuego.

Tras estas contundentes victorias es ascendida a almirante y asume el mando unificado de todos los ejércitos de Asia-Pacífico. Tiene 30 años. Las dudas la corroen. Se siente sola. Se siente abrumada por una guerra que detesta. Al mando de la flota china, japonesa, coreana y malaya, y siempre en inferioridad de condiciones, inflige serias derrotas a los estadounidenses en Micronesia, a los rusos y canadienses en el Mar de Bering, a los mexicanos en el Trópico de Cáncer. Por último, en la Batalla de Kure la flota estadounidense resulta completamente destruida, así como los escudos antimisiles que protegen América del Norte y América Central. El Alto Mando ordena a la almirante Hikari arrasar con misiles nucleares la costa Este de Estados Unidos y México. Ella se niega y es inmediatamente relevada del mando y arrestada. Mientras es sometida a un consejo de guerra en Midway, un repentino contraaque de remanentes de la flota mexicana captura la isla y Hikari es apresada y trasladada al campo de concentración de las islas Marías, donde permanecerá hasta el fin de la guerra. Durante el internamiento es torturada para que revele los códigos de seguridad del Cielo, el ahora impenetrable escudo de defensa de extremo Oriente. Obstinada, frustra ese propósito. Estoica, jamás dirá una palabra de aquellas inconfesables vejaciones.

Después de la guerra regresa a Japón y colabora en las tareas de reconstrucción del país. Reanuda su activismo político y ecologista. Practica la meditación Zen, planta árboles, cuida a los afectados por la radiación. Ocupa la cátedra de física cuántica y matemáticas aplicadas de la Universidad de Osaka. Poco después, viaja a Pequín y acude a una lectura poética de Aizhan Mazhilis, uno de los acontecimientos capitales de su vida. "Se me reveló no un mundo, como dirían los afectos a la grandilocuencia (es decir, los poetas)", escribirá, "sino algo pequeño, inmensamente pequeño y cálido: la corriente de la vida que acoge, el soplo leve, eufórico, que lo impregna todo y que desconocemos, y que nos ampara, y nos cuida aunque parezca negarnos". Ambas mujeres establecen un estrecho vínculo de amistad no exenta de "rivalidad creativa" y mantienen una apasionada correspondencia durante treinta años (la edición crítica de este epistolario magistral ha sido supervisada por Jiang Li Qiao).

Hikari empieza a escribir. Esta iniciación tardía le permite eludir los errores y ensayos de juventud: la prehistoria balbuciente, el humus tentativo del que emerge toda obra perdurable. En 2072 publica su primer libro, Los haikus de Micronesia, donde, con delicado pulso elegíaco, da cuenta del miedo y sinsentido de la guerra. Cada poema es una de las innumerables islas del archipiélago, que hubo que conquistar una por una. Cada poema es un lamento, una estela funeraria por los que allí murieron, de uno y otro bando. Le siguen los ciclos Telúricas I-III, Cronosemias I-VII y Tectónicas I-IX, publicados a lo largo de dos décadas, donde inaugura la que con el tiempo será conocida como poesía fracturada o poesía tectónica: un método de escritura que pretende subvertir las raíces mismas del pensar y el sentir, "liberándolos de los corsés sentimentales, el monopolio de la razón, los apriorismos irreflexivos, los prejuicios que gobiernan una cultura mental que, en pleno tránsito hacia otro paradigma, no acierta a desarraigar sus cegueras, sus temores, su hambre no saciada, su sueño dogmático", escribirá la profesora Jiang Li Qiao, especialista en su obra. La poesía tectónica incorpora, más que ideas o elementos, aromas o resonancias de la deconstrucción derridiana, de la "filosofía estocástica" de la pensadora Hae-Won Park, de la matemática fractal, de la física del campo akásico, de la pintura abstracta, de la música espectral, de la música tradicional japonesa, del origami y el neo-haiku, del cine de Apichatpong Weeresathakul, del cine documental de Azumi Tairaka, de la observación minuciosa y apasionada de la vida ínfima en todas sus manifestaciones.

Paralelamente a su producción poética desarrollará su labor como narradora de cuentos infantiles: Donde sueñan los Totoros, Crónicas de azul y embriaguez, El dulce existir, Euforia, El ánfora parlante, Su cielo dentro o Éxtasis de un mosquito son libros de una desbordante imaginación ubicados en la encrucijada entre varios mundos: los mitos de creación orientales y la antigua Grecia, la cuna europea de los cuentos y el taoísmo, el clasicismo y la posmodernidad, la caricia y el temblor.

Entre 2069 y 2091 pasa largas temporadas en Sao Paulo y otras ciudades brasileñas, donde entra en contacto con el movimiento de los poetas "asíncronos", y en especial con su representante más destacada, Adriana Aleshanee Bianca do Sul, que la describe como "una mujer pequeña y severa, fácilmente irónica, de una inteligencia solar inalcanzable, pero también tierna, con esa ternura que emana del cuerpo y no se piensa; y aunque irradiaba una tristeza indefinida, uno la sentía alegre por dentro, como algunos personajes de Clarice Lispector. Natsuki era profundamente enigmática y dejaba tras de sí la huella fragante de quien no se resuelve a sí misma". En Brasil escribe Amor Akasha, donde aplica los principios y ecuaciones de la cinética subcuántica a las emociones; será considerado su libro más excéntrico e imperfecto, escrito, según confesará, "en un éxtasis lúcido, en una constelación salvaje, en un momento amante, animal". Compone y graba varios discos de canciones en los que funde la bossa nova, la música tradicional japonesa y la electrónica con ritmos afrocaribeños y leves pinceladas de chanson, reagge, soul-town, funk y habanera. Brasil será una de sus más inextinguibles pasiones.

En 2091 se exilia voluntariamente a un lugar desconocido de las montañas volcánicas de la península de Kamchatka, donde pasa sus últimos años. Se sabe poco de su vida en ese tiempo de silencio y reclusión, salvo que escribe otros tres poemarios: Venus Urmutter en 2091, Tu abisal en 2095 y Aquietar en 2097; en ellos se percibe una renuncia a la búsqueda de nuevas formas expresivas y la llegada de un tono confesional inédito, arraigado en la inmediatez de la experiencia vital. Se trata de una poesía eminentemente fenomenológica, una confesión sin confesión, una autobiografía sin vida. Sin embargo, los hallazgos formales previos imprimen una inflexión singular a esos poemas suavemente crepusculares, alimentándolos con su vibración subterránea. La crítico Ngam Chit Lawan resumirá su obra con estas palabras: "Para los hábitos mentales del siglo XXI, la poesía tectónica de Natsuki Hikari supuso un giro copernicano equivalente a la filosofía kantiana o la exposición de la teoría general de la relatividad en épocas pasadas. Por primera vez la escritura se emancipaba realmente de los moldes mentales preconcebidos e iba más allá del lenguaje, sin parapetarse en los juegos surreales o el mero balbuceo incoherente. Por primera vez el temblor era la guía; el desasosiego fecundo se convertía en una línea geodésica, una orientación y un umbral; la elipsis, la arritmia, las geometrías multidimensionales pasaban a ser el eje a partir del cual construir arquitecturas imaginarias en el lenguaje. No sería descabellado definir esta poesía como "literatura cuántica", por la imposibilidad de determinar simultáneamente la posición y la velocidad de la escritura: el ojo del observador y el fuego en el verso. Pero hay una comparación más precisa: al igual que algunos cantantes no emiten una nota pura sino que "vibran alrededor de la nota", la poesía tectónica percute alrededor de su enunciación, segregando un magma sensorial y multiplicando el asombro: la resonancia, el aura vibrante de las palabras, al fin viva, ilimitadamente viva".

El 1 de enero de 2100, a los 67 años, pone fin a su vida en una ceremonia de seppuku meticulosamente orquestada. Quienes la asisten afirman que se marcha en paz y con una sonrisa atemporal, beatífica, radiante.

En Desierto con fondo de niña, Aizhan Mazhilis escribirá: "La primera impresión que me produjo Natsuki Hikari fue de fragilidad. En aquella mujer menuda había un corazón-elefante y una infinita capacidad de amar y escuchar, de escuchar y compensar los desequilibrios del mundo con una atención fuera de lo común. Pocos adivinaron la delicadeza extrema, la enorme vulnerabilidad bajo su aparente calma, su mente analítica, su pavorosa inteligencia. Ella era el junco más bello. El grito más bello. Sé que lo que voy a decir sonará extraño y tal vez incomprensible, pero no importa: ella era un ser que se dejaba ser hasta el fondo de sí misma, hasta la desafinación, hasta la desmesura. Incluso en el quiebro ella era unísono, el arraigo para todos los que en aquellos tiempos convulsos sufrimos y amamos y buscamos nuestra brújula, nuestro oriente en el mar de los Sargazos. Su delicadeza imantaba el existir. Es todo cuanto sé. Es lo que he amado".

  Fuente: Enciclopedia de Literaturas Panasiáticas, Akira Junichiro (comp.), vol. XII, Osaka: Mizuki Publishers, 2ª edición ampliada, 2156.


 
 
 
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12 comentarios:

vera eikon dijo...

Ante textos como este se me entrecorta la respiración, la palabra se propaga por la sangre, y ese es todo el oxígeno que llega a mi cerebro. Queda poco que decir. Sólo que entiendo que quien no vive de espaldas a este mundo, caerá en esa aparente contradicción, que es asunción de vida, y asunción del otro. Gracias por compartir este texto. Estoy arrobada. Te mando un cálido abrazo en esta primavera que parece haber renunciado a sus atributos...

Darío dijo...

Todas las existencias incendias, todas, son las que permiten que el mundo siga dando vueltas, todavía. Alcanza todavía.
Un abrazo.

rubén m. dijo...

Genial! Uno siente la necesidad de vivir cien años más para haber aprendido neo-japonés, leer "Tectónicas I-IX" en su lengua y traducirlas al español -o lo que exista entonces...

He imaginado a Natsuki: no, he respirado por ella y sufrido con ella y disfrutado de su paz y su sonrisa final.

Un abrazo!

Lola dijo...

Saber que puedan haber personas tan excepcionales me da alivio y esperanza en la humanidad.

Un abrazo

anamaría hurtado dijo...

Rotos los paradigmas, modificada la arquitectura espiritual y física del planeta, dados los inconmensurables olvidos, los recuerdos fragmentados,las nuevas invenciones, nuevas humanidades, las literaturas y las ciencias se han mezclado tanto con la vida que a veces es difícil distinguir què ha pasado con los imaginarios después que fuimos devastados, y ahora, desde esta zona de la tierra, tan cercana a Brasil, en que primero llega la música que las palabras, me pasa con Natsuki lo mismo que con Aizhan, la incredulidad de su existencia, todo parece ahora ser leyenda, vivimos renaciendo en un tiempo de creación de mitos, nos estamos reinventando,sin embargo, leyendo ese fragmento de la gran Enciclopedia Panasiática, que ojalá algún día pueda tener ante mis ojos, me vino a la memoria una antigua canción infantil que me cantaba mi abuela, (aunque no está referido que Natsuki compusiera canciones infantiles)tal canción con algo de bossanova estaba hecha de sonoros silencios, gemidos intercalados de ebulliciones guturales, frases palindromos, palabras inconclusas, silabeo susurrante... todo aquello provocaba un estado de éxtasis y el comienzo del sueño. No sé por qué pienso que Natsuki tuvo algo que ver con aquellas canciones de la abuela ...
Gracias a ti por hacer más cercana esta nueva humanidad
abrazos desde otros mares

Say dijo...

Stalker,
he conocido el lugar donde Natsuki Hikari se exilia voluntariamente. nómada de exilio en las tierras urales, he recorrido la extensa planicie siberiana, he cruzado la taiga, pantanos, lagos, los montes Sayanes, y los volcanes activos de la península de Kamchatka. en uno de los campamentos encontré a Aizhan Mazhilis que me habló de Natsuki, y yo le hablé de ti, Stalker. que es por ti, que yo sé de sus vidas. hablábamos en medio de la helada, sus pestañas blancas de escarcha hacían brillar más, sus ojos negros, mi corazón latía como si hubiera corrido miles de verstas sin descanso. estaba atardeciendo y una espesa niebla comenzó a cubrir las montañas. entonces entramos al refugio de la tienda donde había fuego encendido. por la noche salimos a ver las estrellas. por la mañana nos abrazamos y nos despedimos sabiendo que nos volveríamos a ver muy pronto.

Stalker, yo como Anamaría, deseo que llegue el día en que pueda tener la Enciclopedia de Literaturas Panasiáticas en mis manos, porque como la bella ave zancuda dice, sus biografías nos dan aliento para seguir...

P.D. yo creo que sí, Anamaría, Natsuki ha tenido que componer canciones infantiles tan hermosísimas como aquella canción que te cantaba tu abuela...

un abrazo desde tierras volcánicas!

Stalker dijo...

Vera!

muchas gracias por tu entusiasmo!

me ha alegrado leerte, y aunque la primavera parezca haber renunciado a sus atributos, hay mucha energía que renace, muchos brotes tiernos en tus palabras! Es magnífico sentirlo!

Abrazos!

Stalker dijo...

Darío:

alcanza todavía...

si el mundo fuera susceptible de ser salvado (esperemos que lo sea), podría salvarse en un adverbio...

todavía, o casi, adverbio en la existencia incendidada, en el asombro que permanentemente nos recorre...

gracias por seguir el tenue rastro de miguitas...

Stalker dijo...

Rubenóvich:

gracias por acompañarme en estas pequeñas andanzas imaginarias...

lo increíble es que yo también he vibrado con esta vida ficticia, como si fuese real...

y me encantaría leer esos libros, estoy deseando hacerlo!

un abrazo!

Stalker dijo...

Lola:

a mí también, esperanza, alivio, un cierto calor interior...

incluso en el infierno, incluso en el más absoluto desamparo, algunos seres saben encontrar un átomo de belleza y devolverlo al mundo...

un abrazo!

Stalker dijo...

Anamaría:

qué maravillosa canción la de tu abuela!

si cierro los ojos parece susurrarme muy cerca, aquí mismo, donde respiración y mito se enlazan...

abrazos que unen mares y océanos!

Stalker dijo...

Say!

pero qué maravilla!

gracias por correr verstas infinitas por la tundra y haber vivido aquel intenso y especial encuentro!

si cierro los ojos os adivino allí a las tres, bajo aquellos cielos, cerca de los volcanes, abstraídas en la dulzura compartida...

muchos abrazos!!

 
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