martes, 11 de noviembre de 2008

Pavorosa belleza II (digresión insustancial)


¿Un cuadro en una exposición de arte contemporáneo? No, la nebulosa Carina fotografiada por el Hubble...

Al observar el universo circundante, hay preguntas que nos acosan con más fuerza que otras. En una estructura tan inconmensurable, ¿es posible que estemos solos? Recuerdo que un hombre de la antigüedad, cuyo nombre no recuerdo, establecía el siguiente símil: pensar que estamos solos en el cosmos es como creer que, si sembramos una parcela infinita con infinitos granos, sólo brotará una semilla.
Siempre he tenido el convencimiento de que la vida es un fenómeno común y abundante en el universo. Es en extremo pretencioso creer que somos únicos: un residuo cultural de la concepción antropocéntrica ptolemaica, no del todo extirpado. Las razones para pensar así son obvias: la proliferación de galaxias, estrellas y sistemas planetarios es tal, que aunque la posibilidad de que la vida arraigue sea remota, por una mera cuestión estadística, ha de ser forzosamente muy abundante. De hecho, a poco que lo pensemos lo verdaderamente insólito, la hipótesis más inverosímil, es que estemos solos, una minúscula mota de polvo en una construcción indescriptible que, para rizar el rizo, ni siquiera sabemos si es finita o infinita porque, probablemente, esos conceptos, pergeñados por la humana razón, no pueden aplicarse en escalas tan desmesuradas y seguramente no tienen sentido más allá de nuestra mente.
Se han hecho especulaciones de todo tipo. Paul Davies hablaba de cientos de miles de mundos habitados sólo en nuestra galaxia, y quizá varios miles de civilizaciones o comunidades tecnológicas que coexistirían simultáneamente en la Vía láctea (entendemos por comunidad tecnológica aquella que empieza a utilizar herramientas para cambiar su entorno), pero tan alejadas entre sí que la posibilidad de que se encuentren es computable en cero, al menos si las leyes de la física conocida son correctas. Por lo tanto, y en esto estoy de acuerdo, nada de ovnis ni marcianitos verdes; así como la posibilidad de que el universo rebose de vida es más que factible, la probabilidad de que hayan llegado hasta nosotros, de que hayan reparado en una estrella media, insignificante, en los arrabales de nuestra galaxia, y que hayan conseguido salvar los abismales espacios siderales para llegar hasta nosotros, es tan remota que no merece ser tomada en consideración.
Otro asunto es lo que entendemos como vida. En la Tierra, la bioquímica se basa en el carbono; es asombrosa la gran variedad de formas que se han producido a partir de elementos tan simples, básicos y repetitivos. Cuando los científicos buscan evidencias de vida en otros planetas del sistema solar, se limitan a extrapolar lo que conocemos de nuestro propio sistema: buscan vida basada en el carbono y que se haya dado en condiciones similares a las de la Tierra. Pero la vida surgió cuando nuestro mundo era inhabitable y se ha ido adaptando a los sucesivos cambios. Y la vida puede basarse en otras sustancias aparte del carbono: puede basarse en el silicio, en metales pesados, en gases… una forma de vida basada en el silicio sería tan ajena a lo que entendemos por vida que probablemente la confundiríamos con materia inerte. Inteligencias basadas en estructuras atómicas diferentes seguramente no se reconocerían, una a la otra, como vida. Y esto plantea un grave problema, porque si existe vida ahí fuera, nos resultará muy difícil de detectar. Por eso resulta un poco penoso que el Voyager incluyera discursos, canciones de los Beatles, dibujos… quienes lo diseñaron pensaron acaso en extraterrestres homínidos con sentidos de percepción homologables a los nuestros, pero lo más probable es que una civilización extraterrestre que encontrara ese primitivo invento terrestre no sólo no pudiera comprender su contenido, sino ni siquiera percibirlo… Verosímilmente, si por un extraño azar los extraterrestres estuvieran en nuestro mundo, no advertiríamos su presencia, ni ellos la nuestra.

Sombra proyectada por una de las lunas de Júpiter sobre el gigante gaseoso (no digáis que no es hermoso...)

La obsesión por buscar agua en otros planetas es otro síntoma de la cerrazón científica: creen que, puesto que en nuestro mundo el agua es el “caldo de cultivo” esencial, habrá de ser así en otros lugares susceptibles de albergar vida. No parece que este prejuicio (=juicio previo) tenga ningún fundamento. Y habría que ver por qué Europa, la luna de Júpiter, con sus océanos y lluvias de metano, no podría presentar vida, aunque fuera microbiana, pero con una bioquímica completamente diferente a la que conocemos.
Olaf Stapledon y Stanislaw Lem han concebido formas de vida inteligentes cuyos patrones de conducta y comportamiento difieren tanto de lo que conocemos que no podríamos hacernos una idea de cómo sienten, piensan y son. Organismos unicelulares gaseosos que, unidos en una nube electromagnética, conforman una mente múltiple… de todos modos la ciencia ficción combina elementos ya conocidos en nuestro mundo, los combina y sobredimensiona metafóricamente, y ya tenemos al extraterrestre dibujado. Intuyo, sin embargo, que la realidad es mucho más misteriosa, fascinante e inescrutable…
Luego tenemos la hipótesis Gaia: la tierra es un ser vivo, como pueden serlo los otros planetas y las estrellas. Quizá las galaxias o los cúmulos de galaxias sean seres vivos equivalentes a las células de nuestro cuerpo, que tienen una vida independiente pero ignoran la vida de conjunto en la que están inmersas. ¿El universo podría ser un inmenso ser vivo formado por muchos estratos de vida que no pueden comunicarse entre sí? Si la tierra es un ser vivo, ¿quizá su sistema neuronal esté formado por el conjunto de la humanidad, al igual que un cerebro humano está formado por células que viven y mueren de manera independiente pero están sometidas a una profunda interconexión? Una neurona no piensa por sí misma, no puede acceder al pensamiento que genera la superestructura que la engloba. Así, un ser humano ignoraría el pensamiento comunitario engendrado por toda la humanidad. Quizá nuestro mundo-Gaia, por seguir con esta idea, sufra una depresión o una grave enfermedad mental en el momento presente.
Todo esto son ideas más o menos delirantes, pero no podemos demostrar que son falsas, ni que son ciertas. Lo fascinante es pensar que, si fueran ciertas, en modo alguno podríamos concebir qué es o como funciona la “conciencia” de la tierra o de una estrella, así como una neurona de nuestro organismo es incapaz, por sí sola, de pensar, soñar, recordar, sentir. Ni siquiera podríamos decir, en caso de que fueran seres vivos, que los cuerpos celestes tienen “conciencia”. Es una palabra demasiado humana, demasiado pequeña y lastrada para ser aplicada en otro nivel. Como todas las palabras humanas, por otra parte.
Sería bueno que abdicáramos de los nombres con los que acotamos lo real y afrontáramos el mundo desde la desnudez, como quizá hacen los animales y las plantas. Pero ya empiezo a divagar y aquí lo dejo.

7 comentarios:

Tänzerin dijo...

Lo de abdicar de los nombres que ponen coto a lo real y volver a afrontar el mundo desde una desnudez primitiva y natural, entronca con algo que has publicado de Maillard y que acabo de leer, 'quiero volver allí donde mi cuerpo es alimaña'..
Y dejar de usar la cabeza -supongo- como hemos aprendido, manejada por mecanismos externos a nosotros.

Stalker dijo...

Así es, Tänzerin, sólo que en Maillard la expresión es más concisa, potente y afortunada. "Quiero volver allí donde mi cuerpo es alimaña"... menudo verso.

Abrazos

soperos dijo...

alguien con toda probabilidad esté comiendo una naranja en este preciso instante

alguien que nunca conoceré

alguien hermosamente inútil

como yo o como un cerdo

--
muchas gracias, stalker.

òscar.

verificación de la palabra: rodaski.

Stalker dijo...

Alguien comerá una naranja y no dirá yo.

Alguien comerá una no-naranja y dirá yo.

Alguien que no será un yo comerá una no-naranja.

Vencido y hermosamente inútil, el silogismo traduce esa realidad otra y simultánea.

Mientras tanto, la cabra se acerca y se come lo que queda de la naranja, ajena a estas filosofías...

Abrazos

Ana Hidalgo dijo...

sí, stalker, esa absurda manía de acercarnos a lo desconocido desde nuestro conocimiento, desde nuestro saber, cuando a lo desconocido hay que ir completamente vaciado, igual que al otro hay que ir sin yo -para no caer en la incomprensión, para no caer en el desamor y en la violencia.

un beso. buenas noches. pavorosa belleza II ha sido han sido tan golpe como la primera, así que gracias por volver a golpearme incluso a estas horas de la noche, quizá precisamente cuando más falta le hace a una el golpe es ahora, que está sintiendo como el sueño viene y hay completo ensimismamiento, completo yo sin ningún otro.

Stalker dijo...

Ana, me alegra golpearte de esa manera, y que el golpe te conduzca al sueño...

Anónimo dijo...

Qué curioso... Todo lo que dices lo tenía yo pensado, pero sin palabras. O tal intuido. Hay que tener tiempo, saber unir muy bien los conceptos, haberlos leído o intuido antes y quererlos expresar de una manera propia. Gracias por darme la oportunidad de poder citar tu texto cuando, algún día, alguien me pregunto sobre qué creo yo de todo eso: le daré la dirección de tu blog y el nombre de esta entrada.
Me ahorraste casi una vida para poder decir algo que siento como propio.
Ay... el tiempo... Lo intuyo como un nexo que lo une todo. Pero no lo sé explicar.
Un abrazo desde alguna de las galaxias lejanas.

 
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