viernes, 9 de abril de 2010

La memoria en lento alud. Simetrías, destellos, resonancias.





Una secuencia de la película Doro no Kawa (1981), “Río turbio”, de Kohei Oguri. El pequeño Nobuo descubre una barca atracada a la orilla del río o canal junto al que vive. Conoce a un niño y una niña, hermanos. No van a la escuela. Viven en la barca. Juegan. Se ocupan de las tareas domésticas. La barca consta de dos habitáculos: en uno viven los niños y en otro su misteriosa madre, de la que sólo conocemos la voz (sólo llegaremos a verla muy avanzada la película; el padre, no hace falta decirlo, está ausente y prácticamente nunca se habla de él). La voz-madre, emergida de un cuerpo invisible, imparte órdenes que son obedecidas con una sumisión automática y una precisión extraordinaria. Nobuo se hace amigo de los niños, viven diversas aventuras –triviales a ojos de los adultos, infinitamente significativas y emocionantes para ellos-; la madre seguirá siendo una figura misteriosa para Nobuo: lejana, inescrutable, intocable. Nunca la veremos tocar a los niños ni ejercer sobre ellos otra cosa que no sea una lánguida cortesía distante. Nunca saldrá de la barca ni sabremos a qué se dedica (algunos indicios sugieren la prostitución).

A lo largo de la película, algo, un leve estremecimiento, se insinúa en mi conciencia de espectador. De pronto descubro que la película presenta una situación estructuralmente idéntica a un episodio de mi propia infancia que hacía muchos años que no recordaba.

Pasé parte de mi niñez en Ohanes, un apartado pueblo de montaña en las Alpujarras almerienses. Vivía en un caserón lóbrego, enorme, en una calle empinada (como todas las del pueblo, que parecía siempre a punto de escurrirse por la ladera de la montaña). Unos veinte metros calle abajo había una casita destartalada, casi en ruinas. Ahí, a los ocho años, un día descubrí que vivía una niña cuyo nombre no consigo recordar. Tenía el cabello oscuro, liso y largo, la piel aceitunada, y los ojos eran de un verde intenso que te atravesaba. Aquella niña, al contrario que yo, no iba a la escuela. Aquella niña vivía sola en aquella casa, sola con su abuelo. Y aquí es donde la analogía trabaja de forma más impactante para mí: su abuelo, como la madre de los niños en la película, era una presencia invisible. Era sólo una voz que surgía, a veces áspera y remota, de la parte alta de una escalera interior. Era una voz neutra que sólo impartía órdenes a la nieta: órdenes que eran recados sucesivos que la niña tenía que cumplir con precisión de metrónomo.

Aquella niña y yo nos hicimos amigos y jugábamos en los intervalos de los recados del abuelo. Recuerdo que me acercaba a la puerta de su casa (una puerta que estaba siempre abierta, de día y de noche) y la llamaba. Nunca me atreví a entrar en la casa, ni se me invitó a hacerlo. Si ella no estaba, me respondía la voz indefinida del abuelo, desde lo alto de una escalera estrecha cuyo final resultaba invisible desde mi posición en el umbral.

Jugábamos a muchas cosas, pero se me ha borrado casi todo. Sí conservo, intacto, el recuerdo de cómo leíamos el cómic de un pato verde con una gabardina, previsiblemente un detective privado, y proyectamos hacer una pequeña obra de teatro basándonos en él. La obra nunca se llegó a realizar, pero pensamos en todo –vestuario, escenario, en definitiva todas las cuestiones relativas a la puesta en escena, término que, evidentemente, desconocíamos- e incluso nos llegamos a aprender los diálogos, que ensayábamos con fervorosa diligencia todas las tardes…

Es curioso que, por más que me esfuerce, no recuerdo el nombre de mi amiga, pero sí su voz. La voz: lo más íntimo que tenemos, lo más interior-exterior, la verdadera piel del alma. Tocar la voz del otro y acariciar su textura como si se deslizaran los dedos por telas exóticas, reconociendo la trama, la pulsión, el estar del otro. Aquietarse ahí, en ese dentro súbitamente exteriorizado de la voz con el que siempre, con la atención dispuesta, podemos armonizarnos.

Poco después, la niña y el abuelo desaparecieron misteriosamente, sin dejar rastro. Como los niños y la madre de la barca al final de la película Doro no Kawa. No volví a saber nada de ella, ningún vecino supo los motivos de la partida, ni adónde se dirigieron. Llevo dos días preguntándome qué habrá sido de aquella niña, si estará bien y si en algún momento de su vida habrá recordado nuestros juegos y los entrañables diálogos del cómic del pato detective…

La memoria quizá funciona así: opera por analogía, si se le presenta una construcción que vibra en armonía con esas imágenes borrosas o enterradas, de pronto éstas despiertan, nos reclaman. La memoria: palimpsesto, pero también caja de resonancia siempre dispuesta a que se activen las huellas, las señales de combustión, los significados calcinados del pasado. Esas esquirlas de la memoria, invisibilizadas por la opacidad de las infinitas capas de recuerdos que va acumulando el proceso de decantación de lo cotidiano, emergen, se recomponen y revelan su secreta urdimbre. Se nos muestra, entonces, un relato coherente que pide que nos reconozcamos en él. Basta una imagen fundacional, un sonido, un mínimo destello, para que se active el efecto resonancia y el géiser, el hambre, la falla tectónica, quieran despertar.

Nada que no se haya pensado ya con gran sutileza y penetración, pero… qué nuevo, qué sorprendente, qué infinito cuando lo vivimos carne adentro, y descubrimos que no es sólo un hábil recurso literario.

He elegido estos dos fotogramas de la película porque son la mejor manera que tengo de acercar las sensaciones que me invadían al aproximarme a aquella casa. Esa curiosidad, esa perplejidad, ese tiempo que se empoza en el mirar. Los ojos de ese niño también fueron mis ojos, quizá nunca dejaron de serlo…

46 comentarios:

Lena yau dijo...

Nunca dejaron de serlo.

Por eso saben volver.

Me pregunto, igual que tú, si esa niña se conserva en aquellos ojos verdes.

Fascinante entrada!

Madison dijo...

Que hermosa historia, que jugadas hace la memoria, siempe lo pienso ¿cómo es posible que no recordemos algo tan importante como en este caso es el nombre de una persona que se tuvo una relación continuada?
Hubo risas, juegos, proyectos, en la mejor época de la vida.

A veces miro fotografías de amigas y no consigo recordar sus nombres, me da mucha rabia.

Has conseguido que me interese por la película, no recuerdo haberla visto.
Me ha impactado la mirada del niño.

Se intuye que eres una gran persona, disculpa mi atrevimiento por decirtelo, espero que no te moleste.
Un abrazo

Eastriver dijo...

La voz, dices. Sí, amigo, la voz, tu voz. Ni te figuras cómo he disfrutado literariamente con tu cuento. ¿Es un recuerdo? ¿Es un relato? Es un relato, naturalmente, aunque puede que sea cierto que es también lo otro. Como lector me importa menos. Como lector me importa el efecto. Descubrí en tu voz a un encantador de serpientes, que es seguramente el más noble oficio. Quien es capaz de conjurar el tiempo y burlarse a cada minuto un poco de él.

Luego, además de la intensidad narrativa, que me emocionó porque me llegó, están todas las digresiones. La de la voz, fundamental. La del recuerdo como un palimpsesto que se perpetúa eternamente. La del lejano paraíso afortunado de la infancia que retorna siempre. La de las analogías del alma (y del cuerpo, añado).

Igual tú y yo, como amigos, íbamos a pelearnos todo el rato. Pero en cuanto te pusieses a contarme un cuento ahí estaría, en silencio, en comunión con la palabra y con la voz. Como me quedo siempre que alguien quiere ganarme por el lado de la verdad más radical que es la verdad humana: o contándome un cuento, que viene a ser lo mismo. Un abrazo.

Isabel Mercadé dijo...

¿Creo que fue Mae West quien dijo: "cuando soy buena, soy buena, pero cuando soy mala, soy mejor"? Pues eso he recordado yo leyendo a Stalker, cuando da la palabra a otros, es bueno, cuando se la da a sí mismo -que son las menos veces y qué bueno sería que lo hiciera con más frecuencia- es mejor, mucho mejor.
Hermosa voz llena de ecos, volveré a releerla.

Leonardo dijo...

Bella historia. Siempre que logramos rescatar algo de la infancia nos enriquecemos o dejamos de empobrecer, pues no hay mirada más rica ni más intensa. La memoria lo sabe y por eso lo olvida.
Y la voz, bellamente lo dices, un íntimo exterior. Y Recuerdo inmaterial. Pero, que, cuando cobra la forma de las palabras puede clavarse en lo íntimo y tornarse vinagroso silencio.
Gran regalo nos has hecho.
Un abrazo

Bashevis dijo...

que no dejen de serlo...

abrazo...

salud hermano.

Fackel dijo...

Stalker. Aunque no encaje aquí, quería decirte que viene un artículo de Chantal en BABELIA de hoy sábado.

http://www.elpais.com/articulo/portada/Palabras/respiran/elpepuculbab/20100410elpbabpor_5/Tes

Es sobre Canetti, uno de los monstruos que me (nos) deslumbran. Como a Chantal.

Resistir.

Fackel dijo...

Importante y vital, Stalker, que la voz -la propia y las que preservamos íntimas y exactas, y por lo tanto son parte también de la nuestra- no se nos caigan al pozo, sin posibilidad de retorno. Porque estaremos perdidos. Tiempos estos en que el pozo sin fondo acecha. No me refiero al pozo donde podríamos reconvertirnos en las fuerzas telúricas que nos nutren, ni donde deberíamos reencontrarnos con nuestra esencia, siempre en búsqueda. Amenaza ese otro pozo negro, literalmente fecal y maloliente, de la desidentidad, el de la entrega al mejor postor, el de la venta de nuestra primogenitura personal. Ese pozo donde ya no sabes quién eres y del que beben los malvados y corruptos de nuestro tiempo. Justo esos que auspiciarán soluciones de orden con una patente de corso absolutamente falaz. El crimen no es sólo el efecto. Es una sementera, un crecimiento oscuro y pausado, una práctica cotidiana donde se va condenando el pensamiento. Canetti me enseñó a pensar las cosas, es decir, los acontecimientos, las manifestaciones, los fenómenos, por más insignificantes que parezcan, precisamente en su imprecisión, en su capacidad de permanecer perpetuamente abiertos y generadores de otros. Su método no es ninguno de los que llevan sesudos nombres históricos en el siglo XX. Pero con él llego más a esas cosas que están no sólo fuera sino además dentro de mi. Y me hace valorar la memoria, y me regeneran, y me dotan de expectativas individuales que yo sólo conozco. Mi combate con la memoria es aproximación y aprendizaje, no rechazo. En tiempos de desprecio de la memoria por parte de muchos ciudadanos, mi memoria personal y la colectiva, que asumo como mía, es un tesoro y ejercitarla me hace captar, disfrutar, entender, comprender. Creo que sabes por dónde voy. En el sotobosque puede estar preparándose de nuevo el fuego de la sinrazón. Tal vez siempre trata de cundir, aunque no siempre lo logre. Precisamente porque se nutre de la carencia o infravaloración de la memoria.

Un abrazo.

Say dijo...

Cuando recordamos cosas de la infancia nunca se parece a nada que podamos recordar y que nos haya ocurrido en el resto de nuestra vida.
En la infancia se viven los acontecimientos de forma espontánea, misteriosa y llenas de soledades e interiorizaciones absolutas.
Luego, por los resquicios que hemos dejado en esta vida de ahora, encorsetada y llena de muros, vienen los recuerdos de la niñez..."que pide que nos reconozcamos" en ellos.

"Los ojos de ese niño también fueron mis ojos, quizá nunca dejaron de serlo…"

Creo que nunca dejarán tus ojos de ser los ojos de aquel niño.

Un abrazo

Arturo Borra dijo...

Querido Stalker, aunque no ví la película, el relato me transportó a otro tiempo y no es difícl en ese contexto que la memoria se convierta en río turbio que trae presencias extemporáneas.

En cuanto a esa voz ¿vigilante? me sugiere un poco la invisibilidad que requiere todo aquel que ejerce un poder -si es que quiere lograr un efecto prolongado- pero no tengo claro si la película o tu relato van por ahí. Al modo del panóptico de Foucault, la voz recuerda que alguien vigila. Su acción es discontinua, pero al no verlo no podemos saberlo. Con eso, se logra de algún modo una constancia del efecto. Lo maravilloso que aquí recuperás es que ese ejercicio invisible no impide a su pesar las complicidades que se labran y una comunicación subrepticia que se gesta ahí. El desafío a la autoridad ya está en marcha (y el abuelo, para el caso, no puede impedir el encuentro). Lo más bello: los juegos a espaldas, silenciosos... construyendo una intimidad de la voz, una presencia para compartir las búsquedas que los adultos suelen desalentar.

Gracias por esos fotogramas de tu infancia.

Va un fuerte abrazo,
Arturo

Leonardo dijo...

Apunta Fackel, con verdad, la apropiación de las voces que han formado la nuestra; Anduve pensando hoy (tu bitácora siempre nos deja pensando y es por eso que vuelvo a abusar de este espacio)en el recuerdo de las voces, por su aspecto particular. ¿Qué recordamos de esas voces que fueron parte de nuestra infancia? No frases (aunque puede haberlas), más bien un tono, un timbre, un acento, es un recuerdo muy "inmaterial" (mi vocabulario es muy pobre)y, sin embargo, preciso. Voces que, a su vez, fueron alimentadas por otras voces. Así, a veces, me pregunto qué rastro habrá de mis abuelos o de mis ancestros en mi voz, mientras la memoria reconstruye en su laboratorio esas voces que ya nunca volveremos a escuchar.
Como todo recuerdo sensorial, las voces también reconstituyen un paisaje de manera más eficaz que otras formas de memoria, así como lo muestra tu relato que, de alud llegó a ser caja de resonancia no sólo para ti sino para tus lectores.
Un abrazo

Javier dijo...

Qué recuerdos nos traes, y de que manera van desprendiéndose de ellos esas perplejidades que los engranajes de la memoria hacen posible. Bella entrada!. Nos asalta en el terreno de las reminiscencias y nos remite en direcciones distintas cuyos puntos de llegada se abren a nuevos punto de partida. Asombroso ahondar en esa materia espectral que es la memoria y que puede ser tantas cosas, incluso invención, pues como ha sido dicho tantas veces, la memoria también se reescribe ...y a veces se reelabora, al margen, sin que la conciencia alcance a dar aviso de alarma.

Tus palabras me sugieren imágenes de una niñez remota en la que, como tú, vivía apartado del estruendo citadino, imágenes que se superponen a otras, en un alud de recuerdos en el que veo miradas ajenas que dejaron ya de ser lo que eran. Y voces, esas fibras interiores que tan bien has descrito y cuya trascendencia en el reconocimiento del otro, es también para mí esencial. Voces. cuando vienen del pasado traen tantas cosas consigo!.


"quizá nunca dejaron de serlo…"

quiza hoy se nos concedió ver a través de esos ojos.

Gran abrazo.

soperos dijo...

me imagino un ser sin memoria. alguien que solamente ama. acaso esos niños de la película y de tu infancia, la niña y tú, no os dedicabais a eso?

amar lo que se ama, lo que se vive, como un pájaro en la rama...

¡cómo no amar tu entrada!

en realidad, nuestra memoria tiene únicamente dos formas de actuar:
o mata, o ama.

muchas gracias, querido hermano búfalo, gracias a todos.

besos,
ò.

tula dijo...

Te quedó su olor a libertad y estar cerca de su piel, es algo que no se olvida.
Esta bien recordar como lo haces, muchas claves de tu hoy están en ese ayer.
Me agrada como te explicas.
un abrazo,

Lola Torres Bañuls dijo...

Stalker no necesibas dejar ninguna foto para acercarnos más a tu relato-recuerdo de infancia.

El recuerdo de esa voz. Todo ese fragmento es espectacular.

Todo la entrada, todas tus palabras llenas de ternura y cierta melancolía.

Gracias Stalker.

Seguramente esa niña seguirá teniendo esos ojos y esa voz.

Un abrazo Stalker.

Lola Torres Bañuls dijo...

He leído vuestros comentarios es un lujo poderos leer. Gracias a todos, ´sois únicos.

Un abrazo.

Stalker dijo...

Lena:

yo creo que sí, que se conserva en esos ojos verdes. Y en nuestros juegos, sin duda algo de aquella vibración permanece aún en sus gestos cotidianos, expandiéndolos secretamente... Así se decanta lo cotidiano y sus sedimentos, a partir de los gestos que nos dicta la memoria, siempre,

abrazos

Stalker dijo...

Madison:

quizá el no recordar el nombre tenga su explicación en que es una etiqueta superflua, impuesta por los hombres para vivir en el mundo consensuado. Si hubiera sido su verdadero nombre (ese que nos define secretamente y no el que heredamos), tal vez su sonoridad habría arraigado en el "alma-raíz" (no sé por qué, siento la memoria como algo vegetal que segrega herrumbres, exoriaciones, detritus, no siempre útiles; el movimiento parece animal pero el movimiento-memoria, esa lenta tectónica de placas, es sin duda vegetal).

La película es una maravilla, no dejes de verla.

Me sonroja lo que dices en el último párrafo... una de mis máximas aspiraciones (¿debería decir "mínimas"?) es ser pequeño, crecer hacia abajo, o hacia dentro, hacia el sueño o hacia un umbral de visibilidad afectiva (ahí donde sólo nos ven quienes nos quieren). Ser tan pequeño como un niño, quizá.

abrazos

Stalker dijo...

Ramón:

las analogías del cuerpo, claro, no las olvido: a veces son sólo un reflejo, o el envés, de esas otras analogías que, a falta de otra palabra, decimos del "alma". Tal vez no haya otra cosa que cuerpo, tal vez el alma sea cuerpo, ese cuerpo que se enraíza en la memoria vegetal y, a veces, sucumbe al reclamo, la avalancha, la irrupción de los recuerdos que se alojan en las partes vulnerables del sistema defensivo mental y allí provocan metástasis, quebrantan, desalojan. La mente como un arsenal que es embestido por el cuerpo y cede gozosa a la capitulación...

No sé si es un relato. Ocurrió así. Tal vez todo es relato. Nos historiamos para buscar cobijo a la orfandad, para intentar reparar la desesperada intemperie, la ex-posición que nos legaron al nacer. El relato es una forma de suturar ese íntima fractura del ser en el mundo. Por eso nos gusta que nos cuenten cuentos, por eso el cuento nos lleva al regazo materno, al sueño. Nos hacemos historia para acallar las múltiples voces que nos conforman, para sellar la paz en esa disonante heteronimia y salvar la ilusión de la identidad.

abrazos

Stalker dijo...

Bel:

gracias por tus palabras. Seguimos aquí, sin imágenes, en presencia compartida.

abrazos

Stalker dijo...

Leonardo:

"Recuerdo inmaterial. Pero, que, cuando cobra la forma de las palabras puede clavarse en lo íntimo y tornarse vinagroso silencio".

Gracias por mantener el cauce y la atención simpre dispuesta.

abrazos

Stalker dijo...

Bash:

no dejarían de serlo, aunque quisiera...

salud, hermano

Stalker dijo...

Fackel:

ya leí el artículo. Excelente eso de que el aforismo es la física atómica del ensayo. Y lo de la sinfonía, etc. La humildad, también.

salve

Stalker dijo...

Querido Fackel:

"Creo que sabes por dónde voy. En el sotobosque puede estar preparándose de nuevo el fuego de la sinrazón. Tal vez siempre trata de cundir, aunque no siempre lo logre. Precisamente porque se nutre de la carencia o infravaloración de la memoria."

Sé perfectamente por dónde vas. Desde aquí puedo oír cómo algunos afilan los cuchillos. Cómo algunos quieren regresar con ánimo de revancha, para anquiliar la memoria y convertirnos en mercancía degradada. Mercancía ya lo somos, pero a algunos no le basta: quieren deshumanizar, desidentificar, matar no sólo lo racional sino lo animal. Que quede sólo una legión de espectros condenados a la amnesia o, cuando menos, a un ininteligible balbuceo.

Creo que nos toca la tarea de impedir que esas huestes vuelvan ilegible el mundo. Queda poco tiempo, y la escritura del mundo se desvanece, difumina sus contornos y parte hacia otras latitudes...

abrazos

Stalker dijo...

Say:

interiorizaciones absolutas... es ese vuelco total en lo que hacemos, esa intensidad de la mirada, la que me conmueve...

El niño se agacha para mirar la barca... y en ese gesto se cifra todo: yo mismo me agachaba para mirar. El punto de vista no era una construcción mental sino una postura física: algo tan elemental que lo hemos olvidado, porque en el mundo adulto habitamos abstracciones y olvidamos esa fenomenología del cuerpo que nos permitía acercarnos a las cosas. Las abstracciones, en cambio, actúan como profilaxis preventiva ante la eventual intrusión de una realidad a la que se ha dotado con todos los atributos de la perversidad; agrede, por tanto la mente nos defiende de ella. De pequeños, a veces el mundo dolía, pero el cuerpo nos acercaba a él. Nos agachábamos para mirar.

Cuánto trabajo de desalojo y desinfección aún...

abrazos

Stalker dijo...

Querido Arturo:

fotogramas de la infancia, sí. Pequeñas aberturas de comunicación entre mónadas. Juegos secretos y sin embargo explícitos en el doble cauce abierto de un niño a otro. Hay una semilla de rebeldía latente, pero como insinúas, lo esencial transcurre en otra parte, aunque no deja de ser cierto que el poder más abrumador y omnipotente es el que dicta consignas desde una inexpugnable invisibilidad; frente a esa ausencia de la voz totalitaria, sumariamente obedecida, los juegos al aire libre, el respirar ahí...

Va un fuerte abrazo

Stalker dijo...

Leonardo:

muy interesante lo que planteas. ¿Qué parte de nuestros antepasados continúa vibrando en nosotros a partir de esa memoria vegetal permanentemente reactualizada? Muchas veces he pensado cómo vivirían aquellas personas, a las que debemos la existencia, en el siglo XIX, en el XVII, en la época romana... Si pudiéramos abrir una brecha en el tiempo y escudriñarlos, ¿nos sorprenderíamos descubriendo en ellos algunos de nuestros gestos, alguno de los ritmos internos que nos son propios e intransferibles y que se transparentan en la voz? La memoria de la especie es caudalosa e infinitos sus afluentes, y aquí estamos: enlaces, vínculos de transmisión de un material genético que avanza, imparable, y se despeña por los abismos del tiempo, de época en época. Es interesante, también, imaginar qué parte de nosotros pervivirá en nuestros descendientes, dentro de un siglo, por ejemplo. 2110... da vértigo pensarlo, pensar que ninguno de nosotros estará aquí en esa fecha, sin embargo tan cercana. Qué huellas legaremos, qué forma de mirar atravesará otros ojos, ahora desconocidos, que a su vez se convertirán en afluentes de una trama infinita...

abrazos

Stalker dijo...

Marrast:

en efecto, el proceso de recordar, el mecanismo de la memoria, es analógico y está sometido a una hermeneusis permanente. Es una interpretación, no un registro. Por eso la necesidad de relato, para acallar las voces que emergen y nos asolan. El proceso de reconstrucción elabora diversas versiones de lo que fuimos. ¿Cuál es la verdadera? Probablemente todas, porque cada una atesora un núcleo de lo que fuimos, cada una desborda nuestro presente y nos interpela con una interrogación fundamental.

Y esto me hace pensar que en nuestra conciencia existen varias estancias interconexas. A una la llamo "el espectro". A otra, el "campo de incertidumbre". La primera suministra enlaces, nódulos de pensamiento: es un mecanismo que genera sentido y se sitúa en la encrucijada del despotismo de la razón y la "anarquía" de los afectos. El segundo genera destellos, esquirlas, teselas: toda la metralla de lo que hemos sido, incrustada en la memoria más profunda, emerge ahí, a veces en estado de descomposición, exigiendo una "refundación gnoseológica"... Cuando ambas estancias intersecan se produce una iluminación: poema, latido, laceración. Para ello es preciso forzar el "campo de incertidumbre", someterlo a esporádicas interferencias con "el espectro". Lo dejo aquí, por ahora...

"quiza hoy se nos concedió ver a través de esos ojos".

Esto es ya de por sí un regalo que agradezco,

abrazos

Stalker dijo...

Querido hermano búfalo:

"en realidad, nuestra memoria tiene únicamente dos formas de actuar:
o mata, o ama".

Existe, quizá, una tercera vía, que tal vez pueda entenderse como la suma de las otras dos: amar en la disolución del vértigo, destruirse para volcarse en el otro. La conciencia compasiva.

Seres sin memoria... habrían creado un mundo de puro presente, un mundo de niños, gatos y escarabajos. Suscribo ese paraíso con fervor,

abrazos

Stalker dijo...

Tula:

"Esta bien recordar como lo haces, muchas claves de tu hoy están en ese ayer"

Sí, muchas claves, demasiadas. Y es una dicha que sea sí...

abrazos

Stalker dijo...

Lola:

estoy convencido de que sigue teniendo esos ojos y esa voz, y que está en alguna parte y alguna vez recordó al maravilloso pato de la gabardina...

abrazos

Stalker dijo...

Lola:

de verdad es un lujo leer estos comentaristas. Las entradas se hacen solas, se siente uno acompañado. Una experiencia única y maravillosa, de la que tú también participas con una agudeza muy especial (ave zancuda buscando gusanitos),

besos

rubén m. dijo...

Me ha encantado y llenado de una extraña melancolía no dolorosa: los ojos verdes de la niña, el pato detective con su gabardina, la voz exenta de la abuela. También tu reflexión sobre la voz como piel del alma, eso quizá explica mi miedo a cambiar de voz o perderla, que amenazaría tanto mi identidad como una deformidad facial o una quemadura. Lento alud, casimilimétrico. Preciosa entrada.

gracias

Belnu dijo...

Me ha encantado, Stalker. Lo que cuentas (muy bien dicho, con una precisión afinada) tiene para mí resonancias particulares, pues forcejeo con una novela de mi infancia, que me acosa y persigue y aterra al mismo tiempo. No sé qué ganará, si el acoso o el miedo. De momento, cuando no puedo más, abro ese archivo aterrador y dejo un trozo, unas frases, unos fragmentos. Pero pocas veces reúno el valor de revisar, de entrar ahí con el hacha o la hoz, me vuelvo tan gallina que me asombro a mí misma, sobre todo porque estar ahí me hace feliz. Y entonces? La única escena que me sé casi de memoria y que no encaja con lo demás tiene una luz que está exacta, exacta en dos escenas de La Infancia de Ivan, de Tarkowsky. Cuando las vi sentía palpitaciones.

Leonardo dijo...

Algunas apostillas

"a partir de los gestos que nos dicta la memoria"
- la memoria constituye uno de los rieles que conducen nuestras vidas, tanto aquellos de los que no tenemos conciencia como los otros que modifican la conducta.

"siento la memoria como algo vegetal que segrega herrumbres, exoriaciones, detritus, no siempre útiles; el movimiento parece animal pero el movimiento-memoria, esa lenta tectónica de placas, es sin duda vegetal".

-La memoria como algo vegetal, y húmedo, ecuatorial, bella imagen, y lenta en apariencia o, digamos, que es su estado natural, pero puede reaccionar con la rápidez de una víbora! Magma vegetal.

"Por eso nos gusta que nos cuenten cuentos, por eso el cuento nos lleva al regazo materno, al sueño. Nos hacemos historia para acallar las múltiples voces que nos conforman, para sellar la paz en esa disonante heteronimia y salvar la ilusión de la identidad".
- Dices para acallar las múltiples voces, yo diría (algo que tú ya sugieres) que es para hacerlas coro en esa "ilusión de la identidad". De todas formas nos conforman, nunca se callarán, y, en mi opiniôn, tanto mejor.

"El punto de vista no era una construcción mental sino una postura física: algo tan elemental que lo hemos olvidado"

- Me ha gustado mucho esto del punto de vista (la hermosa foto del niño acurrucado). Qué cierto! de niños podemos arrastrarnos, mirar por debajo de los muebles, escondernos bajo la cama, encaramarnos en las bibliotecas, ocultarnos en lo alto de los armarios, en los cajones, en la lavadora, los canastos de ropa, lugares que desertamos y no sólo por el tamaño. Y claro, después toca elaborar arquitecturas mentales falaciosas, antorchas, para entrar en ellas y tratar de entender algo que alguna vez, quizás, supimos.

"Es interesante, también, imaginar qué parte de nosotros pervivirá en nuestros descendientes, dentro de un siglo, por ejemplo".
- A mí, lo de pervivir en los otros (y tengo dos hijas) me provoca un miedo pánico. No quisiera dejar ningún rastro. Lo peor es que lo indeleble será, sin duda, lo más vergonzoso.

"El proceso de reconstrucción elabora diversas versiones de lo que fuimos. ¿Cuál es la verdadera? Probablemente todas, porque cada una atesora un núcleo de lo que fuimos, cada una desborda nuestro presente y nos interpela con una interrogación fundamental".
- No sé si todas sean verdaderas. Ya lo dices, elaboramos demasiado, resulta muy difícil alcanzar una imagen nítida y poco engañosa. Hay que que quitarle mucha escoria a cada versión.

"Seres sin memoria... habrían creado un mundo de puro presente, un mundo de niños, gatos y escarabajos. Suscribo ese paraíso con fervor".
Seres sin memoria... en todo caso nosotros no, el hombre no, porque somos animales memoriosos. Ya no podemos. Que no me quiten la memoria (por dolorosa que sea), así como nadie puede quitarnos lo bailado.

Dice Ruben : "eso quizá explica mi miedo a cambiar de voz o perderla, que amenazaría tanto mi identidad como una deformidad facial o una quemadura".
- Nunca había pensado lo terrible que sería perderla.

Y suerte en tu devenir caracol que, paradójicamente, exige traspasar la barrera del pensamiento como la barrera del sonido para, más allá, alcanzar la lentitud.

Abrazos para ti y para todos

PÁJARO DE CHINA dijo...

Stalker, leí tus palabras el primer día que las colgaste (colgar palabras, como si fueran sábanas, suena precioso) y me han acompañando desde entonces.

Quisiera que todo lo que se escribe sobre el cine fuera así. Y coincido con Bel (sí, era Mae West ...), quisiera leer tus palabras siempre. Simultáneamente sé que las palabras "ajenas" que elegís también son tuyas, por un delicadísimo movimiento de apropiación que les quita toda ajenidad y las convierte en parte de tu cuerpo. Entonces ... quiero todo.

Los comentarios que tus palabras destilaron como huellas luminosas son tan certeros que poco más puedo decir.

He pensado que quizá olvidaste el nombre de la nena porque no elegimos nuestro nombre y es solo una especie de caja donde se guarda, mezclado y revuelto, lo que nos define. Una etiqueta, un rótulo, un conjunto de letras estampado en un sobre. O uno de esos globos repletos de sorpresas que se cuelgan en las fiestas infantiles y explotan en un momento exacto para que los chicos se tiren al piso a recoger lo que llevaban dentro (caramelos, figuritas, miniaturas de objetos adultos ...).

El nombre importa poco, casi nada. Esa nena es para vos "la nena del juego con el pato verde, detective privado, con gabardina". Me imagino dos cabezas inclinadas sobre el cómic de ese pato verde y la imagen me resulta más definitoria que cualquier nombre.

Y la voz ... sospecho que la infancia es un lugar donde nos sentimos a salvo porque hay una voz (la de la autoridad y la protección) que sale de una boca que, visible o invisible, vela por nosotros. La de los padres, los abuelos, el ángel de la guarda o dios. Viene invariablemente desde algún lugar que está en lo alto (donde está el poder, como bien dice Arturo). Cuando crecemos es como si nuestra cabeza recorriera una escalera que conduce a esa altitud. Y ahí no hay voz que nos ampare, excepto la nuestra y aquellas a las que nos aferramos para poder seguir.

Las voces se olvidan. Repetí durante años el ejercicio de hacer fuerza para recordar voces de seres perdidos, pero se me fueron. Me quedan, sí, las imágenes. A veces siento que la memoria es una sala de proyección de cine mudo.

¿Qué es lo que activa el recuerdo? Experiencias sensoriales de alta densidad, intuyo. El mundo nos las niega constantemente. Actúa como un asesino de la memoria. Si apenas podemos experimentar y narrar lo que hemos experimentado durante el día, ¿cómo recordar, que es una forma de mantener vivos a los que nos precedieron y redimir, si es posible, sus sufrimientos?

(sigo)

PÁJARO DE CHINA dijo...

Siento, como oscar, que la memoria ama o mata. Y que el mundo (o el actual estado de las cosas) empuja hacia la desaparición del pasado. Empuja hacia la producción o el consumo rentable en tiempo presente. Te quita tiempo para mirar los patos verdes con gabardina, que no cotizan en el mercado. Te quita tiempo para atesorar experiencias aptas para convertirse en recuerdo.

Yo, al menos, no recuerdo cosas "útiles". Mi memoria es una habitación de imágenes inconexas. Muchas me calman, otras me atenazan, pero ninguna pertenece al orden de la producción o el consumo. Todo está organizado para no pensar en por qué hacemos lo que hacemos, cada día. Si apenas podemos pensar, ¿cómo recordar entonces y qué recordar, en caso de que sea posible?

Tal vez debamos intentar escaparnos un rato, diariamente, hacia un río, en el que hundir las manos, cerrar los ojos y rescatar algo tibio y blando que traiga la corriente. Todo lo que amamos viene del pasado. Nos enamoramos de una historia sumergida en el agua que corre.

¿Es Marienbad una especie de Atlántida? Es indudable que está abajo, abajo de lo que nos rodea. Por eso hablamos de una cueva. Y de topos. Podría ser también un atlas bajo el agua, que nos impulsa a un lento movimiento de descenso hasta ser capaces de aprehender sus páginas.

Sin ese ejercicio inicial no hay recuerdo posible.

Me hace feliz pensar que, aunque los volcanes escupan cenizas y el mundo, electrodomésticos en infinitas cuotas, Marienbad está calle abajo (como esa casita a la que ibas a jugar), río abajo, abajo del mundo y de los volcanes, como todo lo que nace para ser vivido hasta el hueso (los patos detectives con gabardinas, por ejemplo) y ser recordado.

Te abrazo.

Stalker dijo...

Rubén:

Perder la voz como laceración definitiva... Un posible infierno: despertarse en la voz de otro, sernos acústicamente irreconocibles. Aun así no deja de ser curioso porque nunca percibimos nuestra voz como la oyen los demás...

salud

Stalker dijo...

Belnu:

La infancia de Iván... creo que acabarás por entrar en esa carpeta y no tener miedo, y relatar esa parte de ti misma aunque sea a base de destellos...

abrazos

Stalker dijo...

Leonardo:

gracias por atender cada pliegue, cada huella.

"No quisiera dejar ningún rastro".

Es lo que también deseo, no dejar ningún rastro, ser olvidado enseguida. Pasar como si uno nunca hubiera existido,

abrazos

Stalker dijo...

Querida Mariel:

gracias, gracias, gracias.

Estamos aquí, abajo.

abrazos

Lola Torres Bañuls dijo...

Leonardo y Stalker sabeís de sobra que eso es imposible. (Lo de ser olvidados).
Siempre alguien seguramente os recuerde porque siempre se deja huella. (amigos, amigos de la infancia, etc...)


Un abrazo a todos.

Eastriver dijo...

Brindo por esa necesidad tan sagazmente recogida: de volver a los brazos maternos como dices. Eso es el cuento, en esa simetría nos reconocemos, en esos destellos, en esas resonancias. Me gusta cómo lo has dicho en tu comentario porque lo siento igual: igual desde la forma pero igual también en lo que respecta al fondo. (Y qué sepas que la palabra que en azul me mira aquí debajo, la palabra de moderación de comentarios, me hace sonreír todo el rato: benparit pone, que tú sabes lo que significa. Me quedo con la duda de si tu blog me regala ese halago, de si mi intención en escribirte de nuevo genera ese halago para ti, o si es algo que nos alcanza a ambos...) Un abrazo.

Stalker dijo...

Ramon:

em sembla bé! Som benparits de debò. Així mateix, tal como som...

:)

Una abraçada

Portinari dijo...

Parecida melancolía a la de Rubén.
Aquí yo también recuerdo. La nostalgía tiene tantos colores... pero hoy la veo en forma de pato, conmigo también.
La voz; el sonido; en la peil; en la piel atizando. No perderla, pero no llegar jamás a conocerla, como a Monelle.

Una entrada hermosa, como sólo podía ser así, porque en en los huecos nos vamos perdiendo.

Quiero descender calle abajo y vivir en Marienbad, aunque fuera en una roca, y ser la roca, en la inutilidad de mí.

Busco la peli.

Abrazos...

Stalker dijo...

Portinari:

en los huecos nos vamos perdiendo, pero también crecemos desde ellos.

La roca está aquí para que puedas descansar en ella.

Creo que para todos existe algo cálido y hermoso que vivía calle abajo. Calle abajo. Dentro.

abrazos

 
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