jueves, 9 de junio de 2011

Pour vivre...



Años sesenta. Barbara interpreta una canción de los Beatles en un piano de juguete, acompañada por un coro gospel.


Los silencios de un teatro son como un lago
nada malo puede ocurrirte en un teatro, nada,
ahí estamos protegidos de todo,
se escucha el ruido de la ciudad,
se percibe mejor a los otros
su cansancio
las escaleras suben rápido
el periódico en una mano, la llave en la otra,
“¿Eres tú? Sí, soy yo.”
Y la escalera que se baja a toda prisa hasta un bar olvidado.
en el teatro se escuchan todas estas cosas
aguardo
les espero
los escucho
los escucho llegar…
los primeros murmullos
sus risas ahogadas detrás de la cortina
el miedo que no llega y
bruscamente
el miedo de sentirlos ahí
el silencio de su aliento contenido
y el instante en que franqueo el umbral
de un universo de luz
con mi miedo
plantado en mi vientre
en mi espalda
clavado
y avanzo
avanzo
y es otra quien entra en escena
es otra quien canta
y los sonidos que salen de mi garganta
no los conozco
arraigados allí
sonidos que me duelen
me ahogan
los grito
los vomito
para respirar
para vivir
soy yo y no soy yo
es mi garganta y no lo es:
es una voz
pero no es mi voz
es una fuerza
que me empuja
y que me anima
no soy yo
y sin embargo soy yo
con ellos
y en los océanos de salas oscuras
sus manos son como flores de espuma
que ascienden
se exhiben
me acarician
me acunan
y me llevan
Oh mis teatros
Oh mis silencios
mis paraísos
mis infiernos
mis tinieblas
mi transparencia
Oh mis veranos
Oh mis inviernos
mis velos
mis amores
mis barcos
mis pájaros

todos tenéis el cielo inmenso
de un mismo
múltiple país

Barbara, extracto de Lily-Passion (trad: Stalker)

Este extracto puede escucharse aquí (en la segunda mitad del audio):



Tal día como hoy, 9 de junio, nació Barbara, hace 81 años.
Merci, madame, encore une fois...

viernes, 3 de junio de 2011

Y antes, el mundo velado



Madre e hijo


Todos somos soñadores; no sabemos quiénes somos.

Alguna máquina nos hizo; máquina del mundo, la
familia opresora.
Más tarde, regreso al mundo, pulidos por látigos suaves.

Soñamos; no recordamos.

Máquina de la familia; pelaje oscuro, bosques del
cuerpo de la madre.
Máquina de la madre: blanca ciudad en su interior.

Y antes de eso: tierra y agua.
Musgo entre rocas, apenas hojas y hierba.

Y antes, células en una gran oscuridad.
Y antes de eso, el mundo velado.

Por eso naciste: para silenciarme.
Células de mi madre y mi padre, os toca
ser el eje: la obra maestra.

Improvisé; nunca recordé.
Te toca ser encauzado;
eres quien pide saber:
¿Por qué sufro? ¿Por qué soy ignorante?
Células en una gran oscuridad. Alguna máquina nos hizo;
te toca acercarte, volver a preguntarle:
¿para qué existo? ¿para qué existo?

Louise Glück, poema "Madre e hijo", en The Seven Ages
(trad: Stalker)



Madre e hijo, Alexander Sokurov

martes, 24 de mayo de 2011

Mis manos


bajo el agua, donde vibra la fragilidad (Navarra, bosque profundo, 2010)

son pequeñas
manos pequeñas de campesino delicado

su torpeza es evidente
su habilidad es evidente

saben encontrar
palpan fisuras en lo abierto
despiertan la grieta y no se mueren

han sacado gatitos moribundos de la basura
han cuidado camadas de cachorros abandonados

-han querido construir nidos entre los seres, y esto es sin fruto-

han leído rostros
han vivido rostros
han golpeado rostros

se alimentan
de cosquillas
de ritmos
de retales de caricias
de hilos de voz
de botones sueltos

su inteligencia supera –ampliamente-
a la del ser que no se atreve a poseerlas

manos animales
no pájaros pero pequeñas
no ratones pero mamíferas
manos mapache
manos tejón
manos lobo pequeño

conocen la lentitud que no se escribe
conocen la rapidez que no se escribe

detestan

los rostros de piedra
las verdades de piedra
lo unánime de la piedra

trabajan, severas, el dolor del otro

manos zahoríes
buscando el agua muda
dentro de los cuerpos

manos sismógrafo
para predecir
temblores
de la carne que se sufre

mis manos merodean
viven su vida
y van borrando el rastro caracol
que me voy siendo

ellas me hacen periferia
me enseñan la inclinación precisa
la perfecta objetividad
que elimina la distancias

mis manos hacen al otro un cuerpo

luchan contra el miedo

comen el desamparo y la ternura

jueves, 19 de mayo de 2011

Las manos de mi abuelo

Recuerdo un invierno muy duro en las Alpujarras almerienses. Había nevado en el pueblo y era difícil avanzar por las calles. El frío era intenso, cortante. Para calentarnos, todos los días bajaba de casa de mis padres a casa de mis abuelos, y ellos me preparaban un brasero que luego yo subía con mucho tiento. Había que ascender por calles empinadas y sinuosas, con cuidado de no resbalar en la nieve. Yo tenía ocho años.

Una tarde, ya oscurecido, al girar una calle, tropecé y caí, y todo el contenido del brasero se esparció en la nieve: carbones ardientes, rojos y negros, pequeñas estalactitas de fuego en la blancura cegadora. Sabía que al llegar a casa me esperaba la mirada severa de mi padre, así que empecé a recoger las brasas con las manos desnudas. Quemaban, y yo lloraba. Entonces sentí una demolición de bondad: la mano de mi abuelo en mi hombro derecho. Había decidido visitar a mis padres y me había encontrado en aquel trance. Sus palabras: “Déjalo. Todo está bien”. Y su mirada infinitamente bondadosa. Volvimos a su casa, llenamos nuevamente el brasero y subimos juntos hasta la casa de mis padres. No hubo reprimenda.

Aquello me enseñó que es un grave error considerar que la poesía es sólo el verso que se da en papel impreso. Un error fatal. La poesía es también ese gesto compasivo, esa ternura. Impedir que un niño se queme las manos con carbones ardientes.

ni luz
ni remoto centro
genesíaco:
sólo
eso pequeño

domingo, 15 de mayo de 2011

Las manos de mi abuela

Mi abuela mataba a sus animales con sus propias manos, y yo nunca comía. Ahogaba los perros recién nacidos en un balde de agua, y yo intentaba salvarlos (sólo para llevarme un coscorrón y que los perritos volvieran al balde; en realidad lo único que lograba era prolongar su agonía).

Mi abuela no era cruel: cuidaba a los animales, amaba a los animales. Y los mataba para alimentarnos, o por no poder asistir a más bocas. Sabía matar de un solo golpe infalible, reduciendo el dolor, o el vértigo de la extinción, al umbral mínimo. En la matanza del cerdo, recuerdo que corría a esconderme entre los olivos con las orejas tapadas para no escuchar el alarido de los animales, que, a pesar de todo, me taladraba de fragilidad. Esas manos que sabían matar me daban de comer, peinaban mis cabellos, me cosían los botones, y era el mismo gesto económico, la misma austera delicadeza la que unía esa vida, esa muerte, hasta el punto de volverlas inseparables.

mi abuela era el horizonte
de muerte-vida
ella y el filo
piadoso
de sus manos

martes, 10 de mayo de 2011

Tout donner avec ivresse



"Barbara respetaba enormemente a su público. En sus inicios, a veces tenía que cantar en salas prácticamente vacías, pero ella daba el concierto como si la sala estuviera llena. Recuerdo una noche en una gira: hubo una avería eléctrica e hicimos el espectáculo con velas, sin altavoces ni iluminación. Otra noche, en Pantin, Barbara estaba afónica y se sentía muy triste porque no quería decir a los espectadores, que a veces venían a verla desde muy lejos, que volvieran a casa. Decidió entonces mantener el concierto. Subió al escenario y explicó al público que tenía problemas con la voz, y entonces ocurrió algo extraordinario: la sala empezó a cantar en su lugar. Barbara interpretó sus canciones al piano y el público cantó todo el espectáculo. Fue un momento maravilloso, uno de sus más hermosos conciertos. En la sala había una emoción tan intensa que todos lloramos aquellas dos horas. No sabía que tuviéramos tantas lágrimas".

Roland Romanelli, acordeonista

viernes, 6 de mayo de 2011

El impostor sagrado


Foto: Leonard Cohen en un momento de intensa búsqueda de la inspiración...

Entre los miles
que son conocidos,
o que quieren ser conocidos
como poetas,
quizá uno o dos
sean auténticos
y el resto son impostores,
rondando por los recintos sagrados
trantando de parecer genuinos.
No hace falta decir
que yo soy uno de los impostores
y ésta es mi historia.

Leonard Cohen, Libro del anhelo (trad. Carlos Manzano)
 
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