Para grillito, la oyente más entusiasta del limbo
Como sabéis, el limbo es un lugar muy especial. Virgilio pasó de largo, dedicándole apenas un desdén apresurado. Los jerarcas de la iglesia católica decidieron que era un antro indeseable y lo cerraron. Sin embargo, sigue viviendo gente allí. Algunos hemos llegado hace poco, como okupas, procuramos vivir en él con cierta ligereza y cierta alegría. A veces nos da por celebrar una palabra. Una de esas palabras extrañas en las que "casi" nadie piensa. Por eso en el limbo decidimos saborearlas, jugar un poco con ellas, dotarlas de una lúdica e inocua densidad.
Al Stalker, paseante del limbo, le ha tocado hacer lo que sus filósofos y poetas no quisieron hacer. Darle algunas vueltas al "Casi", tarea no por grata menos ardua.
Si alguien siente curiosidad por saber a qué suena, y a qué sabe, el limbo del "Casi", o el "casi" limbo, aquí tiene una oportunidad de hacerlo:
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Para los que prefieran la lectura tradicional, aquí va una muestra del "casi":
Diferencias entre ser algo y “casi” serlo
-Entre ser tonto y ser “casi” tonto. El tonto puede llegar a ser inocente, se entrega a las cosas, no se distancia de ellas. En el casi tonto hay, sin embargo, un vértigo de inanidad, un rechazo a derramarse plenamente en lo que hace. El tonto –o el idiota romántico, o el inocente, o el iluminado- es un valor susceptible de ser transformado en mercancía y, por lo tanto, exportado, expoliado, consumido: normalizado.
Con el casi tanto no hay nada que hacer. Queda sosteniendo el paraguas, cortando tickets en la entrada del cine, podando algún seto ocasional o traduciendo libros de autoayuda. Arrinconado siempre, y sin la dignidad de los vencidos (ésa que puede exhibirse como un blasón y queda tan bien en la confección de cierto tipo de personalidad). Porque el casi tonto es, también, un casi vencido, y esto lo coloca en una posición perfectamente inútil y estéticamente insignificante.
-Entre estar vivo y estar “casi” vivo. Vladimir Jankelevitch establecía una diferencia clara entre no haber existido y haber existido. Esa diferencia está, en cierto modo, en el casi: franja intermedia, balbuceo de la existencia que se quiere in-corporar al torrente de la vida, pequeño espasmo que ilumina brevemente las tinieblas del no-ser, vertiendo en ellas un sentido efímero y arbitrario. Entre no haber existido y haber existido, a pesar del olvido que se desploma, implacable, sobre todo lo que respira, hay una diferencia infinita: la del “casi”. Porque “casi” hemos vivido, dicen los exégetas del limbo, todo cobra un frágil sentido, y no nos anegará en vano el agua lenta de la muerte.
Con estas ideas Jankelevitch pone en marcha un sutil mecanismo defensivo, contra la “casi” gratuita melancolía del mal de existir. Y es que haber existido “casi” redime el mundo, lo hace habitable y hospitalario para otros seres que habrán de llegar a él, con su hambre, su indefensión, su infinita necesidad de ser amados: uncidos a la cadena del “casi”.
-Entre estar muerto o estar “casi” muerto. Aquí entra en juego la figura del zombi y la del vampiro. Con una diferencia, el vampiro se desliza. El zombi se arrastra. El vampiro “casi” vuela (pero no vuela, levita). El zombi casi repta (pero llega a caminar, a pesar de todo). Ambos trafican con los límites y exploran las fronteras de una cierta animalidad, de una casi-animalidad, pues la caída en el animal les está vedada por su propia condición de seres híbridos. Se dice que son no-muertos, pero no es cierto. Están casi muertos: han descendido los peldaños de la escala musical del ser y se han ido desafinando hasta adquirir la textura de notas atonales, dispersas, inconexas. Eran melodía de vida y ahora son estridencia en los umbrales de la muerte, sonido apenas articulado, pura indagación en el campo de incertidumbre del “casi”.
-Entre ser poema o ser “casi” poema. Aquí hay que vencer la tentación de la confesión no solicitada, el lastre de las imágenes convencionales heredadas de la tradición, la unción –o extrema-unción- a ritmos y musicalidades sancionadas por los guardianes de la ortodoxia (catedráticos de literatura, críticos, compiladores de antologías y demás fauna edificante), etc. El “casi” poema se regodea, se sacia en su propia carne poemática; aspira a la perfección y al mármol de la posteridad. El poema, en cambio, suele nacer lacerado, o apenas nace, o apenas se lo entrevé en el balbuceo: surge de una amputación y tiende a convertirse en espejo de la desolación que lo engendró. El casi poema deleita los sentidos, complace, confirma los cimientos de nuestra existencia y apenas explora los arrabales de una melancolía programadamente digestiva y perfectamente consumible. El poema, por el contrario, hiere, quebranta, imperfecciona, desentierra la frágil raíz de lo que somos. Nos desertiza, puebla de signos la común intemperie y por eso mismo, por inaugurar un espacio de reconocimiento en la orfandad compartida, por eso mismo salva. O “casi” salva. “Casi” cura. Y si hemos sido “casi” curados o “casi” salvados tal vez conservaremos dentro algo de la metralla que el poema lanzó a nuestra carne expuesta. Esa metralla de palabras incrustadas a veces nos dolerá y nos recordará lo que somos o casi somos: seísmo contenido, aleteo, recipientes provisionales y azarosos del “casi”.
-Entre ser malos o “casi” malos. Difícil discernirlo. Tal vez sea más sencillo hablar de “un poco”. Ser malo y ser “un poco” malo. Del ser malo no hablaremos. No hablaremos del malo ni de lo que avanza hacia el mal (una presencia muy evidente en el mundo, pese a los aullidos de los apóstoles del relativismo moral). Pero el ser “un poco” malo abre insospechadas posibilidades creativas, en especial cuando ese poco de maldad se aplica a la despiadada disección de las maquinarias que gobiernan nuestro mundo. En el Limbo cultivamos el ser un poco malos como el campesino cultiva sus lechugas: con mucho amor y paciencia, una dilatada y perezosa paciencia.
-Entre ser antiguo o “casi” antiguo. Lo antiguo es evidente: es aquello que las modas han descartado o reservado para un próximo ciclo de reactualización significativa de la banalidad. Lo “casi” antiguo es más interesante porque, sin ser antiguo, no puede ser moderno. Está herrumbrado, ha sido desgastado por el alma de un ser incapaz de vibrar según los ritmos consensuados de su época. El casi antiguo está confinado a la vida en los márgenes, y sólo allí logrará una precaria identidad o un también precario e inestable punto de vista. Es el lugar de los habitantes del limbo: desconfiados de lo moderno, pero no retrógrados, están condenados a habitar ese indiscernible umbral entre lo presentido y lo sentido, entre la certeza y la intuición, la pasión y el tedio, el retraimiento y el vuelco en el otro, la desconfianza y la confianza.
-Entre ser moderno y “casi” moderno. Para los habitantes del limbo, el moderno carece por completo de interés porque es un ser plenamente arraigado en su lugar. Es moderno, está en consonancia con su mundo, no aloja ninguna superstición del origen: él es su propio centro, está en el lugar designado por las constelaciones y es el predilecto de los dioses.
El “casi” moderno, sin embargo, aquel que se ha esforzado en llegar a la modernidad desde abajo, habita el signo de lo mellado, es un ser eternamente a medio hacer, desenraizado y difuminado. Los dioses no lo aman porque a los dioses les gusta lo moderno: el hombre que no genera aristas a su paso y abandona el escenario con una reverencia impoluta. El hombre o la mujer casi modernos, sin embargo, están desenfocados siempre, viven en un perpetuo desfase o vértigo no cartografiado. Su imperfección, la verdad sea dicha, enternece. Su inutilidad despierta nuestra complicidad. El casi moderno vive derramándose, desbordando el vaso de sí: es evidente que quiere fluir hacia algo, pero ese algo le es irremisiblemente negado. El hombre moderno, por el contrario, es perfecto aun en su imperfección, y esto en el limbo es algo que no se perdona.
-Entre ser “posmoderno” y “casi” posmoderno. La diferencia es muy sencilla. El posmoderno tiene siempre la palabra “rizoma” en la boca. Y es que el “rizoma” mola bastante. El “casi” posmoderno es posmoderno pero aún no ha descubierto la palabra rizoma, la desterritorialización, el devenir-animal, la différance, etc. Por lo tanto, no domina la jerga que te inviste con los atributos de lo posmoderno. En resumidas cuentas, se trata de un perfecto inútil. Pero tampoco hay que olvidar que el posmoderno es “casi” tonto, está “casi” muerto, es un “casi” poema y que, en definitiva, no merece más atención que la boñiga que ya casi se seca al sol en los altos valles pirenaicos.
-Entre ser lento y “casi” lento. Ser lento es ser aliado de la pequeñez, de la insignificancia, de la contradicción y de la inutilidad. “Escribir inútilmente, para ejercer lo inútil, para abrazar lo inútil, para hacer de la inutilidad un manantial. (Ch. M.)” El lento desconfía de los filósofos rápidos, de los escritores grandes y de los poetas emergentes. Le gustan los pensadores rumiantes, los escritores pequeños y los poetas sumergidos.
El “casi” lento, y esto lo saben muy bien los filósofos y paseantes del limbo, suele ser un impostor, porque, dejemos las cosas claras, o se es lento o no se es. Y punto: o estás del lado de la lentitud o de la rapidez. En el limbo, a veces, nos gusta cultivar esta intransigencia festiva y necesaria.
Y gracias a los maravillosos cuadros de Zao Wou Ki, que adornan las estancias luminosas y en perpetua transformación del limbo.