lunes, 12 de diciembre de 2011

aquietarse, escuchar, respirar

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Es difícil mantenerse en el espacio entre las palabras y las cosas. Tendemos a congelar las palabras creyendo que, de esta manera, poseeremos las cosas. La palabra hace de la cosa objeto, y el objeto es manejable; la cosa no.

-“¿Cómo se llama esto?” preguntaba un niño pequeño señalando una flor. Pasaron algunos años. El niño fue al colegio. –“¿Qué es esto?”, preguntó, señalando otra flor.

Lo que las cosas “son”

De “esto” hacemos cosas, y de las cosas, objetos. Detener para tener. Detener en el término (en el fin y en la palabra) lo que pertenece al curso, el estar-siendo de las cosas. Detener el proceso, interrumpir las trayectorias. Interrumpir en vez de inter-venir.

Intranquiliza enormemente pensar las cosas en su estar-siendo, procesos más que cosas, que al cabo advienen hilos, aquellos que formamos en la representación de las trayectorias.

Recordemos la náusea de Sartre ante la raíz del castaño… Eran las seis de la tarde. Sartre estaba en un parque contemplando la raíz de un castaño cuando, de repente, se dio cuenta de que aquella raíz “existía”, que, más allá de sus características empíricas, existía. Y esa existencia hacía que cobrase una dimensión espantosa. Cuando lo refiere no puede evitar revivir la angustia; habla de "éxtasis horrible", de "fascinación", de "goce atroz", de aniquilación personal, incluso. "Yo hubiera deseado que [las cosas] existieran con menos fuerza, de una manera más seca, más abstracta, con más moderación", escribía el filósofo. Pero no había vuelta atrás. Eran las seis de la tarde: un tiempo concreto en un lugar muy concreto, una raíz concreta. Una raíz que, de repente, no es algo conocido sino algo que desborda los límites de la “raíz”, algo que existe. Entonces, el vértigo. Aquella raíz estaba siendo-raíz. Su presencia no era conceptual. Estaba siendo raíz con mucha más plenitud en su singularidad de lo que pudiese serlo en el concepto-raíz.

Y es que, en la singularidad de su estar-siendo, cualquier cosa es infinita. Esa infinitud, la mente, la tejedora, no puede abarcarla; cuando por casualidad se desgarra la trama, adviene el vértigo, y la náusea. La náusea como respuesta somática al vértigo de la razón en sus confines. Náusea ante esa infinitud que asoma cuando las cosas pierden los límites que los nombres les confieren. Y con las cosas, el mí, que se siente perder pie. Y es que ese existir es idéntico en todo lo viviente y, siendo así, no podía, no puede el filósofo no asimilar esa totalidad a la nada, una nada que, al fin y al cabo, remite a un no-ser-algo, un algo de-tenido en el nombre. Y he aquí que siente en peligro el mí, el que de-tiene y es ahora de-tenido por el vértigo. A punto de existir, a punto de sentirse existiendo, viviendo, el mí se siente invadido, ocupado por eso que late en todo y que, indefinido, le deja sin control. Permítanme ver la náusea sartriana como un movimiento de rechazo ante la propia pérdida, un acto de supervivencia del sujeto, su horror como un intento desesperado del mí cuando, asomado al abismo de lo singular, de lo que es sin concepto, sin límites, se siente a punto de perder pie, a punto de resbalar sobre las cuerdas sonoras que el poeta adivina o, mejor dicho, escucha: una vibración, una pulsión, un ritmo, al que él acude. Respirando.

Y es que las “cosas” no tienen límites. Los objetos sí. Y, sin límites, las cosas son terribles. Su intensidad es terrible. Y, sin concepto, un objeto es una cosa. Un individuo, sin concepto, es terrible porque es infinito. Un hombre muerto es terrible; es infinito. “La muerte” no lo es. Podemos hablar de la muerte; no podemos hablar de un hombre muerto, de ese muerto que tenemos ante los ojos, que muere o que ha muerto, ante nosotros, que acaba de “morir”. No cabe. No es posible.

Bien, pues a este tipo de infinitud, que no es ni el Infinito metafísico de una realidad “verdadera” ni la no-finitud de la ausencia de designación es a lo que entiendo que apunta el poema.
Una gota de agua sobre una hoja es infinita. Esa gota de agua en esta hoja, ahora, en este instante. Es la experiencia del haiku.
Quien fuese capaz de mantenerse en esa inocencia del inicio, preguntando, como aquel niño ¿cómo se llama esto?, viendo el “esto” antes de que el concepto lo enturbie, lo…vele, no recurriría a grandes palabras en sus escritos. En vez de escribir la muerte, por ejemplo, haría intervenir una persona muerta, infinitamente ausente, o en vez de escribir el amor, escribiría… ¿qué escribiría?

Es difícil escribir sin ideas. Las palabras que dicen los sentimientos están cargadas de ideología. Los sentimientos se inventan, se fabrican de acuerdo con los modos y los usos de cada época. Y, luego, rodando, como pelotas empujadas por los escarabajos, aumentan de tamaño. Y acumulamos el lastre. Sentimos como pensamos. Y llega un momento en que somos incapaces de saber qué podría haber si prescindiésemos de ello.

No quiero pecar de purista: el ojo no es inocente, nunca. Es evidente que ver es reconocer, que sin cierta “decoración de interiores” en la mente, no percibiríamos nada. Que la visión está cargada de teoría es un hecho. No existe eso de percibir el mundo en su original pureza. Ver es pensar y no se piensa en vacío. Pero por eso, precisamente, está el poema. Trazándose. Cruzando los hilos, esos que la mente segrega, más araña, la mente, más poiética en su hacer teórico que el poema.

Pero, ¿habremos de seguir llamando cosas a las “cosas”? ¿No será mejor hablar de acontecer, de ritmos, de in-tensidad sonora? ¿No será precisamente debido a eso, debido a la costumbre de fragmentar, de cosificar, y a la forma en que la gramática de las lenguas indoeuropeas asegura una determinada articulación del mundo (a su imagen y semejanza) que no seamos capaces de soportar el hálito que surge de entre las desgarraduras del tejido?

Aquietarse. Escuchar. Respirar

Tal vez sea cuestión de elegir otro contexto, otro universo sensorial. Reemplazar los mapas visuales (cosas, lugares, etc.) por mapas auditivos, por ejemplo. Recordemos, en Grecia, la noción “musical” del hacer poético, el poeta “inspirado” actuando al dictado… La inspiración es una recepción. El poeta recibe algo y lo transmite. Recibe oyendo. Previo al oír, hay una escucha. La escucha es lo que le permite al poeta tener algo que decir. ¿Qué tipo de escucha es ésta? ¿Un respirar, tal vez?

El ideograma chino que se utiliza para significar al sabio es el de una oreja desmesuradamente grande. El enthusiasmado, el poeta oracular comparte con el sabio chino la capacidad de atemperarse, de reducir su tiempo. Y, sin duda, de eso se trata, de un cierto aquietamiento.

Por supuesto no es éste un estado permanente; es una actitud. Por eso no existe el poeta, sino tan sólo personas que en ocasiones han sabido aquietarse lo suficiente.

¿Lo suficiente para qué? Escuchemos tan sólo un instante. ¿No será tiempo, ahora, de recuperar la escucha? La inspiración forma parte de la respiración. Nuestra respiración. Nuestro ritmo. Pero también el de aquello que tenemos a nuestro lado. El ritmo de los otros, el de las cosas-siendo. El de una pared, por ejemplo, el de una piedra... Entre todos, sucedemos.

Hablar de suceso en vez de hablar de realidad permite proceder a la e-liminación de los términos. Hablar de vibración en vez de hablar de cosas permitiría abrir otro universo comprensivo. Un universo en el que nada se detiene, en el que todo con todos estamos en proceso, un mismo proceso compartido. Cada cual, una trayectoria vibrátil que converge, se superpone, confluye, desaparece. Yo sucedo al tiempo que esta mesa, que ustedes... Confluencias. ¿Tiempo? Otro tiempo. El de los relojes, no; nada que solidifique las fuerzas. Un tiempo que permita acontecer entre todos y, a la vez, dar cuenta de ello. Entrenarse en ello, en esa temporalidad del suceder tal vez sea cuestión de escucha, no de discurso.

Observemos a un gato jugando con un ser humano. Juegan al escondite alrededor de una mampara. Cuando aparece la cabeza de uno por un lado, el otro esconde la suya. El cuerpo queda al otro lado de la mampara, descabezado. Pero el gato siempre se anticipa al movimiento del humano, siempre sabe por dónde va a aparecer. ¿Por qué? ¿Será que el tiempo del felino es diferente del nuestro? ¿El tiempo, o la atención? ¿Es el tiempo una forma de nombrar la atención? El hecho es que cuanto mayor sea el nivel de atención, más se dilata el tiempo. ¿No será que el gato se anticipa porque tiene más tiempo para el gesto? ¿No será que lo que nosotros llamamos acierto, para él es, simplemente, el aprendizaje de un ritmo, de otro ritmo, del ritmo del otro?

El poema requiere ese tipo de atención. El que escribe es un felino al acecho. La trayectoria es la presa. El poema es el gesto.

Chantal Maillard, En la traza. Pequeña zoología poemática

Este librito es una conferencia impartida en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, cuyo vídeo íntegro puede verse aquí

Y gracias al blog de les llobes por subir unos vídeos con una lectura en el marco de un encuentro sobre decrecimiento del pasado día 3 de diciembre:








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15 comentarios:

Anónimo dijo...

hoja
amor
mano
libertad
verbo

vera eikon dijo...

La conceptualización pone a disposición del hombre los asideros que necesita para obviar el vértigo ante la vida que fluye-resbala-, y, a su vez, obviarse a sí mismo fluyendo-resbalando-en la vida. El hombre precisa de lo permanente, porque es en esa noción de permanencia donde se autocomplacen nuestras estructuras mentales y sociales. Los conceptos se presentan como inamovibles, sagrados... Y la palabra parece, en último lugar, una fosilización del concepto. Vivimos con la sensación de que lo "no nombrado" acabará por desvanecerse. Porque todo movimiento termina por extinguirse, y en oposición a esto la palabra ancla al objeto-la palabra como exorcismo del movimiento-. Pero ¿y el ser? ¿qué hay de aquello de lo que habla Chantall refiriéndose con esta expresión “lo que las cosas son”?-avanzando en el texto dice Pero, ¿habremos de seguir llamando cosas a las “cosas”? ¿No será mejor hablar de acontecer, de ritmos, de in-tensidad sonora?-.Y es aquí dónde se hace evidente la carestía de la palabra. Cuando, como le ocurre al personaje de La Náusea, la cosa se revela-o se rebela ante la conceptualización-, y la palabra es incapaz de contener a esa existencia en su calidad de acontecer, en su indefinible singularidad. Pero en este proceso ¿no le ocurre del mismo modo al hombre, que al tomar conciencia de la singularidad de la cosa, toma a la vez conciencia de la singularidad propia?. De ahí el vértigo, la náusea ante el abismo propio, ante esa singularidad inaprensible, ante la propia infinitud …. La sociedad se divide, se estamenta, se distribuye en roles. Se define, pero no se singulariza. De ahí la animadversión hacia aquellos que escapan a la definición. A los que en primer lugar se margina a través de la palabra. Por lo general el hombre se siente cómodo al definir-se, al nombrar-se.
A estas alturas ¿cómo evitar que el concepto se interponga?. ¿Cómo rasgar el tejido de un mundo que se preconcibe, e idealiza, para poder acceder a lo que es, a lo que existe? Llegar a las cosas o a aquello que acontece. Acontecer los unos en los otros. Me quedo con esto “Entrenarse en ello, en esa temporalidad del suceder tal vez sea cuestión de escucha, no de discurso.(sobre todo con lo que implican las últimas palabras). Me quedo con la sensación de que el poema sí puede rasgar ese tejido y sobrellevarnos a ese "éxtasis horrible", de "fascinación", de "goce atroz", de aniquilación personal, incluso... como le sucede al personaje de La Náusea. Me gusta, sobre todo, lo que dice Chantall de que el poema apunta a esa noción de infinitud-he de reconocer que toda esta parte del texto me ha fascinado-. Me voy, no sin antes decirte, de que Chantall habla de escuchar, de reemplazar los mapas visuales por los mapas auditivos, y en mi cabeza revolotea la idea de que entre todas las artes, es la música, la que en mayor grado conserva su característica de “acontecer”. Que la música apunta a esa misma noción de infinitud que el poema….Por cierto, que todavía no he podido escuchar los videos. Lo haré en cuanto llegue a casa.
Un abrazo infinito, Stalker

çç dijo...

Habérselas con Maillard es habérselas con las cosas, estremeciendo, haciendo raíz íntegra de un dolor real. Una realidad independiente a la esencia, imperceptible. Tal vez el auténtico poeta, sea el trasmisor de esa sustancia en perpetuo devenir y no sometida a la “Idea” para decrecerla en nuestra mirada.

Gracias S. por aportarnos este librito. La narración y la acción deben ser una misma cosa y percibo, nazco decreciendo en estos textos de apertura, contra reloj. Empezaré a escribir de nuevo, relatos y otros textos, potenciado parcialmente por estas vastas proyecciones. Incluso cuando pienso en una tercera persona veo desprenderse al gato, dentro de la burbuja tal vez, pero ajeno a mí. Mi cordura será prolongar el intervalo para perderme en la causalidad del orden. Arrincono los aspectos quitinosos de la cosa para aprehender, enamorarme de tres palabras

“aquietarse, escuchar, respirar”

diluir las piedras del pensamiento
cuando imponemos el yo o el tú
las emociones a los sentimientos

borrar el cuando
borrar la soledad

eliminar el juicio al sujeto
mirar desde el centro del individuo



gatear


arañar la espalda del prosélito

Stalker dijo...

anónimo:

gesto
verbo
ara
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trayecto...

Stalker dijo...

Vera:

espléndido comentario en el que te sumerges como un buzo en la "superficie abisal" que hay en el texto...

en Occidente necesitamos principios sólidos, verdades absolutas a las que aferrarnos para asegurar nuestra precaria realidad psicológica y social; para eso hemos inventado una metafísica de la presencia, dotada de conceptos absolutos que encuentran su traducción en poemas, libros de filosofía y ética, incluso en el habla cotidiana. Somos incapaces de vivir en un mundo sin esencias, y aquí es donde el viejo platonismo nos ha dotado de una batería de conceptos que actúan como cortafuegos profiláctico entre lo que somos -esa amalgama difusa de sentimiento y pensamientos- y la vertiginosa realidad. Desprovistos de conceptos, toca asomarse, desnudos, al vértigo del acontecer, a esa infinitud que nos hablaría entonces sin mediaciones. El con-tacto sería ahí posible, pero nos obstinamos en negarlo: preferimos habitar la seguridad de las esencias, de las grandes mayúsculas filosóficas, de la Luz y la Transparencia de tantos poetas que se refugian en un esclerótico lenguaje último para cortocircuitar, precisamente, ese acceso a la nervadura descarnada de lo vivo y blindar así nuestro arraigado etnocentrismo.

Me interesa este texto por muchas razones: por su increíble sutileza (la distinción entre cosa y objeto, la textura de las palabras elegidas y su ritmo singular: texto poema sobre el poema) y por su cercanía a ciertas ideas procedentes a los sistemas de pensamiento orientales. Frente a la permanencia, la impermanencia: aceptar sumergirse en la contingencia extrema de lo "real", en la fluidez de todo cuanto consideramos sólido, asumir la vacuidad frente al imperativo de las esencias, es un ejercicio de desnudez intelectual, una invitación a comulgar con la intemperie, una forma de habitar la orfandad que nos es consustancial en un mundo que se muere (que estamos matando aceleradamente).

La experiencia del haiku, del instante de-tenido, sería lo opuesto a la "gran" tradición luminosa de nuestra poesía, que desde san Juan nos ha enseñado a vivir mentalmente en el cuerpo de la luz, en la tiranía de la luz que sólo exige, en una paradoja sin paradoja, una "ciega" servidumbre.

haiku: un instante detenido en el vertiginoso flujo de la vida, y ni siquiera detenido: atrapado en su levedad, fotografiado, recreado a través de la observación y la palabra mínima, la mínima palabra trashumante, consciente de su propia impermanencia y que no condesciende a fijar las cosas en esencias

haiku: una nada infinitamente significativa, reacia a la tentación de hipostasiar el flujo extremo de todo lo viviente

reemplazar los mapas visuales por mapas auditivos es quizá realizar el tránsito de la cultura judeocristiana (una cultura de la visión) a la cultura india (más atenta al ritmo y al sonido; en su cosmogonía, el mundo se crea a través del sonido). El texto invita, creo, a descubrir y habitar el ritmo de las formas circundantes, a respirar el perfume de lo que acontece en su inextinguible devenir...

la música, por supuesto, pero también la música del mundo: música callada, dirían algunos, pero intensamente presente en el espacio entre las cosas, entre la percepción y el acontecimiento, ahí donde se da la lengua intersticial y "algo" sucede, mientras nos sucedemos, entre todos...

A ver qué te parecen los vídeos...

un abrazo fuerte!

Stalker dijo...

cc Rider:

espléndido comentario...

te deseo que prolongues el intervalo no ya para perderte en la causalidad, sino también para desmontar esta po(e)sible falacia: ¿cuál es la causa, cuál el efecto? ¿No es la causalidad el resultado de una funcionalidad veritativa, de unas operaciones mentales lineales, es decir, que no atienden a la polifonía de ritmos, a la tectónica-vida con que nos sacude lo "real"?

ante el dictado de las grandes palabras, menguar

ante el yo imperativo, acallar, decrecer

no hallar traducción posible en el trayecto entre el "yo" y el "tú", abolir esa designación y proponer un flujo continuo que sustituya las identidades espectrales por una vibración cordial, música vertida "del ojo al hueso",

"aquietarse, escuchar, respirar": adheriría mis exasperaciones a un credo que tuviera estas palabras como lema

tres palabras bastan para proponer un mundo

un abrazo fuerte

Isabel Mercadé dijo...

Aquietarse, escuchar, respirar apenas, eso es lo que hicimos los que tuvimos la suerte de escuchar la lectura de poemas de Chantal Maillard. Como dije en otro lugar: "Ver cómo Chantal Maillard, su voz, su mirada, creaban a su alrededor un círculo mágico, un silencio casi sagrado, pero no sólo, lo inesperado del humor, ese humor delicado y agudo que apela directamente a lo que también de delicado y agudo tenga el interlocutor. Todo un festín de inteligencia y sensibilidad."
Estupendo también ese fragmento.Habrá que buscar el librito!!
Un abrazo.

Laia dijo...

Estuve en esa conferencia del cccb, me acuerdo. Me ha gustado leerla, y que macere en la lectura. Esa forma de saber haciendo de las palabras rastros de sí mismas.

De Chantal me gusta cómo distingue las bisagras, ese proceso que forma lo que existe, en ese movimiento continuo. Lo que coagula es la sangre, pero dentro se mueve un mundo pequeño e infinito. Cómo ella lo ve moverse y lo dice, y con ese decir hace posible que el pensar advenga.
Pensar. Posar. Aquietarse...y seguramente callar...

Stalker dijo...

Querida Bel:

comparto tu lectura y perspectiva. Quienes consideran que Maillard es oscura, hermética o ininteligible, o que incurre en un pesimismo abrumador, no han entendido o no conocen la verdadera naturaleza de su escritura y su presencia, que incluye, como bien dices, el humor, la delicadeza, y que se sitúa en unas coordenadas diferentes a las burdas etiquetas con que opera la crítica literaria,

el librito fue editado en la colección "Breus" del CCCB, y es una conferencia sobre la creación poética al hilo metafórico de una serie de animales: erizo, araña, cangrejo ermitaño, caracol... Es un texto que me gusta especialmente.

un abrazo!

Stalker dijo...

Laia:

también estuve en aquella conferencia, y recuerdo bien el "silencio sagrado" del que habla Bel M, ese silencio tan particular, tan lleno de vibraciones, silencio-vivo de la atención de tantas mentes atentas, desplazadas, desarraigadas o conmovidas por lo que ahí se dice. La naturaleza y el "calor" de ese silencio es algo que no he visto en ninguna otra conferencia o lectura, donde uno reconoce silencios catalogados, previsibles, que crecen al amparo del uso y la costumbre. Pero este silencio es algo distinto, te vacía, te horada, te va ahuecando y al final ese vacío interior que te anega de agua lenta es una forma de plenitud, un gozo extraño en lo que mengüa...

Cómo detecta las bisagras, me gusta cómo lo expresas. Son movimientos lentos, tectónicos, apacibles y certeros en el diagnóstico, una especie de proceso deconstructivo de las operaciones mentales y las palabras: observación de la "interioridad" (construida, fabricada siempre) y descomposición del lenguaje. Lo que queda es una rara flor nómada, un resto impronunciable después de la caída.

"aquietarse... y seguramente callar"

o empezar a susurrar o cantar en otra lengua, a otro ritmo. "Felino al acecho, el poema."

Un abrazo

Say dijo...

Qué hermosa, Maillard. Maillard que parace que no, pero es una verdadera revolucionaria. su camino desde el principio fue sugerente, y distinto. nunca olvidaré cómo la descubrí. en un viaje maravilloso a Córdoba. entré en una librería para husmear, como me gusta a mí, como un gato que se va deslizando por entre los libros, para oler, captar, descubrir, acariciar... y entre algunos grandes, uno pequeñito, que me llamó la atención, de refilón ví escrito el nombre de María Zambrano, que me gustaba mucho por aquel entonces, y después el nombre de la autora Chantal Maillard, y el título “El monte Lu en lluvia y niebla. María Zambrano y lo divino”. abrí páginas al azar para leer. y supe que todo lo que aquella mujer hubiera escrito o escribiera en el futuro me interesaría siempre. fue un momento mágico, porque además, la ciudad me estaba regalando entre sus calles antiguas, tabernas, los muros de la mezquita, el puente, sus placetas minúsculas donde vivían mujeres de ojos negros, roces, miradas, conversaciones, silencios, besos…aquel día en la librería sonaba una música que erizaba la piel, yo creo que era una taranta, no sé, o un fandango, pero hablaba de amor con un quejío desesperadamente hondo, en aquel silencio de música y libros, estábamos cuatro personas, Julio Anguita, al que yo había votado en las elecciones, mi amiga, el librero y yo. agradezco al azar ese descubrimiento, en aquel año.

Stalker, afortunadamente, tenemos a escritoras como Maillard para contrarrestar la típica literatura androcéntrica, clónica, pesada, prepotente, absurda. la tenemos para sobrevivir y para paliar los estragos sociales que hacen los escritores académicos, misóginos y machistas. para compesar a gente tan repugnante como Reverte o Javier Marías, por poner sólo dos mínimos ejemplos. hay tantos!!!

maravillosa Chantal, que no se arredra ante los rancios de la capa y espada!!

anamaría hurtado dijo...

Querido Stalker, este texto me ha dejado sin aire, a la escucha de ese fluir entre las palabras y las cosas, me ha dejado apenas boqueando en el acontecer , apenas he podido recoger algunos hilos de mi propia trama, buscar nombres y asideros en ese cuenco huérfano que me habita. Sabes que he conocido el vértigo del límite que huye, cuando yo te preguntaba "¿cómo se llama esto?", mientras en tus ojos trataba de encontrar el aquietarse y la escucha. Esto que Chantal sabe atroz, no es la náusea de Sartre, es el vértigo de despertarse sin pies ante la infinitud y la posibilidad cierta de hacerse cosa pequeña y decrecer hasta el intersticio de lo real, cobijarse en la inspiración , en la escucha, en el aceptar ese regazo sin la pretensión del nombre, como un cachorro respirando el temblor de la madre, como el niño bebiéndose a si mismo en la tibia bocanada de leche, aún sin límite, aún sin la náusea, en el inicio de la trayectoria. Chantal no se detiene nauseosa ante la pérdida, se lanza sabiéndose fluir con todo y en todo, que no hay peligro, porque paradójicamente no hay seguridades. Un hombre sin concepto es terrible porque es infinito, dice, un hombre muerto es terrible, en lugar de escribir preguntar "¿qué es esto?",y en lugar de escribir la persona muerta , escribir la ausencia, esa ausencia de designación, para luego,continuando en ese mismo ritmo, preguntarse por el amor, y me respondo con mis pequeños trazos deshilachados, ¿y si lo llamáramos también la ausencia, el sin límite, el que fluye sin cauce? se podría escribir su línea de vértigo en la misma caída, o en el mismo instante que en la poiesis recibe el otro vértigo, el mismo gesto al acecho, la sombra de cuerpo sin cabeza...

Los pájaros nos traspasan en vuelo silencioso... miro hacia afuera, y en mí crece el árbol, dice Rilke. Pero somos también el vuelo silencioso y adentro el árbol con la raíz en vértigo...
un abrazo que decrece hasta el respiro
anamaría

anamaría hurtado dijo...

Ya había visto los videos en la casa de Say y ya había sentido la sacralidad que brota de Chantal, como de un árbol, hojas..es una chamana!
la verdad que tiene que ser un verdadero privilegio haber estado presente en esa lectura, o en cualquier otra de sus presencias.Para los que no tenemos ese privilegio, no tenemos sino que darte infinitas gracias por traerla.
otro abrazo

Stalker dijo...

Querida Say:

maravilloso encuentro múltiple en Córdoba (con "El monte Lu en niebla y lluvia", la ciudad de los arabescos y los rincones secretos, Anguita...). Casi se puede palpar tu vívida descripción, y Córdoba es, además, una verdadera sorpresa: casi puede ser un sueño, o una embriaguez, o el centro de un dulce bosque arquitectónico. Nunca deja de ofrecer sus tesoros: hace al "alma" de quien la visita un arca inagotable. Depura la mirada...

En mi caso mi encuentro con Chantal Maillard fue físico. Me matriculé en clase de "Pensamiento oriental" en Málaga y allí la descubrí. Antes de leerla tuve la experiencia de la voz, el gesto, la enseñanza. Intentar describir aquello es imposible, pero quienes estuvimos allí no lo olvidaremos. Ya la primera clase fue espectacular: "No creáis nada de lo que digo, no me creáis a mí. Tenéis que someterlo todo a crítica, pensarlo por vosotros mismos. No os limitéis a creer". Había que dudar de todo, empezando por la ficticia autoridad del profesor. En aquellas clases aprendí por primera vez que el yo era una ficción, que los sentimientos, las formas senti-mentales se construyen de acuerdo a los paradigmas que gobiernan las diversas épocas, que el sentir se produce, se construye; aprendí que el lenguaje era una trampa y que pensamos con un lenguaje lastrado que en gran medida nos impide palpar lo que "acontece". Nadie me había enseñado jamás cosas así; al contrario, sólo se me había transmitido una fe ciega en la realidad y en los conceptos que habitamos. El sistema educativo había hecho de mí un perfecto esclavo mental. Por eso aquellas clases fueron una revolución indescriptible, cuyas consecuencias llegan hasta hoy y seguirán toda la vida.

Puedes imaginar que la clase entera estaba como hipnotizada; no se movía una mosca... todo era, por así decirlo, atención "pura", una pureza de silencio y presencia que no he vuelto a ver después. Chantal Maillard en directo tiene una especie de poder (del que sospecho no es del todo consciente) de embelesar, embriagar y construir silencio, "ese" silencio, a la vez que te deconstruye y te vacía, inoculando en ti un estado de recepción, una apertura hacia lo otro. En los vídeos o audios no se aprecia apenas, porque están mediados por el filtro tecnológico que atenúa esa presencia y sustrae completamente esa vibración. Hay que estar ahí. Sólo quien ha estado ahí sabe lo que es. Aún ahora encuentro de vez en cuando, por la red, antiguos alumnos que recuerdan aquello con nostalgia.

Luego llegó el momento del encuentro con los libros, que me acompaña hasta hoy. Sus libros no he dejado de leerlos, están siempre abiertos y esperándome. Forman un tapiz, una sola respiración cuya forma sólo se aprecia cuando se ha leído toda, o casi toda, la obra: entonces su ritmo interno, su corriente, empieza de verdad a hablarnos, más allá de los icebergs de las obras particulares: en el fondo, que en Maillard es una superficie, tejido de aliento, texto-mundo.

No sabes cómo aprecio el calor de tus palabras y tu siempre apasionada visión

¡abrazos!

Stalker dijo...

Querida Anamaría:

bellísima glosa que fluye por el mismo cauce y discurre por esos meandros que tan bien conocemos...

el amor, en efecto, es también "la ausencia, el sin límite, el que fluye sin cauce". Por eso mismo hay que contrarrestarlo con los únicos antídotos posibles: la cercanía, la atención, la ternura: cosas que domestican el vértigo y nos aproximan a una vibración común, lengua de la pequeñez, dulce temblor a dos.

El privilegio es mío por tus palabras siempre atentas: sentir cómo posas tus palabras en la nervadura de las cosas, cómo en su vibración la experiencia se hace tacto, es algo difícil de olvidar. No habrá lentitud suficiente, ni agua de pozo pronunciable para mi agradecimiento.

un abrazo

 
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