viernes, 3 de septiembre de 2010

Dice



En la fotografía: Jean-Luc Nancy

Dice

Viene, se presenta, y dice:
Hablé otra lengua. En mi infancia, sin hablar, hablaba otra lengua. “Infante” quiere decir en latín “el que no habla”, esto es lo que dice la ciencia de las lenguas. Pero eso sólo prueba que el latín, esa lengua muerta, todavía habla, sordamente, obstinadamente, en la lengua que hablo. En ese latín habla el griego, y en ese griego, ¿cuántas lenguas más, conocidas o desconocidas? Siempre hay, en una lengua, otras lenguas que hablan, y ninguna está sola cuando habla, y no se puede remontar el camino de cada lengua. No hay infante.
Hablé otra lengua, y esa lengua habla todavía ahora, sin duda, en la lengua que me haces hablar. No la oías, no podías comprenderla. No vayas a creer, como podrías imaginar, que estaba hecha de gritos, sollozos y mímicas, o de una oscura sucesión de murmullos. No era una lengua de infante, ni una lengua de la infancia. Yo no balbuceaba. Otros balbuceaban y tartamudeaban, pensando de esta manera adaptar su lengua al niño. Tú no eras así, no simulaste la infancia de una lengua. Sin duda, sabías que eso no existe. Mi lengua era tan antigua y estaba tan bien hecha como la tuya, y como todas las lenguas, muertas o vivas. No hay ninguna lengua que esté mal hecha, ninguna lengua elemental.
Tú no me comprendías, y yo tampoco te comprendía. No era por falta de saber, o de haber aprendido. Era algo más antiguo que cualquier aprendizaje. Mi lengua no tenía nada que decir. Pero pronunciaba con exactitud, como cualquier lengua, todo lo que está por decir, todo lo que se puede decir, todo lo que se puede callar también. Articulaba todo eso, ponía en juego cada una de sus junciones, desligaba todas sus sílabas, observando entre la una y la otra una justa medida. Era una cadencia ininterrumpida. No se trataba de algo aprendido, eso no se puede aprender. Habría que poder indicar el comienzo, un orden en el que emprender la cadencia. Pero no hay orden, mi lengua empieza, empieza en cualquier lugar, en cualquier lengua.
¿Por qué me enseñaste tu lengua? Yo ya conocía la cadencia y no necesitaba…
Él no dice nada. Quiere quizás irse. Se mueve. Dice:
No tengo nada que decir. No puedo recriminarte nada.
Guarda silencio, luego retoma:
No tengo nada que decir. Querías oírme hablar, lo necesitabas. Sólo cuando alguien nos habla sabemos que existimos. La mirada no tiene ese poder. La mirada atraviesa y se pierde en la lejanía, sobre el cuerpo mirado. Ni la mirada, ni el tacto, pueden verdaderamente estar dirigidos a alguien. Yo te miraba, te tocaba, no era nada, no existías, era preciso que te hablara. Era preciso que yo hablara para hablarte, y para que tú existieras.
Pero…
No sabe si va a decirlo.
Pero, ¿por qué era preciso que tú existieras? No era una necesidad. Quiero decir que no era imposible que no fuera así. Podías no existir, podías…
En verdad, ya no había nada que hacer. Estabas ahí, y querías que te hablara. Yo podría no haber nacido, pero había nacido. Y yo hablaba una lengua que tú no entendías, que yo mismo no entendía. Todo lo que se puede decir y todo lo que se puede callar, esa lengua lo pronunciaba, palabra por palabra, incansablemente. Yo imitaba una lengua como si me la hubieran enseñado, sin haber aprendido ninguna, y las imitaba todas. Pero no hablaba a nadie. Tú no sabías ninguna lengua. No me has enseñado nada. Nadie enseña a hablar a un niño. La lengua le es más maternal que su madre, es siempre una lengua de ultra-ma(d)r(e).
Ríe, y dice: eso era azul, yo era un azul. Er lacht, und sagt: Ich war blau, Ich war ganz im Blau. I was singing the blue note.
Yo no hablaba. Tú me abriste la boca, forzaste mi boca apretada, quisiste entenderme, exigiste entenderme, yo ya no tenía derecho a callarme, ya no tenía derecho a gritar, tú abrías y cerrabas mi boca en cadencia, la vieja cadencia estaba ahí, no la habías fabricado, pero te ajustabas a ella para manejar mis labios, y mi lengua entre mis dientes. Me dirigiste la palabra y te hablé, fuiste tú quien me la dirigió y así vuelve a ti, yo no te la dirijo, no tengo nada que decirte, pero tú me haces hablar, yo te digo todo lo que se puede decir, y lo que se puede callar también. No me enseñas nada pero me haces hablar una lengua nueva, y siempre otra y otra que habla en ella y que tú haces a su vez hablar, moviendo mis labios y mi lengua entre mis dientes, y tu lengua entre mis dientes.

Jean-Luc Nancy, El peso del pensamiento (trad. Joana Masó y Javier Bassas Vila)

12 comentarios:

Eastriver dijo...

Bonito, bonito, como todo lo que nos traes... Bonita también esa idea de la lengua muerta que sigue hablando en la lengua que hablamos. Y más bonito aún ese poético tramo final.

Stalker dijo...

Ramón:

éste es uno de los textos más bellos que he leído últimamente (y he leído -y re-leído- muchas cosas impactantes).

Me gusta especialmente porque es un texto que no se resuelve, que no se termina de decir. Por más que lo leo, hay algo que se me escapa: es como si al leerlo recompusiera un rompecabezas cada vez distinto, pero que me oculta siempre algo, una arista, una perspectiva, algo que se niega a ser nombrado y que ni siquiera puedo ver pero sé que está.

Esa negación de la visión absoluta, de la omni-comprensión lectora, permite lecturas creativas, progresivamente más desenraizadas de todo centro: lectura desenfocada o borrosa que hace más hábil a ese ser -la alimañan interior- que rastrea y busca huellas, sin hallarlas.

En toda lengua viva hablan sin duda un sinfín de lenguas muertas, y nuestra lengua de vida será la tumba, la muerte de nuestro decir y la promesa del renacimiento de otra lengua, en otro tiempo, en otro ahora. Tal vez...

abrazos

Leonardo dijo...

Todas las lenguas la lengua (parafraseando a Cortázar).
Las lenguas no se crean ni se destruyen sólo se transforman.
Comparto tu irresuelta lectura, hay algo que se me escapa aquí y al releerlo me parece diferente. A lo mejor está escrito en alguna otra lengua que no sabemos que sabemos.
Como el reflejo de la marcha automática, un bebé sabe todas las lenguas, las entiende todas, y está dispuesto a aprender a decirlas (no a hablarlas) todas. Pero el resto es desaprendizaje, educación, olvido.
En tu casa no se abren puertas, sino rendijas, hendiduras, grietas, cortinillas, escotillas, cajones secretos, pasadizos,...
Vaya un abrazo

Stalker dijo...

Leonardo:

quizá hay una lengua debajo de la lengua, y esa sub-lengua o lengua oculta tiene las claves para descifrar la lengua primera, la audible-visible (yo siempre veo los sonidos y las voces, que para mí se traducen en colores y formas; es algo difícil de explicar). Esa sub-lengua o lengua segunda sería como la piedra Rosetta: nos permitiría el descifrado completo, la perfecta inteligibilidad de lo que decimos. Pero la sub-lengua emerge de forma astillada, por destellos: nunca la saboreamos del todo y por eso la lengua primera es la de la ceguera, la lengua-a-tientas:

por eso hablar se parece a palpar, a acercarse con la voz y adivinar las formas.

Me alegra especialmente que te hayas pasado por esta entrada y que compartamos esta pequeña perplejidad del habla y lo que no se dice,

un abrazo fuerte

Madison dijo...

Vaya, de nuevo me sorprendees gratamente.
Solo que el libro he visto que está agotado.
Un placer leerte Stalker

Stalker dijo...

Madison:

se puede conseguir en bibliotecas. De hecho, yo lo he sacado de una biblioteca pública de la Xarxa. Paree que está más que descatalogado.

Me alegra sorprenderte una vez más; y pienso reincidir en esas sorpresas...

abrazos

mjromero dijo...

Dice, no dice, meta-dice,en el sentido de metalenguaje.

He conocido a un hombre que no puede hablar. Siempre me he sentido molesta con las personas que no pueden hablar. he decidido no interpretar su intento de comunicación con ruidos que quieren ser palabras, le miro directamente y he logrado 'entender' comprender lo que dice. Cuando él intenta 'hablar' yo me convierto en sorda, es la única forma de entenderlo.Por supuesto no hablo de signos de sordomudos ni nada de eso.

'Entendí otra lengua' porque hablar a penas si es un balbuceo lo que hablamos.
Gracias.

Stalker dijo...

Alfaro:

me parece hermoso hacerse sordo para comprender (recibir) a quien no puede hablar.

Comprender esa lengua, aprender el balbuceo: esa cercanía.

gracias a ti,

y un abrazo fuerte

Inés dijo...

Es muy bello este post. No conocía este texto y al leerlo, algo vuelve a su origen. Las lenguas de la mudez son las que nos explican. Así, sin decir, en su hermosura transparente.
Muy hermoso.
Un abrazo

Stalker dijo...

Inés:

me alegra que te guste y sé bienvenida.

La mudez, donde yacen todos los alfabetos y algo, muy callado y pequeño, se estremece...

Ana Hidalgo dijo...

Hermosa coincidencia, porque hace unos días terminé de leer Corpus de Nancy. Fue una buena lectura porque era un rasguño, al igual que este texto es un rasguño. Pensaba leer algo más del autor y ya me has indicado por donde puedo seguir el camino, así que buscaré este libro en la biblioteca para seguir rasgando. Un abrazo y gracias.

Stalker dijo...

Ana:

éste es un libro más heterogéneo que Corpus. También más irregular, pero hay momento de entraña, como éste.

La lectura-rasguño. Herirnos ahí: una forma de belleza y quiebro,

un abrazo

 
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