viernes, 10 de septiembre de 2010

Cuerpo cae mujer. Amor Omnia


Cuando Oharu piensa o medita, se apoya contra una superficie: pared o columna que sostiene su balbuceo, su hambre. Cuando llora, cuando se desespera, se tira al suelo. Cae al suelo para llorar: busca el regazo y la horizontalidad, cae toda entera y se entrega al llanto.

Pocas veces he visto caer así a un ser en el cine. Esa caída despierta un movimiento compasivo inmediato. Se cae con Oharu, se llora con ella. Carne adentro. Intemperie adentro, aunque las lágrimas, a veces, quieran brotar. Mizoguchi filma con cierta distancia y una gran delicadeza, sin abrumarnos con las convenciones del melodrama occidental, pero aun así la cercanía y la intensidad insinúan un temblor dentro de uno. Puedes tocar la caída de Oharu, sentirla como una crecida de densidad del propio vértigo que se te ahonda en entraña.

Esta fenomenología de las posturas, o más bien, fenomenología del gesto, emparenta a Oharu con un dilatado linaje de mujeres en el cine japonés, desde La mujer de la arena (Teshigahara) a La mujer insecto (Imamura), pasando por El ángel rojo (Masumura) o las heroínas que declinan infinitamente sus cuerpos, cuyo cuerpo es infinitamente cercado, fragmentado, engullido, transitado, expoliado, en el cine de Yoshida Kiju (desde La mujer del lago a Eros plus Massacre). También mujeres occidentales: es imposible no recordar cómo el dispositivo cinematográfico visibiliza, articula y descompone-recompone el cuerpo y el gesto de las inolvidables protagonistas de la “trilogía del silencio” de Antonioni o de la madre Juana de los Ángeles en la película homónima de Jerzy Kawalerowicz, por citar sólo dos ejemplos.

El cuerpo de Oharu se inclina, cae, se arruina, y apenas vuelve a alzarse, cae de nuevo, en una dialéctica de demolición progresiva perfectamente coreografiada.

Tras atravesar todas las posiciones que la jerarquizada sociedad del Japón Tokugawa permite a la mujer (cortesana imperial, concubina de un daimyô o señor feudal, geisha de Shimabara, humilde esposa de un artesano), Oharu intenta retirarse del mundo ordenándose monja en un monasterio budista. La “madre superiora” le advierte: “El mundo cambia sin piedad. Lo que nace bello a la mañana se marchita a la noche”.

Pero el destino se volverá contra ella una vez más y es expulsada del monasterio. Una vez en la calle, su cuerpo frágil, titubeante, vehículo de una estructura emocional arrasada, alma-raíz que pende de un tallo a punto de quebrarse, se confunde con los cascotes, detritus y fragmentos de cornisas y muros derruidos que rodean las inmediaciones del templo. La demolición interior se exterioriza, dolorosamente, en el entorno, y ambas ruinas –la ruina urbana, y el cuerpo-alma en ruinas de una Oharu envejecida- se refuerzan y se alimentan, sosteniendo su mutua caída.

En un pequeño templete, una de las efigies de Buddha le recuerda el rostro de su primer amor, el hombre por quien perdió su posición en la corte y que fue él mismo ejecutado (este amor incondicional marcará el principio de las desgracias de Oharu). Es allí donde la pequeña mujer invoca la piedad de Kannon, “diosa” de la misericordia en el budismo mahayana y contrapartida femenina de Avalokitesvara, el bodhisattva de la compasión.

Tampoco esto bastará. A Oharu le aguardan la prostitución y la mendicidad: condición última que aquel mundo masculino, jerarquizado y ritualizado en sus mínimos pliegues, será capaz de ofrecer al único personaje que irradia una belleza, una bondad y una dignidad inquebrantables a lo largo de todo el relato.

Oharu se confunde con las ruinas. Transita. Desaparece.
Su rastro reverbera en nosotros un instante, y nos templa, nos hace templo en la espera, nos des-templa y desteje el tiempo-templo que hemos compartido con ella, acompañando su periplo y via crucis.

El único personaje digno, interiormente bello, en un infierno de mezquindad y opresión. Una mujer menuda que sabe mirar y cuyo amor no puede tasarse según los principios de la sociedad falocrática, marginadora de toda pureza.

Mucho más tarde, la Gertrud de Dreyer diría: “Amor Omnia”

Oharu lo dijo antes, con pudor, infinito pudor y silencio.

La mujer que se atrevió a amar donde el amor no existía.



23 comentarios:

Darío dijo...

Me encantó, es preciosa. Una vez leí un texto de Deleuze y Guattari sobre las posturas de los personajes en Kafka. Que importante es saber mirar eso. Ese pensar recostándose en la pared, ese caerse de una forma conmovedora. No es mi fuerte.
Un abrazo.

Camino a Gaia dijo...

La vida es caer. Desde un principio hasta que el tiempo nos disuelve.
Pero algunos seres abren los brazos, sueñan alas, y vuelan un minuto y se desbaratan, porque el aire no es limpio.

Belnu dijo...

Sí, la gestualidad que des-vela, esas imágenes del cine japonés, a veces de una teatralidad íntima, pero también La voix humaine, con Anna Magnani... Ay, perdona, la gata nueva sube a mi teclado, volveré...

Stalker dijo...

Curiyú:

es sólo adiestrar un poco la mirada en la atención. El cine me ha ayudado a desanestesiar la mirada, es como un mandala, me ayuda a concentrarme. Es decir: entiendo el cine como un ejercicio de introspección, de aprendizaje espiritual. Nunca como una evasión (por eso en líneas generales no me gusta el cine "goma de mascar-Hollywood, aunque también lo veo porque me gusta conocer, en este caso, por dónde van los mecanismos de control y normalización, pero eso es otra hist(e)oria...).

Aquí Mizoguchi tiene tanto por enseñar.

Una enseñanza que no acaba nunca,

un abrazo

Stalker dijo...

La vida es caer, Camino.

Por eso se hace necesario el regazo.

Y si no está hay que inventarlo.

Inventemos el regazo,

un abrazo

Stalker dijo...

Vuelve, Belnu, pero atiende primero a la gatita.

Los velos nos esperan para abrirlos y ver qué hay al otro lado...

abrazo

Lola Torres Bañuls dijo...

Stalker es preciosa la entrada. Y también aprendo tanto con vuestros comentarios.

Gracias.

Stalker dijo...

Lola:

es una manera de retribuirte por todo lo que tú nos das...

abrazos

PÁJARO DE CHINA dijo...

caigo en las preguntas de la noche. caigo en los ángulos de las jugueterías. caigo en el párrafo de un libro (Aliosha le habla a los niños en el entierro de un niño, en el final involuntario de Los Hermanos Karamazov). caigo en la cuenta de mi fragilidad. caigo de la pared donde se balanceaba Humpty Dumpty, para elegir un lugar adonde estar, por completo. caigo de mis propias pestañas, para mirarme azorada desde mis pies. caigo de las estrellas que sólo puedo imaginar, porque diluvia. caigo de mis viejas creencias, para intentar reformularlas en la caída. caigo horizontal en mi cama de décadas, caigo sobre el piso en la posición ancestral y serena del cocodrilo. caigo vertical en los faroles del parque, en las sogas a las que me aferro, en las telas en las que me envuelvo para desafiar el frío. caigo oblicuamente buscando el centro, que nunca está en el centro y al que jamás se llega en línea recta. caigo en diagonal en los pómulos del hombre que amo. caigo en diagonal en tus palabras, como quien se desliza sobre el agua de un lago. caigo de a pedazos en los días dolorosos; caigo por completo en las ráfagas de felicidad. caigo en la red de la policía, pero les dura poco (por ahora). caigo en la red de mis amores (como una mariposa obstinada). caigo sin saber por qué caigo, anestesiada. caigo por voluntad propia, para morder el polvo y ponerme, después, de pie, sucia y con mayor conocimiento de causa. caigo para ver el cielo desde abajo, que es donde está el cielo. caigo porque la caída es un descenso y cualquier descenso es mejor que una ascensión, excepto la que implicar sacar la cabeza del agua, cuando el tanque de oxígeno se quedó corto y la nariz me sangra y al subir se me lavó la cara y me digo: algunas cosas siguen en su lugar, por suerte.

tu ojo que toca tiene la belleza del inventario de animales. belleza no catalogada, no etiquetada con un precio, no sujeta a jerarquizaciones.

la biblia debería quemarse sólo por no instruir el amor a los animales y no calificarlos como prójimos. caigo en las curvas y las pupilas de tus diversas bestias y esa caída es un credo, el perdón de todos mis pecados, el final de cualquier confinamiento.

gracias y besos deliberadamente insomnes.

Stalker dijo...

Mariel:

dices tantas cosas tan hermosas. Al centro no se llega en línea recta, es mejor el descenso que el ascenso...

Al hundirme en este poema que nos regalas entiendo que tú también has sido cuerpo cae mujer, que has caído en toda la dimensión de tu cuerpo y que esa caída te ha hecho crecer, honda carne adentro.

Voy a confesar algo: al subir esta entrada he tenido la sensación de que no iba a ser apreciada o comprendida. No es inmodestia, simplemente tuve la impresión de que, después de los animales, después de su gozosa vida múltiple, la delicadeza de Oharu, el "tono menor" de su existencia, iban a pasar desapercibidos, que serían recibidos con relativa indiferencia, que nadie entraría en lo que aquí se quiere decir.

Que nadie caería cuerpo adentro, que ningún cuerpo caería mujer.

Es raro que esas impresiones hagan mella en mí, son impropias de mi forma de ser, quizá porque estoy bastante seguro de lo que hago y sé a dónde apunto en esta entrada: un lugar de especial fragilidad, en el que pocos, quizá, querrán entrar.

En todo caso, surgió esa duda pero, tras los comentarios de los demás, pero especialmente, rotundamente, tras el poema que has escrito, Mariel, me doy cuenta de que todo tiene sentido y que tus palabras iluminan la caída de Oharu y en cierto modo la acogen, palabras que al decirte a ti la redimen a ella, la cuidan y le dan el ser, el cobijo que siempre buscó.

Hondo sueño revelado y hecho carne.

¿Caída?

Salvación.

Gracias infinitas,

abrazos en muchas lenguas

Say dijo...

Stalker,
pienso, como tú, sobre todo, en la mirada atenta, compasiva y reveladora que Mizoguchi, Ozu, Masumura...han ofrecido sobre la mujer. El flujo contemplativo, de aire tranquilo, de gestos
"majestuosos", íntimos, transporta a la asimilación y la percepción de toda la turbulencia interior que las mujeres sienten. Mujeres destinadas siempre a la renuncia y al extremo duro que cualquier sociedad del mundo les tiene reservado. Estar en esa caída...el sufrimiento, la desdicha y la pena...desde el respeto y la delicadeza.

La “trilogía del silencio” de Antonioni. Es verdad. Antonioni supo hablar muy bien sobre la incomunicación, la soledad, el sufrimiento, la incomprensión...su intuición sobre la mujer en estas circunstancias supo transmitirlo de forma singular en estas películas.

Cine para revertirse...

Stalker dijo...

Say:

cine, en efecto, para revertir y para subvertir, para controvertir, para verter algo en el cauce programadamente digestivo que retrata a la mujer de acuerdo a patrones preconfigurados por una mirada masculina. Nada más irritante que el rol de la mujer en Hollywood y en tanto y tanto cine de otras latitudes.

Estos autores denuncian, quebrantan, asolan, interrogan, demuelen.

Y muestran, como en Mizoguchi, la delicadeza de Oharu y su forma de caer,

un abrazo

soperos dijo...

las últimas veces que me he caído... me he tirado.

jugando al volei, en la playa.

se trataba de sostener la pelota en el aire y no el cuerpo. con ese objetivo caer. caer para alzar lo otro.

sin embargo, en el pueblo, jugando al volei, esta vez sobre piedras, procuraba no caer-tirarme, aunque el objetivo era el mismo. el no-yo sino el otro en la pelota...

con este segundo ejemplo no me salvo, aunque en última instancia cayera hasta dar sangre a la piedra. no era mi voluntad. sin embargo, no era voluntad menor.

he caído infinitas ocasiones sin caer, aguantándome duro arriba, en pie.esa es una doble pena. sin el consuelo de lo que recoge abajo, del piso que nos cobija, como el colchón de las noches.

procuro ser mujer, sí, todos los días. esa caída que aguanta la pelota. y cuando la pelota cae conmigo, todas las veces ir a atender a la pelota.

por eso, mujer, yo te bravo.

gracias,
besos,

ò.

Stalker dijo...

Querido hermano búfalo:

"he caído infinitas ocasiones sin caer, aguantándome duro arriba, en pie"

Cómo conozco esa sensación, búfalo.

Ir a atender a la pelota. Caer noche adentro.

Tus palabras dejaron de ser palabras hace tiempo. Son hierba rala, comida, materia para ser rumiada bajo cielos nocturnos e invictos.

Lo que tu forma de pensar y escribir hace es de una detonación inaudita. No se parece a nada.

Poco importa que no escribas poesía (más bien la des-escribes) y que publicar y el camino de la visibilidad te importen un pimiento. Yo celebro intensamente esa renuncia.

Seguimos, mientras tanto, cayendo...

un abrazo de bestia a bestia

Stalker dijo...

Mr. MacDonald:

gracias por tus palabras. Se hace lo que se puede (que normalmente suele hacer poco).

En este blog no hay concepto, o en todo caso sería un concepto tan líquido que no se podría amonedar en un enunciado.

Pasaré por tu blog próximamente,

saludos

PÁJARO DE CHINA dijo...

cada vez que habla oscar recuerdo una línea de dylan thomas y me digo "la pelota que oscar arrojó en el parque todavía no ha tocado el suelo".

nunca escuché palabras como las suyas ("caer para alzar lo otro", "el otro en la pelota").

lo extraño es que sonrío mientras lo leo y al mismo tiempo me vienen unas ganas enormes de abrazarlo y de llorar y de pedirle al mundo que jamás, jamás lo toque la mano del dolor.

eso provocan los búfalos (y vos lo sabés porque sos uno de ellos y yo también sé, al final del día, que a los hijos de los sueños, como ustedes, no los toca esa mano - como nos los tocaba el fuego, en aquel cuento hermoso de borges).

Stalker dijo...

Mariel:

no nos tocará el fuego, no nos rozará el hambre y juntos iremos a ver las estrellas en las ruinas del Vaticano.

Esperamos un pájaro guía que nos muestre el camino entre las constelaciones. Pájaro adentro...

Tú también eres un búfalo y un cachorro. Quiero que Òscar te dibuje algún día.

Desterremos la mano del dolor,

abrazos

soperos dijo...

sin sonrojo el dibujo de mil gracias.

besos,

ò.

Stalker dijo...

Sin sonrojo, animalmente tuyo: en esa huella exacta que se presenta para alzar al otro: huella que salva

raúl quinto dijo...

http://www.eldiariomontanes.es/agencias/20100907/mas-actualidad/cultura/maillard-tiene-en-marcha-proximo_201009071817.html

Isabel Mercadé dijo...

Muchas veces me ha fascinado cómo un pueblo tan aparentemente rígido en relación con el cuerpo, habla en realidad tanto con él, a través de él. Y me ha fascinado cómo tú nos has contado esa caída sin resistencias, cómo has trascendido para caer con ella.
Un abrazo.

Stalker dijo...

Raúl:

¡gracias por la información!

salud

Stalker dijo...

Bel M:

los japoneses tienen una proméxica compleja, ritualizada en sus mínimos detalles; muchas veces malinterpretamos sus gestos o su aparente "indiferencia" como frialdad. Creo que proyectamos en ellos nuestros códigos, distorsionándolos...

Caer sin resistencias, acompañar esa caída...

un abrazo

 
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