domingo, 20 de junio de 2010
Sobre la demolición del rostro
Para A.H., que me habló del rostro y de la dureza del rostro
Después de la caudalosa entrada anterior-interior, un momento de recogimiento. Contemplar un rostro. Seguir las líneas, los surcos, las arrugas, la mirada.
El rostro de Jean Améry me impresiona y me conmueve. Un rostro demolido. Su abatimiento exterior revela la tierra quemada interior. No queda nada, ni cenizas. Tan sólo el leve rastro que deja el miedo entre las hojas secas. Lo calcinado.
Améry escribió sobre la laceración, la sustracción, la pérdida, la carencia. Améry habló del abajo. Habló del dentro, también, pero como exploración, como condición de posibilidad de ese abajo. Escribió sobre el rencor de las víctimas de los campos de exterminio, sobre el envejecimiento, la muerte y el suidicio. Se atrevió a acercarse a los temas innombrables y hablar de ellos con doliente sinceridad: a veces, al escribir parece que la entraña le desborde de los labios que dicen, sin decir, y el lector percibe ese malestar como algo propio.
Améry estuvo en Auschwitz y sobrevivió. Odió minuciosamente y trató de comprender, tomándose a sí mismo como ejemplo, la condición de la víctima y el verdugo. Rechazó los instrumentos analíticos de la antropología, la sociología, etc. Renunció a hablar desde un parti pris, desde una trinchera epistemológica, desde una posición de fuerza. La suya es una exploración de la subjetividad a quema-vida: en ese doloroso espacio de lucidez entre la herida interior y la conciencia alerta.
Por todo eso, iba a subir un texto de Améry pero he preferido escanear esta fotografía y proponer un ejercicio de interiorización y de mirada compartida. De silencio, también, de agradecido y dilatado silencio.
Siento intensamente este rostro, que me habita y me recorre, me estremece, me conmueve. Sigo las arrugas y en ellas descubro las líneas de fuerza que apuntan a un sufrimiento infinito. Y ahí se produce un extraño reconocimiento, como si fuera el rostro de un hermano.
Quiero pensar que este rostro demolido, que esta mirada temerosa, retraída, delicada y casi implorante, fueron amados una vez. Que fue mirado con afecto y recibió todo el calor y el amor que merecen todas las criaturas de la tierra.
Quiero pensar que fue así.
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29 comentarios:
Pienso en todos los rostros anónimos. Desconocidos. Ignorados. Rostros que no han quedado impresos para la posteridad curiosa. Rostros que se perdieron en su propio sufrimiento. Rostros alterados (en el sentido que no eran propios) Rostros de la maldición.
Fackel:
yo también pienso en ellos.
Pero ahora quiero pensar en éste.
Simplemente.
abrazos
Le he visto y le he reconocido, aún sin saber que era Améry, he sabido que le conocía, que le había leído. Gracias por poner ahí su mirada.
Belnu:
es estupendo. Algunos rostros son nuestros hermanos, aun sin haberlos leído.
Forman parte de nosotros,
abrazos
Conmovedor. Me quedo con el silencio.
Un abrazo.
Lola:
allí estamos, en ese silencio
abrazos
Me gusta mucho esta entrada. Este rostros. Me gustan los rostros. El de Beckett me interesa mucho. Me interesa la literatura a partir de los rostros. Los surcos. El tiempo. La escritura que el tiempo hace en la piel.
Un abrazo, amigo Stalker.
Dillinger:
comparto contigo esa afición a leer los rostros. El rostro como espacio que desvela cierta opacidad, como lugar donde se opera una revelación que nos permite el tránsito, el vuelco, la inclinación de lo que somos en orden al sentir del otro.
Me gusta mucho contemplar rostros, casi tanto como contemplar voces (y ahí es donde ocurre lo esencial, no en el rostro, sino en la voz, y también en la conjunción de ambos).
Te invito, si te animas, al cuestionario de la entrada anterior. Creo que es un reto digno de Dillinger...
Abrazos, amigo
Tuve un amigo que era idéntico a Gombrowicz. Él no lo sabía, ni lo había leído. Cuando le enseñé la portada de sus Diarios, se compró todos sus libros y tuvo una especie de iluminación con su escritura. Pero entonces ya estaba enfermo, y murió, aunque parecía imposible.
Cualquiera quisiera creer que recibió ese calor y ese afecto. Pero el hecho, probablemente, es que, de recibirlos, no bastaron para eludir la tentación del suicido y el suicidio mismo, el efectivo quitarse de en medio cuando todo deviene insoportable, dolorosamente insoportable.
Me impresionan en sumo grado las reflexiones de Amery sobre la tortura. Sobre cómo la confianza básica en el mundo se ve irremediable, insustituiblemente quebrada, una vez que el otro deja de respetar las fronteras de nuestra epidermis y se convierte en instrumento de laceración y daño físico. Uno queda entonces inerme a merced de la angustia, decía Amery. Porque el daño moral infligido, aún más terrible que el daño físico, se plasma en esa pérdida del necesario sentimiento de confianza en el mundo y en la ruptura de todo principio de esperanza que ya nunca volverán a restaurarse. Nunca. Qué terribles suenan algunos nuncas. Algunos tanto más que otros.
Lo recuerdo bien porque también una vez sentí el impulso de escribir sobre ello y lo hice. Porque me impactó el reconocimiento por parte de Amery del resentimiento y el afán de venganza que desde entonces le corroían. Hay que tener un gran valor para enfrentarse a los negros sentimientos que se derivan de una vivencia como la suya y más aún para inmortalizarlos con tal grado de sinceridad en un libro en lugar de esconderlos bajo la alfombra.
¿Alguien puede entonces extrañarse de que su rostro fuera el que fue?
Evocando a Machado, no pueden no quedar huellas en el rostro de las guerras que uno libra con sus entrañas. Sean cuales sean los motivos de esas guerras.
Un abrazo
Belnu:
estremecedor lo que cuentas. Gracias por la confianza,
abrazos
Antígona:
comparto tus sentimientos y tu lectura de Améry. Es cierto: qué terribles suenan algunos nuncas. El nunca de Améry es abrumador y especialmente doloroso. Pero quiero pensar que verter esa entraña desgarrada en papel sirvió para atemperar la aflicción que le corroía.
Y sin duda vivió la risa, la ternura, pese a ser uno de los más preclaros abanderados de la conciencia desdichada de Occidente.
Me asombra de él su valor: hablar de la muerte y del suicidio, y en especial del envejecimiento (que es un tabú aún más arraigadamente inextirpable) con esa desnudez y esa lucidez atroz es algo que difícilmente podemos agradecer o retribuir, salvo, se me ocurre, haciendo habitable ese nunca, desplazándonos hacia una amable periferia, construyendo un limbo, unos márgenes de sentido desde los que poder contrarrestar la ininteligibilidad y la opacidad del mundo.
abrazos desde esta lectura cómplice
Querido Stalker:
Los rostros hablan de nosotros, nos dicen. Obviamente, no se trata de caer en la superficialidad más banal, sino de saber detenerse en el rostro del otro, mirarlo de frente, mirarlo a través de intuiciones milenarias y descendencias, todo lo que reitera una mandíbula o las arrugas y vidas que se forman a los lados de la boca cuando el rostro sonríe. Nuestro rostro enumera el tiempo que vivimos pero de una manera tan certera y adensada, tan íntimamente sagrada, como nunca lo harán los calendarios o recuentos numéricos ni tampoco los libros de historia o un álbum de fotografías. Con los años el rostro se endurece, y yo siento que el mío será cada vez más duro y grave, pero porque despojamos hasta lo único, hasta la significación completa de la piedra, lo opuesto al nacimiento y más vinculado que nada al nacimiento. El rostro se endurece, como el de Clarice Lispector, como el mío, aunque yo aún soy joven, joven pero cada vez menos joven, cada vez más endurecida, porque despojamos, despojo, y allí, en esa dureza, quizá haya aún más razón para la alegría que en el rostro blando del joven, el rostro del joven, que lo desconoce todo y engorda.
Un abrazo fuerte, y gracias.
Ana:
es una reflexión maravillosa. Despojar hasta lo único. Llegar al centro radiante, conquistar el hueco, quebrantar los bastiones de lo que decimos -lo que implacablemente nos niega- para encontrar el río que nos fluye bajo el rostro.
Estoy muy de acuerdo con lo que apuntas del rostro blando del joven. Por eso los jóvenes se parecen tanto: hasta cierto punto la blandura, la flaccidez, es intercambiable. Pero esa dureza no. El rostro que tendremos a los cincuenta años es de algún modo nuestro rostro definitivo: empezaremos a ser de verdad a partir de entonces, una vez que hayamos abandonado definitivamente la blandura de la juventud y la pos-juventud (claro que la juventud es una superstición construida según la ideología y el paradigma dominante, y hoy sus límites son especialmente difusos, como conviene a las estrategias del capitalismo crepuscular en su versión agresiva).
Entiendo esa dureza del rostro como una progresiva exhumación de rasgos faciales, un ejercicio de arqueología gestual al que el tiempo -infalible funcionario del rostro- nos somete con una eficacia que algunos entienden cruel pero que no es sino una metamorfosis y una felicidad (tal como lo entiendo, llegar a ser uno mismo, sin las "ilusiones" y falacias de la juventud, es siempre un regalo que hay que merecer, y agradecer).
Además, el rostro juvenil no tiene "vida en los márgenes". Su campo de incertidumbre es muy restringido, y por lo tanto inhabitable. Su sombra es escasa y ahí no se puede crecer. No hay espacio para esa "otra" germinación. Tampoco hay que olvidar esa tristeza sin nombre, ese dolor que da comprobar lo que el mundo le está haciendo a los jóvenes en este momento: la destrucción sistemática de la interioridad, la negación de la alteridad y del hambre nómada que somos. La negación del sucesivo vértigo del existir en aras de estrategias de rentabilidad y asertividad laboral, etc.
Quizá el rostro no se endurece exactamente, sino que salen a la superficie las líneas definitivas que trazan nuestra expresión y que la blandura ocultó durante tantos años. Esas líneas son un espacio para reconocernos, refutarnos, congregarnos, transitar hacia esa alteridad generosa de la mirada del otro.
Con ese rostro duro no tendremos miedo, no existirá la posibilidad del miedo.
Me enternecen especialmente los rostros que, en esa dureza, transitan hacia su infancia, vuelven a la infancia.
Ha sido un privilegio leer tus palabras precisas y hermosas.
Un abrazo fuerte
Ana:
olvidé un apunte colateral. Una de las falacias de la juventud, alimentada especialmente por los jóvenes pero también por los "no jóvenes", es que sólo la juventud es bella.
Sólo vale la belleza de los veinte años, sólo el rostro de los veinte años es bello.
Esta mentira, esta atrocidad, ha generado un sufrimiento incalculable.
Por mi parte, creo que el rostro que se adensa, que se endurece, es más capaz de inclinarse hacia sí mismo, tiene más capacidad de entrañarse y mostrar sus pliegues, sus fisuras: arqueología, ahora visible, de la intimidad. El rostro que decanta así sus líneas de fuerza adquiere una belleza más perfilada y rotunda, incomparablemente luminosa. Sólo ha que ver la madurez del rostro de Clarice, entre otros.
abrazos
Pues aunque sea repetirme como el ajo (porque en las Amapolas recién he dicho casi lo mismo) y al hilo de la conversación entre Ana y Stalker, recuerdo que de pequeña me parecían fascinantes todos los rostros, todos los cuerpos, todas las pieles, me encantaban sus pliegues, sus formas y sus olores. Naturalmente que se trata de una perversión cultural la identificación de la belleza con sólo unas determinadas formas y texturas, pero se agarra insidiosamente y no es fácil librarse de ella para volver a aquel saber de la infancia, aparte de que muchos, muchísimos, la mayoría ni siquiera se lo cuestionan.
Abrazos.
(Stalker, creo que te gustaría ver la imagen que aparece en la última entrada de las Amapolas)
Es un rostro hermoso ¿hermoso?, porque está lleno de vida ¿vida?, porque es un rostro que ha regresado del horror (pero del horror no se regresa nunca).
Dillinger piensa en Becket, a mí me ha recordado el último Chet Baker. Rostros descarnados, despojados.
No comparto mucho la idea del endurecimiento del rostro. No necesariamente el envejecimiento trae la dureza. El tiempo imprime carácter al rostro, lo individualiza (en lo que dices de los jóvenes, sí, todos se parecen), lo que le hacemos a la vida queda en él, lo que nos hace la vida. Los retratos de Rembrandt son cada vez más interesantes a medida que el tiempo pasa. Se va acercando a él, sin duda. Pero no pienso que los rostros 'viejos' revelen siempre dureza.
Abrazos a todos
Bel:
así es, ojalá pudiéramos volver a ese saber de la infancia.
Pero eso no va a ocurrir, y así nos va.
Esta mañana pasé por tus amapolas y disfruté de esa entrada. Guardé silencio por discreción, pero leo, percibo, estoy.
besos
Leonardo:
la dureza del rostro es una manera de decir. Todo es una manera de decir.
Pero sí hay algo que se perfila, que se afila, una estructura que va aflorando y queda al desnudo. Por supuesto, ese endurecimiento puede ser dulce, una cosa no excluye la otra...
Beckett, Chet Baker, sí. Pero aquí hay algo más. Una insularidad doliente. Alguien que ha pagado un precio muy elevado por su lucidez. Me admira eso.
Abrazos
debía haber ido al espejo antes de escribir. cambié eso por ver la cara a un gorrión ayer, aprovechando que se posó en una de las sillas de la terraza. como imaginaréis no pude acercarme mucho. sin embargo observé la fisonomía de su cara. en la cara de los pájaros, como en la de los árboles, se observa con nitidez el paso del viento. creo que lo que trato de decir es que son ellos los que "pasan por" y no al revés. en los animales es así. por eso un perro viejo nos extraña hasta el llanto porque solamente en la última etapa se entrega a los años vividos, como una capa amistosa que lo prepara para cuando yazca, ya sin vida, sobre la tierra que lo acoja, en una expresión de acogimiento conmovedora. ¿las caras nuestras? bah. solamente es la puerta principal en la representación, y, eso, por lo general, no es de gran interés para mí. aunque se conformen nuestras gemas involuntariamente, tienden a la caricatura. tendemos a eso. hay excepciones, claro. y no está en las caras. está en los ojos de quien mira. en cuanto somos capaces de saltar al otro lado (no sé explicar cómo se salta a la otra manera de ver) la cosa cambia. y ya estamos contemplando rostros hermosos, como esta entrada de stalker.
me parece que me he hecho la picha un lío. ¡son lindas vuestras caras, eh!
besos,
ò.
Querido hermano búfalo:
te explicas admirablemente. Es todo eso que dices, lo que dices y lo que fluye por debajo de lo que dices...
Tú también tienes cara de pájaro. Pasas a través del viento.
Me alegra tu incursión aquí a pesar de haber empezado tus vacaciones de tres meses (¡vacaciones de niño, claro!)
abrazos
Estaba reflexionando sobre lo que habeís comentado de los rostros.
A mi me da la impresión que el rostro refleja el surco que dejan las heridas. Luego me he ido a mirar los rostros de las mujeres que hay en el lateral del blog y he visto el pájaro de china (Querida Mariel) con toda su belleza, y a Laura con toda su calidez.
Creo que la expresión de la mirada es muy importante en un rostro.
Stalker dónde puedo encontrar algún libro de este autor?
Ahh ya tengo mi libro editado: Crónica diaria.
Lola:
qué buena tu lectura de rostros y miradas en la barra lateral. Son rostros que me iluminan, todos ellos.
Los libros de Jean Améry se pueden conseguir en cualquier buena librería. Están todos en Pre-Textos, quizá hay uno o dos descatalogados, pero imagino que pendientes de reedición en cualquier momento. A mí me gustó especialmente "Más allá de la culpa y la expiación. Tentativas de superación de una víctima de la violencia".
Y respecto a tu libro, lo hablamos, ¡esto lo tengo que leer enseguida!
besos
Gracias Stalker por la reseña de Améry. Me parece interesante el título.
Si acaso mandame email. Tienes mi correo?
te he mandado un email a un correo que tengo tuyo pero creo que no lo usas.??
Quiero comentarte una cosa.
Lola:
te envié un email desde el correo bueno,
abrazos
"Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara." Borges dixit.
La mirada de Améry cierra el círculo que encierran esas líneas.
El otro día me encontré con una foto de Idea Vilariño y pensé en cuántas veces, todas ellas, la miraba y sentía cómo yo misma me sorprendía. Siempre que la miro es como hundirme poco a poco en su simetría facial. Sobre todo en lo que dicen sus ojos a la cámara. Hay una conjunción de extremos que dan lugar a una expresión, esa que conmueve, en todos los sentidos de la palabra conmover. Simplemente moverse a través de los rostros. Creo que es algo a lo que hay que aprender, en lo que hay que aprender a deslizarse por ello. La multitud de secretos que se encierran allí.
Portinari:
lo dices hermosamente. Es así. Hay que con-moverse, derramarnos en esos signos faciales que nos reclaman e interpelan.
Gracias por mirar así el rostro de Idea, que también me es muy querido y entrañado. Gracias por mirar y compartir,
abrazos
Stalker,
de Améry leí el libro "Levantar la mano sobre uno mismo". Leeré éste del que nos hablas.
He mirado su rostro. Y veo el dolor y la soledad de su existencia torturada. Antes y después de Auschwitz. Sólo me viene a la cabeza algo que leí. Cuando publicó el libro "Levantar..." en 1976 fue a una universidad a hablar con los estudiantes, uno de ellos le dijo: ¿Por qué escribió este libro sobre el suicidio y por qué no se ha suicidado?. Améry le dijo: Ten paciencia. Dos años más tarde se suicidó.
En su rostro se ve el dolor pero sobre todo se ve el dolor de la incomprensión social. Sus propias palabras lo dicen: "No me angustia ni el ser ni la nada ni dios ni la ausencia de dios, sólo la sociedad: pues ella, y sólo ella, me ha infligido el desequilibrio
existencial al que intento oponer un porte erguido. Ella y sólo ella
me ha robado la confianza en el mundo."
Say:
es tremenda la cita de Améry... gracias por traerla,
y gracias por iluminar esta entrada con tus palabras.
abrazos
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