miércoles, 30 de noviembre de 2011

¿Realidad? (Lógicas de la espectralidad II)

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Así pues, la realidad, el mundo real, sólo habrá durado un tiempo, el imprescindible para que nuestra especie lo hiciera pasar por el filtro de la abstracción material y el cálculo. Real desde hacía tiempo, el mundo no estaba destinado a seguir siéndolo mucho más. Habrá cruzado la órbita de lo real en unos cuantos siglos, y no tardará en perderse más allá.

En términos meramente físicos, podemos decir que el efecto de realidad sólo existe en un sistema de velocidad y continuidad relativas. En sociedades más lentas, como las primitivas, la realidad no existe, no "cristaliza", a falta de una masa crítica suficiente. No hay suficiente aceleración como para que haya linealidad, y con ella causas y efectos. En las sociedades demasiado rápidas, como la nuestra, el efecto de realidad se difumina: la aceleración trastorna los efectos y las causas, la linealidad se pierde en la turbulencia, la realidad, en su continuidad relativa, ya no tiene tiempo de existir. Así pues, la realidad sólo existe en una determinada almena de tiempo y de aceleración, en una determinada ventana o en una determinada playa de los sistemas en expansión.

Jean Baudrillard, El crimen perfecto (trad. Joaquín Jordá)


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viernes, 25 de noviembre de 2011

El árbol-mundo

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Hay un árbol muy antiguo que tiene las ramas hacia abajo y las raíces hacia arriba. Éstas son lo puro, el Absoluto, lo inmortal. Sobre ellas reposan todos los mundos y nada existe más allá de ellos. Esto es verdaderamente así.

Tiene como primer brote la Vida total, el Brahman inferior, que comprende los poderes de conocimiento y acción; como tronco tiene los diversos cuerpos sutiles de todas las criaturas. Su fuerza para crecer le viene del rocío del agua del deseo. Los objetos del conocimiento sensorial son sus tiernos brotes. Sus hojas son los Vedas, la Tradición, la Lógica, el aprender y la enseñanza. Son sus bellas flores los variados actos de ofrecimiento, amor, austeridad... Sus distintos sabores son las experiencias de placer y dolor. Sus infinitos frutos son los medios de subsistencia de todos los seres. Tiene unas raíces secundarias bien ocultas, entrelazadas y firmemente enraizadas por el rocío del agua del deseo. Tiene como nidos los siete mundos, empezando por el llamado satya, construido por los pájaros que son los seres que habitan en Brahman inferior.

Kahta Upanisad (en cursiva) con el comentario Advaita Vedanta de Shankara (en redonda)(trad. Consuelo Martín)



En Benarés, la ciudad de los templos, los árboles sagrados, el pippal (asvattha, ficus religiosa) y el banyan (nyagrodha, ficus indica), sirven de abrigo a los dioses. Bajo sus hojas habita Shiva en forma de linga o acompañado de su esposa Parvati, y Hanuman, el dios mono, y Durga y Kali, las diosas terribles. También eligen las mujeres los grandes troncos de los árboles sagrados para colgar en ellos cuencos de barro que contienen pequeñas efigies a través de las cuales las fuerzas naturales habrán de propiciar su fertilidad. No he visto nunca que las mujeres se abracen a los árboles, pero dicen que en algunas partes de la India es costumbre que lo hagan para participar de su florecimiento.

Chantal Maillard, El árbol de la vida



Yo: ¿Qué es el árbol Tûbâ?
El sabio: El árbol Tûbâ es un árbol inmenso. Cualquiera que frecuente el paraíso, contempla allí ese árbol cada vez que pasea por él. Hay una montaña que está situada en el centro de las once que te he hablado. En ella se encuentra el árbol Tûbâ.
Yo: ¿Y ese árbol no tiene frutos?
El sabio: Todos los frutos que ves en el mundo están en él. Si ese árbol no existiera, jamás habría ante ti ni fruto, ni árbol, ni flor ni planta.
Yo: ¿Qué relación tienen frutos, árboles y flores con ese árbol?
El sabio: Sîmorgh tiene su nido en la cima del árbol Tûbâ. Al alba, sale de su nido y despliega sus alas sobre la Tierra. Por la influencia de sus alas los frutos aparecen en los árboles y las plantas germinan en la Tierra.

El arcángel teñido de púrpura, Shihâboddîn Yahyâ Sohravardî (trad. Agustín López Tobajas)



El bosque infinito, solitario, crepuscular, ha sido siempre el anhelo oculto de todas las formas arquitectónicas de Occidente. [...] Los cipreses y los pinos producen la impresión de cuerpos euclidianos; no hubieran podido ser nunca símbolos del espacio infinito. El roble, el haya, el tilo, con sus vacilantes manchas de luz en los espacios llenos de sombra, producen una impresión incorpórea, ilimitada, espiritual. El tronco de un ciprés encuentra la perfecta conclusión de su tendencia perpendicular en la columna clara de su copa fusiforme; el tronco de un roble es como un afán insaciado, insaciable, de transcender allende la cima. En el fresno dijérase cumplida la victoria de las ramas ascendentes sobre la corona. El aspecto del fresno tiene algo de cosa disuelta, como una libre propagación en el espacio, y acaso fuera por eso el fresno un símbolo del mundo en la mitología nórdica.

Oswald Spengler, La decadencia de Occidente (trad. Manuel G. Morente)



siempre he sentido que entre esas dos imágenes fundacionales, el árbol de Sacrificio y el árbol de Paisaje en la niebla, imágenes-cuerpo, imágenes que nos ofrecen la experiencia de lo intraducible, se crea el espacio de un pathos terapéutico: música callada de la curación, estremecimiento que sana, regazo al que caer

si ya no hay reacción epidérmica, si la piel ya no es el lugar del encuentro: migrar al árbol, abrazar al árbol

donde la intemperie
donde un latido ofrece mundo

lugar de lo impronunciable, donde la "salvación" no será más que el encuentro de dos vibraciones, dos vidas que se funden en un instante de equilibrio rítmico

ahí podrá brotar el poema, árbol-mundo o poema-mundo: otra forma de decir la extinción en la ternura, lo inextinguible mismo, más allá de la desaparición de la experiencia de la piel, que nos ha sido negada por los administradores del miedo en todos los órdenes de la vida

Imágenes:
(1) Fotograma de Sacrificio, de Andrei Tarkovski
(2) Árbol Pippal, en Nepal.
(3) Árbol Banyan, en la India.
(4) Representación del fresno Ygdrasill, el árbol del mundo
(5) Fotograma de Paisaje en la niebla, de Theos Angelopoulos

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martes, 22 de noviembre de 2011

¿Mundo? (Lógicas de la espectralidad I)

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En realidad no existe ningún mundo, en cuanto que la mayoría de nosotros vive en un mundo que ya ha sido destruido. No sé si otras personas sienten lo mismo que yo, pero sospecho que sí, que el diluvio ya ha llegado, que no tenemos que esperar el holocausto nuclear. Personalmente, siento que el mundo ya ha sido destruido, que está perdido y que no existe, que es sólo la sombra de algo, la lluvia radiactiva, los residuos, el polvo de alguna catástrofe, y no hay nada a lo que agarrarse. No hay nada aquí, ningún arte, ninguna cultura, ninguna civilización. La mayoría de nosotros vive en ciudades que ya no existen más que como atascos de tráfico. Atenas, Nueva York, París, Barcelona son ciudades que nadie ha definido todavía. Todos creemos que vivimos en esa pequeña área que rodea la catedral, pero eso ahora no es más que una atracción turística. Así pues, en ese sentido, estas míticas ciudades ya no existen. Manhattan y Berlín tampoco existen. Hay muy poca gente que viva en su propio tiempo. La mayoría de nosotros vive en un período mitológico que es la herencia de la literatura y la manipulación política. Ya nadie vive en su propio tiempo. Y mi canción First we take Manhattan quiere ser una respuesta a esa sensación de ingravidez y aburrimiento que experimento en mi vida diaria. No es una idea original, pero es que la mayor parte del tiempo vivo en un universo donde no puedo poner mis manos sobre nada porque todo duele.

Leonard Cohen (trad. Alberto Manzano)


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lunes, 21 de noviembre de 2011

Las intemperies de Mr Steiner

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Cuando tengo noticia a través de reportajes, fotografías o personalmente del dolor gratuito que se inflige a los niños y a los animales, una rabia feroz me invade. Hay gentes que arrancan los ojos a los niños vivos, que les disparan en los ojos, que maltratan a los animales en su presencia. Estos hechos me colman de un desprecio inconsolable. El odio, la desesperación que desatan en mí superan con mucho mis recursos mentales y nerviosos. La tórrida oscuridad en la que me siento sumido trasciende mi voluntad. Me encuentro poseído por la enormidad. Pero este odio y este dolor desesperados, esta náusea del alma, producen un extraño contraeco. No sé cómo expresarlo de otro modo. En el enloquecedor centro de la desesperación yace el insistente instinto de un contrato roto. De un cataclismo específico y atroz. En el fútil grito del niño, en la agonía muda del animal torturado, resuena el “ruido de fondo” de un horror posterior a la creación, posterior al momento de ser separados de la lógica y y del reposo de la nada. Algo –cuán inútil es a veces el lenguaje- se ha torcido irremediablemente. La realidad debería, podría haber sido de otro modo (el “Otro”). La fenomenalidad de la existencia orgánica consciente debería, podría haber hecho imposible el sadismo, la culpa que domina y supera mi identidad llevan implícita la hipótesis de trabajo, la “metáfora de trabajo”, si se quiere, del “pecado original”.

Soy incapaz de atribuir a esta expresión una sustancia razonada, y mucho menos histórica. En el plano pragmático-narrativo, los relatos de cierto delito inicial y de culpa heredada son fábulas universales, asombrosamente profundas y eternas. Nada más. Pero, ante el niño maltratado, violado, ante el caballo o la mula azotados, me siento poseído, como por una claridad en plena noche, por la intuición de la expulsión del Paraíso. Sólo un acontecimiento semejante, irreparable mediante la razón, puede hacernos entender, aunque casi nunca soportar, las realidades de nuestra historia en esta tierra arrasada. Estamos condenados a ser crueles, avariciosos, egoístas, mendaces. Cuando era, cuando debería haber sido lo contrario. Cuando la verdad y la compasión hasta el punto del sacrificio de hombres y mujeres excepcionales nos muestran de un modo tan sencillo cómo podría haber sido. Muchas veces me he preguntado, he fantaseado de manera infantil, si la historia de la humanidad no es la pesadilla transitoria de un dios durmiente. Si éste no acabará despertando para así tornar innecesario, de una vez por todas, el grito del niño, el silencio del animal apaleado.

El amor es la oposición dialéctica del odio, su reflejo contrario. El amor es, en diversos grados de intensidad, el milagro imperativo de lo irracional. No es negociable, como lo es la (condenada) búsqueda de Dios entre Sus enfermos. Temblar, en lo más hondo de nuestro espíritu, hasta el último nervio y el último hueso, ante la visión, ante la voz, ante el más leve roce del ser amado; luchar, trabajar, mentir sin tregua para alcanzar al hombre o a la mujer amados, para estar cerca de ellos; transformar la propia existencia –personal, pública, psicológica, material- en un instante imprevisto, en la causa y la consecuencia del amor; experimentar un dolor y un vacío inefables en ausencia del ser amado, cuando el amor se marchita; identificar lo divino con la emanación del amor, como todo platonismo –lo que equivale a decir, el modelo de transcendencia occidental-, es participar del más común e inexplicable sacramento de la vida humana. Es, dentro de las posibilidades personales, sentir la madurez del espíritu. Equiparar este universo de experiencias con la libido, como hace Freud, expresarlo en términos de biogenética, de procreación, son reducciones casi despreciables. El amor puede ser el vínculo no elegido, hasta el punto de la autodestrucción, entre individuos ostensiblemente incompatibles. La sexualidad puede ser secundaria, fugaz o estar completamente ausente. El feo, el pérfido, el más malvado de los seres humanos puede ser objeto de un amor apasionado y desinteresado. El deseo de morir por el ser amado, por el amigo, la lúcida locura de los celos, son nocivos bajo cualquier concepto biológico (darwiniano) o socialmente concebible. La célebre máxima de Pascal (“El corazón tiene razones que la razón desconoce”) supone una defensa de la racionalidad. No son “razones” lo que colman nuestro corazón. Son necesidades de origen totalmente distinto. Más allá de la razón, más allá del bien y del mal, más allá de la sexualidad, que, incluso en la cumbre del éxtasis, es un acto tan insignificante y efímero. Me he pasado la noche bajo la lluvia, calándome hasta los huesos, para ver un instante a mi amada doblar una esquina. Puede que ni siquiera fuese ella. Dios se apiada de quienes nunca han conocido la alucinación de la luz que llena la oscuridad durante la vigilia.

De la irrazonada, de la imposible de analizar, de la a menudo ruinosa y todopoderosa fuerza del amor surge el pensamiento -¿es, una vez más, una puerilidad?- de que “Dios” aún no está. De que llegará a ser o, más exactamente, se manifestará de manera asequible para la percepción humana, sólo cuando hay un inmenso exceso de amor sobre el odio. Todas y cada una de las crueldades, todas y cada una de las injusticias infligidas al hombre o a la bestia justifican el ateísmo en la medida en que impiden que Dios llegue por primera vez. Pero soy incapaz, incluso en los peores momentos, de renunciar a la creencia de que los dos milagros que validan la existencia mortal son el amor y la invención de los futuros verbales. Su conjunción, si es que alguna vez llega a darse, es lo mesiánico.

“El que piensa grandemente debe equivocarse grandemente”, dijo Martin Heidegger, el parodiador-teólogo de nuestra era (entendiendo “parodiador" en su sentido más grave). También los que “piensan pequeño” pueden equivocarse grandemente. Ésta es la democracia de la gracia o de la condenación.

George Steiner, Errata. El examen de una vida (trad. Catalina Martínez Muñoz)


Pocas veces tiene uno la posibilidad de leer un texto simultáneamente emocionante e irritante, que puede provocar adhesión y rechazo en un mismo movimiento...

George Steiner empieza su texto con una confesión a quemarropa y poco a poco la deriva hacia las aguas que realmente le interesan: la nostalgia de absoluto, la defensa de las verdades teológicas heredadas en las que se asienta nuestra cultura. La conclusión: "El Amor vendrá" es sinónima de "Dios vendrá": un estimulante llamado a la redención mesiánica. Lo curioso es que Steiner parece muy abierto de miras, en sus libros se adhiere a algunas consignas posmodernas para al final regresar al punto de partida: el viejo etnocentrismo misógino y avasallador, que no reconoce al otro salvo como periferia donde exportar las propias contradicciones.

Steiner ha llegado a afirmar que la mujer no es naturalmente creadora porque su maternidad es su plenitud y no necesita buscar otra satisfacción, otra realización, en el arte: la mujer se expresa a través de su biología, se realiza a través de la biología. De ahí que, en su opinión, sus logros artísticos sean siempre menores o irrisorios en comparación a las "grandes" obras de los hombres (Steiner vive obsesionado con la "grandeza" y con la "seriedad": "Un pensador serio no podría decir tal cosa", "Un escritor serio no afirmaría tal otra", etc. Un ejemplo de pensador "no serio" es, por ejemplo, Derrida, de quien Steiner no deja de burlarse a la más mínima oportunidad).

Este ejemplo de misoginia explícita insuperable ni siquiera merece contestación.

Steiner ha escrito un artículo sonrojante sobre Simone Weil, donde arremete contra el supuesto antisemitismo de la escritora y ofrece de ella una imagen poco menos que caricaturesca.

Steiner se enfada porque Wittgenstein afirma que no le gusta Shakespeare, que no tiene nada que hacer con él. El centro de la literatura mundial es Shakespeare y quien no reconozca esa autoridad es persona non grata. Harold Bloom ahondará en esta premisa e intentará hacer pasar el canon anglosajón por un canon occidental. No hace falta decir que ni para Steiner ni para Bloom existen la literatura ni la filosofía orientales.

Steiner considera que toda literatura esconde siempre una búsqueda de absoluto, una reconciliación con un principio trascendente, que coincide punto por punto con el platonismo judeocristiano.

En definitiva, Steiner no ha salido de la Belleza, de la Luz, de la Trascendencia (las grandes verdades reveladas, conceptos teológicos apenas secularizados que han ido adquiriendo la naturaleza de categorías estéticas) pero intenta pasar por otra cosa, disfraza su rostro reaccionario bajo una máscara polifacética: la de quien aparentemente escucha cuando en realidad sólo pretende convertirnos a su verdad.

Steiner es un dialéctico consumado, un escritor muy hábil, que practica el reduccionismo etnocéntrico con virtuosismo impecable.

Llega a emocionar profundamente con un párrafo como el anterior. Pero al final, al concluir la lectura, la emoción se ha trasformado en irritación, y presiento que bajo el pensador hay un pontífice: alquien que pretende no razonar, no exponer ideas, sino practicar un proselitismo moralizante que canaliza todas las aguas hacia la única fuente de verdad absoluta.

Gracias por el esfuerzo, señor Steiner, pero algunos preferimos seguir equivocándonos y no esperar que llegue el Amor divino.

Preferimos la ternura, la cercanía, el ahora, a ese Amor sobrehumano que vendrá si le concedemos el tiempo de la espera mesiánica.

Algunos preferimos el barro en los pies y la demolición de las mayúsculas, la ausencia de un dictado moral permanente sobre nuestras vidas.

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20-N Noche: Human Behaviour

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If you ever get close to a human
And human behaviour
Be ready, be ready to get confused

There's definitely, definitely, definitely no logic
To human behaviour

Björk, "Human Behaviour"

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jueves, 17 de noviembre de 2011

Amar la materia

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Fragmento arcaico

Yo trataba de amar la materia.
Tracé un signo en el espejo:
No puedes odiar la materia y amar la forma.

Era un día hermoso, aunque frío.
Fue, para mí, un gesto extravagantemente hermoso.

....... tu poema:
se intentó, no se pudo.

Tracé un signo sobre el primer signo:
Llora, solloza, derrúmbate, entrega tus vestidos-

Lista de cosas para amar:
polvo, alimento, conchas, cabello humano.

...... dijo
exceso insípido. Luego yo

destruyo lo signos.

Ayayayay lloró
el espejo desnudo.

Louise Glück, Averno (trad. Stalker)


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lunes, 14 de noviembre de 2011

El aprendizaje

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Nuestros estudios

Para nuestros estudios contamos con el diccionario de nuestro padre y la Biblia que hemos encontrado aquí en casa de la abuela, en el desván.
Damos lecciones de ortografía, de redacción, de lectura, cálculo mental, de matemáticas y hacemos ejercicios de memoria.
Usamos el diccionario para la ortografía, para obtener explicaciones y también para aprender palabras nuevas, sinónimos y antónimos.
La Biblia nos sirve para la lectura en voz alta, los dictados y los ejercicios de memoria. Nos aprendemos de memoria, por tanto, páginas enteras de la Biblia.
Así es como transcurre una lección de redacción:
Estamos sentados en la mesa de la cocina con nuestras hojas cuadriculadas, nuestros lápices y el cuaderno grande. Estamos solos.
Uno de nosotros dice:
-El título de la redacción es: "La llegada a casa de la abuela".
El otro dice:
-El título de la redacción es: "Nuestros trabajos".
Nos ponemos a escribir. Tenemos dos horas para tratar el tema, y dos hojas de papel a nuestra disposición.
Al cabo de dos horas, nos intercambiamos las hojas y cada uno de nosotros corrige las faltas de ortografía del otro, con la ayuda del diccionario, y en la parte baja de la página pone: "bien" o "mal". Si es "mal", echamos la redacción al fuego y probamos a tratar el mismo tema en la lección siguiente. Si es "bien", podemos copiar la redacción en el cuaderno grande.
Para decidir si algo está “bien” o “mal” tenemos una regla muy sencilla: la redacción debe ser verdadera. Debemos escribir lo que es, lo que vemos, lo que oímos, lo que hacemos.
Por ejemplo, está prohibido escribir: “la abuela se parece a una bruja”. Pero sí está permitido escribir: “la gente llama a la abuela “la Bruja”.
Está prohibido escribir: “el pueblo es bonito”, porque el pueblo puede ser bonito para nosotros y feo para otras personas.
Del mismo modo, si escribimos: “el ordenanza es bueno”, no es verdad, porque el ordenanza puede ser capaz de cometer maldades que nosotros ignoramos. Escribimos, sencillamente: “el ordenanza nos ha dado unas mantas”.
Escribiremos: “comemos muchas nueces”, y no: “nos gustan las nueces”, porque la palabra “gustar” no es una palabra segura, carece de precisión y de objetividad. “Nos gustan las nueces” y “nos gusta nuestra madre” no puede querer decir lo mismo. La primera designa un gusto agradable en la boca, y la segunda, un sentimiento.
Las palabras que definen los sentimientos son muy vagas; es mejor evitar usarlas y atenerse a la descripción de los objetos, de los seres humanos y de uno mismo, es decir, a la descripción fiel de los hechos.


Ejercicio de endurecimiento del cuerpo

La abuela nos pega a menudo con sus manos huesudas, con una escoba o un trapo mojado. Nos tira de las orejas, nos da tirones del pelo.
Otras personas también nos dan bofetadas y patadas, no sabemos muy bien por qué.
Los golpes hacen daño, los golpes nos hacen llorar.
Las caídas, los arañazos, los cortes, el trabajo, el frío y el calor también son causa de sufrimiento.
Decidimos endurecer nuestro cuerpo para poder soportar el dolor sin llorar.
Empezamos por darnos bofetadas el uno al otro, después puñetazos. Viendo que llevamos la cara tumefacta, la abuela nos pregunta:
-¿Quién os ha hecho esto?
-Nosotros mismos, abuela.
-¿Os habéis pegado? ¿Por qué?
-Por nada, abuela. No te preocupes, es un ejercicio.
-¿Un ejercicio? Estáis completamente chiflados. Bueno, si eso os divierte...
Vamos desnudos. Nos golpeamos el uno al otro con un cinturón. Nos vamos diciendo, a cada golpe:
-No ha dolido.
Nos golpeamos fuerte, cada vez más y más fuerte.
Pasamos las manos por encima de una llama. Nos cortamos con un cuchillo el muslo, el brazo, el pecho, y nos echamos alcohol en las heridas. Cada vez, nos decimos:
-No ha dolido.
Al cabo de un cierto tiempo, efectivamente, ya no sentimos nada. Es otro quien siente dolor, otro el que se quema, el que se corta, el que sufre.
Nosotros ya no lloramos.
Cuando la abuela está enfadada y grita, le decimos:
-No grites más, abuela, y péganos.
Y cuando ella nos pega, decimos:
-¡Más, abuela! Mira, ponemos la otra mejilla, como dice en la Biblia. Péganos en la otra mejilla, abuela.
Ella responde:
-¡Idos al diablo con vuestra Biblia y vuestras mejillas!


Ejercicio de endurecimiento del espíritu

La abuela nos dice:
-¡Hijos de perra!
La gente nos dice:
-¡Hijos de bruja! ¡Hijos de puta!
Otros nos dicen:
-¡Imbéciles! ¡Golfos! ¡Mocosos! ¡Burros! ¡Marranos! ¡Puercos! ¡Gamberros! ¡Sinvergüenzas! ¡Pequeños granujas! ¡Delincuentes! ¡Criminales!
Cuando oímos esas palabras se nos pone la cara roja, nos zumban los oídos, nos escuecen os ojos y nos tiemblan las rodillas.
No queremos ponernos rojos, ni temblar. Queremos acostumbrarnos a los insultos y a las palabras que hieren.
Nos instalamos en la mesa de la cocina, uno frente al otro y mirándonos a los ojos, nos decimos palabras cada vez más atroces.
Uno:
-¡Cabrón! ¡Tontolculo!
El otro:
-¡Maricón! ¡Hijoputa!
Y continuamos así hasta que las palabras ya no nos entran en el cerebro, ni nos entran siquiera en las orejas.
De ese modo nos ejercitamos una media hora al día más o menos, y después vamos a pasear por las calles.
Nos las arreglamos para que la gente nos insulte y constatamos que al fin hemos conseguido permanecer indiferentes.
Pero están también las palabras antiguas.
Nuestra madre nos decía:
-¡Queridos míos! ¡Mis amorcitos! ¡Mi vida! ¡Mis pequeños adorados!
Cuando nos acordamos de esas palabras, los ojos se nos llenan de lágrimas.
Esas palabras las tenemos que olvidar, porque ahora ya nadie nos dice palabras semejantes, y porque el recuerdo que tenemos es una carga demasiado pesada para soportarla.
Entonces volvemos a empezar nuestro ejercicio de otra manera.
Decimos:
-¡Queridos míos! ¡Mis amorcitos! Yo os quiero... No os abandonaré nunca... Sólo os querré a vosotros... Siempre... Sois toda mi vida...
A fuerza de repetirlas, las palabras van perdiendo poco a poco su significado, y el dolor que llevan consigo se atenúa.

Agota Kristof, El gran cuaderno (trad. Ana Herrera y Roser Berdagué).

Hace pocos meses murió Agota Kristof, autora de un libro absolutamente único, duro y emocionante, "El gran cuaderno". Uno de esos libros con los que uno llora en silencio cada vez que los lee. Agota ilumina, con otras miradas, el lateral de este blog. La historia de los dos hermanos que tienen que sobrevivir en un entorno hostil y para ello desarrollan un entrenamiento y una particular filosofía vital es, sencillamente, una de las obras de ficción más intensas que he leído nunca. Es improbable volver a encontrar un libro con esa textura descarnada, con esa implacable disección de la condición humana, con esa lucidez y esa fiereza, con ese sentido de la compasión. Poco importa que el resto de los libros de Agota sigan sendas más convencionales y resulten, en comparación a "El gran cuaderno", un tanto anodinos. Haberlo logrado una vez es suficiente. Y no hay agradecimiento que baste para retribuir esa experiencia de lectura única y demoledora.


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viernes, 11 de noviembre de 2011

El Golem o la luna en el corazón

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Al principio esto era sólo el único atman. Ninguna otra cosa pestañeaba. Pensó para sí: "Emita yo los mundos".

Emitió estos mundos: las aguas [superiores], los rayos, la muerte, las aguas [inferiores]. El agua está por encima del firmamento; el firmamento es su base. Los rayos son el mundo intermedio. La muerte es la tierra. Las aguas son las que están debajo.

El atman pensó para sí: "He aquí estos mundos. Emita yo los guardianes de los mundos". De las aguas extrajo un purusa [amorfo] y le dio forma.

Lo incubó. Una vez incubado abrió la boca, como [se abre] un huevo; de la boca emergió el habla; del habla, el fuego. Se abrieron las fosas nasales; de las fosas nasales emergió el aire vital; del aire vital, el viento (vayu). Se abrieron los ojos; de los ojos emergió la vista; de la vista, el sol (aditya). Se abrieron las orejas; de las orejas, emergió el oído; del oído, las regiones del espacio (dis). Se abrió la piel; de la piel emergieron los cabellos; de los cabellos, las plantas y los árboles. Se abrió el corazón; del corazón emergió la mente; de la mente, la luna. Se abrió el ombligo; del ombligo emergió el aire de la espiración (apana); del aire de la espiración emergió la muerte. Se abrió el órgano viril; del órgano viril emergió el semen; del semen, el agua.

Estas divinidades, una vez creadas, se precipitaron en el gran océano. Él (el atman) lo sometió (al purusa) al hambre y la sed. Le dijeron las divinidades: "Encuéntranos una morada donde nos podamos asentar y tomar alimento".

Les trajo un toro. Dijeron: "Este toro no nos basta". Les trajo un caballo. Dijeron: "Este caballo no nos basta".

Les trajo una persona (purusa). Dijeron: "¡Qué cosa tan bien hecha! La persona es, en verdad, algo bien hecho". Les dijo: "Entrad, cada una, en vuestras moradas respectivas".

El fuego, transformado en habla, entró en la boca. El viento, transformado en el aire de la respiración (prana), entró en la fosas nasales. El sol, transformado en vista, entró en los ojos. Las regiones del espacio, transformadas en oído, entraron en las orejas. Las plantas y los árboles, transformados en cabellos, entraron en la piel. La luna, transformada en mente, entró en el corazón.


Aitareya Upanishad
(trad. Félix Ilárraz y Òscar Pujol)

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domingo, 6 de noviembre de 2011

Retrato de niña con fondo de poeta y filósofo

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–¿A quién le servirán mis conocimientos? –se lamentó el filósofo–. Empeñé mi vida en un inmenso esfuerzo de lógica, imperioso y solitario. Se averiguó inútil para la resolución de las cuestiones metafísicas, pero imprescindible para conocer los límites del conocimiento y valioso, sobremanera, para dilucidar cuestiones inmediatas. ¿Qué continuidad habrá, ahora, para tan largo empeño? Inútil es el saber que no se entrega. Soy como un panadero que, encerrado en su sótano, siguiese amasando pan a diario, lo cociera y lo colocara en los estantes a los que nunca nadie tendría acceso; cuando, al sentarse una tarde, a solas, contemplase las baldas repletas de panes cubiertos de verdín y comprendiese lo inútil de su empresa, ¿qué haría entonces el panadero?

–¡Basta de lamentaciones! –exclamó el poeta–. El ejemplo no es adecuado. Comer pan es una necesidad; pensar, en cambio, es un esfuerzo cuyos logros a menudo son amargos; ¿a quiénes iba a interesar? Mejor únete a mí, canta tu dolor, tu gozo si lo hallaras, todos se reconocerán en tus palabras, las cantarán contigo, las seguirán cantando después de ti y hallarán en ellas consuelo.

El filósofo levantó los ojos; había en ellos ternura y compasión.

–Si comiesen mi pan –le dijo al poeta dulcemente–, no necesitarían hallar consuelo. Lamentándose se amparan entre todos y eso les hace fuertes, lo sé, pero, ¿para qué utilizarán su fuerza? Si comiesen mi pan sabrían de la inutilidad de todas las guerras. El pan que amaso en secreto equilibra el universo.

El poeta lloró. Luego dejó de llorar.

–Enséñame -le dijo.

Y de lo que hablaron fue de los límites del lenguaje, de las definiciones correctas, de la lógica que rige el pensar.

Después de mucho tiempo, el filósofo le preguntó al poeta:
–¿Qué has aprendido?

–A no llorar –contestó el poeta. Y le señaló un pez de aletas doradas cuya cola guiaba como una quilla su cuerpo irisado bajo el agua. El filósofo se sentó a su lado.

Y de lo que hablaron fue de los días, de las nubes que pasan, de los ojos de los peces, del latir bajo el pelambre cálido de los mamíferos.

Chantal Maillard, Bélgica

Imagen: la pequeña Chantal en el mar del Norte, años cincuenta (fotografía incluida en Bélgica). Ya asoma la figura del observador, y la curiosidad toma la forma de arena entre los dedos.

Y aquí, un maravilloso artículo sobre este libro, con unas analogías cinéfilas muy sugerentes y, en mi opinión, exactas:

La memoria sonora

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viernes, 4 de noviembre de 2011

Lluvia en el corazón

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El Sayj [maestro] Abu-l-Hasan Al-Nuri dijo: hay cuatro moradas en los corazones. Y esto es así porque Dios dio al corazón cuatro nombres: pecho, corazón, corazón profundo y corazón recóndito.

Hay cuatro clases diferentes de fuego en el corazón del creyente: el fuego del temor, el fuego del amor, el fuego de la gnosis y el fuego del deseo. El fuego del temor quema la dulzura de la desobediencia; el fuego del amor quema la dulzura de la obediencia; el fuego de la gnosis quema la dulzura del apego [a las cosas de este mundo]; y el fuego del deseo quema el espíritu mismo.

Hay dos clases diferentes de lluvias: la lluvia de la misericordia y la lluvia de la retribución. La lluvia de la misericordia es el resultado de la felicidad y la lluvia de la retribución es el resultado de la desdicha. Y hay tres cosas que impiden que caiga la lluvia de la misericordia [sobre el corazón]: la primera es la contaminación del corazón con el disimulo; la segunda es la contaminación del intelecto con la pretensión; y la tercera es la contaminación de la mente profunda con la hipocresía.

La lluvia de la retribución derrama tres cosas sobre el corazón: la primera es que come de lo prohibido; la segunda es que no cumple las prescripciones legales y la tercera es que asume la intención de hacer el mal. La lluvia de la misericordia, de otra parte, cae [sobre el corazón] con cuatro cosas: el trueno del temor, el relámpago del anhelo, la lluvia de la generosidad y el viento del solaz. Entonces el trueno del anhelo retumba en el corazón de los arrepentidos; y el relámpago de la nostalgia estalla en el corazón de los ascetas; y la lluvia de la generosidad cae sobre los corazones de los amantes y el viento del solaz sopla en el corazón de los gnósticos.

Cuando la lluvia de la generosidad cae sobre el corazón, el árbol de la gnosis crece. Tiene cinco ramas: la primera sube hasta el trono; la segunda se extiende hacia el Este; la tercera hacia el Oeste; la cuarta hacia el horizonte derecho; y la quinta hacia el horizonte izquierdo.

La rama que sube hacia el trono se alimenta del agua de la beatitud y su fruto es la conversación íntima. La rama que se extiende hacia el Este se alimenta del agua de la generosidad y su fruto es el servicio. La rama que se extiende hacia el Oeste se alimenta del agua de la misericordia y su fruto es la ciencia y la admonición que trae como consecuencia la meditación y la obediencia. La rama que se extiende hacia el horizonte derecho se alimenta del agua del amor y su fruto es la rememoración continua. Y finalmente, la rama que se extiende hacia el horizonte izquierdo se alimenta del agua de la conversación, y su fruto es el fruto de Su visión.

Moradas de los corazones, Abu-L-Hasan Al-Nuri de Bagdag (trad. Luce López-Baralt)


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