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Nuestros estudios
Para nuestros estudios contamos con el diccionario de nuestro padre y la Biblia que hemos encontrado aquí en casa de la abuela, en el desván.
Damos lecciones de ortografía, de redacción, de lectura, cálculo mental, de matemáticas y hacemos ejercicios de memoria.
Usamos el diccionario para la ortografía, para obtener explicaciones y también para aprender palabras nuevas, sinónimos y antónimos.
La Biblia nos sirve para la lectura en voz alta, los dictados y los ejercicios de memoria. Nos aprendemos de memoria, por tanto, páginas enteras de la Biblia.
Así es como transcurre una lección de redacción:
Estamos sentados en la mesa de la cocina con nuestras hojas cuadriculadas, nuestros lápices y el cuaderno grande. Estamos solos.
Uno de nosotros dice:
-El título de la redacción es: "La llegada a casa de la abuela".
El otro dice:
-El título de la redacción es: "Nuestros trabajos".
Nos ponemos a escribir. Tenemos dos horas para tratar el tema, y dos hojas de papel a nuestra disposición.
Al cabo de dos horas, nos intercambiamos las hojas y cada uno de nosotros corrige las faltas de ortografía del otro, con la ayuda del diccionario, y en la parte baja de la página pone: "bien" o "mal". Si es "mal", echamos la redacción al fuego y probamos a tratar el mismo tema en la lección siguiente. Si es "bien", podemos copiar la redacción en el cuaderno grande.
Para decidir si algo está “bien” o “mal” tenemos una regla muy sencilla: la redacción debe ser verdadera. Debemos escribir lo que es, lo que vemos, lo que oímos, lo que hacemos.
Por ejemplo, está prohibido escribir: “la abuela se parece a una bruja”. Pero sí está permitido escribir: “la gente llama a la abuela “la Bruja”.
Está prohibido escribir: “el pueblo es bonito”, porque el pueblo puede ser bonito para nosotros y feo para otras personas.
Del mismo modo, si escribimos: “el ordenanza es bueno”, no es verdad, porque el ordenanza puede ser capaz de cometer maldades que nosotros ignoramos. Escribimos, sencillamente: “el ordenanza nos ha dado unas mantas”.
Escribiremos: “comemos muchas nueces”, y no: “nos gustan las nueces”, porque la palabra “gustar” no es una palabra segura, carece de precisión y de objetividad. “Nos gustan las nueces” y “nos gusta nuestra madre” no puede querer decir lo mismo. La primera designa un gusto agradable en la boca, y la segunda, un sentimiento.
Las palabras que definen los sentimientos son muy vagas; es mejor evitar usarlas y atenerse a la descripción de los objetos, de los seres humanos y de uno mismo, es decir, a la descripción fiel de los hechos.
Ejercicio de endurecimiento del cuerpo
La abuela nos pega a menudo con sus manos huesudas, con una escoba o un trapo mojado. Nos tira de las orejas, nos da tirones del pelo.
Otras personas también nos dan bofetadas y patadas, no sabemos muy bien por qué.
Los golpes hacen daño, los golpes nos hacen llorar.
Las caídas, los arañazos, los cortes, el trabajo, el frío y el calor también son causa de sufrimiento.
Decidimos endurecer nuestro cuerpo para poder soportar el dolor sin llorar.
Empezamos por darnos bofetadas el uno al otro, después puñetazos. Viendo que llevamos la cara tumefacta, la abuela nos pregunta:
-¿Quién os ha hecho esto?
-Nosotros mismos, abuela.
-¿Os habéis pegado? ¿Por qué?
-Por nada, abuela. No te preocupes, es un ejercicio.
-¿Un ejercicio? Estáis completamente chiflados. Bueno, si eso os divierte...
Vamos desnudos. Nos golpeamos el uno al otro con un cinturón. Nos vamos diciendo, a cada golpe:
-No ha dolido.
Nos golpeamos fuerte, cada vez más y más fuerte.
Pasamos las manos por encima de una llama. Nos cortamos con un cuchillo el muslo, el brazo, el pecho, y nos echamos alcohol en las heridas. Cada vez, nos decimos:
-No ha dolido.
Al cabo de un cierto tiempo, efectivamente, ya no sentimos nada. Es otro quien siente dolor, otro el que se quema, el que se corta, el que sufre.
Nosotros ya no lloramos.
Cuando la abuela está enfadada y grita, le decimos:
-No grites más, abuela, y péganos.
Y cuando ella nos pega, decimos:
-¡Más, abuela! Mira, ponemos la otra mejilla, como dice en la Biblia. Péganos en la otra mejilla, abuela.
Ella responde:
-¡Idos al diablo con vuestra Biblia y vuestras mejillas!
Ejercicio de endurecimiento del espíritu
La abuela nos dice:
-¡Hijos de perra!
La gente nos dice:
-¡Hijos de bruja! ¡Hijos de puta!
Otros nos dicen:
-¡Imbéciles! ¡Golfos! ¡Mocosos! ¡Burros! ¡Marranos! ¡Puercos! ¡Gamberros! ¡Sinvergüenzas! ¡Pequeños granujas! ¡Delincuentes! ¡Criminales!
Cuando oímos esas palabras se nos pone la cara roja, nos zumban los oídos, nos escuecen os ojos y nos tiemblan las rodillas.
No queremos ponernos rojos, ni temblar. Queremos acostumbrarnos a los insultos y a las palabras que hieren.
Nos instalamos en la mesa de la cocina, uno frente al otro y mirándonos a los ojos, nos decimos palabras cada vez más atroces.
Uno:
-¡Cabrón! ¡Tontolculo!
El otro:
-¡Maricón! ¡Hijoputa!
Y continuamos así hasta que las palabras ya no nos entran en el cerebro, ni nos entran siquiera en las orejas.
De ese modo nos ejercitamos una media hora al día más o menos, y después vamos a pasear por las calles.
Nos las arreglamos para que la gente nos insulte y constatamos que al fin hemos conseguido permanecer indiferentes.
Pero están también las palabras antiguas.
Nuestra madre nos decía:
-¡Queridos míos! ¡Mis amorcitos! ¡Mi vida! ¡Mis pequeños adorados!
Cuando nos acordamos de esas palabras, los ojos se nos llenan de lágrimas.
Esas palabras las tenemos que olvidar, porque ahora ya nadie nos dice palabras semejantes, y porque el recuerdo que tenemos es una carga demasiado pesada para soportarla.
Entonces volvemos a empezar nuestro ejercicio de otra manera.
Decimos:
-¡Queridos míos! ¡Mis amorcitos! Yo os quiero... No os abandonaré nunca... Sólo os querré a vosotros... Siempre... Sois toda mi vida...
A fuerza de repetirlas, las palabras van perdiendo poco a poco su significado, y el dolor que llevan consigo se atenúa.
Agota Kristof, El gran cuaderno (trad. Ana Herrera y Roser Berdagué).
Hace pocos meses murió Agota Kristof, autora de un libro absolutamente único, duro y emocionante, "El gran cuaderno". Uno de esos libros con los que uno llora en silencio cada vez que los lee. Agota ilumina, con otras miradas, el lateral de este blog. La historia de los dos hermanos que tienen que sobrevivir en un entorno hostil y para ello desarrollan un entrenamiento y una particular filosofía vital es, sencillamente, una de las obras de ficción más intensas que he leído nunca. Es improbable volver a encontrar un libro con esa textura descarnada, con esa implacable disección de la condición humana, con esa lucidez y esa fiereza, con ese sentido de la compasión. Poco importa que el resto de los libros de Agota sigan sendas más convencionales y resulten, en comparación a "El gran cuaderno", un tanto anodinos. Haberlo logrado una vez es suficiente. Y no hay agradecimiento que baste para retribuir esa experiencia de lectura única y demoledora.
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Totalmente de acuerdo contigo sobre esa obra de Agota Kristof. No me canso de releerla, de recomendarla, de pensarla, de sufrirla. Es prodigiosa. Y como dices tú, con haberlo logrado una vez, basta. Yo diría incluso que basta con intentarlo, :-)
ResponderEliminarHay días en los que entro una y otra vez en tu blog sin atreverme a comentar. Me resulta difícil hablar de obras que desconozco totalmente a partir de un fragmento. En estos casos me limitaría a decir “es bello”, sin profundizar más, del mismo modo que no se profundiza en la belleza de la flor…. Pero al leer un fragmento como este que nos traes, me basta para coincidir contigo en lo que dices hacia el final, que esta ha de ser una obra única(así como a veces podemos afirmar que un único verso es en si un poema ¿es exagerado decir que un fragmento posee en si el valor de una obra? Porque al leerlo siento que tiene más lecturas, y no me refiero tanto a la palabra “lecturas” en su acepción de “interpretaciones”, sino a las infinitas posibilidades de escarbar ese espacio que media entre las palabras, es decir la posibilidad de leer más que en muchas obras en toda su extensión. Pero bueno, es simplemente una percepción..) Ese narrador que nos va describiendo desde un aparente distanciamiento(porque le han enseñado que hay que limitarse a recabar los hechos y eludir cualquier conato de subjetividad), y falta de emotividad, como, en un mundo en el que imperan el dolor y el odio, se ha visto(bueno, en realidad son dos, pero me da la sensación de que forman un mismo ente…) obligado a aniquilar al individuo y reducir al ser a su más mísera condición(un poco como cosificarse), hasta asimilar que el dolor y el odio le son condiciones naturales, y como tal dejar de percibirlas, transformándolas en algo neutro. Como trata de hacer con esas palabras que repite hasta la saciedad, para que en esa repetición automática y continua se desvistan de todo significado. Me da la sensación de que lo mismo pasa con la historia que nos cuenta, la habrá repetido infinidad de veces para si con la intención de desvincularse de la misma….Hasta ese final estremecedor que nos desvela que todavía existe un sedimento en su pecho-algo así como la sombra de una llama- de algo que tiene que aniquilar por encima de todas las cosas. Un último reducto de su ser en donde todavía impera la idea de que así como el odio es natural al hombre, de igual modo lo es el amor. Y en su situación las palabras de amor deben ser las más ponzoñosas, aquellas cuyo rastro es más difícil de borrar de la propia sangre. Las que más se resisten a ser vaciadas de contenido…..Bueno, supongo que esto sonará un tanto confuso, pero responde a una primera toma de contacto. Me pareció que en un texto como este era casi imposible limitarse a decir cosas como “es bello”. Siempre existe la posibilidad de acogerse al silencio(como suelo hacer), pero hoy sólo tenía la necesidad de transmitirte que al leer esta entrada algo se me movió por dentro…..Un abrazo y gracias…
ResponderEliminarExtraño el aprendizaje y la tarea del endurecimiento. Yo no pude terminar su curriculo(sic) ni me considero formado en sus competencias básica. Pero pude apreciar sus pasos y hasta su mano en las lecciones que aprendía de muchos de mis mayores, la posguerra y el hambre, el aprendizaje de los sabañones,las hostias al zurdo para que cambie de mano y los capones de don Hilario, cura. Dureza. Todo para que la "furtiva lágrima" no cifre la presencia de algo. No hay nada - y caga más un buey que mil golondrinas, me decían. Huyo. Que no nos vean persiguiendo la sombra, ni luchando con ella. me encierro en un falso endurecimiento de silencio y soporte. Invento arbotantes para derivar las fuerzas Hay que romper con la excepcionalidad a través de la reiteración para que, así, lo que quiera ser realmente excepcional muestre sus perfiles minimalistas. Y para que no duela. Romper los reflejos de los cristales. Fuera el barroquismo de la palabra bella y sus primas las buenas palabras. Dureza bíblica, rigor descriptivo y cortes en las meninges. Convertir la lágrima en aguja o bisturí. Yo no pude aunque generé caparazón y bicefalia.
ResponderEliminarDebí prestar más atención a esas enseñanzas.
No sé si es ahora el aprendizaje asunto de endurecimiento. Quizás la máquina precise elementos más flexibles, amoldados a las pinceladas del poder vía "marca", "logo", uniforme o partido. Creo que sí, que se exige ahora (y ayer) endurecimiento. Es el estoicismo y el escepticismo una extraña filosofía guerrera. Entre lo político-militar y lo militar. Frente a la blandura. Pero lo de papá no era tampoco eso.
Es triste el aprendizaje y uno siempre aprende poco de los malos aprendizajes.
saludos y gracias por el texto que hace reír (al modo Jocker o al personaje de Victor Hugo)
Parece una novela para nada sencilla. Parece el argumento de una reconstrucción, un camino hacia la insensibilidad que en nuestra época y vida sería de lo más común. La negra licuefacción. Un saludo Stalker.
ResponderEliminarEs una lectura para mí pendiente. Sin embargo, dentro de lo terrible que la autora nos presenta, eran dos y me he preguntado: ¿Qué ocurre en esa situación y siendo sólo uno? Tal vez la locura, o el embrutecimiento absoluto y, desde luego, seguramente, la imposibilidad de escribir nada. Nada. Gracias por recordármelo. Un abrazo.
ResponderEliminaruna novela estremecedora, querido stalker. curiosamente, el ejemplar que tenemos en casa termina de forma abrupta en la página 432. tuvimos que acabarla -con la urgencia de lo inaplazable- en la edición de un amigo.
ResponderEliminargracias por traerla aquí.
abrazos
pepe
Recuerdo la lectura de ese libro como un acto febril. Me golpeó mucho. Sus aterradoras imágenes estaban construidas de una manera tan íntima que no podía dejar de leer-mirar. Hay libros que duelen y son hermosos a la vez...Éste es uno de ellos. Ha sido el mejor libro que me han regalado, un regalo emocionante, igual que la lectura de ese "Ejercicios para el endurecimiento del espíritu"...
ResponderEliminarUn abrazo
Demoledor. Un texto demoledor como pocos he leído. Emocionante. Estas son las cosas que busca uno en la literatura, porque son las que van directas a nuestro núcleo más íntimo y nos revuelven por dentro, y nos enseñan, nos tientan, nos retan.
ResponderEliminarEn apenas unos minutos he sentido más y he visto más que en novelas enteras. Como apuntaban más arriba, hay textos, breves, de una intensidad abrumadora, en los que se viaja y se siente más que en toda una novela. Me haré con este libro.
Gracias por traer tantas cosas pequeñas e inmensamente valiosas a esta tierra común
un abrazo
ahab
mi padre me decía gamberra!, sinvergüenza! y otras cosas. era un señor muy serio, muy estricto. de niña y de adolescente yo me pasaba la vida en la calle, haciendo cosas que a él le parecían mal. estaba mejor fuera de casa que dentro con él, por eso siempre llegaba más tarde de la hora establecida. entraba en el dulce hogar temblando, sabía que mi padre me estaba esperando y comenzaría nada más verme la atronadora bronca y el consiguiente castigo. yo era muy rebelde. en sus mentalidades totalitarias la hipocresía social no tolera la rebeldía, por eso se producen las extremas, crueles y despiadadas historias familiares.
ResponderEliminaren la infancia construimos en soledad nuestros secretos de supervivencia.
cuando leí el libro de Agota Kristof, sobre todo este primero de la trilogía, El gran cuaderno, el más impactante, leía y lloraba…por el increíble efecto de la propia escritura de esta autora, y por el reconocimiento de ese mundo…
Texto estremecedor, tanto más cuánto algo dentro de nosotros respira sofocado en esas palabras. En diversas circunstancias, el expolio de la ferocidad humana nos ha legado un gran cuaderno, o, peor aún, uno pequeño, ínfimo, inscrito en el silente tejido de la sangre. Menos mal que en las raíces todavía se pronuncia la letanía certera del amor,palabras blindadas,inagotables, memoria sonora de Chantal, palabras que repetidas pierden su significado pero que, sin embargo, se adentran en huella, sin voz,convertidas en materia fluida que sostiene el "siempre" del "sois toda mi vida"
ResponderEliminarQuerido Stalker, Gracias por ese texto que nos permite llegar a esas regiones
abrazos
Flavia:
ResponderEliminarme alegra coincidir en tus gustos literarios al menos en una ocasión. Y qué ocasión. Sufro y vivo este libro igual que el primer día, y trato de difundirlo incansablemente,
un abrazo
Vera:
ResponderEliminarespléndida reflexión que también nos mueve dentro al leerla...
has entrevisto una de las claves de lectura: la sospecha de que los dos hermanos puedan ser solo uno. No revelaré nada más para quienes lean el libro, pero desde las primeras páginas me asaltó esa idea con mucha fuerza.
Un apunte tan solo: a los niños (usemos el plural) no les han enseñado la objetividad. Todo lo contrario: nuestro mundo y nuestro sistema educativo son terriblemente subjetivos. Ellos llegan a la objetividad mediante un método de ascesis, una depuración de los contenidos de conciencia y una estrategia de observación. El procedimiento tiene mucho que ver con técnicas yóguicas, de meditación y de observación propias del budismo, por muy lejanos que aparentemente nos encontremos de ese universo.
Insensibilizarse a las palabras tiernas... me conmovió tan inmensamente ese capítulo que no tengo palabras... las que tú has escrito son suficientes: adhiero a ellas mi temblor, la perplejidad vital que uno siente a veces al asomarse al vértigo entre las palabras y las cosas...
Es un texto que, en efecto, no puede definirse como "bello". Tampoco como otra cosa. Escapa a esas categorías. Se sitúa en otro lugar, un lugar remoto y sin embargo cercano, un lugar de intensidad que la literatura debería explorar con más frecuencia...
Me encantó tu comentario, el dulce fuego que hay en él, gracias de veras,
y un abrazo fuerte
Querido L:
ResponderEliminares triste el aprendizaje, siempre, porque se ejerce como violencia, en especial cuando está institucionalizado, cuando se ha delegado la homogeneización de los individuos al Estado, por ejemplo. En cambio el aprendizaje solitario me parece más libre, por mucho que esté moldeado y encauzado por una realidad adversa: siempre podrán detectarse -o inventarse- brechas de resistencia, siempre podrá reformularse o aquilatarse el estoicismo.
Estos niños de posguerra inventan estrategias para sobrevivir. La educación en la objetividad me parece terapéutica, y es lo contrario de la profilaxis inducida por una pedagogía espectral institucionalizada: en ésta, los nombres arrasan la singularidad inagotable de "lo real", en aquella, la depuración de la mirada de los niños otorga un cuerpo a las cosas, propicia el acontecimiento. La ternura de las cosas despierta en esa pretensión epistemológica, en esa vacuidad de la mirada ascética: es posible, entonces, el encuentro con un mundo, un mundo pequeño gobernado por reglas mezquinas, un mundo-piel, sub-real, cercano, mundo-aquí, inmune a las designaciones abstractas, hiper-reales, sobrecodificadas.
¿La salvación o el milagro con posibles en esa fugaz encrucijada entre la piel y las palabras, entre lengua y mundo? Salvación y milagro reconstruidos, des-teologizados, acercados a la baba de perro, al barro y al juego. Lógica de la supervivencia, antídoto contra la espectralidad...
un abrazo, L
C C Rider:
ResponderEliminarun camino, sí, una reconstrucción. Un grito. Una búsqueda de la dignidad.
Y muchas cosas más
un abrazo
Bel M:
ResponderEliminarel caso es que a lo mejor es solo uno... y entonces, ¿una esquizofrenia controlada, escición de la conciencia? ¿Heteronimia como último asidero de la razón acosada?
Contra el embrutecimiento, toda esa vida...
un abrazo
Caro Peppone:
ResponderEliminarestremecedora, sí... en realidad esa edición de la que hablas está formada por tres novelas. La primera es la buena, la primera es el temblor...
un abrazo fuerte, amigo!
Inés:
ResponderEliminares un regalo emocionante y que celebro!
abrazos!
Ahab:
ResponderEliminaren esta tierra común, pequeños oasis, bocas que se abren como flores para entonar letanías curativas
hay que inventar la carencia aún, el corazón aún,
un abrazo
Querida Say:
ResponderEliminarimaginaba que este libro se encontraba entre tus favoritos. Es un libro que se parece a ti, a tu actitud ante el mundo. Era fácil descubrirte en esos niños serios, rebeldes, insumisos ante las verdades totalitarias, las palabras totalitarias, los sentimientos totalitarios con que nos hemos dotado como sociedad de acuerdo a parámetros "razonables",
éste ha sido un libro con el que también he llorado. Me ha ocurrido con muy pocos libros. Leer y llorar me parece, de pronto, increíblemente hermoso. Una delicadeza que el libro nos permite. Una delicadeza que llama a otra delicadeza. Un puente. Un trayecto.
Gracias por no dejarte doblegar y por llorar con ese libro
abrazos y abrazos
Querida Anamaría:
ResponderEliminargracias a ti. El texto nos permite llegar a esas regiones, pero tú ya estás en ellas, en el cobijo, en el pliegue de delicadeza que asoma en su entrega repentina
creo que ahí ya trazas los surcos y ofreces el don de la objetividad, la desnudez de la carne palabra: esa ofrenda, otra de las formas del milagro, de la infancia
abrazo desde la memoria sonora