martes, 19 de julio de 2011

mirada. infancia (2)



Me dejo estar. A suficiente distancia de mí como para que nada me agreda. Reconozco. O,mejor dicho, vuelvo a estarme en lo mismo. Lo mismo, a diferencia de lo reconocido, no llega a ser estímulo para la conciencia. Estoy en mí. Un viejo mí. Un viejo estar en mí.

Luego, la conciencia. Y adviene el eco. La lluvia de repente es aquella lluvia. El sonido de los pasos en la acera, el sonido del tranvía al frenar, su chirriar de metal al rozar los rieles y, una vez dentro, la oscilación lateral, rítmica... Sin ninguna transición, recupero la mirada de la niña que solía perderse en lo ajeno. Tal vez fuese debido a la disposición de los asientos, me digo. Asientos estrechos situados frente a frente con tan poco espacio que obligan a los pasajeros a colocar las piernas oblicuamente. ¿Cómo no perderse en el otro cuando tu rostro respira a medio metro del suyo? Yo me creía invisible o, simplemente, lo era. Desaparecida de mí, vivía la vida de quienes estaban sentados frente a mí; les habitaba. Mirar era un puente que daba de inmediato a su interior. Sabía de sus gestos más íntimos, de sus temblores, sus pequeños vaivenes. No adivinaba, pues no había atisbo de conciencia en ello, sentía o, mejor dicho, había en mí. Porque yo era el otro, y había en mí lo que en el otro había, sólo que sin el juicio sentimental que acompañaba, en ellos, esos gestos internos. No había en mí la pena con la que se sentían desgraciados, ni el fastidio, ni la envidia, ninguno de los conceptos con los que definimos las diversas variaciones del ánimo, pero saboreaba con ellos sus recuerdos, experimentaba sus estados y, así, aprendí a ser en otros antes, mucho antes de haber sido en mí misma. No mires así a la gente, decía mi abuela temiendo que alguien pudiera sentirse importunado. Entonces, volvía en mí, a ese mí que tan mal reconocía. Y cuando bajaba del tren, absorta, muda, lo hacía con la misma sensación con la que, más tarde, y aún ahora en algunas ocasiones, saldría de una sala de cine. Volver a la "realidad" del mí era salirse de otro, y eso era difícil.

***

Simbad no acabó con el cíclope aquella tarde en la que, retrepada en la butaca, sola y aterrada pero feliz de no mostrarlo a la acomodadora se cumplía, a mis seis años, la experiencia de una primera tarde de cine. El cíclope halló refugio en mis ojos espantados. He aprendido a amar a esa criatura infeliz, perseguida por los héroes defensores de un mundo confeccionado a imagen de sus dioses. En mis días aciagos, suelo asomarme a su ojo ciego; ahí, la realidad se me hace más soportable.

***

En un universo entendido a semejanza del orden discursivo, lo inhabitual asombra. Todo razonamiento medianamente bien trabado da como resultado una obviedad. Las conclusiones de un discurso están, como es sabido, contenidas en las premisas; el razonamiento es simplemente un desarrollo, responde al gusto que la mente tiene por el despliegue, su horror a la concisión, al vacío que lo simple augura. En un universo entendido a semejanza del orden discursivo, todo ocurre temporalmente, y cualquier suceso que invierta los términos de la sucesión temporal es considerado un fenómeno extraño.
Pero, ¿y si el universo fuera una trama de pulsaciones sonoras? ¿Y si guardase la impronta formal de lo acontecido y los ecos surgiesen, como analogías sonoras, cuando la atención está dispuesta y la memoria -el propio mapa sonoro- abierta?

Bélgica, Chantal Maillard

19 comentarios:

Anónimo dijo...

http://my.opera.com/Adarmes/blog/2011/06/14/viaje-a-chantal-vuelta

Stalker dijo...

gracias, anónimo, por la instantánea inesperada:

el libro como un bebé, la infancia en el viaje, protegida,

es cierto que sólo hay una plaza, que vive múltiples existencias y se declina en muchas lenguas...

un saludo

Madison dijo...

Qué maravilla de párrafos has elegido
Un abrazo Stalker

anamaría hurtado dijo...

cada vez que leo a Chantal me aumentan las pulsaciones sonoras y me surgen ecos que me disuelven en la otredad.
Todo el andamiaje del universo discursivo se desmorona y desaparece a través de cualquier pupila cíclope.
viene la infancia: perdida de mi misma, al fin

gracias por estos ecos
abrazo cíclope
anamaría

Aka dijo...

Preciosos fragmentos Stalker. La infancia con sus viajes (exteriores y sobre todo interiores) quedan perfectamente reflejados.
Me ha gustado mucho el sitio, así que con tu permiso pasaré con más frecuencia.

miranda dijo...

una grata sorpresa, azar? Encontrame con tu blog mientras buscaba una informacion sobre la india para una amiga, justo ahora que me estoy leyendo el libro de Chantal.Sus lecturas me aompañan desde hace tiempo, al igual que Clarise.Y Stalker!!! Seguire buceando en estas profundidades tan afines.

miranda dijo...

¿Azar? Cruzarme con tu blog mientras buscaba informacion sobre la India pra una amiga,justo ahora que estoy leyendo Belgica de Chantal. Sus libros me han acompañado desde hace años. La astucia del vacio. Y Clarisse, otra reveladora...buceare con atencion por las sugerentes profundidades que intuyo, Stalker. Quiza como en Solaris aqui encuentre un lugar donde las heridas se curan solas.
En mis recuerdos de infancia siempre aparecen las rutas subterraneas de las hormigas y las tapias protegidas con cristales rotos de colores...y mas

Unknown dijo...

(silencio hermoso)

Belnu dijo...

Es un libro maravilloso, iluminador para mí en mis búsquedas sobre la memoria...

Ahab dijo...

Pequeños textos-mundo. Maravilloso libro. Un libro para volver y volver tantas veces como se quiera. Volver a eso que llamamos infancia, al destello. Un libro para la inspección, gozosa muchas veces -y otras en definitiva también-, de lo que había (hay) antes de la construcción. Un libro para el instante. Para re-conocerse y des-conocerse. Para derribar. Deconstruir. Un árbol lleno de frutas siempre frescas que ponen en jaque a la memoria. He disfrutado con él como con pocos libros en mi vida. No hay palabras.

abrazo

Stalker dijo...

Madison:

casi estoy tentado de decir que el libro entero es así... ¿has iniciado su lectura?

un abrazo!

Stalker dijo...

Anamaría:

gracias por asomarte al ojo del cíclope, en esta entrada pequeña, en el verano tórrido donde los blogs languidecen...

asomarse al ojo del cíclope explica muchas cosas: es casi una imagen fundacional, un exorcismo, una de las formas que (delicadamente) van moldeando la inerioridad...

abrazo fuerte!

Stalker dijo...

Aka:

si te gustaron estos fragmentos, el libro te dará muchos otros para armar un puzzle en el que poder reconocer(se), a impulsos astillados, a retazos, según el pulso de la vida que se duele, se busca, se recrea...

bienvenido a esta pequeña casa, madriguera de topos, diminuto cubil, estación de tránsito para criaturas levemente metamórficas...

Stalker dijo...

Miranda:

gracias por traernos la astucia del vacío, las rutas subterráneas de las hormigas y los colores, los siempre mudables colores que vamos hilando con absortos ojos de niño...

un abrazo

Stalker dijo...

d:

(hermosamente recibido y vivido: tu silencio)

(con todas sus letras)

Stalker dijo...

Belnu:

me alegra que te guste e ilumine esos recovecos... a veces puede ser una luz cruda, intensa, áspera, pero por eso mismo cauteriza, exhuma, despliega: sana la vida oculta bajo las piedras, ahí donde la conciencia va tejiéndonos al margen de nosotros mismos. Así al menos lo he leído yo...

un abrazo fuerte

Stalker dijo...

Ahab:

me quedo con tu descripción y con tu silencio... tu "no hay palabras" llena de fruta los cestos,

un abrazo

Say dijo...

ya sabes que el diario de Chantal...el recorrido hacia atrás...las calles...el colegio...los castigos injustos...también estuve frente a “un juez” que me juzgaba y me amenazaba sin saber porqué. cuanto más inocente más culpable.

“Bélgica” queda en la mente recorriéndose mucho tiempo después de haberlo leído...saltan imágenes que se entrelazan con mis recuerdos, con mis propias vivencias...

lo que más se agradece es la mirada a veces dolorida, pero ya con todo asumido, que nos ofrece Maillard...es un libro que contiene mucho más de lo que parece.

Stalker dijo...

Say:

pienso como tú. es un pequeño libro mundo que ofrece mucho más de lo que parece. es una obra de pensamiento, de denso pensamiento, aunque los reseñistas (hombres) lo hayan pasado -prodigiosamente- por alto (quizá porque admitir que una mujer piensa puede ser contraproducente, quién sabe)

el caso es que quizá no es mi libro favorito de Maillard, pero sí, quizá, el que más me ha conmovido.

Quienes se acerquen a él (y serán pocos) encontrarán tesoros, todo un universo de escucha, observación, desalojo de prejuicios. Atención y compasión, lo pequeño,

en un mundo de escrituras Grandes (viriles, metafísicas, totalitarias), pocos escriben tan pequeño como ella

un abrazo!

 
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