Las “cosas” no tienen límites. Los objetos, sí. Y, sin límites, las cosas son terribles. Su intensidad es terrible. Y, sin concepto, un objeto es una cosa. Un individuo, sin concepto, es terrible porque es infinito. […] A este tipo de infinitud, que no es ni el Infinito metafísico de una realidad “verdadera” ni la no-finitud de la ausencia de designación, es a lo que entiendo que apunta el poema. Una gota de agua sobre una hoja es infinita. Esa gota de agua, ahora, en este instante. Es la experiencia del haiku. Quien fuese capaz de mantenerse en esa inocencia del inicio, preguntando como aquel niño, ¿cómo se llama eso?, viendo esto antes de que el concepto lo enturbie, lo vele, no recurrirá a grandes palabras en sus escritos.
Un poema, además de una cosa, es una respiración. Es una cosa que respira. Su aliento marca pautas que pueden interpretarse en términos geométricos y arquitectónicos, matemáticos y musicales. Su trama revela la de los hechos que subyacen en las palabras, si se trata de un texto representativo. Si no es tal, la trama se evidencia a sí misma, se hace visible y produce, en el espacio que ocupa o el que desocupa, un evento, condiciones o disposiciones que forman parte de la comunicación y de la modulación de los seres. Un poema es una cosa que al ser recibida deviene situación y ocurre musical y textualmente a un tiempo.
No parece que quepa, hoy en día, otra poesía que la que diga el hambre. Y el terror. La desolación y la extrañeza. Que lo diga para que nos reconozcamos en ello. En comunidad. Con las cosas. En las cosas. Cosas, también, nosotros. La identidad colgándonos del hombro como una chaqueta raída.
Luego, como un personaje de Beckett, atender al balbuceo, como mucho.
Sobre todo, atender al silencio, ese silencio: la callada inocencia recobrada, antes del logos, el no saber cargado de compasión por los seres que viven con su hambre.
El único reducto de resistencia que tenemos es el sabernos entre todos inmensamente vulnerables.
Mientras escribo, alguien –probablemente un niño pequeño- dejará de respirar, y no puedo, aunque quiera, respirar por él.
El deseo es la tensión del universo que guía hacia sí mismo en su tensión hacia los cuerpos. Yo soy el aliento que me abrasa; desciendo sobre mis manos para alimentar a los hijos que no he parido. Ellos verán mi rostro, lo seguirán como sigue el felino el rastro de la sangre menstrual de la hembra entre las piedras. Escribo con mi sangre, derramo la palabra como derrama el agua el cántaro demasiado lleno. Lo diré sin saber: yo no soy de aquí, no soy de mí.
Siempre he querido tocar el alma de aquellos a quienes he querido, y la carne me ha parecido el camino más directo. Siendo opaca, ella ofrecía la vía de la transparencia que es el olvido de sí en el éxtasis. Sin embargo, lo único que he podido alcanzar ha sido el punto donde convergen el dolor y la dicha, ese punto, esa cumbre desde donde es tan fácil desear anonadarse, disolverse en el puro estallido, evaporarse como el agua o solidificarse por siempre como la lava. He alcanzado esa cumbre muchas veces, o algunas, y si hubiese tenido que nombrarla habría pensado en la palabra "amor", seguida del adjetivo "imposible" entrelazado con las letras de la palabra "infinito". Debo suponer que ese punto es el cénit de la pasión, del humano padecer, el pathos que pide neutralizarse con la indiferencia sentimental de lo cotidiano para que vivir, seguir viviendo sea posible. La carne -los cuerpos- se convierten entonces en mamparas contra las que combato con las palmas de mis manos abiertas, golpeando una y otra vez, como queriendo hendir la materia para fundirme con ella, introducirme en ella, perderme en ella, reconocer en ella el origen de mi soledad, de mi lamento, el principio del deseo de ser por separado, reconocerlo, recorrerlo y anularlo, ensamblarme de nuevo, el deseo guiándome, el deseo-amor que es guía para la fusión original y, no obstante, es el suplicio, la constatación amarga de la impotencia, la carne en la que golpeo suena y yo estoy fuera del lugar de donde parte la resonancia, excluida del tú que debería ser el nosotros, el infinito plural que se inicia entre dos, o tal vez me equivoque, tal vez el dos haya sido, siempre, el principio de toda separación, la generación de los cuerpos, de aquel cuerpo, el otro, en el que seguiré golpeando con los puños, tan impotentes, tan desesperadamente impotentes, preguntando dónde estás, dónde estás, dónde estás.
Conferencia.- Dar. Recibir. Dar. Energía en movimiento. Si doy, recibo. Recibo y doy. Sólo es preciso poner en marcha el mecanismo. Abrir el hueco, trazar el cauce, dejar salir, dejar abierto. Recibir. El retorno se traza. Movimiento continuo. Hablo. Pero no hago. Hago sin hacer. Recibo. La atención es un regalo. Me alimento. Sigo hablando. Mi palabra me lleva. Yo: sobre la palabra. Energía en movimiento. Dirigida hacia ellos. Sus ojos me tragan. Me devuelven a mí. Transformada. Hablo: me doy. Yo: palabra. Yo en la palabra. Ellos en su escucha. Les recibo en el pecho, en mis poros, en mi rostro. Les recibo. La sala es pura vibración. Yo reparto. Reparto lo que me dan. Me dan lo que reparto. Comunico. Mi cuerpo es puro trayecto. Tiemblo. Vibro. Mi temblor es mi ritmo. El pensar es rítmico. La palabra se desliza. Argumenta: construye. Un mundo se ordena.Yo no hago. La palabra se ordena en mí, se ordena en mis labios, construye. Su materia: la energía que proyectan. Su atención. Ellos construyen en mi palabra. Sobre ella. Bajo ella. Construyen, me lo muestran. Me devuelven la palabra. Transformada. Ellos vibran en mí. Todo vibra. Hay acuerdo. Hay vías: sendas en el aire. El aire compacto. El aire que no es aire. Densa materia del entre-dos, del entre-todos. Materia que impacta con su oleaje. Yo soy aquello que se está haciendo en el sonido de mi voz, en el sonido mudo de la voz de todos los que oyen. Dejo hacer. Mi tarea es dejar hacer. Provocar la palabra, la palabra-pensamiento, la palabra-obra. El esfuerzo, mi esfuerzo, ha sido previo. Su fruto es la densidad del aire, la red que se ha tejido en lo invisible. Cuando desalojan la sala, el temblor permanece y vibra. Alto, alto.
De mí no quedará nada tras mi muerte. Cada partícula de mí retornará a su elemento. Pero mi palabra ha trazado una estela, ha vibrado en doscientas cabezas y en doscientos tórax a la vez. Y lo que vibra sigue su camino, empuja, se recarga, se multiplica, crece y sigue. Se transforma. Apenas oído se habrá de transformar. El destino de la palabra es desintegrarse cuando llega a tocar lo que es más sólido que ella: la carne, desintegrarse como se desintegra cualquier signo apenas cumple su cometido que es el de mostrar aquello a lo que apunta. Pero la palabra es más que un signo, es una fuerza viva que se deshace igualmente cuando alcanza la materia que ha de darle nueva forma. La palabra se encarna, su destino es encarnarse. Se hace fuerte mi palabra en doscientos cuerpos, se hace fuerte y se multiplica, deshaciéndose.
Quisiera ser un árbol (...) un árbol cuya corteza cruje como el vientre de los espíritus en invierno, desde mi tristeza, desde el requerimiento, la ausencia quiere ser colmada con las voces del bosque que gime su condición de carne, soy un árbol (...) que añora el frescor del musgo en su tronco y el leve cosquilleo de las alimañas. (...)
Añoro el muro espeso en cuyas piedras se entrelazan las raíces de las trepadoras. Dentro, su sombra; fuera, su aliento. No pediría más, no pido más que un trozo de muro y su abrazo de bosque. Emparedar mi historia, la mía propia en la de otros, en la de un pueblo, en la de todos.
No puedes hacerme daño.
Mi necesidad de ti es lo que me duele. Dejemos las cosas donde deben estar: el infinito, en su imposible; lo cotidiano, en su repetición. No queramos que lo maravilloso se repita, se haga estable, definitivo: lo mataríamos. Lo infinito no es temporal; el tiempo invade lo grandioso y lo banaliza. Y ¿qué hacer con esta necesidad de que perdure lo que más nos importa? ¿Qué hacer para no desear que invada nuestra vida y la arrase hasta quedar tan sólo eso, por siempre, únicamente eso? Contemplar una colada tendida en un balcón y decirse que eso es lo que queda de un infinito cuando desciende a los márgenes de lo posible, cuando la maravilla se convierte en vida ordinaria. ¿Quieres eso, di, es eso lo que quieres? ¿Quieres hacer de tu vida una vulgar colada?
Pasa, pues, la página; ocúpate de lo que no te importa, esas palabras inútiles que transmites a otros, con las que vas tejiendo mundos a la medida de nadie, pero que se venden a buen precio. Hablemos de filosofía. Subamos del corazón a la función lingüística, que agonice el deseo como un feto en el vientre. Cuando se pudra y huela, enquistado en las vísceras, preguntadme qué es esa baba negruzca que saldrá de mi boca cuando os hable. Yo os diré no importa, es la sangre de un muerto, y a veces habrá trozos de corazón oscuro, vomitaré latidos de carne, y cuando ya no quede nada que escupir, dentro de aquel vacío, en su centro habrá un recuerdo imposible, un no-recuerdo, la huella de algo maravilloso que se extirpó por necesidad, para no confundir los ámbitos, los tiempos, los contrarios, una huella, un arañazo, puede que una cicatriz, de esas que vuelven a doler cada vez que el tiempo empeora.
Yo-mi piel, mi piel dentro de mí, mi piel donde descanso en superficie, mi piel profunda como el limbo de los inocentes, yo-mi piel agradezco la caricia, la atención, el roce, la ternura, los labios, la presión, el peso, yo-mi carne, dentro de mi carne yo, desde dentro sin límites yo centro el universo, del universo centro, yo-mi carne agradezco el tiempo, tu tiempo, tu estatura, la indagación de tu cuerpo, agradezco la plaza fuerte de tu pecho, tu aposento, el amplio receptáculo de mis urgencias, agradezco, yo-mi alma, yo que broto por mis poros con el sudor de la tarde, alma-yo que desciendo la escala temblorosa de este cuerpo, agradezco este cariño que tiene la forma de tus dientes y que me inunda toda y no sé dónde termina mi piel dentro del alma, mi alma dentro de ti... ¿Será un sueño pensar que allí donde yo estoy también estás tú?
La música no. Ya no. Utilizarla tan sólo para equilibrar, cuando sea necesario. La música siempre es la expresión de un estado, de un modo de sentir, de un modo de comprender; no hay música sin sentido, y no hay sentido sin cultura. La música siempre es la expresión de un modo cultural de sentir. Ya no quiero sentir como se supone que se siente en una u otra época. No quiero diseñar el mundo al modo en que nos enseñaron a hacerlo, no quiero sentirme poseída por sentimientos ajenos, no, mucho peor: por estructuras sentimentales ajenas. La heterodoxia es el modelo. La heterodoxia sentimental: ¿puede ser? Debe ser.
Quiero que se diseñe en mí una nueva comprensión. La música, la impresionante música del aire es suficiente, es mucho más que suficiente, inabarcable, inmensa, irrepetible, el sonido del ahora, el ahora hecho sonido, siempre, siempre, nunca, fuera del tiempo.
La música no, ya no. Es demasiado estrecha. Aun cuando estalla en pedazos la caja torácica al escucharla, aun así, aun cuando inundan el rostro las lágrimas, a sacudidas, aun así, esa música sigue siendo estrecha porque sigue limitando en los confines, aun cuando señala los límites mismos y hace saltar los diques y derramarse la vida al modo en que quisieran los románticos: trágicamente, asediando el umbral que sólo la razón puede atravesar al imaginar la infinita inmensidad a la que nunca llegaremos. Aun así. Su estrechez es la razón de la idea de infinito: la manera extensa de pensar la duración, de hacer el tiempo queriendo lo eterno. Verás: el ahora es más amplio que el tiempo eterno; el punto es más amplio que lo infinito. El ahora y la nada se parecen: sin proyecto, sin mañana, sin más allá, sin fin, sin comienzo, sin pasado, ahora, ahora, ahora.
El peso de las palabras. El peso de una palabra. El peso de una palabra y otra, y otra, y otra. El peso de varias palabras juntas. Ineludiblemente juntas. Hollando la memoria. Hollando ese lugar entre el estómago y la tráquea al que suele llamarse "corazón" sin serlo. Hollando la memoria de la carne. Es preciso desembarazarse de las palabras. Desembarazarse de su peso. Evitar la formación de huellas. Dejar de interpretar el gesto hurtándole así su profundidad de gesto para otorgárselo a la mente, la siempre hambrienta, la descuartizadora, la maquilladora de realidad. Devolverle al gesto lo que es del gesto, y a la palabra, lo que es suyo: nombrar las cosas para lograr un acuerdo con respecto a lo que compartimos: una curva de la carretera, los utensilios que hacen falta, el alimento necesario. No embadurnar el mundo con la pólvora de las palabras, que la chispa es fácil, y la ciudad, endeble.
La palabra de la que hablo, la palabra que es peso y pólvora no es la que aquí expreso, la que me expresa. Ésta le pertenece al gesto. Las palabras de las que hablo son aquellas que interpretan el gesto -cualquier gesto- dándole consistencia y verdad en un lugar y destino inapropiados. Decontextualizar un acontecer imprimiéndole el carácter de otros aconteceres, similares tan sólo en el concepto, similares después de haberles abstraído todo aquello que los hace únicos, efímeros, totales, lo que los hace ser verdaderos "acontecimientos", tiempos vividos, crecimiento del propio ser: del propio hacerse. Las palabras contra las que hablo son aquellas que des-viven el acontecimiento, lo desvirtúan para poderlo atrapar y situarlo así, situar lo que queda de él, su pura apariencia -pues el concepto es la apariencia de lo-que-ocurre -, situarlo allí donde nunca estuvo, donde no puede estar, donde nunca estará, donde nunca acontecerá, situarlo en el habitáculo de la imaginación hambrienta de arquetipos fabricados a imagen de su propio empeño, su estéril compulsión que la lleva a adueñarse de imágenes ajenas y construir un mundo irreal. ¡Cuánto mundo construido sobre un simple recurso! ¡Cuánto mundo construido con apariencias! Es preciso invertir el platonismo: la apariencia es conceptual. Y el mundo pensado no es el mundo real, sino el mundo que pesa, innecesariamente.
Luchar contra la nada es luchar por ser lo que no soy, "modificar" el "no", procurarle nuevos gritos a la afonía.
Nada es, salvo lo que construimos y, en rigor, lo construido no ES. La metafísica ha muerto. El ser ocurre en superficie y la superficie es una red que tejemos al deslizarnos. Los gestos son las trayectorias, el espacio se acota en la urdimbre.
Desdoblarse. A la fuerza, desdoblarse. Para que no duela tanto el mundo dentro de los huesos. Desdoblarse y observar. Observar cómo se ingiere el deseo por no dejarle delatarse, tan ingenuo, tan inocente en su intensidad, tan bobo.
Arriba, tras la frente, ahí donde la mente engarza pensamientos, ahí donde tan a menudo construimos nuestra casa, arriba las ideas brotan, incesantes.
Más abajo, en los poros, el mundo. El canto de un pájaro, el silencio cuyo cuerpo es un rayo de sol. Allí, bajo el flujo de los pensamientos, la vida.
Bajo el proceso, lo simultáneo; bajo la línea, la materia; bajo el texto, la totalidad de lo sólido.
Más abajo, el fuego. Del fuego ahora no hablaré, pues está bien que esté contenido, sin dolor, adormecido por un tiempo con fines terapéuticos.
Más abajo aún, el vacío.
El observador se sitúa en el límite, en el espacio intermedio entre el vacío y la existencia. En la superficie, el texto, el mundo y el fuego. Abajo, el vacío. El mundo se construye en superficie. El observador, en la línea de base, que no es línea, sino un espacio imperceptible, un no-lugar, una suspensión. Todo lo que hay se construye. Los personajes deambulan. Abajo -¿llamaremos "verdad" a aquellas profundidades?- no hay personajes, no hay nadie. Y, sin embargo, sé que ahí es a donde pertenezco con mucha más razón, con mucha más fuerza. Pero legítimamente: según ley, el peso y la medida me otorgan un lugar en superficie, un lugar y un tiempo: mi medida, el lugar; mi peso, el tiempo. Soy, en superficie, según lo determina la ley de la Posibilidad.
Y voy tejiendo. Fuera del abismo todos vamos tejiendo, y el "todos" es la primera gran hebra, la más consistente. "Todos" son los muchos que en el vacío del abismo eran uno y lo mismo. Todos es la primera diferencia que proclama la posibilidad del tejido. Tejer es la ley. En el límite, la conciencia se subordina. He dejado de ser una y empiezo a conocer. En superficie, los tres ámbitos: fuego, materia -compacta y sonora-, y mente. Abajo: vacío. Yo vengo del vacío para poblar la superficie. No hay otra realidad que ésta; la manera de moverse en ella es el deslizamiento. Cualquier otro movimiento desrealiza.
Es tiempo de volver una vez más al lugar de la memoria en el que han quedado grabadas las huellas matriciales. Es tiempo: mi cuerpo está dispuesto, como cada mes. Observa. Recibe. Recuerda.
Estoy en un aeropuerto. Unas personas conversan. Su idioma fue el mío. Lo reconozco. Sus giros. Su tempo. Su cadencia. Sé lo que dicen bajo lo que dicen. Conozco lo que les mueve. Los labios son la agitación mínima que resulta de movimientos interiores, para mí remotamente conocidos. El tono es banal. Las referencias son banales. Sé, después de la distancia. Reconozco. Recupero.
Extraño es el lenguaje que les hace sentirse seguros en la expresión. Dicen palabras que significan, palabras que son signos de algo que ocurrió, narran, relatan con palabras que dicen -eso creen- los hechos o lo que opinan de ellos. Pero no es así: sus palabras expresan el gesto de la tribu; al hablar repiten composturas. Ocurre lo que dice el pueblo que ocurre, ocurre lo que dice el lenguaje que ocurre. Ellos se expresan, sí. Se expresan a sí mismos: expresan lo que han heredado. Ellos son la tribu. No dicen nada, no sienten nada desde otro lugar que no sea aquel en el que se generan los dichos y los sentimientos de su estirpe. Por eso se reconocen. Por eso pueden reconocerse. Hablar es una manera de marcar el territorio, igual que lo hace un animal -sólo que de forma más ruidosa. A través del habla dominan, se apoderan, marcan, se reconocen, se atraen, se espantan. A través del habla creen amarse.
Volver en mí. Volver al centro después de la impostura, después de la invasión, después de tantas palabras que dispersan lo que somos. Volver al centro, donde el silencio describe el hueco e instala las cosas, de nuevo, en la periferia.
Quiero volver allí donde mi cuerpo es alimaña.
Confieso que he perdido gran parte de mi vida en conceptos vacíos dictados por el aura de algunos pocos muertos. […]
Hoy me pregunto de qué silencio, de qué mudez extraeré el próximo gesto, la próxima pauta de acercamiento, el próximo estertor; qué palabras, qué signos anunciarán el próximo estremecimiento, y en qué creencia-páramo construiré el próximo castillo.
Sólo una cosa vale la pena ser enseñada: a descreer. No sólo vivimos en las creencias en las que estamos, sino que actuamos inconscientemente de acuerdo con ellas. Pensamientos-reflejo que se traducen en actos-reflejo. Hemos aprendido a responder con la risa a lo que nos han enseñado que era risible; hemos aprendido a responder con la ira a lo que nos han enseñado que era insultante, y con la pena a lo que era lastimoso o pesaroso. ¿Nos lo han enseñado? ¿Hemos aprendido? ¿No ha sido acaso, simplemente, un proceso imitativo? Hemos imitado los gestos de la risa, de la ira, de la pena o el desprecio ante cosas que han hecho reír, airarse, apenarse a otros. Hemos dado por buenos los gestos como efecto de sus causas, buenas las causas para esos efectos. No nos han dicho "hacer tal cosa es risible", no, ni siquiera eso, lo que ha sucedido es que ante tal cosa se han puesto a reír, y hemos repetido su gesto.
Es preciso desaprender los gestos que imitan viejos patrones, aquellos en los que subyacen ideas de segunda mano, ideas pequeñas, mezquinas, ideas que agrupan a los unos en contra de los otros, ideas que hacen mayorías, ese poder de hecho bajo el cual el auténtico poder, el poder de decisión para la acción libre, queda eliminado. Descreer para erradicar el miedo y liberar el poder, el humano poder que corresponde a una conciencia abierta.
La reducción a la unidad es una exigencia de la mente.
La reducción que llevaron a cabo los idealistas alemanes es una tergiversación de la subjetividad kantiana. Utilizaron una de las categorías y la deificaron: a la unidad, resultado de un procedimiento natural, reducción sintética, la llamaron Yo, Espíritu, Idea, confundieron el mecanismo con el ser y el ser con el deseo de permanencia. La finalidad oculta, sin embargo, era política: el recién nacido nacionalismo alemán necesitaba de una metafísica de la unidad, una ideología que sustentara el poder y enalteciera el ánimo de todos. Y la metafísica se sirvió del arte, un arte que se empeñó en fortalecer las ideas por medio del sentimiento. La estética al servicio de la moral, la moral al servicio del poder, como lo fue siempre.
La austeridad de Kant fue relegada, ahogada bajo el sentimentalismo, la revitalización exacerbada del yo en virtud del cual se desechó la sabia ignorancia y el conocimiento de los límites. La Conciencia Absoluta se tragó al noúmeno, lo digirió, entendió que la Historia -concepto inventado por ellos- terminaba ahí.
El idealismo alemán fue un fraude ingenioso. Pero bien pudiera ser que la cobardía de Kant -tuvo que salvar a Dios, como Descartes- diera pie a ello, a pesar suya.
Mientras mi razón va urdiendo el método, mi cuerpo anhela el abrazo, aquel abrazo en que la mente adopta la forma de ese cuerpo siguiendo la línea de la superficie bajo la piel. La unidad íntima, sin resquicio, el uno que somos a veces en un gesto. Mientras mi cuerpo anhela el abrazo, mi razón construye su filosofía. Nunca me pareció tan cierto que la razón sea el núcleo de un complejo sistema defensivo.
En el orden de las correspondencias, la verdad pertenece a lo que se dice, aunque lo que se dice sea, ahora, apenas connotación: resonancia lejana de la materia sonora del inicio. Como a los sonidos de otro idioma que no aprendimos a reconocer, el oído es sordo al ser de las cosas, a lo que ellas son, a lo que el mundo es bajo sus denominaciones. Y, sin embargo, el pulso, en el silencio, se hace perceptible. En el mundo de las representaciones, se me antoja que Nombrar es aún posible, después de enmudecer.
Hago de la heterodoxia el método. Apenas dispuesto, todo lo construido ha de ser puesto en jaque, ha de ser ex-puesto. Ningún constructo debe durar tanto como para que se corra el riesgo de convertirlo en creencia.
Yo no soy eso, yo no soy eso... Ése es el lema del método. Lo que yo soy no ha de confundirse con las formas que adopto. Lo que yo soy es aquello que construye, pura posibilidad de construirse. También es aquello que se construye, sí, también lo es, como la nube es la condensación del aire que la forma. El aire no es la nube; yo no soy mis sentimientos, ni mis ideas, ni los sistemas con los que el mundo se endereza. Es agradable caminar por una senda, es hermoso volcarse en algo, pero lo haré con la conciencia de que trazo el camino porque quiero y de que asumo el vuelco como asumiría el odio: sin creérmelo más de lo que me permite el hecho de saber a qué pertenece el odio, el amor, o el arte.
Descreer. Descreer. Eliminar el lastre de todas las creencias. Ése es el umbral del vacío, la puerta que conduce al interior que es centro y superficie.
No os con-venceré. No es un combate la enseñanza. Han venido a combatir, pero he aquí que el enemigo les dice "No creáis nada de lo que os he dicho, no creáis lo que os cuento." Ésta es la primera lección de filosofía; también será la última. Entre la primera y la última enseñaré lo que otros han pensado y han creído. Nadie puede entrar en el reino de la filosofía si no es sabiendo esta lección, la primera y la última. Ya no. Nunca más. Hemos creído demasiado. Hemos matado demasiado. Es hora de hacer limpieza. Que la nada espera a ser probada. Y luego, desde la nada, todo. Todo ha de ser construido, por gusto o por utilidad, ya nunca más por creencia.
El miedo, siempre. La angustia ante la idea -un futurible- de perder aquello sobre lo cual descanso. Descansar no es la palabra adecuada: sobre lo que me activo. Vivir -actuar, hacer- requiere una base estable. Me sé en compañía, y a partir de ahí contruyo. Construyo sobre el olvido. Sobre el olvido de mi base, construyo. Permanecer en el fundamento es inmovilizarse. La conciencia de la base sobre la que la vida se activa se resuelve en sí misma. La vida es el vuelco. Estar en algo que no es lo absolutamente importante, lo vital. La parálisis: el tambaleo de la base. La inmovilidad, el animal a la defensiva, esperando el golpe o el sentido, el nuevo sentido que siempre es un golpe, un impacto en lo antiguo, una deformación que sigue al impacto. Ver; ver cómo encajaremos en esa huella, en lo cóncavo, cómo adaptaremos el instinto a aquella nueva complexión metálica, a los pliegues que se han formado en la superficie, a las grietas interiores, las fisuras, las rozaduras del engranaje. Entre metal y carne, porque nuestro mundo se hace con el cuerpo entre las cosas.
Parálisis. Atenta al mínimo temblor de mi tierra. Me han advertido del peligro: vivo sobre una falla tectónica.
Pueblos sin historia. Casas fabricadas para recibir al visitante, al que no se ha de quedar, al que viene, recoge, utiliza y se va. Las casas ya no son para habitar, no se construyen: se fabrican. Su resonancia es un rechazo; son refractarias a los seres que las ocupan, ya no absorben su energía, no se quedan con su voz, con el sonido de sus gestos, con sus intenciones, no contribuyen a su existencia. Refractarias, plásticas, la nueva vida que parecen acoger entre sus paredes simplemente resbala por ellas. Nada de ello permanece en ellas, ni en su madera protegida por el barniz sintético, ni en la reluciente cerámica vitrificada de sus suelos, ni en las paredes revestidas de pintura plástica. Todo resbala, arriba, abajo, en los costados. Dentro de estas cajas asépticas, un ser vivo se encuentra recogido sobre sí mismo, sin espesor, solo. Añora la complicidad de la materia, la dulce convalecencia del vivir que se insinúa siempre más allá de su centro, irradiando. Toda fuerza: la pena, la alegría, el éxtasis, es devuelta, aquí, al lugar de donde emana. Y el impacto es hiriente, innecesario, cruel. El flujo siempre generoso de lo viviente es devuelto a su origen, embotando los poros, provocando peligrosas oclusiones.
Fuera, tras el cristal que me protege, hay viento. No lo veo: lo infiero. Veo moverse las ramas de los pinos y la hierba alta del monte. Hay viento. Y un gato atigrado pasa, despacio, de la sombra a la luz del sol que atardece. Camina con cuidado, seguro, atento, sin sorprenderse del vuelo repentino del pájaro al que ha desalojado casualmente de entre las matas. Hay viento. En mi espíritu hay viento. No lo siento, lo infiero: no consigo centrar las ideas que he de formular en mi trabajo. Siento inquietud mezclada con un peso, una tristeza lejana que me oprime y me fuerza a ocuparme en ella. Vuelvo sobre mí, una y otra vez, pues me requiere con una insistencia que ni es gemido ni es grito, sino una ausencia que paraliza. El felino me señala la actitud correcta: pasar sin inmutarse entre las líneas de sombra y de luz, atento al vuelo de cualquier pensamiento, vigilante, observando sin implicarse. ¡Maravillosa compostura del gato! Será importante que me dé cuenta, sin embargo, para emularlo, de que tal vez el pájaro que revolotea ha dejado su nido entre las hierbas que el animal, sin saberlo, roza con sus patas. Y que ese nido soy más yo misma que el yo que observa, que el yo que pasa de la luz a la sombra, que en ese nido está contenido todo lo que soy, ahora.
Entiendo la escritura como una necesidad que se genera para darle cauce a una energía que debiera cumplirse en el gozo extremo y se queda en extremado anhelo. En ese sentido, y debido a la inminencia, siempre, de un final que nos vigila, cada día de una vida es un día crítico.
Anhelo un corazón más sabio que el mío para descansar en él. El corazón de una anciana, un corazón acumulado y dispuesto a la acogida. Poder hablar; poder decir en palabras sencillas la congoja, la necesidad, la pena. Poder decir para calmar, para acallar. Soltar las lágrimas en el enorme pozo humano, el gran regazo. Poder decir, para que parezca tan común, ese dolor, que pueda mirarlo como si no fuese mío y llorar entonces por la historia de todos.
Iniciación
Textos: Filosofía en los días críticos, Chantal Maillard
Audio: Iniciación, Ch. Maillard
48 comentarios:
El problema con Chantal Maillard es que uno quiere subrayarlo casi todo y que a su vuelo sólo podemos añadirle nuestro silencio y desplazarnos por el silencio. Pero ahora voy a escribir lo que ahora es mío y que ya no es lo mismo que ella escribió :
Un poema, además de una cosa, es una respiración (sí, sí).
El único reducto de resistencia que tenemos es el sabernos entre todos inmensamente vulnerables.
De mí no quedará nada tras mi muerte (lo intento).
esas palabras inútiles que transmites a otros, con las que vas tejiendo mundos a la medida de nadie (debería decírmelo todos los días, como una oración)
Volver al centro, donde el silencio describe el hueco e instala las cosas, de nuevo, en la periferia (el hueco, el silencio, la periferia ¿cuándo llegaré al bohío?, decía la canción).
Nunca me pareció tan cierto que la razón sea el núcleo de un complejo sistema defensivo (malhaya la razón y sin embargo...).
La vida es el vuelco (de niño siempre me fascinaron las volquetas, tardé muchísimos años antes de ver la primera que no fuera de juguete).
Entiendo la escritura como una necesidad que se genera para darle cauce a una energía que debiera cumplirse en el gozo extremo y se queda en extremado anhelo (En CHM siempre hay un punto de partida y uno de llegada, pero no se alcanza ninguno de los dos).
Abrazos a ti y a todos los perdidos en Marienbad
Querido Leonardo:
te agradezco tu forma de acariciar los textos y acompañarlos con tus propios comentarios. Es verdad que los haces tuyos y te pertenecen.
En mi caso, no puedo explicar lo que textos así provocan en mí. Renuncio a intentarlo.
Son movimiento interiores que pocas cosas provocan, y que no todo el mundo está dispuesto a sentir o dejar entrar (y lo entiendo).
Un abrazo fuerte
Renuncio a leerlo aquí, me disculparás. Tengo el libro en mi mesita de noche para que me susurre al final de todo, preservada ya de los acontecimientos del día y, sin embargo, abierta a crecer desde la nada.
Un abrazo
Más. Cada día con su cada noche resultan críticos, hermano. Ese libro me fascina. Es de mesilla y de lectura a fragmentos, es de meditación y de dejarse sugerir.
Comentaré más en otro momento.
Raticulina:
Crecer desde la nada. Escuchaste el audio...
Este libro no es un libro, creo: es una colección de susurros, una espeleología de la interioridad, el principio de una deconstrucción del sujeto, un conjunto de tarjetas postales del mí al mí, y también una pequeña invitación, una recuperación del instante-aquí, del cuerpo y del gozo. El libro es algo mucho más complejo y rico de lo que dejan adivinar los fragmentos seleccionados,
al final del día te susurrará en el espíritu, con voz de hiedra
Fackel:
conocía tu afición por este libro, y sé toda la punta que le puedes sacar,
espero tu comentario sosegado, mesurado y entrañado: hay muchas líneas que seguir, muchas aristas en las que detenerse (aunque en la selección he intentado seguir apenas dos o tres de los muchos itinerarios que el libro propone).
Más que libro: rosa de los vientos, diseminación de sentidos múltiples, perpetuamente reinventados y puestos en jaque.
Exploración del desamparo que nos es común, voz que dice desde la fragilidad y el "corazón oblicuo"
salve
Quisiera ser un árbol. Me suena.
Sólo una cosa vale la pena ser enseñada: a descreer. ¿Hemos aprendido? Sembrar discordía. Descreer para erradicar el miedo y liberar el poder... Me diseñaron a imagen y semejanza, y hace unos días sentí vergüenza ante un gato, que me diseccionaba, en mis prisas, en mis ritmos varios, desde su quietud… al ralentí me hacia añicos.
Echando lastres, viejos patrones. Un sin vivir, un sin remedio... ¿que quieres que diga? nada, como aquella vez, nada que decir. tirito con esto.
Es difícil decir algo ante todo esto. Ese libro está lleno de pensamientos que se entrelazan a los míos y me acompañan, me interpelan y consuelan. Me quedaré con esta frase: "Quisiera ser un árbol (...) un árbol cuya corteza cruje como el vientre de los espíritus en invierno, desde mi tristeza, desde el requerimiento, la ausencia quiere ser colmada con las voces del bosque que gime su condición de carne, soy un árbol (...) que añora el frescor del musgo en su tronco y el leve cosquilleo de las alimañas"
Bashevis:
me alegra encontrarte en esta populosa entrada; entras como un gato por la puerta de atrás, y habrás leído que uno de los fragmentos de este libro versa sobre un gato y su compostura frente al mundo...
Cuando hace 9 años leí "Filosofía en los días críticos" no lo entendí todo. Había lagunas en mi mente, y opacidades en aquello que leía: había en muchos de sus fragmentos una luminosa oscuridad, algo parecido a un cieno primigenio en el que bulle una vida secreta que un día despertará.
Este libro fue el comienzo de algo, una silenciosa revolución copernicana en mi forma de pensar y que llega hasta el presente.
Las líneas que traza son las de la descreencia y la desestructuración de todo: deconstrucción del yo por medio de la observación de los procesos mentales, pero también de las trampas emboscadas en el lenguaje; deconstrucción de las formas consensuadas -heredadas, socializadas- de pensar y emocionarnos; desconfianza hacia las verdades metafísicas y desmantelamiento de los "campos de trascendencia"; descreencia de los sistemas religiosos, de los misticismos, de toda evasión de lo real. Esto se inscribe en la estela del desmantelamiento del platonismo (aún) imperante en el paradigma conceptual y senti-mental (Weltanschauung, cosmovisión, como lo queramos llamar) que sigue rigiendo nuestro mundo (al Occidente pos-ilustrado, ultracapitalista me refiero).
Por eso "Matar a Platón" es la puesta en práctica de la teoría que aquí se presenta: una especie de praxis lúdica del edificio teórico deconstructivo que se propone en este libro (y también el campo de experimentación y aplicación de la "razón estética" maillardiana, pero esto no lo explicaré aquí).
Esta desactivación de los automatimos y abstracciones en que vivimos y hablamos va paralela a un acercamiento al bosque, a los árboles, a los animales, a la inmediatez de lo real, y también una recuperación del cuerpo. Una invitación a pensar con el cuerpo y desde el cuerpo. Late aquí, también, una reivindicación de la fragilidad como condición de posibilidad de la presencia en el mundo, del estar con los otros y con uno mismo.
Y también la compasión, siempre presente, ante la vulnerabilidad del animal humano cuya conciencia extralimitada en sus confines le pone las cosas más difíciles: génesis fantasma, metástasis del simulacro...
El libro discurre por estas (y otras) líneas de fuerza: fallas tectónicas entre el cuerpo y el mundo, entre la razón que nos duele y el dolor de todos
un abrazo
sonrío como si no supiera nada. ahora sonrío con la certeza de no saber nada respecto a la vida, a estar vivo. por eso mi sonrisa.
no es tanto que yo esté vivo sino mi alrededor que vive para mí, conmigo.
por eso el gato que dice nuestro querido bash.
no distingo entre sonrisa o llanto. el llanto solamente es más triste. por eso tengo tendencia a la sonrisa.
he confesado otras veces que leer a chantal es una actividad normal que he incorporado a mi vida como estar con los gatos o solo contemplando la tarde o con amigos en un café.
creo entender que lo que chantal brinda en su filosofía en los días críticos es que tengamos miedo como si nos estuviéramos duchando un día de fiesta o que muramos como si estuviéramos tomando leche...
sucesión de significados-¿significados?
habitables
que nos olvidemos, entonces, de averiguar qué trama nos toca ahora y que hagamos sinfonía de todo y nada para emerger al desapercibimiento entre una respiración y otra, entre uno que respira y otro, entre lo que murió y lo que vivirá.
asumamos que nuestro juego durará poco y qué importa si tal o cual si hemos decidido que vamos a hacer que nuestras lágrimas sonrían.
finalmente, chantal no es otra cosa distinta a una cómica que trata asuntos serios, que nos atañen, no a un yo singular sino más bien al YO como forma de mundo y de vida en él.
como hacen los animales.
solamente el cómico está cualificado.
lo que estoy convencido que chantal no es es un chorizo de cantimpalo porque ella no permitiría jamás que en sus palabras hubiera un solo cerdo muerto.
por eso lo que dice, que no entiendo en la cabeza y sí en el alma, es tan preciso y necesario como ahora mismo que cuando deje de escribir esto iré a a la cocina para beber agua porque tengo sed.
brindo a la salud de las palabras de chantal, a lo que dice en ellas, a la salud de chantal mujer-animal, y a la salud de todos vosotros, queridos amigos.
gracias, como siempre, querido hermano búfalo, por tanta generosidad,
besos,
ò.
No he leido nada de Chantal Maillard, salvo lo que posteas. Me gusta. Y los dibujos-pinturas que has puesto, mucho tambien.
un abrazo.
Belnu:
has elegido una frase muy bella. No podía ser otra, tú que sabes tanto de la vida de los árboles y que con tanto ahínco los has defendido,
abrazo desde mi fotosíntesis...
Hermano búfalo:
tu comentario vuelve a dar de comer a los pobres, hace levitar las piedras y tiende un pasaje sobre el miedo.
Son palabras religiosas: re-ligan tantas cosas.
Palabras de vieja costurera que sutura, cose, y el remiendo nos hace fuertes otra temporada.
Es espléndido que veas a Maillard como a un cómico que trata asuntos serios. Encuentro precisamente esto en "Filosofía en los días críticos":
"Socavar las creencias. Las creencias pertenecen al dominio de lo lógico, al ámbito de la decisión. Socavar las creencias para devolver al jaos, al abismo anterior a toda creación, lo que es del jaos. Pocos son los que pueden permanecer en él. Hace falta tener un alma de comediante para, sosteniéndose en el abismo, desempeñar el papel del cuerdo. Pero aquello a lo que llamamos sociedad alimenta a los cuerdos porque ellos le sirven. Podría decidir no alimentarme... De nuevo resbalo en la superficie. Vivir, morir, al fin y al cabo son palabras para decir el cansancio y el desaprovechamiento de este caudal que, día tras día, segundo tras año, riega mis entrañas o mi tiempo. Y voy siendo, voy siendo a pesar mía."
Voy rumiando tus palabras. No sé si quienes te leen son conscientes de lo que tienen delante.
Yo tengo plena conciencia de ello,
un abrazo
Tula:
en ambos casos entiendo que se trata de paisajes interiores. En los textos de Maillard una interioridad se abre y se hace paisaje, se hace legible como horizonte o mundo.
La pintura china es un reflejo de la interioridad, un mundo proyectado en la sombra del mundo.
Por eso he sentido que había un acuerdo entre ambas formas de contemplar. Ambas son meditaciones que se resuelven en una cierta quietud, a pesar de las diferencias,
abrazos
recibo las palabras pero no puedo decir. Solo escuchar la resonancia que provocan dentro. Siguen vibrando.
"La palabra es una fuerza viva que vibra".
Que fuerte Chantal Maillard.
Lola:
déjate vibrar, deja que la vibración inunde los poros y se injerte en ese alma-raíz, tan receptiva, tan tuya y piel.
A veces a un aluvión de palabras hay que ponerles el cuerpo, y uno no sabe bien qué cuerpo poner, o cómo com-poner el cuerpo para acoger palabras como éstas, tan indóciles, que tan poco se pliegan a todo rastro conocido. Quiero imaginar que ésa es la razón de los relativamente pocos comentarios en una entrada como ésta.
Un abrazo al ave zancuda
Stalker sé que esta entrada se merece un comentario más largo. No significa que la lectura no haya sido atenta y reveladora es que no sé como expresar el temblor y entonces prefiero no decir mucho.
Pero desde luego que la entrada es preciosa por los cuadros y también por la escritora tan especial y profunda que es Chantal Maillard. Solo un ser especialmente pequeño o animalmente bello puede escribir como escribe Chantal.
Un abrazo.
Querida Lola:
tus patitas de ave zancuda, la levedad y precisión de tu entre-decir es preciosa siempre.
Así te deslizas en un mar de palabras, y con el pico eliges siempre las más sabrosas, las olvidadas, las que se quedan en los intersticios.
Son palabras que luego saltarán como ranitas si las depositas en un cuenco, y croarán, al unísono, esa lengua de los márgenes que uno anhela y no sabe exactamente dónde está. Quizá se insinúa como fuerza viva, dentro de uno, y hay que esperar al estallido, la proyección o la re-creación venidera.
Abrazo fuerte
He leído la primera parte, mañana seguiré, necesito hacerlo poco a poco. El fragmento que me ha llenado más, que todavía vibra en mi interior (utilizo sus palabras), es el de la conferencia, entre la tercera y la cuarta imagen.
Por cierto, bellísimas pinturas.
Saludos
Elvira:
Sigamos vibrando ahí.
La pintura china clásica es para irse a vivir a ella. Nos propone otro mundo y también otra resonancia, otra posibilidad de inscribir el cuerpo en la materia...
abrazo
Este blog es un lugar de silencio y de esfuerzo. Tu esfuerzo de encontrar y el esfuerzo de leer. No se puede veir aquí como se suele ir. Hay que elegir el día, la quietud. Me hago un café en el momento elegido, me traigo dos o tres cigarrillos prohibidos y leo una tras otra de las numerosas partes. Al final, ya casi ni recuerdo el principio, así que releo algo y decido volver. Y vuelvo.
A veces, la respuesta es ese silencio. Porque un animal pequeño, cuando calla en el bosque, lo está diciendo todo.
Nán:
saludo tu clarividencia y la recibo con cariño. Es cierto que hay esfuerzo y exigencia. Me ha llevado bastante tiempo seleccionar los textos (se trata de un libro laberíntico y extenso) y ponerlos a dialogar entre ellos, buscar las tensiones posibles que puedan llevar de uno a otro. Sé también que exigen un esfuerzo de lectura, y sobre todo una lentitud y una escucha, que hay que darse el tiempo y no todo el mundo lo tiene o lo quiere dar para este tipo de textos. Otro tanto ocurrió con la entrada de Wittgenstein, que junto a esta, son las más trabajadas que he hecho últimamente, porque he estado leyendo y seleccionando textos, pensando en ellos, rumiando los cauces y borrando los límites, durante muchas semanas.
Por eso me alegra especialmente que hayas visto ese modo de proceder y te des el tiempo, encuentres el momento y la quietud necesaria para decir, en este caso, el silencio y el animal (tan importantes, tan desesperadamente importantes en este ruidoso mundo crepuscular, este mundo que se muere).
Comentarios así ayudan a seguir, iluminan y vuelven a hollar estas huellas y el camino por venir,
un abrazo
El texto de C. Maillard es en efecto como un regazo en el que estar, un recuperarse para seguir en solitario, sabiendose por instantes entre las lineas del claro-oscuro, paralizado por su "resonancia".
Desde que lo pusiste vengo a verlo a diario y me marcho suponiendo entender algo... (de mi extravío).
Voy a tratar de conseguir el libro. Gracias Stalker por tu mediación.
gracias por traer aquí este texto y colocarlo en brocado con pinturas chinas. Hoy me he pasado la tarde leyendo sobre un filósofo "maldito" chino del siglo XVI y sobre la práctica del zen japones y al leer a Maillard he tenido esa sensación de continuidad casi de género y de tiempo. Ella ha conseguido revolucionar mejor que nadie para mí el espinoso pero necesario problema del borramiento de las personas, entre el yo, el tú, los otros y el mundo, se distinguen y se fusionan según se requiera, sus palabras consiguen vencer la gramática, como dice "las palabras contra las que hablo son las que des-viven el acontecimiento".
Al leerla, el lector se convierte en ese observador que se sitúa en el espacio intermedio entre el vacío y la existencia.
Creo que algunos conocemos bien esa experiencia, pero de ahí a poder ponerlo en palabras...
Quiero volver a mi después de la impostura, aprender a descreer y volver, volver, deshaciendo el camino que se construye con estas palabras,
abrazos
Rosso:
es, en efecto, un libro para perderse. Se puede entrar en él como en un bosque en el que no hay marcas que muestren el camino, ni siquiera migas de pan.
Y ese extravío es la condición última del reencuentro, una vez destruido todo centro de sentido: todo espejismo: toda creencia.
Es un reencuentro de desnudez y de no-comprensión, "ahí donde el cuerpo es alimaña".
Es uno de los libros más intensos que he leído precisamente por ese vuelco lúcido, por ese deseo de mirar, descreer, desestructurar, hasta quemarse los ojos y la propia vida.
Y luego, después de la quemadura, después de la tierra abrasada, la vida, otra vida o plenitud.
Por eso el libro es una afirmación y no un nihilismo, etiqueta que resultaría tentadora a una mirada precipitada...
El libro está en Pre-Textos y es fácil de encontrar. Y ahora pienso que es un texto-previo, claro, un texto previo a la decantación de los diarios posteriores: "Diarios indios" y, sobre todo, "Husos. Notas al margen". El primer paso de una demolición sistemática que conduce, tras un largo periplo, al inextingible gozo de vivir con que concluye ese último cuaderno.
Agradezco tus extravíos y que los compartas, Rosso,
recibe un fuerte abrazo
Objeto a:
tu comentario es muy bello y me invita a de-morarlo un poco antes de contestar: me invita al paladeo, a la detención, a morar en él, convivir con esas palabras y luego, si acaso, acompañarlas. Me han parecido preciosas, y también muy reveladoras de lo que es este libro.
La sensación de continuidad entre los Orientes (me atreveré a decirlo en plural) y la escritura de Maillard también me asalta a mí... por eso las pinturas chinas, que son estancias para la quietud y tal vez para la auto-observación contemplativa, encuentran resonancia en unos textos presentan una analogía estructural con ellas: la búsqueda de una plenitud "vacía", la lentitud, el asedio a la mente que representa sus contenidos en avalancha... En la escritura de Maillard hay un continuo transitar entre varios mundos y varias lenguas: oriente-occidente, filosofía-poesía... por eso quizá esa casi continuidad de género y tiempo, porque tal vez esa escritura es un género de entretiempo, una lengua pequeña que nace, transita y se demora entre las épocas, las culturas, las modalidades senti-mentales que las rigen y construyen... Una lengua intersticial, en definitiva: lengua del entre que se encauza en el espacio que fluctúa entre la solidez de las creencias, y allí encuentra su morada provisional, su potencia de proyección para decir lo otro y al otro, y la compasión que late, siempre, bajo la herida que pretende "emparedar la propia historia en la de todos". Una visión desde abajo, desde la alcantarilla, como diría Pizarnik.
Se me despierta la curiosidad por saber quién es ese filósofo chino "maldito" del siglo XVI. Después de leer a algunos poetas chinos (tantas veces de la mano exquista de Anne-Helène Suárez), y a Chuang-tsu, Lao-tsé o Confucio, me apetece conocer a ese pensador más moderno...
No me cabe duda de que volverás a ti después de la impostura, que asediarás el centro y lo desplazarás a la periferia, y vivirás (si no has vivido ya) esa experiencia extraña que tiene que ser la disolución de la propia subjetividad en el lenguaje y el desmantelamiento de las estructuras que nos niegan el acceso al otro, al vertiginoso acontecimiento del otro en nosotros y al corazón que se hace, entre todos...
un abrazo
Querido Stalker:
hoy escribí - o tal vez escupí sea más apropiado y cuando junte con tierra y moldee esto quizá pueda decir que es poema o algo parecido a un poema- esto que te adjunto y que entiendo algo tiene que compartir con lo que apuntas desde El gozo extremo.
Un abrazo grande,
Viktor
http://caudaldepoeticas.blogspot.com/2010/10/un-texto-sin-titulo-de-viktor-gomez.html
Viktor:
gracias por el enlace, que leeré con detenimiento,
bienvenido y recibe un fuerte abrazo
Me gusta mucho el segundo cuadro el de la rana en el estanque.
Me he sentado a la orilla y he escuchado el croar y los grillos. Y allí las palabras de Chantal Maillard han resonado y he escrito esto:
Es el viento
y lo oscuro
Detrás Maillard y Olvido
Detrás las palabras
que mueven
Dentro tal vez el temblor
de las hojas
La humedad de la tierra.
Hay mucho que decir, porque la entrada es larga, pero también habría mucho que decir de un solo párrafo, incluso de sólo algunas frases. Me quedo, de momento con el poema, y desde luego el haiku,la gota de agua en este instante con todo lo que evoca y también esas confluencias otra vez: hoy precisamente una amiga decía que la mente zen es mente de principiante.
Un abrazo, Stalker.
Lola:
¡pero qué pequeña y ave eres!
Cómo celebro tus palabras y cómo iluminan la mañana.
Además, como sabes, Olvido y Chantal son para mí lo mejor que existe en escritura poética en estos momentos. De Olvido subiré unos poemas muy pronto.
Un abrazo fuerte, con grillos y estanque dentro...
Querida Bel:
las confluencias se dan cuando la atención es receptiva (y tu atención lo es siempre).
"La mente zen es mente de principiante". ¡Me gusta y quiero saber más!
Del Zen me gusta especialmente cómo se duda del propio Buddha y de sus palabras: sólo el camino es importante. Y el camino empieza pero no acaba. No hay ningún lugar al que llegar. La mente es vacío, los pensamientos son vacío. El propio pensamiento de la liberación está vacío.
Esa forma de "plenitud" me resulta especialmente atractiva.
Por poema imagino que te refieres al audio del final...
Un abrazo fuerte
"Veo lo que no hay. Estoy creciendo de la nada".
Qué corazón será necesario para soportar esa certeza de doble filo.
Flavia:
quizá un corazón entrañado podría asumir esa escisión, o un corazón doble que asuma su propia contradicción. Lo cierto es que no lo sé, y sin embargo vivimos, vivimos...
abrazos y re-bienvenida...
También son mis poetas preferidas.
Lola:
deliciosa sincronización.
Son dos escrituras-animales, también, dos animales de lentitud que inquietan los constructos más arraigados...
abrazos!
Cuando eres pequeña siempre tienes una heroína y mucha fantasía y esas cosas. Y te inventas que tú eres como ellas: Pues eso me pasa a mi con esas "monstruas" que son mis heroínas.
Un poco infantil yo, verdad. Para no perdernos del todo en la edad adulta seguimos construyendo fantasías.
JAJAJAJA.
En serio no me canso de leerlas. Son dos voces que resuenan en temblor. Cada una con su cadencia.
Lola:
en temblor y adentro, resuenan y nos deshacen con un alud de palabras que nos acarician al demolernos.
Heroínas, héroes: yo he vivido siempre admirando y fantaseando, e ignoro lo que sea eso que llaman "vida adulta", sin duda otro rótulo absurdo que alguien intentará rentabilizar.
Abrazos!!
Una filosofía de los días críticos no puede ser una filosofía sistemática; tiene que hacerse con retazos. Procurar desbordarse a sí misma, asir con el concepto lo que escapa al concepto. O asir, sin concepto, con algún término, la infinitud: el poema, como designación primera, acto fundacional que deja respirar las cosas –tras los objetos.
El hambre del poema es quizás eso: un querer-respirar, que nos permita afrontar el terror, la desolación, la extrañeza y podamos reconocernos en ese afrontar, en esa extraña comunidad con lo ilimitado, que nos hace balbucear… y nunca se puede estar seguro de que balbuceamos, de que no caemos en la mímica, en la impostura de la supuesta-vacilación, que en verdad ya sabe dónde va.
Pero Ch.M. da pistas: atender ese silencio antes del logos; sentir el hambre del otro, su vulnerabilidad infinita, tocar el alma, su cuerpo, ser éx-tasis, salirse de sí, hallarse en los otros, buscarse más bien; no hay otro “origen de mi soledad” que esos cuerpos amados, por esos deseos también, que muestran nuestra incompletitud y así siempre haya sido dos…
En realidad, cada fragmento anima a una glosa, un detenerse. La demora como proceder entonces… A falta de esa posibilidad -ahora otra vez el apuro cotidiano me sustrae-, simplemente agradecer estos hilos para seguir enredándonos, sin redes de contención y caer, incesantemente, en nosotros mismos.
Va un fuerte abrazo,
Arturo
Querido Arturo:
tus palabras aportan siempre precisión y belleza, la belleza de la precisión y la precisión de un tipo de belleza que no condesciende a los campos retórico-ontológicos domesticados por una tradición de pensamiento que tú también cuestionas y pones en jaque.
En efecto, sólo una escritura asistemática, desmembrada, una escritura sin cuerpo reconocible, sin cuerpo transitable por una u otra hermeneusis, una palabra que opere con todas las cautelas posibles, minada y sensibilizada por todos los desplazamientos imaginables (en lo epistemológico y lo ontológico), podrá dar cuenta de la carencia que nos es consustancial y definirá nuestra condición huérfana, menesterosa y eternamente nómada aun en el simulacro de sedentarismo y seguridad que ilusoriamente nos hacen habitar.
Para ello es imperativo cultivar la oblicuidad y la lengua de los márgenes: devenir brecha viva y decir el abajo, declinar infinitamente el hambre en todos sus matices, con todos sus requerimientos y salvedades. Re(inventar) una lógica de la espectralidad para dar cuenta del cuerpo de lenguaje que se nos extranjeriza, nos hace rehenes de infinitas metamorfosis, nos vuelca en prótesis, puntos de fuga, simulacros, desterritorializaciones, encrucijadas tal vez insalvables.
Por eso la multiplicidad de lenguajes que inquietan el pensamiento Uno en estas páginas que piensan los días críticos: confesionales, íntimos, pero también re-flexivos, intimidatoriamente re-flexionados desde esa oblicuidad genesíaca o diseminadora. Es la razón por la que entiendo este libro como una flor de diente de león que proyecta, liberándolas, las semillas de toda la obra posterior: una especie de lienzo múltiple que adelanta los pligues venideros, la escucha futura, las preguntas que ningún oráculo responderá.
Como ella misma lo define en el epílogo: "alientos-sacudidas" que no se avienen a ningún pacto de lectura de la época. Escritos de un solo trazo, sin revisión. De ahí la impureza de esta obra, pero también su caracter espontáneo, intempestivo, infinitamente sugerente.
De ahí también su fragilidad, su delicada fragilidad y su temblor: hay fragmentos, como el último que incluyo, el que pide el regazo de una anciana para caer en él, que me conmueven de una forma indecible y me involucran en ese desamparo compartido: muda resonancia del ahora vacío de designaciones, privado de Cielo y redención, donde nos asemejamos al margen de nuestras diferencias.
Tu demorarte es hermoso, Arturo, porque te detienes en intensidades. Porque te das el tiempo y das el tiempo (aunque lo cotidiano imponga sus exigencias irrenunciables), tus palabras crecen y acompañan esta lentitud y esta espera.
abrazo fuerte
No conocía a Chantal Maillard... (salvo un fragmento que he leído ahora en otro blog, y del que me ha llamado la atención para aterrizar en el tuyo :-)
Dejo mi huella con sonrisa y silencio
e iré volviendo para leer poco a poco
saboreando sin prisa.
saludos otoñales...
Marina:
es increíble la vasta red de resonancias que es Internet y cómo unas huellas nos llevan a otras... Me gustaría saber en qué blog has leído ese fragmento de Maillard, para saber si lo conozco...
Le deseo sonrisa y sabor a tu lectura, y me adhiero a tu entusiasmo,
bienvenida y un abrazo
Muy buenos días...
Pues, fue leyendo unos comentarios en el blog Cuadromega (Rosso) en que dejaste un fragmento de "Filosofía en los días críticos" :-)
abrazo soleado!
Marina:
fantástico.
Rosso es muy querido aquí,
otro abrazo
leí tu respuesta varias veces, también de-morándola, gracias...
el objeto a:
gracias a ti por tu presencia y la delicadeza de tu mirada,
un abrazo
Demasiado... no pude leer toda la entrada, venía traspasada por una ola gigantesca de poesía,gozo extremo, deseo insoportable, desparrame,hasta que estas palabras terminaron conmigo, abriéndome las lágrimas:"... a veces habrá trozos de corazón oscuro, vomitaré latidos de carne..." de allí en caída, imposible llegar a la palabra. me quedé en la música y me rindo.
Demasiado para este día tan estrecho
am
Anamaría!
La experiencia de leer a Chantal Maillard es tal como describes. Aquí te dejo cómo termina la entrada: en el regazo, en la posible entrega de las armas, en el espacio que acoge y se ofrece como don, y así nos ensancha el día:
"Anhelo un corazón más sabio que el mío para descansar en él. El corazón de una anciana, un corazón acumulado y dispuesto a la acogida. Poder hablar; poder decir en palabras sencillas la congoja, la necesidad, la pena. Poder decir para calmar, para acallar. Soltar las lágrimas en el enorme pozo humano, el gran regazo. Poder decir, para que parezca tan común, ese dolor, que pueda mirarlo como si no fuese mío y llorar entonces por la historia de todos".
un abrazo
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