Najri, Aishwara. Poeta y filósofa india, Niña Perenne y vigesimoquinta tirthankara jainista, nacida en Jaisalmer en 2125 y "enraizada" en el santuario de pájaros de Telwatta (Sri Lanka) en 2217. La vida y la obra de esta poeta es tan singular, tan desmesurada, tan inconmensurable, que quien intenta resumirla en unas breves pinceladas parece acariciar un mito, una infancia, un aire impronunciable: parece tocar la caricia misma de la vida. "Y ello porque su vida y su obra se traza y se escribe en una alteridad radical, en un Otro plenamente incognoscible y del que apenas nos queda un leve sabor en la punta de la lengua; por eso todo lo que se dice de ella hay que entenderlo como una aproximación puramente provisional, falseada por la inevitable tensión denotativa del lenguaje. Haría falta un lenguaje-resonancia, un lenguaje-campana que se abriera en innumerables vibraciones, en felicidades percusivas, en sabores de frutas neolíticas, para acercarse tímidamente a lo que no podemos más que insinuar. La necesidad de un pensamiento salvaje, plenamente liberado de las cadenas mentales humanas, es aquí extrema: para auscultar los pliegues recónditos y hacer de la existencia un acto celebratorio, perfecto, inaugural. Porque Aishwara Najri está en el centro de la Vida: de ella irradian esas suaves materias, una dulzura anacrónica, poemas que son la propia fuerza del devenir vital antes y después del lenguaje. Y todo eso no puede decirse, o se dice apenas, en un hilito de voz trémula, siempre conscientes de que las palabras no alcanzan", explica la Caminante Nalee Ngam Chit.
Aishwara Najri nace en una devota familia shakta y pasa sus primeros años en Jaisalmer, en el desierto del Thar. Allí aprende la sequedad, el paso lento de los camellos, la certeza del sol implacable, el tránsito de las estaciones, el dulce silencio, la paciencia cromática, la suspensión, la mirada. Cuando apenas sabe hablar, se abraza a los corderitos que aguardan a ser degollados en la plaza del mercado; aparta a los tímidos caracoles que despuntan en los caminos en la breve estación lluviosa; se hace nido para todo animal desvalido. A los nueve años cae a un profundo pozo en pleno desierto. La buscan durante días y al fin es rescatada milagrosamente ilesa. La niña dice haber conversado con unas serpientes iridiscentes en el fondo del pozo y que esas serpientes custodian una sabiduría antigua. Dice haber atravesado una puerta invisible en la honda piedra y haber olido flores que no existen. Dice haber visto otro cielo que se extiende más allá de la Zona Crepuscular que separa los mundos. Como es una niña imaginativa, los mayores se limitan a sonreír, pero pronto empiezan a manifestarse una serie de acontecimientos inexplicables. Al paso de Aishwara, brotan torrencialmente las flores, un agua misteriosa se abre paso entre las rocas, los colores parecen estallar en una dulce locura ebria. Cuando se interna en el desierto deja tras de sí un exuberante rastro de vida vegetal, y con el paso de los meses el Thar aparece surcado por una telaraña de caminos verdes que dibujan la errancia y los juegos de la niña. Su sola presencia basta para aliviar a enfermos incurables y sanar múltiples dolencias. Por la noche, cuando está a punto de hundirse en el sueño, dice oír el lejano gemido de los árboles que van a ser talados a la mañana siguiente. Su deseo es salvarlos y que ningún ser tenga que perecer, ni sufrir, ni acercarse a lo que más teme, ni separarse de lo que ama. La Caminante Nalee Ngam Chit, informada de estos extraños sucesos, emprende viaje a Jaisalmer y allí descubre que el pozo en el que ha caído Aishwara es un cristal-punto esmeralda y que la niña ha sido hasta tal punto imantada por las profundas fuerzas telúricas que se ha convertido en un cristal-punto viviente, un centro nómada del que irradia la Vida misma en toda su plenitud deseante, en su flujo irreversible, en su fuego que no cesa. La Caminante Ngam Chit realiza un pronóstico que muy pronto se verá confirmado: el cuerpo físico de Aishwara Najri posee tal poder de regeneración, está tan cercano a la fuente de la vida, que no sufrirá el proceso del envejecimiento. Aishwara tendrá el aspecto y la voz de una niña de nueve años hasta el fin de sus días (su "enraizamiento" en Sri Lanka).
La comunidad jainista la declara vigesimoquinta tirthankara y le da el nombre de Mahalaksmi. Los devotos shivaístas y vishnuistas la consideran una encarnación terrenal de Shakti, la energía cósmica dinámica que activa el universo. Para los budistas, Najri será un avatar de Avalokiteshvara, el boddhisattva de la Compasión. Los taoístas la juzgarán un centro alquímico vivo, capaz de transmutar el sufrimiento en incontenible alegría. La niña abandona su hogar y se traslada al templo jainista de Pattadakal, donde inicia el estudio de los sutras y se familiariza con la filosofía propia de ese antiquísimo estilo de vida. Muy pronto encuentra limitadas aquellas enseñanzas y pretende renovarlas, cosa que hará con prolijos comentarios a las antiguas escrituras y el acercamiento a otras tradiciones religiosas y filosóficas panasiáticas, que recogerá en numerosos ensayos sobre diálogo intercultural, antropología de las religiones y sistemas de pensamiento oriental. Aprende todas las técnicas yóguicas y todos los sistemas de dhyana budistas. Alcanza el anuttara samyak sambodhi o Perfecto Despertar Inconcebible, pero en lugar de abandonarse a ese éxtasis perpetuo, decide renunciar a él y quedarse en el mundo para ayudar a los seres que sufren. Domina las ocho abstracciones meditativas y descubre que entre cada una de ellas hay un pasillo, un puente, una morada pasajera en la que el meditador puede detenerse y que abre un surco virgen en la conciencia. Najri explorará esos huecos entre las esferas de meditación de la forma pura y las esferas sin forma y los llamará para-nirvanas o vados de estrellas; con el tiempo, aprenderá a abrirlos como raras flores mentales y a pasear a su voluntad por el alayavijñana, un vasto océano de conciencia que conecta a todos los seres y en el que las ideas de espacio, tiempo y causalidad dejan de ser aplicables. En ese océano detecta presencias que la conmueven y, tras observarlas durante un tiempo, proyecta su mente hacia el pasado: roza la mente de Emily Dickinson, de Clarice Lispector, de Aizhan Mazhilis, de Natsuki Hikari, de otros muchos fuegos poéticos no extintos en aquel mar de conciencia atemporal. Las mentes y sensibilidades de aquellas poetas pertenecen a su estricto pasado, pero proyectan un leve hilo de sensaciones que aflora en la conciencia alayavijñana como un nenúfar, y ahí es donde la Niña Perenne conecta con ellas: se posa delicadamente en la flor de la planta acuática, y el tallo y la raíz de las poetas del pasado se ve conmovido por esa invisible presencia amistosa, y todo ello deja su huella en la singularidad de sus obras poéticas escritas en siglos anteriores. Najri dialoga con ellas sin interferir en sus procesos mentales, acariciando su rica vida interior, imantando su ánimo y su respiración. Sólo Emily Dickinson es consciente (en su pasado) de la presencia mental de la Niña Perenne venida del futuro, y dejará constancia de ello en varios poemas reputados como especialmente herméticos. Enternecida por su búsqueda apasionada, por la delicadeza salvaje, por la intuición tectónica y vital, Najri descubre su propia vocación poética.
Sondeando las diversas abstracciones meditativas, descubre la neurostasis o visión-fuente (que los Animales Totémicos enseñaran a la kazaja Mazhilis): el arte de trasvasar la propia conciencia a otros seres vivos. Empieza así un largo ciclo de poemas-animales, poemas escritos después de haber experimentado el cuerpo y la vida secreta de esas otras existencias: Búfalos, Elefantes, Tigres, Boas, Mapaches, son sucesivas entregas que dan cuenta de un mismo asombro en el límite de lo expresable: un puro deleite en el acercamiento al Otro, porque Najri siempre trae a su escritura la respiración más íntima de cada animal, el oro vivo de sus sensaciones. Muy recordado es el ciclo Tortugas, animal especialmente querido por la Niña Perenne: al elogio de la lentitud y de la casa omnipresente se suma un minucioso análisis (y celebración) de la prodigiosa soledad de las grandes tortugas que atraviesan océanos y armonizan su canto vital con las sinuosas corrientes marinas. De especial interés es el poemario Estorninos, porque Najri trasvasa su conciencia no a una sola ave, sino a toda la bandada, lo que origina un poema polifónico donde las innúmeras voces irrumpen, se entrelazan, se contradicen, fluyen y se derraman unas en otras en un tenso mosaico coral. Las entregas dedicadas a las Abejas, Termitas y Hormigas revelan un mundo aún más incomprensible: una conciencia grupal escindida en una infinidad de minúsculas conciencias ciegas, apenas individualizadas; su traducción al lenguaje humano ofrecerá un poemario especialmente críptico y difícil, formado por sensaciones difusas en un dilatado retablo impresionista.
Cuando cuenta treinta años de edad y ha recorrido buena parte del reino animal, Aishwara Najri lleva el arte de la neurostasis al mundo vegetal, que siempre la ha fascinado. Vierte su conciencia en los enormes banianos, en el ébano agreste, en el tsuga del Himalaya. Escribe largos poemarios en los que recoge la intraducible experiencia sensorial y anímica del sueño intensamente verde de la selva india: los versos adquieren la consistencia de la resina, de un lento goteo, como si se formaran estalactitas en vastos océanos de palabras convulsas y luego apaciguadas por un gozo solar inexplicable. Es una poesía fotosintética, rizomática, negadora de cualquier centro metafísico. Es una poesía que acerca el éxtasis verde de un mundo cuya interioridad hasta ahora nos había sido velada. Al intentar regresar a su cuerpo después de haber habitado un baniano de raíces especialmente profundas, descubre que se ha traído consigo parte de la naturaleza del árbol: una parte del "espíritu" vegetal se aloja de forma inextirpable en su conciencia y desencadena cambios irreversibles en la Niña Perenne. Pronto la interpenetración de los dos jivas o principios vitales produce una metástasis clorofílica y Aishwara deja de alimentarse como un ser humano: a partir de ahora su organismo se nutrirá gracias a procesos exclusivamente fotosintéticos. Pronto brotan raíces aéreas de su piel: Aishwara busca entonces un terreno fértil y las raíces se hunden en el suelo, buscando nutrientes esenciales. La poeta recogerá la experiencia de su nueva vida híbrida en El Arraigo y la serie Raíces I-III, en las que los versos adquieren una cualidad sinestésica especialmente acentuada: poesía táctil, sonidos táctiles auscultados por las raíces animales que hunden su curiosidad en la tierra ignota, percusiva, expectante, fusional, contemporánea. Los instantes de tiempo se suceden como enormes eras geológicas encapsuladas en un vertiginoso Ahora. "La poesía fotosintética o poesía-raíz de Aishwara Najri merecería un lugar aparte tanto en los estudios literarios como en los tratados de botánica, un lugar que no fuera una mera encrucijada entre ambos mundos; es algo que nos desborda y que refleja un gozo más vasto que el que depara la mera literatura y que no tiene que ver sólo con el cuerpo, como en el caso de la poesía epidérmica de Yanmei Shiau Liu, sino con múltiples conciencias entrelazadas en niveles de sutileza que la mente humana, tan egocentrada, no puede aspirar a alcanzar. Por eso queda siempre un resto ilegible, una cara oculta de la Luna en estos poemas, y en eso radica su extremada belleza insondable, su sonoridad geológica, su química contagiosa e inagotablemente musical. Cada hallazgo formal es un acto cristalizado, una permutación de materiales sedimentados, y su sabor es el saber de la vida misma", escribe el crítico Thian Chong-Duy en su seminal Archipiélagos nómadas.
En su obra filosófica, Aishwara Najri manifiesta dos obsesiones: en primer lugar, atribuir una mayor densidad a la existencia. En un mundo que fabrica espacios y tiempos desconectados y donde la posibilidad de elaborar una narración coherente que vincule a los seres, las palabras y las cosas en un sentido que fluya es una tarea prácticamente imposible, la Niña Perenne aboga por el descondicionamiento psíquico, el conocimiento desinteresado (kevala-jñana) y la dulzura. En sus libros Vínculos, Ternura viva y Festina lente pretende aunar el antaño y el ahora, el impulso y el retorno, el dinamismo y el arraigo, el cielo y la tierra, el acontecimiento y la repetición en un mismo movimiento interior basado en la vacuidad (sunyata) como principio que nos haga comprender la impermanencia, el devenir y la necesaria empatía entre los seres vivos. En segundo lugar, pretende que las diversas edades sucesivas predichas por la cosmología jainista (Edad Extremedamente Maravillosa, Edad Maravillosa, Edad Tristemente Maravillosa, Edad Maravillosamente Triste, Edad Triste y Edad Tristemente Triste) se resuelvan en una única Edad Maravillosamente Feliz. Para ello apuesta por la atención y la alegría, esos ríos caudalosos. Además, aboga por la renovación de la ética jaina: la ahimsa o no violencia no sólo hacia plantas y animales, sino hacia todos los jivas que residen en todos los cuerpos físicos y mentales. Por otra parte, moderniza la milenaria silogística jaina vinculándola a los principios de la cinética subcuántica, a la espontaneidad taoísta, a la epojé o suspensión del juicio de los escépticos griegos. Renueva la lógica syadvada o "doctrina del quizá" en su aplicación a las aporías éticas, a los dilemas del pensamiento, a las contradicciones vitales: según esta estrategia deconstructiva, una afirmación sólo es correcta cuando se reconoce la limitación del propio punto de vista y se abre la realidad a muchas lecturas e interpretaciones. La lógica syadvada se une a la doctrina del apoha (negación), según la cual una idea no es algo perfectamente delimitado sino una construcción siempre imprecisa frente al "gemelo negativo" que nació junto a ella. Los libros Deconstruyendo el ethos dual, La fata morgana del ego ilusorio, Lógica azul o Arritmias para un nuevo mundo testimonian una inquieta voluntad indagadora que nunca da nada por sentado y desconfía de su propio método de conocimiento (para un análisis detallado, véase Historia de la filosofía oriental de Mariko Tairaka).
A partir de 2160, Aishwara Najri desarrollará, junto a su voluminosa obra escrita, una intensa labor como activista medioambiental y defensora de los derechos de animales y plantas. Defiende a los últimos tigres en libertad de las mafias y del gobierno indio, impide la construcción de presas liderando enormes movimientos populares y aglutina a diversas poblaciones contra la tala de árboles en Karnataka, Hinglajgargh y Madhya Pradesh. En este último enclave, las mujeres y los niños, siguiendo una antigua tradición india, se abrazan a los árboles para evitar su tala. El gobierno ordena al ejército evacuar la zona por la fuerza, y cuando una mujer resulta herida por los disparos presuntamente intimidatorios, Aishwara desencadena uno de sus poderes mentales secretos: el Tesoro del Cielo o Esplendor Inconmensurable, que paraliza a los soldados y les induce a abandonar las armas y desertar en masa. Estas acciones subversivas la hacen muy impopular entre los sucesivos gobiernos nacionalistas y neoliberales indios, que perpetran diversos intensos de asesinarla: todos frustrados, porque al acercarse a ella, los más aguerridos sicarios son incapaces de hacerle daño y renuncian a su propósito. El gobierno opta entonces por medios de disuasión indirecta: secuestros selectivos de amigos y parientes. Para evitar este tipo de represalias, la Niña Perenne se exilia a Sri Lanka, donde la comunidad budista theravada la acoge con enorme entusiasmo. Pasará allí sus últimos veinte años, dedicados a la meditación y la escritura de un poemario titulado De verde y eternidad, donde se alían la denuncia medioambiental y la búsqueda de nuevas formas de expresar el sentimiento profundo de la tierra que horadan sus raíces carnales. Sigue explorando los pasadizos mentales del alayavijñana y contacta con poetas del futuro, algunas de cuyas mentes son tan extrañas que no logra siquiera rozarlas. Descubre que una remota poeta, que habla una lengua que aún no existe y contacta con ella desde el año 7237, es la que la "empujó" psíquicamente al pozo del cristal-punto esmeralda, para que la Niña Perenne pudiera cumplir su papel y equilibrar ciertas fuerzas perturbadoras en el mundo de los seres humanos. En sus últimos años estudia los mudras y los yantras para concentrar mejor las energías mentales y perfeccionar la neurostasis, cuyo secreto transmite a los monjes más avezados (principalmente niños).
En 2217 se despide de sus amigos y conocidos y arraiga definitivamente en un lugar tranquilo del santuario para pájaros de Telwatta. Lentamente, empieza a transformarse en un enorme baniano. El proceso completo dura diez años, en los cuales ella pierde apaciblemente su conciencia humana a medida que las raíces se robustecen y los brazos y dedos, metamorfoseados en ramas, apuntan hacia el cielo. Mientras aún le queda voz dicta un último poemario (que concluirá gracias a su conexión telepática con un monje niño). Es su obra definitiva y lleva un título sucinto, elocuente y conmovedor: Alegría. Este largo poema pensado y sentido en versículos libres es el gran poema de la gozosa extinción de la conciencia en el mar indiferenciado de la vida, la fusión de la piel y las sensaciones con la intimidad del mundo, la celebración panteísta del devenir y la exposición más brillante del Perfecto Despertar Inconcebible que las diversas doctrinas indias han pretendido comunicar en su itinerario secular. Cuando reverbera la última palabra del poemario en la mente del niño monje y éste la transcribe, todos los presentes, monjes y campesinos de Sri Lanka, rompen a llorar: en esa última palabra se cifra la reconcilización de pensamiento y vida. Es la plenitud. Es la vida inconcebible que no puede pensarse ni expresarse en palabras.
Aquel baniano es conocido como Arani ("Sol inexplicable") y aún a día de hoy recibe la peregrinación de muchas personas, religiosas o no, procedentes de todo el mundo. Dicen que en las noches de verano, cuando los grillos cantan, puede sentirse una leve vibración y un lento calor si se apoyan las manos en sus nudosas raíces: es la canción del licor de luz que circula por la savia del árbol y penetra hasta simas escondidas y líneas telúricas subterráneas. Se dice que esa canción sigue compensando, equilibrando, cuidando del mundo y de su siempre manifiesta fragilidad. Muy de vez en cuando, en noches especialmente cálidas, puede verse a una Caminante subida a una de sus ramas más altas, tocando una penetrante melodía en un caramillo.
Fuente: Enciclopedia de Literaturas Panasiáticas, Akira Junichiro, Kenji Watanabe y Daiquiu Qui Jin (comps.), vol. XII, Osaka: Mizuki Publishers, 17ª edición revisada y ampliada, 2267.
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6 comentarios:
Aishwara es la piedra filosofal de la poesía.Un cristal punto esmeralda que transmuta la palabra en respiración, en gorjeo y percusión vital, aliento único de todas las consciencias. No podía ser otra cosa que una Niña Perenne.. Su existencia proteica me toca y me induce a convertirme en arbusto, a palpar con mis raíces la poesía innombrable de la tierra. Conmovedora esa caricia líquida en los nenúfares ce las consciencias poéticas del pasado y del futuro.
Me parece que su aliento está en aquel poema de Emily Dickinson:
The grass so little has to do,–
A sphere of simple green,
With only butterflies to brood,
And bees to entertain,
...
And even when it dies, to pass
In odors so divine,
As lowly spices gone to sleep,
Or amulets of pine.
And then to dwell in sovereign barns,
And dream the days away,–
The grass so little has to do,
I wish I were the hay.
I wish I were the hay too
abrazo de percusiva felicidad
"de verde y eternidad"
niña perenne, niña imantada ...
niña inefable ... niña que habla un nuevo idioma al unísono de todas las nuevas vibraciones de todos los nuevos seres ...
leer su obra es traspasar los límites de lo visible, de lo palpable, del dolor, del silencio, de la suspensión, de la eternidad...
esas ramas mirando al Cielo ... donde sólo puedo verter una Lágrima de Felicidad.
La Niña Perenne! Habría que rastrear su pre(-e)sencia poética en Dickinson (maravilloso el poema que ha puesto Ana) y tal vez en otros poetas, jamás publicados ni leídos siquiera...
Fantástica esta colección de cinco poetas, en las que hay toda una ontología, un relato distópico, político y filosófico, un autorretrato de una manera de repoblar el lenguaje. He caminado por esos desiertos de repente rebosados de vida!
Un abrazo agradecido
Anamaría:
esta poeta percute y repercute intensamente en ti... gracias por acogerla con tanto cariño y delicadeza, y por el maravilloso poema de Dickinson donde sin duda habita la mente y el corazón de una niña futura (una idea que habría fascinado a Dickinson...)
palpar con las raíces la poesía de la tierra, adquirir el estatus fotosintético de la felicidad telúrica, abisal, anterior a los nombres y a las genealogías...
mientras tanto, aspirar a abrir los pequeños instantes como flores vitales
y demorarnos en ellos
un abrazo!
Mar:
y esa lágrima de felicidad te será devuelta desde el futuro, imantada con el pensamiento vital de la Niña Perenne...
poesía que hable un nuevo idioma en una encrucijada entre varias vidas, varios mundos, varios alientos
Rubenóvich:
gracias por habitar estos divertimentos en los que, pese a su ligereza, uno pone tanto y tanto de sí...
al final las leo como si existieran, como si tuvieran de algún modo vida y no las hubiera inventado... curiosa autonomía la de estos brotes frágiles que buscan otra forma de decir, si es posible, entre el lenguaje y la vida, fugándose de sí mismas...
un abrazo!
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