Mi abuela mataba a sus animales con sus propias manos, y yo nunca comía. Ahogaba los perros recién nacidos en un balde de agua, y yo intentaba salvarlos (sólo para llevarme un coscorrón y que los perritos volvieran al balde; en realidad lo único que lograba era prolongar su agonía).
Mi abuela no era cruel: cuidaba a los animales, amaba a los animales. Y los mataba para alimentarnos, o por no poder asistir a más bocas. Sabía matar de un solo golpe infalible, reduciendo el dolor, o el vértigo de la extinción, al umbral mínimo. En la matanza del cerdo, recuerdo que corría a esconderme entre los olivos con las orejas tapadas para no escuchar el alarido de los animales, que, a pesar de todo, me taladraba de fragilidad. Esas manos que sabían matar me daban de comer, peinaban mis cabellos, me cosían los botones, y era el mismo gesto económico, la misma austera delicadeza la que unía esa vida, esa muerte, hasta el punto de volverlas inseparables.
mi abuela era el horizonte
de muerte-vida
ella y el filo
piadoso
de sus manos
punzante y enternecedor.
ResponderEliminarestamos tan de lado de la esencia de la vida... ay de que quienes se atreven a afirmar que la sangre no corre por nuestras venas, quiero decir, nuestras manos.
muy hermoso. mucho.
saludos, sinceros
Mi abuela también. Pero era un mundo más parecido a la edad dorada, cuando "la miel caía de los árboles".
ResponderEliminarUn abrazo.
Me gusta mucho. Esa narración, ese recuerdo y esa conclusión, con esa precaria belleza de lo abierto y esa perennidad de lo genuino. Eso es lo que he sentido hoy al leerte. Un trocito (o trozazo) de ti.
ResponderEliminarGracias!!
la misma distancia, la misma carne. Hablas de vida y muerte, pero en este caso es la misma cosa, tu abuela era la vida, el proceso. La muerte mal connotada es otra cosa, y en ella no puede participar un ser de vida como tu abuela, eso creo.
ResponderEliminarun abrazo.
Yo estaba dentro de tus ojos también al escuchar a los animales.
ResponderEliminarYa habías evocado, parcialmente, hace unos meses, en una de tus entradas que había causado cierto revuelo, la historia de tu abuela. Cierras aquí tu reflexión y tu recuerdo con esta bella imagen del "filo/piadoso/de sus manos" que integra toda esa complejidad. La vida campesina, "a la antigua" (porque también ha cambiado) crea una relación directa con la muerte. Uno ve criar los animales que más tarde hay que matar, con sus manos, para comerlos. Y sabemos que eso no implica una crueldad condenable del individuo, aunque sí una interrogación sobre nuestra capacidad depredadora. Me llama la atención tu susceptibilidad desde niño ante todo ello, como si ya supieras desde entonces que tú también eras aquel perrito o aquel cerdo inocente, como si, aunque no lo supieras a las claras, hubieras empezado ya tu aprendizaje de búfalo. Sensibilidad que jamás se perdió y que, al contrario, has ido fortaleciendo vital y teóricamente.
ResponderEliminarUn día, ya entraba yo en la adolescencia, mi padre me obligó a matar el pollo que nos íbamos a comer, para que aprendiera; obviamente, no supe hacerlo por falta de técnica y de fuerzas y, como tú con los cachorros, lo único que logré fue transformar su ejecución en sesión de tortura. No creo tener la misma sensibilidad tuya frente a la muerte animal, pero nunca olvidaré todas las sensaciones que sentí aquella vez, son una pesadilla cada vez que vuelven a la memoria, un verdadero agujero negro donde desaparezco.
Abrazos
La imagen estremece, ese hilo es precisamente la vida, cabalgando entre el horror y el milagro. La belleza es siempre el inicio de lo terrible...ya está dicho
ResponderEliminarGracias por tan bello relato
Saludos,
anamaría
¿Qué será esa maldita melancolía, más allá del recuerdo personal(tuyo-mío),que nos muestra en el espejo matando animales sin esa piedad que sentimos en la abuela? ¿Dónde se perdió el perfil de las manos? ¿Es la melancolía la sorpresa de percibirse sin saber qué hacemos ni a quién estamos salvando cuando ahogamos perritos en el agua? Veo mi mano inútil incapaz del "gesto económico", como si la violencia se tornara barroquizante en mis dedos.
ResponderEliminar(¿Qué es esa empatía que nos une a las abuelas, a la generación antepenúltima, más que a la generación penúltima, la de los padres? ¿Es la sangre de algún animal sacrificado?)
No he sabido qué decir hasta ahora. Suscribo todo cuanto ha dicho leonardo.
ResponderEliminaresos versos del final son estremecedores y profundamente verdaderos
un abrazo-animal
...estoy fascinada ante esa frase "el filo piadoso de sus manos"
ResponderEliminar¡es tremenda! me quedé en ella
anamaría
La muerte, aunque sea dada por manos queridas, es cruel y los ojos infantiles así lo ven, y la mirada de adulto así lo recuerda, pero la abuela queda a salvo en el recuerdo porque las manos que matan son las mismas manos que nos acarician.
ResponderEliminarEs precioso el recuerdo, y está escrito desde el corazón del tiempo.
Un abrazo.
como en los recuerdos tan cercanos hay historias que hoy parecen terriblemente aleccionadoras. Lo que ayer era natural e implícito, hoy nos caracteriza un cambio cultural, por lo menos en ciertas partes del mundo y en ciertos temas. Todo es fraccionado, pero muchos comprendemos. La frase que todos rescatan del "filo piadoso de sus manos", también la elijo. ABRAZO
ResponderEliminar"las manos que sabían matar me daban de comer ... me cosían los botones".
ResponderEliminar¿qué puedo decirte? cualquier palabra está de más ante estas manos. me siento como Ahab.
no sabemos lo que hacemos ni de lo que somos capaces.
sos tan bello, Stalker, que sólo de tus manos pueden salir manos así.
tu escritura me imanta y me ovilla, al calor de su temperatura.
te abrazo para no perderme.
Mi bisabuela me hacía sostener las orejas del conejo mientras ella sujetaba sus patas y le daba un certero golpe atrás de la cabeza. No recuerdo la edad y creo, hasta ahorita había sido una vivencia de esas que uno se niega a convertir en recuerdo. Aun así, lo que más recuerdo de mi bisabuela es que me dejaba tejer en su cabello blanco unas largas trenzas, que me guardaba los muñequitos de la rosca de reyes; al llegar de la escuela lo primero que hacía era subir a su cuerto para llevarle un dibujo pero en realidad hacia eso para cmprobar que aún seguía despierta. Mi bisabuela me permitió conocer el dolor de un conejo -su llanto-, el recuerdo mentido y la incertidumbre de la muerte.
ResponderEliminarEsta entrada me ha significado de tal manera que...
Gracias
bellisimo hermano. llamame hermano
ResponderEliminarBonito y real como la vida misma. Las manos que dan afecto, dan muerte, porque la vida es todo ello, y no de forma precisamente ordenada.
ResponderEliminarLas mujeres de mi pueblo estaban especializadas en matar, de un certero golpe en la pared, los gatitos recién nacidos. Los animales, sin pelo aún, quedaban pegados a la cal de la pared durante unos breves segundos y luego resbalaban, lentamente primero, y se precipitaban luego al suelo, donde no era extraño percibir algún convulso movimiento durante escasísimos segundos. Yo lo miraba tan aterrorizado... y tomaba luego las escaleras para escapar, lo mismo que escapaba cuando la matanza del cerdo. Curioso: hoy, la muerte de los demás, incluso la de los animales, es la propia muerte. Entonces aún no: la muerte de los demás era sufrimiento agudo, pero no prefiguraba, no todavía, ninguna evidencia dolorosa.
Com sempre, amic, fent pensar / imaginar / recordar (de fet, les tres solen ser la mateixa cosa).
Antes las cosas eran así.
ResponderEliminarEs un texto precioso con la evocación de tu abuela. Guarda siempre esa esencia de la infancia y nunca te harás mayor.
No sé que he dicho pero seguro que será verdad. JAJAJA.
En serio es un texto precioso con el recuerdo de tu abuela.
Un abrazo
Ave Zancuda
manos piadosas que evitan el sufrimiento...las mujeres con el peso del mundo sobre sí, siempre han sabido qué es ser animal.
ResponderEliminarEn el gesto de tu abuela está el paso de nuestras antepasadas por la tierra. En ella está la huella del animal que nunca hace daño. En tus manos está la marca de esa huella.
Say
Kynikos,
ResponderEliminaraún me estremece todo aquello, soy aquello aún y para siempre,
un saludo!
Curiyú:
ResponderEliminarla miel caía de los árboles, pero también, cuando iba al colegio, había que esquivar la sangre de cerdo que fluía por las calles en cuesta,
la edad dorada era terrible. Eso sí, menos hipócrita: ahora delegamos en otros la matanza de animales, ese gran genocidio silencioso y consentido,
un abrazo
Bel M:
ResponderEliminarlos trocitos, lo más pequeño, es al final lo que mejor nos dice. no hay vel ahí,
abrazo
Raúl:
ResponderEliminarpor eso "el horizonte de muerte-vida", todo era indistinguible: la muerte incluía la desaparición. ahora hemos extirpado esa otra realidad: nuestros mataderos son industriales e invisibles, la muerte es hospitalaria y "aséptica",
vivimos en un mundo mucho más atroz,
salud
Portinari:
ResponderEliminargracias por vivir, diminuta, en la visión...
un abrazo
Leonardo:
ResponderEliminarcómo te agradezco que compartas aquella experiencia, el agujero negro de lo que fue, el doloroso aprendizaje...
lo asombroso de todo aquello es que yo me crié en el campo y dentro de aquellas coordenadas mentales donde los animales cumplían una función instrumental y habían de ser sacrificados. Pero rechazé el sacrificio desde que tengo uso de razón. Nadie me lo transmitió, nadie me hizo repudiar aquello. Nací así. Es el mismo impulso innato el que me hizo buscar otra cosa, que encontré en los libros, en la música, en el cine, en un mundo donde no existía la idea de "cultura y curiosidad intelectual" ni existían los medios para acceder a la misma. En aquel pueblo de mi infancia, la biblioteca más cercana quizá estaba a 150 kilómetros: una distancia infinita para un niño.
Esto me lleva a relativizar la influencia del medio y a creer en los factores innatos. Yo debí haber sido invulnerable a todo aquello y no lo fui.
En mis sueños aparece la imagen terrible de los perritos ahogándose, cómo yo los sacaba del cubo y luego mi abuela me apartaba y los volvía a poner en él. Esos cuerpecillos indefensos, rechonchos, flotando. no hay palabras para traducir eso,
un abrazo por todo, Leonardo
Ana:
ResponderEliminargracias por estar y compartir ese hilo trémulo de vida...
un abrazo
Vivimos en un mundo más atroz al que le gustaría ser como el mundo de Sidharta y por ello es más atroz: rechazamos la vejez, la enfermedad y la muerte.
ResponderEliminarComparto la idea de lo innato. Hubieras sido Stalker en cualquier lugar. La curiosidad lleva a leer la naturaleza, a escucharla, y a ir entendiendo las cosas de la vida desde pequeño, los libros llegan después como una prolongación. Todo está ahí pero sólo para quien sabe mirarlo. Y el niño, pese a todo, sabe que no tiene porqué temer las manos de la abuela.
Un abrazo
hermoso retazo de vida.
ResponderEliminarlas manos de una mujer que dan la vida y dan la muerte, caracola que invierte su sonido.
la proximidad.
la vida como un nudo.
el canto o el grito de los animales, su sangre. el gesto del niño que huye. ese gesto que lo dice todo.
la piedad.
la conciencia.
es bellísimo el texto, pero más bella es la vida que alumbra como un fragmento que se escapa y nos habla de cerca.
abrazos
Laia
Lo conmovedor e inquietante es ese daño en manos de alguien que nada tiene de malvado. No sé si la "banalidad del mal" al que se refieren algunos; más bien, un mal difuso, que provocamos, a veces incluso con la esperanza de evitar un daño mayor.
ResponderEliminarmi abuela era el horizonte
de muerte-vida
ella y el filo
piadoso
de sus manos
Esa abuela, que escapa al maniqueísmo de los juicios morales absolutos, es también cada uno de nosotros.
Un abrazo fuerte,
Arturo
LUG:
ResponderEliminarmis gestos también eran barrocos: sólo así se saca a un cachorro del agua: desesperadamente.
Es una imagen que no me ha abandonado desde los ocho años. Desde entonces he tenido ocasión de criar algunas camadas de perros abandonados, y siempre pensé que de algún modo eran aquello perros que no pude salvar, aquellos perros que volvieron al agua en aquellas manos amadas y que sin embargo, trazaban un gesto que me pareció y me sigue pareciendo atroz...
la unión con la antepenúltima generación, los abuelos, tal vez viene de algo tan simple como que no han sido un espejo en el que proyectar nuestra subversión: ese espejo fueron los padres. En los abuelos algo se reconcilia. Quizá...
Gracias por pasarte por este momento de temblor niño
Ahab:
ResponderEliminaren el filo vivimos,
la piedad...
un abrazo
Anamaría:
ResponderEliminargracias por llevarte ese soplo de vida...
Mjromero:
ResponderEliminaren efecto, desde el corazón del tiempo, y también desde ese sin tiempo, ese margen abierto donde hierven arquetipos, temblores, imágenes fundacionales, todo el material con el que la conciencia construye nuestra fragilidad, la argamasa extraña a la que llamamos mente y que también late y es unísona y plural...
un abrazo
emma:
ResponderEliminartodo fraccionado, y en el fragmento estamos,
eso es pequeño y el horizonte de muerte vida lo preside, en su precariedad, aún...
un abrazo
Pájaro!
ResponderEliminaren estas manos siempre habrá espacio para ti, siempre habrá agua si hacen cuenco,
de ellas podrán beber los cachorros, han bebido muchas veces,
abrazos y abrazos
D.:
ResponderEliminarel conejo y mi abuela, el conejo y tu bisabuela: el mismo golpe certero, y luego el animal era desollado, troceado y cocinado...
jamás consiguieron que probara aquella carne... tampoco que sujetara las patas del conejo...
todas estas resonancias nos significan, nos han hecho quizá más receptivos al genocidio animal desde muy temprano (al exterminio de las especies me refiero, pero también a ese genocidio silenciado de la industria cárnica; atrocidades que consentimos y que hemos aprendido a ignorar hipócritamente...)
seguimos las huellas, D., allí donde la letra se nos borra y empieza, quizá, otra manera de decir. Junto a ellos,
un abrazo-animal
Adolfo:
ResponderEliminarte llamo hermano
y te llamo, hermano
cuidate,
un abrazo
Ramón!
ResponderEliminar¡Cuánto tiempo sin verte por aquí!
Gracias por compartir esas imágenes -terribles- de tu infancia. Toda esa vida, y esa muerte, aún está en nosotros. Podemos transmitirla o transformarla. Elijo la transformación y la eliminación del sufrimiento animal (y del humano en lo posible)...
Així ho penso: pensar, imaginar, recordar: les tres solen ser la mateixa cosa, el mateix camí...
una abraçada
Querida ave zancuda:
ResponderEliminarno hay que preocuparse: por suerte nunca me haré mayor. No importa que utilice la palabra "fenomenología" o hable de Derrida o Ivan Illich... no existe el riesgo de hacerme mayor. Otros ocupan ese lugar, y lo hacen con convicción y ceguera,
prefiero la libertad de no saber nunca nada y observar la vida secreta de los caracoles,
un abrazo zancudo
Say:
ResponderEliminarel peso inconcebible de todos esos linajes de mujeres admirables, sufridas, humilladas, repercute en lo que somos, en lo hondo, en lo callado, si adelgazamos el oído hasta percibir la sangre en tumulto,
¿cómo transmitir ese gesto transformándolo pero sin desnaturalizarlo, dejándole intacta la vida pero sin la muerte de los perritos y los conejos?
No otra cosa es la poesía, creo.
Extirpar el miedo y el dolor en el mundo es esa alquimia, poema o gesto que sólo sabe dar. Algo tan pequeño que no puede ni sabe nombrarse...
abrazo fuerte
Leonardo:
ResponderEliminartus palabras son muchas veces como las manos de mi abuela. Sin muerte, claro. Sólo vida, sólo pan, sólo el lado dar de estar aquí, en esta fugacidad atravesada por la sombra y el sufrimiento,
gracias por acercarte, una vez más,
abrazo fuerte
Laia:
ResponderEliminarhermoso tu texto poema que da calor y alumbra un cuerpo pequeño al cuerpo desvalido, balbuciente, de esta entrada,
he recordado aquellas palabras de Barbara que dicen que quienes sólo admiten la alegría de vivir son débiles, porque no conocen el otro lado del mundo, le mal de vivre, la sombra, la merma, el estertor. Lo terrible que es ver ahogarse a un perrito y no poder hacer nada para evitarlo porque el mundo adulto lo prohíbe. Lo increíblemente espantoso que es eso. Y pensar que eso, también, fue la vida: eso terrible, delicado, salvaje, tierno...
No hay belleza sin herida y sin compasión, por mucho que les pese a algunos (a los que se untan de mieles la lengua viperina, a los que se embadurnan en las grandes palabras me refiero).
abrazos en este horizonte de muerte-vida, erial y promesa
Arturo:
ResponderEliminares así, esa abuela es cada uno de nosotros. Con una diferencia: ella no era hipócrita. Necesitaba un conejo: lo mataba y hacía un guiso. Jamón: mataba al cerdo, lo desangraba, lo descuartizaba y lo salaba.
Nosotros somos infinitamente peores porque delegamos todos esos actos atroces y nos creemos "libres de culpa", con nuestras buenas conciencas burguesas impolutas. Y la tortura de esos animales enjaulados, criados y matados industrialmente no tiene comparación con la vida que vivían en el campo, en pequeñas granjas de subsistencia...
Por eso, no, no somos mi abuela. Toleramos campos de concentración de esa vida que no reconocemos y despreciamos. He ahí nuestra buena conciencia, que nos encargamos de lavar con profilaxis varias para exorcizar el más mínimo remordimiento...
No sé si el mal es banal. Sé que como especie (como individuo la cosa cambia) somos quizá banales y perversos, y hemos pagado un alto precio por ello,
un abrazo fuerte