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En una entrada de hace un tiempo hablé de las manos de mi abuelo a propósito de esos pequeños gestos cotidianos que son poemas y que no se escriben, que no serán consignados en la literatura pero dejan su pequeña huella y su calor. Gestos que se poeman, y en esa inclinación hacia el mundo pronuncian la ternura, de la que andamos tan escasos...
El otro día, durante un paseo, mi amigo Jorge Larrosa me recordó otro de esos gestos-poema no escribibles del que él mismo fue protagonista y que quiero contar aquí.
Hace unos años Jorge fue a visitar a Chantal Maillard a Málaga cuando ésta se encontraba convaleciente de una grave enfermedad (era el tiempo de versos como "Escribo porque es la forma más veloz que tengo de moverme" en "Escribir", que aludían a una realidad física inmediata y no literaria). En los jardines de los Baños del Carmen, junto al mar, de pronto descubrieron una escena terrible: de los arbustos salió un gato que había introducido la cabeza en una lata de conservas abandonada y se había quedado atascado dentro de ella. El animal estaba medio loco: se debatía convulso y la lata golpeaba contra las piedras, lo que multiplicaba su furia y desesperación. Después de muchos intentos frustrados, Chantal y Jorge consiguieron atrapar al gato y sacar su cabeza de la lata. Acabaron cubiertos de sangre, cortes y arañazos, pero el gato quedó libre y se recuperó.
Mucho más tarde, Chantal escribiría: "El poema requiere ese tipo de atención. El que escribe es un felino al acecho. La trayectoria es la presa. El poema es el gesto".
Queda claro que ella entiende de felinos. Ha sido alumna de gatos y, con el tiempo, hizo maullar poemas.
Jorge Larrosa, gran lector de poesía, acabó por entender lo que significa que el gesto se poema en el trayecto entre la mano y la cabeza del gato, entre la lata y el impulso compasivo.
No puedo explicar hasta qué punto me conmueve esta anécdota.
Lo único que sé es que poema es, también, y sobre todo, sacarle la cabeza al gato de la lata, calmar su angustia y dejarlo en los jardines, junto al mar.
Es el único poema que quiero maullar y vivir.
Imagen: Ronaldo Mendes
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qué entrañable :)
ResponderEliminarbrindo por ese poema
ResponderEliminarmetería mi cabeza en una lata para poder hacerlo
saludos
El poema maúlla por todas partes en este entrañable relato. Difícil pasar de lado y no convertirse uno en gato atascado en una lata, la desesperación y la perplejidad sin nombre, el súbito ataque doloroso, la oscuridad, lo eterno del atrapamiento, las manos que acechan el poema, la sal de la sangre, el desequilibrio, el arañazo salvador, el maullido, el aire como presa, el rumor del mar, el gesto que se extiende entre las manos y la brisa, la trayectoria en arco del poema desde Chantal y Jorge en Málaga hasta Stalker en Marienbad
ResponderEliminartodo se apoema
anamaría
Tampoco yo puedo explicarlo, Stalker, de qué modo me conmueve la anécdota y saber que es el origen real de un poema que me gustaba mucho. ¡Gracias!
ResponderEliminar(Por cierto, acabo de darme cuenta de que conocí a tu amigo -creo que se trata de él- en un simposio casi secreto y clandestino que se hizo en la UB sobre C.L.)
Un abrazo!
D:
ResponderEliminarlo es, de entraña...
abrazo
C C Rider:
ResponderEliminarclaro... el problema es que el poema lo hacen las manos que se acercan al gato y aceptan el pago de la herida
el poema, en la intersección entre el gato y el gesto compasivo
algo crece, algo vive ahí,
salud
Anamaría:
ResponderEliminarrelatas todo el episodio con manos, voz y tenura de cronista conmovido...
creo que estabas allí, que estás allí siempre que hay que salvar a un animal que tiembla
abrazo y abrazo
Bel M:
ResponderEliminarme alegra que compartamos eso...
y sin duda debe tratarse de él: la vida clandestina y Clarice Lispector tienen mucho que ver con Jorge Larrosa,
un abrazo!
recuerdo esa entrada anterior, Stalker, y me ratifico en las palabras que dejé escritas en aquel momento.
ResponderEliminarahora, en esta vivencia que nos cuentas, de Chantal y Larrosa en Málaga, extiendes hacia adentro, el significado de la escritura...
ay, y cuántas veces nos hemos quedado atrapados, como ese gato buscando alimento, en la lata de conservas!!
asfixiándonos, sin pode salir!!
pero siempre hay un gesto...un poema...
cómo decir sobre lo que has escrito tú, chantal o anamaría...
agradecemos saber y sentir que estas personas existen...
Say:
ResponderEliminarChantal, Anamaría, tú misma: mismo vibración, mismo tallo...
todas estáis de viaje hacia el gato, hacia el gato que acariciaréis con dedos lentos y pacientes, cuyo corazón apaciguaréis
ese gesto de delicada intensidad hará desaparecer la lata, todas las latas, encierros y asfixias del mundo,
lo ansío y lo espero, lo sé,
un abrazo
En todo caso hay mâs poemas por hacer que poemas por escribir. Aprender el gesto, quizâs la palabra maûlle.
ResponderEliminarAbrazos
Anónimo:
ResponderEliminaren efecto, quizá la palabra maúlle así...
un abrazo
¿Recuerdas una foto que te envié hace casi dos años de un gatito rodeado de mimosas? Las mimosas estaban en los Baños del Carmen de Málaga. Era marzo o abril. El gatito había pasado el invierno con la cabeza atrapada en la tristeza. Después, gracias a impulsos de ternura, pudo volver a vivir entre rosales junto al mar.
ResponderEliminarQuiero decir, querido Stalker, que entiendes como nadie de felinos.
Y que maúllas y vives el único poema.
Un abrazo grande.
Querida Tera:
ResponderEliminarrecuerdo muy bien a aquel gatito entre las mimosas. No imaginas lo feliz que me hace su vida entre los rosales, junto al mar.
He deseado tanto esa luz en sus patitas y su pelaje, la alegría en las orejas puntiagudas, la lentitud de su sueño, la celeridad con que persigue mariposas...
y ahora recuerdo a una gatita que hacía entrar el espíritu de un niño muerto en un árbol, para consolarlo y que su miedo se hiciera savia
creo que esos dos gatitos son amigos, ambos maúllan el mismo poema
ambos injertan el miedo en un mismo tronco, una misma vida
todo lo explica la plenitud de la atención, y la extraña ternura que une y suave, suavemente nos pronuncia...
abrazo felinamente con-movido
Yo también recuerdo muy bien a la gatita Gatira de patitas mullidas recorriendo el jardín, comprobando que todos los espíritus están en su sitio, con caricia de bigotes, devolviendo al niño a su naranjo, y regresando, una vez cumplida su misión, a lo calentito otra vez.
ResponderEliminarLa recuerdo a menudo, me hace gestos con la patita y yo juego con ella.
Es verdad que son amigos esos dos gatitos :-)
Otro abrazo con-movido.
Tera:
ResponderEliminarla Gatira era tan pequeña y frágil, me la trajeron temblando y tuve que alimentarla con una jeringa. Al principio no quería comer y le tenía que introducir la leche a presión, con todo el cuidado del mundo para no atragantarla. Era el animalillo más pequeño y desvalido del mundo: ojitos cerrados, temblor constante, ni siquiera sabía hacer sus necesidades (las gatas estimulan a los gatitos, lamiéndolos, y entonces éstos hacen pipí; yo le acariciaba la barriguita encima de una servilleta y es entonces cuando lo hacía). A veces le hacía un nido con las palmas de las manos y ahí se quedaba dormida.
Durante unos días temí no sacarla adelante, pero se salvó. Ahora vive en el campo, en un jardín hermoso, y hace la ronda nocturna: se la ve oliendo flores y árboles a la caída de la noche, procurando que todos los seres estén en su sitio.
Aprendimos a maullar el poema juntos y ella me enseñó lo calentito, la lentitud gozosa, la indecible ternura, el tiempo abierto bajo el sol
Son amigos esos gatitos. Ambos sacaron la cabeza de su lata-tristeza. Ambos encontraron el Cielo, la urdimbre y la trama de su propia historia.
Su vida nos atraviesa y suavemente nos pronuncia
un abrazo