miércoles, 20 de abril de 2011
Bélgica
–El perdón. Vagamente. Ahora, en el antes.–
Es confuso.
–Actuar en el antes. Ahora. Aquí. El presente es crisol. Todo lo contiene. Actuar aquí para curar allí.–
No escribiré palabra alguna al respecto hasta haberlo comprendido.
***
Escribir para no perderse. Como punto de apoyo. Relatar para controlar. Para no perder. Para no perderse. No tanto. No más. Repetir en lo escrito los gestos, decirlos, decirse. Para preservar la constancia del mí entre todo aquello que se escapa.
Ciega, pero sonora.
***
–¿Qué carga cognoscitiva tiene el grito? Verá, si gritamos todos, ensordeceremos; pero si alguien grita por todos es posible que algunos nos reconozcamos en su grito.
***
[Etterbeek]
túnel oscuro. Cartel Norte. Dentro cálido fuera reloj en alto cuadrante arriba chimeneas alineadas. Hojas secas sol apenas o de vez en cuando. Túnel. Acabará. Acabará consiste. Sentir o constatar que algo acaba. El túnel. Es posible. Mejor el frío fuera dice alguien. Cartel azul y blanco. Dentro malva. Entran todos entran. Todos es lo que se mueve en túnel a través. En su sitio. Cada cual su sitio pegado a él por un cable en su oído. Sin túnel casas alineadas ramas secas imagen también seca sin mí nostalgia abajo todo escapa cemento gris fachadas inhóspitas todo gris Etterbeek sin destello grúa en las vías piedras hojas menos viejas escarcha en tejados trocitos de hierba nieve escasa en taludes nostalgia pinzamiento.
"Bélgica", de Chantal Maillard, empieza con una dedicatoria:
“para Toby, mi perro guardián”
La presencia del perro de la infancia presidirá el itinerario, la búsqueda, la indagación de este libro que lleva hasta sus últimas consecuencias la multiplicación de dispositivos de enunciación de una conciencia escindida: a los habituales fragmentos poético-filosóficos se suman otros abiertamente narrativos, descriptivos, autobiográficos, filológicos… desde los poemas de “Acabará consiste” o “Mur XL” al ensayo discursivo tradicional de “Proust y el gozo” se abre el cauce de un diario de la conciencia que ofrece sus pliegues, su caricia, su intimidad, su resistencia, su promesa, su con-tacto: su fantasma (porque los signos de apropiación de la subjetividad se tornan espectrales en la búsqueda del destello, de la imagen-memoria en el vertiginoso caudal del tiempo). Las sucesivas voces atentan contra la hegemonía estructural de la Voz. Los márgenes invaden el texto y suspenden la jerarquía, la subordinación a una lengua-una.
El libro está estructurado en una serie de viajes realizados a lo largo de cinco años, con sus intervalos, tiempos de espera entre los viajes: el tiempo donde el pensamiento se decanta, toma cuerpo, lima, inquiere, interpela, refuta; abre hueco, abre cauce: una forma de acercarse y de-morar, de buscar la morada inquietando la propia genealogía vital. Topología mental de los tiempos muertos donde algo se deshace al construirse y la descreencia vigila la trama del pensamiento, su propensión a hilar en torno a imágenes fundacionales y apegarse a ellas.
El material sedimentado, el lento géiser de voces urdidas en la obra-tapiz, en la lengua múltiple, se va in-corporando a lo que podríamos definir como analítica existencial, introspección que desborda los marcos que le impondría uno u otro código epistemológico, psicológico o filosófico. No hay esa seguridad sino avanzar a tientas, como quien da los primeros pasos. Observar la arena que cae entre los dedos, como hace la niña. Ahí.
"Bélgica" surge de una nota a pie de página de "Husos. Notas al margen", donde un destello de la memoria abre la conciencia al gozo y a la infancia: un charquito de agua en el fondo de una carretilla es el detonante de la búsqueda. La escritura de estos cuadernos de la memoria es por lo tanto anterior, contemporánea y posterior a la escritura de "Husos" y de "Hilos", por lo que parcialmente los continúa y complementa. De hecho, la introducción nos avisa de que entre el primer y el segundo viaje no hay intervalo: éste ha sido elidido pues corresponde a los capítulos 6 y 7 de "Husos". Se propone una articulación inversa a la de aquel diario: lo que allí era cuerpo principal del texto pasa ahora a los márgenes (los intervalos) y lo que allí era anécdota, sedimentación del “material errático, extraviado”, ocupa ahora el cuerpo principal (los viajes). Se abren nuevos márgenes tipográficos: al lado del cuerpo del texto, en los capítulos de viajes, se suceden una serie de fotografías que actúan como otros tantos destellos, huellas inasibles que se resisten a ser pronunciadas y se deshacen en su propia balbuciente i-legibilidad. Cada capítulo se inicia, también, con una fotografía de la infancia y sus huellas en la arena; el libro incluye un cuadernillo con fotografías al uso (reproduzco algunas).
La selección de estos textos ha resultado especialmente difícil porque el libro, pese a su fragmentación, funciona como un mecanismo de acumulación y resonancia: el aluvión de voces y estilos, los diversos contenidos reverberan unos con otros y adquieren su plena vida en el conjunto del que forman parte. Estas astillas descontextualizadas han de entenderse como notas aisladas de una partitura cuya significación sólo se alcanza al escucharla en toda su extensión.
Sin más, un libro-perro, un libro zinneke: mezclado, bastardo, sin pedigrí. Y por eso, para mí, una de las lecturas más emocionantes que puedo imaginar.
PD: "Bélgica" surge de la nota 61 de "Husos. Notas al margen". Puede entenderse, entonces, como una gigantesca nota de 350 páginas, una nota a aquella nota: un margen dentro de otro margen. El juego de muñecas rusas como dispositivo existencial: el mundo de la infancia, el mundo de la búsqueda, es el de la ausencia o la amputación, un mundo espectral, segregado espectralmente en un margen dentro de otro margen (ese margen, a su vez, diseminará otros márgenes). La trama se complica porque una de las partes de "Bélgica" no está en "Bélgica" : para su lectura íntegra habría que intercalar los capítulos 6 y 7 de "Husos" entre el primer y el segundo viaje. Casualmente, los capítulos 6 y 7 ya han sido objeto de transvase, convertidos en poemas en "Hilos". Por lo tanto, el capítulo extirpado de "Bélgica" remite a "Husos", que a su vez remite a "Hilos". Ecos que llaman a ecos, ecos que incorporan ecos. Mientras tanto, el sujeto se deshace y queda sólo una experiencia de lenguaje, una fluctuación de lenguaje; casi podríamos decir, una singularidad de la lengua que ya no puede pensarnos, pues el sentido ha sido suspendido por el encadenamiento espectral y la deconstrucción de los contenidos psicológicos sustentados por un yo ilusorio.
"Lo que hay es sólo texto".
"No se puede proceder a las síntesis"
"Nudo de resonancias, las voces, las vidas."
Transcribo la nota 61 de "Husos":
"Una carretilla con agua de la última lluvia. La rueda y los puntos de apoyo ligeramente enterrados dan a entender que nadie la ha desplazado durante el invierno. Un cierto abandono estacional y les pissenlits asomando entre la hierba, des ronces al pie de un pino, un frutal floreciendo... No sé qué recuerdos me despiertan el agua de lluvia en la carretilla y el pequeño triciclo oxidado junto al haz de leña. Ese ligero abandono en el jardín y el viento en la hierba, el delicado movimiento de las tagarninas, los pétalos desprendiéndose del frutal... pero, sobre todo, el agua encharcada, quieta, con restos de invierno, esa quietud que es rastro. Juegos de antaño, juegos de niños. Cuarenta años atrás. Un cedazo. Trato de atrapar la imagen en fuga, la imagen siempre fugada del ahora, la imagen ahí, sin embargo, donde no puedo alcanzarla, en ese ahí hecho de impresiones desvaídas. El cedazo, los colores puros de los juguetes: la pala, el cubo, los moldes en forma de estrella para la arena... Nostalgia recuperada en las huellas de otros niños, otros pequeños ausentes. Apenas me atrevo a moverme. Apenas los ojos, de un objeto a otro, las sillas oxidadas, las flores amarillas, el agua de lluvia... Propiciar ese descuido de la mente en el que asomará el recuerdo, una brecha en el estado de alerta de la vigilia. Volver, sin insistencia, rozar, pasar, simplemente, sin que las cosas noten mi presencia, permitirles su dominio."
De vuelta a París, repaso en mi memoria los recuerdos del día en que conocí a mi abuelo. Yo no había cumplido los quince años. Me enviaron de vuelta, inesperadamente, a Bruselas para reponerme de una hepatitis. Un mes de libertad junto a mi abuela, yo, a punto de ser una pequeña mujer con los ojos, la mente y el corazón abiertos. Mi madre, que le tenía a su padre una estima y una admiración sin límites, le había informado de mi afición literaria. Él se interesó, e iniciamos un intercambio epistolar. A vuelta de correo, él recibía mis cuentos y los capítulos de mi novela corregidos según sus indicaciones. Era éste un momento ideal para conocer al pintor. Me citó en la Gare Centrale de Bruselas. Para que le reconociera, en el andén, me hizo saber que llevaría una flor en la mano. Yo no podía haber soñado una cita más romántica. Según las fotografías que había visto de él, era un hombre atrayente y altivo; la altivez, a mis ojos entrenados, entonces, en la ética de las novelas de Dumas, resultaba ser una virtud. Me puse mi mejor vestido y le saqué brillo a mi espíritu.
No recuerdo que al vernos pronunciásemos palabra alguna. Sabía que lo de “abuelo” no debía pronunciarse; era, según recordaba mi madre, una muestra de familiaridad que no le convenía a un artista, así que me guardé la palabra “abuelo” en el bolsillo, decidida a sacarla tan sólo si se presentaba una ocasión especial, un momento de debilidad del maestro, quién sabe, al término del encuentro.
Sin preámbulos, pues, subimos al tren en dirección a Amberes. Una vez allí, me llevó directamente a la casa de Rubens. Me enseñó el movimiento de las líneas, la manera de dar volumen e imprimir el tono sonrosado a las carnes opulentas, la belleza que habita la piel fláccida, ajada del anciano y los pliegues de su cuerpo, y cómo el oficio del pintor consistía en saber condensar en el lienzo la inteligencia de una mirada o su estupidez. Después, nos dirigimos al Museo Marítimo, donde me enseñó la maqueta del barco en el que Napoleón había arribado a Amberes. Yo sabía, por ciertos objetos que conservaba mi madre, del fervor que le tenía a aquel personaje en el que admiraba, además de al estratega, al hombre que con tesón e inteligencia había logrado encumbrarse desde un origen humilde. Su interés, no obstante, al llevarme allí, era el de comentarme que entre las razones por la que el emperador corso venía a esta ciudad, una era la de visitar a una de sus amantes, una dama llamada Jeanne Skaelens, con la que habría tenido una hija. Me contó, como se cuenta un secreto a quien se cree que puede guardarlo, y entendiendo que yo escucharía sus palabras y las consideraría con más justicia que el resto de su familia, que de aquella hija éramos descendientes por vía bastarda.
Aunque furiosamente ateo, siempre le habían atraído las iglesias y los béguinages. Quizás fuera para tantear mi posición al respecto que, en la catedral de Amberes, me señaló con gesto despectivo los fastos de la Iglesia mientras arremetía contra el clero. Yo, que era leída y un tanto presuntuosa, esperé a que saliéramos del templo y, en el umbral, le lancé con desparpajo: Como dice Mauriac, no hay que juzgar al árbol por la fruta podrida. Sabía que conocía al escritor, y que lo había retratado. Mientras entornaba la puerta, sentí en mi espalda su mirada sorprendida y me estremecí de orgullo al constatar que había dado en el blanco.
De vuelta a Bruselas, aquella tarde, ya anochecida, entramos en una librería de segunda mano. Amontonó libros en una maleta vieja hasta que estuvo llena y me la dio. Aquí tienes, dijo, todo lo que has de saber para empezar. Era una muy completa selección de clásicos de la literatura francesa. Villon, Baudelaire, Apollinaire y Breton, Voltaire, Corneille, Hugo, Chateaubriand y muchos otros hicieron de aquella maleta el arca del tesoro en la que, de vuelta a Málaga, me sumergiría durante el año que siguió.
Luego, volvimos a la estación en cuyo restaurante, ante un helado de enormes dimensiones que me devolvía con cierto desagrado a la conciencia el lado más frágil de mi inquieta adolescencia, contemplé cómo dibujaba para mí, en los posavasos de cartón, el rostro de los comensales. Lo que importa es captar el espíritu, decía; de un golpe. Y aparecía, en efecto, con un solo trazo, no el retrato de una figura, sino el gesto que hacía que esa persona fuese todo aquello que era. Recordé la admiración que le profesaba mi madre y, en aquel momento, la compartí. Me guardé el posavasos en el bolsillo y lamenté no ser más mayor de lo que era para que él no se fijase en aquella mujer del turbante azul que le esperaba, sentada en otra mesa, a la que hizo un gesto imperceptible y que sonreía, condescendiente, mientras me miraba y él me despedía.
Nunca volví a ver a mi abuelo.
***
En tercera persona, me cuentan. En tercera persona, yo soy otra. Para otros. Los demás. En tercera persona soy de-más para otros y me siento de menos en mí, en el mí que ellos refieren a su manera.
***
Dentro, adiestrarse en la ecuanimidad; fuera, en la compasión.
Dentro, los actos provocan pensamientos, los pensamientos dan lugar a sentimientos y éstos se tornan emociones que derivan en nuevos actos. Para el observador, los pensamientos son equivalentes. Ecuanimidad: recibirlos, verlos, dejarlos ir. Dentro, ecuanimidad.
Fuera, los pensamientos promueven actos que se convierten en hechos y éstos provocan perturbaciones, convulsiones, choques, estrépitos. Compadecer. Llorar con otro. Anticipada, la salida de la existencia nos une y es terrible. Llorar sin que el llanto llegue a ser pensamiento. Aprender del animal su estar presente.
Como las nubes en el otoño, los pensamientos pasan. Verlos pasar: ecuanimidad.
Dicen los creyentes que Dios es insondable. ¿Cómo no iba a serlo si llaman Dios a la experiencia de lo insondable?
La experiencia de lo insondable es la conciencia revelándose en sus límites. La revelación adviene apenas la conciencia asume la experiencia de lo insondable como la de sus propios límites.
Lo insondable es la negación de la conciencia personal.
–¿Puede haber otra, acaso? ¿Puede haber una conciencia que no sea personal? Antes de contestar a esto afirmativamente, considérese la naturaleza de la mente, la manera que tiene de elaborar contrarios y extremos cuando trabaja en sus confines y de ponerles nombre.
Lo insondable es la imposibilidad de la conciencia más allá de sí. Lo insondable es esa nada que se abre, y el vértigo. Y, entonces, sobreviene la angustia. La angustia es el freno, la angustia hace retroceder más acá del límite, la angustia devuelve a la superficie, la angustia salva. Porque nadie se salva más allá, ni en las profundidades.
Y lo indecible, entonces, adopta las formas del lenguaje, sus palabras comunes. Lo indecible se enfunda en ellas como en un guante que, luego, agitamos para que se nos reconozca, para que se nos entienda, para comulgar en la experiencia de lo indecible ya dicho, ya re-velado –pues en el decir se ha vuelto a velar lo insondable.
Y quedan las palabras diciéndose a sí mismas, gramaticándose en superficie, alisando la piel del universo que entre todos cuidamos por miedo, por costumbre o por ignorancia.
La mañana era hermosa, decía. Hundiste con los puños el grito en la tierra. Bajo los pinos. ¿Hundiste? Los pinos son de memoria, claro, y la tierra. La imagen, en cambio, aparece en presente. Así que Hundes, corresponde. ¿Hundes? ¿Quién? ¿Dónde, el otro? El otro es por la imagen. La que trae la memoria cuando cuenta. Desdoblamiento en el verbo, acudiendo. La imagen, no obstante, en presente. Aquí. Así que Hundo. O más bien Hundir. Hundir el grito en la tierra, bajo los pinos. No hay tierra. La había. La hay en la imagen. También está el olor. El olor de los pinos. O más bien el olor. El olor a secas. Y los pinos. Olor a vida.
¿Qué pudo más, aquella fragancia o el dolor sajando, agudo? Sajando ¿qué?, ¿el dentro? ¿Dónde, el dentro?
Repliegue de imágenes.
Retractiles.
Sólo
imágenes.
Acumulación de imágenes.
Arrugarlas. Disminuirlas.
Apagarlas, no: quedarían en sombra, tras lo oscuro o en su espesor. Evitar esa trampa.
Estimar la resistencia. La solidez del pliegue. De los pliegues, otra trampa, los pliegues, para disimularse.
Superponer lo sólido. La bañera, por ejemplo. Blanca. La curva suave del esmalte
(Ahora, la mañana nublándose. La memoria retrayéndose como un estoma lento.)
Nada nos parece más cierto que lo que sentimos, ideas cargadas de e-moción, de movimiento hacia fuera, de eyección. Pero es simple voluntad disfrazada de certeza, voluntad que se inmiscuye en el reino de la lógica donde las verdades se establecen en el juicio. Quién pudiera vivir sin resolver la sensación en sentimiento; en idea, el temblor.
***
Una casa es un ente insólito. Puede adquirir sobre sus habitantes un extraño poder y ejercerlo con tiranía. Es frecuente oírle decir a alguien que no sale porque “no puede dejar la casa sola”. Su dueño es, en realidad, su esclavo; ha de cuidarla, mantenerla, vigilarla, protegerla como si se tratase de una persona. Por otra parte, las casas tienen autodeterminación; pueden cambiar de esclavo, echar al que no les conviene o retener al que quisiera escapar de ellas. El que queda atrapado enferma en cuerpo y espíritu y su enfermedad puede transmitirse de generación en generación.
No sé en cual de mis casas quedé atrapada.
***
Los adultos piensan que no sabemos que somos felices, pero yo sé que soy feliz ahora y que nunca más lo seré como ahora, le dije a Pamela, una niña holandesa demasiado alta y corpulenta para su edad. Íbamos camino de las dunas. El verano estaba próximo y, también, las despedidas. Pamela me miró en silencio; luego, asintió. Era cierto. Fue cierto. Nada nunca fue más cierto.
***
Simbad no acabó con el cíclope aquella tarde en la que, retrepada en la butaca, sola y aterrada pero feliz de no mostrarlo a la acomodadora se cumplía, a mis seis años, la experiencia de una primera tarde de cine. El cíclope halló refugio en mis ojos espantados. He aprendido a amar a esa criatura infeliz, perseguida por los héroes defensores de un mundo confeccionado a imagen de sus dioses. En mis días aciagos, suelo asomarme a su ojo ciego; ahí, la realidad se me hace más soportable.
***
Hubo un tiempo en que la locura no existía. Si alguien decía que hablaba con los animales, se le creía. Nadie era rechazado por su comunidad por escuchar a un árbol o a una montaña.
Una sociedad crea sus neurosis cuando ya no es capaz de atender a las necesidades de sus miembros, cuando no alcanza a regular sus conflictos. Entonces, en vez de integrar, separa y oprime.
A veces, el consuelo toma formas excéntricas. Llaman locura, en tal caso, al sutil equilibrio que se trama bajo la conciencia y tratan de devolver al ser dolido al mundo compartido por todos. Le quitan el consuelo, le rompen la estrategia. Si no ha podido resistirse, clavado en medio de la realidad, entonces, desfallece.
–¿Cómo deciros?... No, esto no es lo que parece. No asoméis la cabeza. No dejéis de hacer lo que hacíais, lo que habéis seguido haciendo día tras día…
–¿Día?
–Cuando se va la luz
–¿Luz?
–Cuando la oscuridad– Seguid atareados. En la misma tarea. En otra, a veces, pero no bruscamente
–¿De lo contrario?
–De lo contrario, nada. El malestar. En su caso, el vómito, al tiempo que las heces. Arcadas. El pliegue del dolor. De soportar. Como la piedra en los soportales, sosteniendo las casas, las existencias paralelas, ciegas. Arqueada, la materia, para soportar. Cuando se hace la luz, o antes, precediéndola…
–¿Relojes?
–Sí, relojes. Libertad, dicen, para ponerlos en hora. Precediéndola, cada cual a su tarea. Después del dictado.
–¿Y el insomnio?
–No se puede dictar. Y a veces, asomáis la cabeza. Es peligroso.
–El sin sentido.
–Sí. El sin sentido. Y os entran ganas de estropear la síntesis.
–Nada de cables, ni de desconexión.
–No, sólo texto. Síntesis de un texto. Así de endeble, diríais. Por vuestros sensores. Lo real, la materia, lo consistente, nada de eso. Lo que hay es puro texto.
Estamos a un metro de distancia el uno del otro. Mirándonos. Él, la cabeza inclinada; yo, el alma. Sé que será por poco tiempo, que ambos estamos aquí, mirándonos, por poco, muy poco tiempo. Y sé también que ése es todo el tiempo del que disponemos. Si no cruza por mi mente la idea de un después, ese tiempo será infinito.
El gorrión ha volado. Mi presente son las migas de pan que alguien dejó para él en la mesa vecina.
***
Los niños buscan piedras entre las piedras. Eligen. Una abeja se posa entre los restos de mi cena. Elige. Yo sólo cojo el bolígrafo y escribo, sin elegir. La soledad es un sello que llevo estampado en la boca.
***
Una habitación en la que un rayo de sol penetre por la mañana. Algún árbol protector. No necesito más.
Olvidar es elaborar transiciones.
***
Mi escritura: testimonio de una disposición reflexiva (conciencia, llaman a eso) en su actividad sincopada. El género literario es el producto selectivo de los diversos ritmos de la escritura. Procedimiento computacional avant la lettre, resultado de la voluntad de orden, o su necesidad neuronal: la criba de las semejanzas, su hilazón sistemática.
***
Manos cruzadas una sobre la otra ante el vaso de cerveza. Rostro ancho, pómulos de perro dogo, pelo muy corto. Sólo la punta de sus pies alcanza el suelo. Mira. Nada especialmente. Sólo mira sin mover el rostro. Mira hacia delante. Frente a ella, ante otra mesa, otra mujer. Otra más en una mesa contigua. Y otra junto a la ventana. Solas. Las mesas miden apenas unos cincuenta centímetros cuadrados.
En la banqueta, no muy lejos de mí, está sentada una mujer casi anciana. Frente a ella, una mujer pelirroja. –Me gustaría otra cerveza, pero no quisiera defraudarla, le dice la mujer pelirroja a la mujer casi anciana. La mujer casi anciana asiente, luego se levanta y se despide. La mujer pelirroja pide otra cerveza. La mujer de cara de dogo también ha pedido otra. Tiene las manos, ahora, posadas palma hacia abajo a un lado y a otro de la copa. La mujer pelirroja trata de hablar desde su sitio con la mujer de cara de dogo. No consigue que ésta le haga caso.
La lluvia se ha convertido en granizo y, luego, otra vez en lluvia. El nivel de la cerveza en los vasos ha disminuido. La mujer pelirroja no termina de despedirse. Otra mujer, de pelo blanco, entra empujando un carrito. Lleva en la cabeza una de esas capuchas de plástico transparente que se despliegan en abanico y que sólo he visto usarse en Bélgica. Se sienta cerca del ventanal.
La mujer de cara de dogo trata de deshacerse de la mujer pelirroja. –Déjeme tranquila, señora, dice finalmente. La mujer pelirroja pone cara de pitillo, recoge su paraguas, se enreda entre las dos puertas de salida y desaparece. La mujer de cara de dogo no sabe qué hacer con las manos. Por fin las separa, se levanta y se va también. La mujer de pelo blanco enciende un cigarro frente a una cerveza rubia.
Yo, la mujer del cuaderno rojo, cierro el cuaderno.
Muy cerca de la place du Vieux Marché aux Grains, en la rue des Chartreux, hay un perro de bronce con la pata trasera levantada sobre un poste. El poste no forma parte de la estatua –es uno de esos postes que el Ayuntamiento coloca para que los vehículos no aparquen en la acera–, así que el perro parece estar tan vivo como cualquier otro habitante de la ciudad. Tiene una oreja caída; la otra, erguida, y la cola alzada graciosamente en espiral. A este tipo de perros, se le llama zinneke, palabra que, en el argot de Bruselas, significa “mezclado”, “sin pedigrí”. El bruselés gusta de aplicarse el término por ser, él mismo, igualmente, resultado del cruce de muchas razas. A su bastardía atribuye tanto su resistencia como la libertad que le permite burlarse de las normas. La pureza, virtud platónica por excelencia y seña de la perfecta identidad, no es cosa que le merezca el respeto, así que la figura del zinneke ilustra, mucho mejor que la conocida estatuilla del mannekenpis, la consideración que tiene de sí como individuo híbrido, ni valón ni flamenco, ni galo ni germano, dispuesto, como el perro de la Rue des Chartreux, a orinar sobre cualquier poste que las instituciones gubernamentales coloquen en sus calles.
A mí me crió un zinneke. Tenía una oreja rota y la cola levantada en espiral. Cuidaba de mí, y me apoyé en su lomo para dar mis primeros pasos a lo largo del canal. Así que, desde pequeña, conozco bien estas cosas, pero, ahora, cuando me encuentro con el perro de bronce cada vez que tuerzo la esquina, la curiosidad me tienta de saber algo más de la proveniencia del vocablo. Indago, pues, y averiguo que zinneke es el diminutivo de Senne, el nombre del río sobre el cual, en el siglo X, se edificó la ciudad. Senne, en flamenco, se dice Zenne, por lo que las zennekes (sennettes, en francés) serían los ramales que se abrieron en la Senne, a mediados del siglo XVI, para controlar sus crecidas. Dada la insalubridad de sus aguas, el río y sus diversos canales fueron reconducidos subterráneamente, y me asombra enterarme de que el último de estos ramales en desaparecer, a mediados del siglo XX, fuese el llamado Sint Jans Zinneken (la sennette de Saint-Jean o la coupure Saint-Jean), que atravesaba Molenbeek. Por supuesto, cuando me calcé los primeros patines en el Parvis Saint-Jean no podía saber que lo hacía sobre el suelo que acababa de recubrir la última zinneke. Y, evidentemente, cuando daba mis primeros pasos al borde del canal de con mi perro guardián, no podía imaginar que si a los perros callejeros les llamaban zinnekes no era porque no tuviesen pedigrí, sino porque, por no tenerlo, se les ahogaba en la Zinneke.
Con estos datos en la mano, ahora, de repente, mi bastardía, siempre llevada con orgullo, cobra nuevas dimensiones. Yo, zinneke por derecho propio, recupero raíces compartidas, y me siento feliz, finalmente, de pertenecer, por mi origen, a una comunidad de la que los perros no están excluidos.
Calla. No hables ya más. Deja la retórica. Toda ella. La mente es pura analogía. Abandona las redes, las telarañas con las que tratas de explicar el mundo.
Fuera del cerco. Salta. No digas más. Hazlo.
***
Me preguntan si escribo. Contesto que no. Porque no entiendo qué es lo que preguntan. Siempre balbuceo en mi cuaderno. Pero, ¿escribes ahora?, ¿qué escribes? No sé. No, nada… respondo. ¿Por qué no me preguntan si respiro? Será que respirar no tiene importancia. Sin embargo, al respirar, emito el mismo sonido que al escribir. Cierta sordera, sin duda, nos impide atender a lo que vibra despacio, calladamente.
***
Asomarse. Oblicua. Escorar la conciencia. Mirar entonces. Mirar cómo se comba el huso de la pena. Tratar de equilibrarse en lo oblicuo.
***
Escribo con la intención de fijar, de prolongar, de hacer eco. Escribo el destello. El antes en el ahora. Nada que no se haya tenido y perdido alguna vez puede reconocerse. Tan sólo la distancia entre el tener y el perder permite el destello. A veces, la ráfaga.
Saborear la huella.
Abrir la compuerta.
(Metáforas gastadas. Inadaptables).
***
Mi cuerpo y las lágrimas. Fuera, la niebla, ocupándolo todo, como una gran metáfora. –No hay fuera. No hay amanecer sino aquella claridad brumosa, sin diferencias. No hay mundo salvo los huesos doloridos y el fiordo, desbordando.
El vaso que no se apura en superficie ha de apurarse abajo, en el abajo del sueño, o más abajo. No hay escapatoria.
***
En todos los lugares, los temas me son ajenos. Asisto. Comparto sentimientos, pero no sus causas. Vibro en lejanía. Atiendo estrictamente a lo que compete a mi subsistencia y la defensa del cerco en el que me inmovilizo por momentos.
También atiendo a la brecha. Cuido los travesaños que mantienen en pie los trozos de muro, vigilo los ingletes, los arbotantes, todo aquello que colabora en el sostén de las piedras y en la contención de las fuerzas que tienden a desorganizarse. La brecha es importante. También es importante que siga siendo exactamente eso, una brecha.
A menudo ocurre que veamos la infancia como un paraíso perdido, nos volvemos hacia ella con nostalgia y regresamos a los lugares donde transcurrió en busca de no se sabe muy bien qué. Cuando entreví aquel charquito de agua, supe que aquella nostalgia no se refería a la infancia ni a ningún momento de ella en particular, sino que era la de un gozo profundo, tan amplio que no cabía en él ninguna conciencia propia que diese cuenta de él. No sabría, hasta mucho después, que aquel estado de gozo era el de la propia vida, que venía dado con ella, y que si lo perdemos – cosa que suele ocurrir con aquello que llamamos la “edad de razón” – es por el efecto de la reflexión, palabra ésta que ha de tomarse tanto en su sentido literal como en el más cotidiano. La re-flexión, en efecto, es un primer doblez. Es pensamiento que nos dice y, al hacerlo, nos flexiona, nos saca de nosotros, impidiéndonos estar en el trayecto –que es la manera en que nos vamos siendo. Cuando el niño empieza a hablar de sí, en tercera persona, es un primer reconocimiento, pero aún está a salvo; aquel personajillo del que habla le incumbe sólo relativamente. Pero, en cuanto dice yo, entonces, el pliegue se efectúa y, con ello, la separación. Decir yo es enajenarse. Lo ajeno es, evidentemente, nuestro personaje, aquel que nos re-presenta, pero el pronombre yo, apenas pronunciado, lo hace ya cargado del veneno por cuyo efecto dejamos de sernos y empezamos a sabernos; es lo que las mitologías atribuyen a la sierpe. Cuando el niño dice yo, se ha enajenado en su reflejo, en su doble, y aquel ser primero que no se sabía siendo ha quedado asombrado, reducido a una sombra. Y, ahí, también quedó el gozo, junto con todo lo que ocupaba esa plenitud, cosas que quedan relegadas al lugar del olvido o también del misterio, lo que ya no se sabe y no puede saberse porque ahí aún no había palabra. Y es lo que van a buscar los místicos y los poetas. Los primeros hablan de paraísos; los segundos, de la infancia; Homero le dio el nombre de Ítaca. Todos tratan de hallarlo, pero van en su busca con todo lo que son, con todos sus pliegues, van por el bosque con el saco de huesos a la espalda, entrechocándose todas las palabras que aprendieron a la largo de su vida. ¿Cómo entrar en el paraíso con una llave de palabras? Toda significación dará cuenta del abismo. Es preciso negarse a la conciencia para entrar. Aquél es el lugar de la inocencia. Para volver a ella, el lugar demanda un sacrificio. El sacrificio del mí, ese aluvión de repeticiones, el cúmulo de pliegues desde el que damos por conocido todo cuanto somos.
Texto y fotografías(salvo la última y la del zinneke bruselés, encontradas en la red): Bélgica, Chantal Maillard
Resulta difícil escribir algo después de esta lectura, a la que es necesario volver. Tantas cosas, tantas brechas, orificios abiertos por los cuales transitar, por los cuales colarse. Sólo reescribo algún detalle :
ResponderEliminar"Cierta sordera, sin duda, nos impide atender a lo que vibra despacio, calladamente".
Sordera contra la cual nos previene tu lost in Marienbad y CHM.
O este fragmento donde CHM repite una frase de mi madre y habla de ella :
"Es frecuente oírle decir a alguien que no sale porque “no puede dejar la casa sola”". Yo también soy prisionero de ella y seguro esclavo de muchas otras cosas.
Un abrazo
¡Esto quiere decir que "Bélgica" ya está disponible para estar en nuestras manos, en nuestros ojos, en nuestro cuerpo!. Mañana a por el libro!
ResponderEliminar"…como hace la niña. Ahí."
Tantos recobecos vitales de Chantal vamos a transitar!!
Su perro Toby.
Y yo recuerdo que de niña, mi perra Lina y mi perro Nemo, me salvaron de muchas cosas. Y los gatos transiberianos también.
Y "esto" me salva de otras.
me refiero a las palabras
"deportadas", a las palabras que se extralimitan. Palabras que encontramos como reflejo.
Gracias, Stalker!
Leonardo:
ResponderEliminarcontra esa sordera luchamos...
tampoco mi abuela podía dejar la casa sola...
Un abrazo para vibrar más despacio y atender, atender lo que pasa y nos pasa inadvertido,
abrazos
Say:
ResponderEliminarel libro lleva más de una semana en La Central, no sé si estará ya en otras librerías
algún día me gustaría que me (nos)contaras la historia de los gatos transiberianos,
mi infancia también está marcada por los animales, en el campo (no sé si una infancia sin animales es algo que merezca ser vivido, esto puede parecer drástico pero sé que tú me comprendes). Tantas historias y recuerdos que creo que habrá que hacer una entrada titulada algo así como "los animales con los que vivimos", donde podamos compartir toda esa vida,
deportémonos, extralimitémonos,
un abrazo
hermano búfalo,
ResponderEliminarhace un rato llegó el libro a mis manos. un bálsamo su respiración: han sido y están siendo semanas duras y la compañía de las palabras de Chantal serán la madera que necesitaba para seguir remando.
abrazo de bosque,
mariwano
Esperaba esta entrada Stalker, ya tengo el libro, a ver si dispongo de tiempo libre y lo leo, tengo muchas ganas y después de leer lo que has puesto todavía estoy más ansiosa.
ResponderEliminarUn abrazo
Mariwano!
ResponderEliminarespero que lo disfrutes tanto como yo,
lamento tus duras semanas últimas,
hay que verse pronto (en mayo tenemos función),
¡un abrazo fuerte a tu "corazón malabar"!
Madison:
ResponderEliminarsin duda encontrarás en él los hilos y la lanzadera que tejen el Cielo, y cómo un guijarro puede ser un templo abierto, entre otras cosas, todas muy pequeñas...
un abrazo fuerte
Te abrazo stalky, voy a buscar, voy a encontrar, voy a perderme un ratito...
ResponderEliminarTe sonrio stalky, cacho perro, bestia parda, gato panzarriba!
Stalker,
ResponderEliminarlos gatos transiberianos son dos gatos que he recordado siempre. Cuando era niña en navidad, en Granada, llena de nieve. Un día en el tejado vinieron dos gatos, se quedaron mirando y saltaron adentro del patio, llamé a mi madre para que les pusiéramos comida. Llevaban todo el pelo mojado. Comieron y después se marcharon. Pero cada día aparecían allí de entre el frío, el hielo y la nieve. Si yo no estaba en el patio con la comida preparada, maullaban y maullaban sin parar hasta verme salir. Yo quería quedármelos en casa pero ellos volvían siempre a irse. Uno de ellos antes de comer, rozaba su cuerpo con mis piernas y yo le acariciaba el lomo con los dedos. Sólo pude tener ese contacto con él. Me imaginaba que cruzaban grandes estepas de nieve hasta llegar a mi casa.
Sin duda una infancia con animales te marca de por vida. Y los callejeros con los que compartíamos las calles y los juegos! La visión del mundo es completamente diferente.
Un abrazo!
Bash:
ResponderEliminarsi te pierdes vas a encontrar: hallarás huesos de animales mitológicos que no vivieron en la tierra, sino en tu lóbulo parietal. Tú mismo serás un día un fósil admirable. Creo que lo eres ya ;)
Como gato panzarriba me tumbo a tu lado mientras pastoreas rebaños soñolientos en un verano de fuego impío y alegre desolación,
salve
Say:
ResponderEliminarmaravillosos gatos transiberianos... verás, yo vivía muy cerca de ahí, en las Alpujarras almerienses, donde caía un metro de nieve todos los años y no sólo los gatos, también los perros eran transiberianos. Los años ochenta fueron la infancia, el frío y los animales: ellos ocupaban el espacio de la imaginación más viva, que se recreaba ante nuestros ojos a cada instante...
me pregunto si tendrás ya el libro,
un abrazo con sol
Animalillos de la infancia, mis queridos animalillos. Y cuando acaricio al perro, bajo su pelambre, asiento eso que quizás llamen paraiso.
ResponderEliminarQuizá por el lóbulo temporal haya alguna pista.
Salud! Stalker , tu eres capaz de dormir con la cabeza en un charco, con tu perro guardián.
Mientras estaba leyendo aquí, tú me estabas leyendo allí, lo he visto en una pausa. Hay tantas cosas aquí!!!
ResponderEliminarMe quedo de momento con este casi mantra, que puedo compartir y que he escuchado o escucho ahora de la voz de Chantal M.:
"Escribir para no perderse. Como punto de apoyo. Relatar para controlar. Para no perder. Para no perderse. No tanto. No más. Repetir en lo escrito los gestos, decirlos, decirse. Para preservar la constancia del mí entre todo aquello que se escapa"
Cómo me gustaban esas fotos diminutas con los cantos recortados en ondulaciones agudas, enmarcando pequeños universos de la memoria soleada en blanco y negro y qué bien encajan aquí... Tengo esperándome su Bruselas, que encargué al "librero de la calle Berlinès", mañana lo recogeré de su puesto en las Ramblas, festivamente...
Gracias, Stalker, por tu generosidad, por todo lo que nos has transmitido de este libro, hermoso como una cascada de agua que limpia la tierra por donde transita.
ResponderEliminarMe interesa mucho por lo que he leído, así que iré a por él.
Como a Belnu, me llega de manera especial el apartado que empieza "Escribir para no perderse..." Me conmueve, me resulta familiar... ¿Qué tendrán las palabras cuando nos permiten domarlas?
Un grandísimo abrazo agradecido, estimado Stalker.
"Y quedan las palabras diciéndose a sí mismas" Aunque aquí a mí me han dicho mucho más. Me han dicho unas memorias y el presente y el lenguaje y más aún... casi lo indecible. Gracias, Stalker, por este anticipo.
ResponderEliminarSensación de festín que me aguarda.
Un abrazo.
qué gran descubrimiento. un texto de enorme densidad, peso grave.
ResponderEliminarun placer.
un saludo.
qué increíble blog. Gracias por dejarnos adentrarnos en él.
ResponderEliminarNo he podido evitar seguir la historia de los gatos y transiberianos porque me ha hecho gracia por algo que siempre comentamos mi chico y yo. Siempre que paseamos por nuestra ciudad y espcialmente por el Albaicín nos quedamos mirando a los gatos callejeros porque pensamos que no hay cosa más maravillosa que ser gato callejero en el Albaicín.
Un saludo!
Stalker!!! cuánto deberé esperar para que el libro llegue a Argentina? Sí, sí! ya sé, se puede comprar por internet! a veces me olvido de estos beneficios del mundo globalizado! gracias, gracias por esta lectura!!! un abrazo
ResponderEliminarStalker,
ResponderEliminar“Bélgica”, aún no lo tengo, ayer después de trabajar, tuve que hacer un pequeño viaje con mi hermana, cuando volví, fui corriendo a La Central pero estaba ya cerrada, pensé que quizá La Casa del Libro estaría abierta pero tampoco, por fin dije bueno me acerco a la librería del Corte inglés, estaban a punto de cerrar, en la búsqueda en el ordenador, sí aparecía pero no lo habían distribuido a los centros, así que llegué a casa cerca de las once de la noche, hecha polvo y sin el libro.
Mañana por la mañana me acercaré. Y si nada lo impide, por fin lo tendré.
Un abrazo de una salvaje animal transiberiana del sur a otro salvaje animal transiberiano del sur. Nuestros aullidos se escuchan desde aquellas calles nevadas de nuestra infancia.
Nada más pueda me lo compro.
ResponderEliminarDespués de leer a Chantal uno se queda sorda y muda. Queda la resonancia de su voz que todo lo inunda. Y tienes que beber un vaso de agua para que fluya la palabra.
Extraordinario libro seguro.
Un abrazo.
Maravillosa entrada. La infancia y los animales, y todas las cosas a las que quisiéramos pertenecer de nuevo; o lo que quisiéramos volver a ser -esfumado. Por eso hay que ir a esos lugares sin yo. A tirarnos como Stalker en la zona. A tirarnos sobre la hierba para poder seguir siendo lo que la hierba es. Buscar el espesor que alguna vez tanteamos cuando éramos otro, cuando éramos menos este. Cuando éramos.
ResponderEliminarMañana buscaré este libro aprovechando que estoy por aquí arriba.
abrazo de niño-animal
Virgilio:
ResponderEliminarme gustaría pensar que soy más bien el perro, pero para eso me hace falta un desaprendizaje aún mayor, una desanestesia radical de todas estas capas que nos hacen ser "humanos",
un abrazo
Belnu:
ResponderEliminaresas fotos diminutas son una maravilla, con esos marcos preciosos... y eso me hace pensar que las fotos de hoy no tienen marco, que hemos sido desenmarcados, que vivimos huérfanos de marco y raíz; los marcos, o esa delicadeza, han sido sido sustituidos por los cercos, con su violencia a veces invisibilizada, y así avanzamos, como marionetas paradójicas, sin teatro, sin bastidores, sin marco, y sin embargo cercados y atrapados por tantos hilos...
Me encanta que hables de "el librero de la calle Berlinès", sin personalizar; esa manera de acercar construye una especie de mito entrañable...
un abrazo fuerte
Isabel:
ResponderEliminarquizá las palabras transmitan esa vibración cordial que rompe los cercos y nos permiten el reconocimiento; nos abrevamos en un ritmo, el aliento del otro, y ahí reconocemos las pautas que dibujan lo que somos...
yo también vibro en ese párrafo y en tus palabras amigas,
un abrazo
Bel M:
ResponderEliminarsí, es un festín. Como cuando en la infancia se cogían cerezas. Había que estirarse mucho y a veces tardabas en encontrar las maduras... este libro lo veo así, va madurando lentamente, te va envolviendo de una forma extraña a lo largo de sus 350 páginas. Al final descubres que te ha acercado la fruta y la ha puesto en tu regazo, como una ofrenda mínima, casi secreta, pero inmensamente viva. El proceso de lectura también te hace descubrir que la fruta eres tú, te hace fruta por dentro,
sé que entiendes muy bien esta torpe imagen mía, porque los libros de Clarice Lispector son tambíen así, se viven así,
un abrazo
Kynikos:
ResponderEliminarun peso grave que es, a la vez, la extrema ligereza, el rastro de la palabra en combustión, el ahora sin marcos, estallado, ofrecido: ahora, ahora,
la gravedad y la gracia, acaso, una vez más,
bienvenido
Das Radioaktive Mädchen!
ResponderEliminarconozco muy bien a los gatos del Albaicín, esas calles empinadas y sus teterías. Todas esas cosas no se olvidan, aunque ya haga un tiempo que no vivo en el sur,
es cierto: no se me ocurre un destino más estupendo que el de gato callejero, en el Albaicín, en cualquier latitud,
maravilloso animales que nunca dejarán de enseñarnos lo mullido, la calma, la vida lenta dentro de las cosas,
saludos!
Emma!
ResponderEliminardesconozco cómo se distribuyen allí los libros de la editorial Pre-Textos. Sé que se pueden pedir en la web de la misma, o en páginas como ésta:
http://www.lacentral.com/
Creo que tu mirada encontrará en este libro muchos huecos y pieles que habitar,
un abrazo transoceánico de agua viva
Say:
ResponderEliminar¡Qué periplo! De pronto te he imaginado apresurándote de una a otra librería (una imagen entrañable, y por desgracia atípica: correr para que no nos cierren una librería).
Sé que este libro te susurrará directamente al oído y se injertará en todas tus lenguas, pues palpa el hueco, o el hambre, de lo que somos más allá de las palabras...
Aullidos transiberianos, sureños, tiernamente invencibles, también para ti...
Lola:
ResponderEliminarcreo que la clave es esa palabra: resonancia. Hay quien piensa que Chantal hace poemas o artículos, y que éstos son unidades aisladas, pero no: conforman un tapiz de resonancias, algo sinfónico, enhebrado en distintos ritmos pero con un mismo impulso subyacente. Sólo una larga exposición a esa resonancia, declinada en "más de una lengua", permite acercarse al núcleo vivo de lo que ahí se quiere decir: cosas de una extremada urgencia en el mundo en que vivimos. Esa fragilidad, entre otras cosas, de las que muchos se defienden ateniéndose a una u otra profilaxis, a una u otra evasión,
un abrazo alado para el ave zancuda
Ahab:
ResponderEliminarbuscar el espesor, pero también la ligereza, el deslizamiento... aunque quizá sea cierto que cierto espesor, sobre todo en lo que concierne a ese espacio que podríamos llamar "interioridad" nos ha sido sustraído, ha sido tal vez definitivamente extirpado, monopolizado o desplazado por la lengua del poder y por la ley inexorable del mercado. Recuperar el espesor o el eco, el sordo murmullo de lenguas que nos dicen o nos cuentan, tal vez sea necesario para que la vida, una forma de vida no espectral, no espectralizada de acuerdo a necesidades y códigos impuestos, siga siendo posible aún,
el niño que fuimos, en el antes, sigue sabiendo observar, tal vez perdonar, en el antes...
un abrazo
"Bélgica" surge de la nota 61 de "Husos. Notas al margen". Puede entenderse, entonces, como una gigantesca nota de 350 páginas, una nota a aquella nota: un margen dentro de otro margen. El juego de muñecas rusas como dispositivo existencial: el mundo de la infancia, el mundo de la búsqueda, es el de la ausencia o la amputación, un mundo espectral, segregado espectralmente en un margen dentro de otro margen (ese margen, a su vez, diseminará otros márgenes). La trama se complica porque una de las partes de "Bélgica" no está en "Bélgica" : para su lectura íntegra habría que intercalar los capítulos 6 y 7 de "Husos" entre el primer y el segundo viaje. Casualmente, los capítulos 6 y 7 ya han sido objeto de transvase, convertidos en poemas en "Hilos". Por lo tanto, el capítulo extirpado de "Bélgica" remite a "Husos", que a su vez remite a "Hilos". Ecos que llaman a ecos, ecos que incorporan ecos. Mientras tanto, el sujeto se deshace y queda sólo una experiencia de lenguaje, una fluctuación de lenguaje; casi podríamos decir, una singularidad de la lengua que ya no puede pensarnos, pues el sentido ha sido suspendido por el encadenamiento espectral y la deconstrucción de los contenidos psicológicos sustentados por un yo ilusorio.
ResponderEliminar"Lo que hay es sólo texto".
"No se puede proceder a las síntesis"
"Nudo de resonancias, las voces, las vidas."
Transcribo la nota 61 de "Husos":
"Una carretilla con agua de la última lluvia. La rueda y los puntos de apoyo ligeramente enterrados dan a entender que nadie la ha desplazado durante el invierno. Un cierto abandono estacional y les pissenlits asomando entre la hierba, des ronces al pie de un pino, un frutal floreciendo... No sé qué recuerdos me despiertan el agua de lluvia en la carretilla y el pequeño triciclo oxidado junto al haz de leña. Ese ligero abandono en el jardín y el viento en la hierba, el delicado movimiento de las tagarninas, los pétalos desprendiéndose del frutal... pero, sobre todo, el agua encharcada, quieta, con restos de invierno, esa quietud que es rastro. Juegos de antaño, juegos de niños. Cuarenta años atrás. Un cedazo. Trato de atrapar la imagen en fuga, la imagen siempre fugada del ahora, la imagen ahí, sin embargo, donde no puedo alcanzarla, en ese ahí hecho de impresiones desvaídas. El cedazo, los colores puros de los juguetes: la pala, el cubo, los moldes en forma de estrella para la arena... Nostalgia recuperada en las huellas de otros niños, otros pequeños ausentes. Apenas me atrevo a moverme. Apenas los ojos, de un objeto a otro, las sillas oxidadas, las flores amarillas, el agua de lluvia... Propiciar ese descuido de la mente en el que asomará el recuerdo, una brecha en el estado de alerta de la vigilia. Volver, sin insistencia, rozar, pasar, simplemente, sin que las cosas noten mi presencia, permitirles su dominio."
Es interesantes volver a husos y a Hilos para encontrar todas esas resonancias que van hilando.
ResponderEliminarInteresante tu comentario para leer mejor a Chantal. Gracias.
Lola:
ResponderEliminartodo acaba confluyendo, sólo hay que hacerse un poco lento para verlo. Lo que señalo es sólo la punta del iceberg,
un abrazo zancudamente nocturno
Un gran libro que estoy disfrutando poco a poco desde anoche, con esa mirada pequeña, pegada a las palabras como buscando su punto de unión con el papel.
ResponderEliminarMe da la sensación de una mayor liviandad, un resbalar por las frases y sus ecos con un paso más etéreo, que Husos. Como unos pies mojados por el agua de la lluvia.
Hace que vuelva a la infancia y a sus "destellos", que recuente mis propios destellos. El olor de la hierba en bicicleta en un parque igual al olor de la hierba del pueblo de la infancia y una rana de plástico que saltaba propulsada desde el suelo...
Aunque tal vez sea mejor hablar de él cuando lo termine de leer.
Abrazos*
L.
Laia:
ResponderEliminar¡qué grata sorpresa que estés leyendo este libro y comentes por aquí!
Estoy de acuerdo contigo en que es más liviano que "Husos", no tiene ese encarnizamiento con el lenguaje, y sin embargo... verás el tono que adquiere esa ligereza cuando vayas avanzando: hay aguas hondas, ciénagas, desvíos, abismos inesperados,
es un libro que va atrapando poco a poco, construyendo su mundo y su respiración con más lentitud y más espacio (creo que es su libro más extenso), y llega un momento en que descubres que has llegado a un lugar extraño, irreconocible, y que te gusta estar allí,
yo lo he acabado sintiéndome increíblemente pequeño y conmocionado. No sabría decir más,
los destellos, nos acunan, nos refutan, nos prolongan...
un abrazo