jueves, 30 de diciembre de 2010

Gólem-Fragilidad: (otra) lógica del pensar des-prender(se)



obrar como si lengua y ojo fueran pasto de una escritura-visión abrasiva, que no condesciende a los límites impuestos por ningún marco y se desborda constantemente, y al desbordarse rompe los cercos, transgrede y reinventa el encuadre

avanzar a tientas, desde la corrosión, como buscándose: la visión como ácido que decolora y de-limita (pone límites al marco, acerca una intimidad convulsa)

quemavida

lengua salvada

quemasintaxis en

caída sin

ni

(doble gesto que se entraña y extraña)

el margen crece, y la diseminación propone más una convergencia que un espaciamiento

una llamada a ese vórtice que querrá anonadarnos de perturbación, descoyuntarnos el eje recto

una forma

insumisa

de aprender por fin a vivir



Quien nombra, desnombra –el gran denominador oficia junto al cadalso,
en el momento en que eso cae.

Quién nombra
Quién pide
Quién asola
cerca-
limita-
desmatriushkiza-
Quién


-



Parce que les choses –et les personnes- ne peuvent pas être définies : finies, limitées, déterminées par les termes. Les mots sont nos limites quand ils sont utilisés pour nous définir. Je préfère les mots qui éliminent les frontières. Les mots qui nous conduisent à la vision du territoire que nous partageons tous : la fragilité, la perte, et la compassion aussi.

S'approcher avec-sans (mots)
S'approcher

Écrire pour ne pas se perdre.
Comme point d’appui.
Relater pour contrôler ?
Pour ne pas perdre.
Pour ne pas se perdre.
Pas autant.
Répéter dans l’écrit les gestes,
les dires,
se dire.
Pour en faire état.

Pour en faire éclat.

Pour récuperer.

Recuperar aquí una experiencia recurrente: al hundirme en el sueño, en ese borde indefinible que marca la transición entre la vigilia y el sueño, a veces cae sobre mí, de repente, con toda su fuerza de avalancha, sin dique de contención, una verdad absoluta: todas las personas que conoces y has conocido, todos los que has des-conocido y te desconocen, van a morir. Sin excepción. Inapelablemente. Es entonces, en esa frontera de la conciencia difusa, sin las defensas que la razón yergue en la vigilia, cuando ese dardo se adentra más profundamente y se revela inextirpable, irreductible a todo consuelo, invulnerable a toda resistencia, inexpugnable ante el asedio no previsto. Es una sensación de desolación infinita, incurable, la que me invade-horada entonces. Luego, en el despertar, la descompresión: ahí se urden estrategias, se fraguan pactos, eso se silencia y uno se abandona al fluir de lo cotidiano trivial que preserva nuestros actos.
En el umbral entre la vigilia y el sueño, dos experiencias de intensidad: oír música y la desolación sin nombre de nuestro destino común.


Es hora de crear nuevos símbolos.
Es hora, también, de largos silencios, de interiorización, de prudencia.
Estar atento y formular la pregunta.

¿Los viejos símbolos esperan a ser destruidos? ¿No se defenderán?¿No nos han inmunizado, no nos han introyectado cautelas, prevenciones, miedos?

Qué símbolos para la fragilidad y la inclemencia.

Kali, tal vez.

Kali es deconstrucción.




Voy a hablar de lo que se llama la experiencia. Es la experiencia de pedir socorro y de que el socorro nos sea dado. Tal vez valga la pena haber nacido para implorar un día calladamente y calladamente recibir. Yo pedí socorro y no me fue negado. Me sentí entonces como si fuese un tigre con una flecha mortal clavada en la carne que estuviese rondando lentamente a las personas temerosas para descubrir quién tendría el valor de acercarse y quitarle el dolor. Y entonces hay alguien que sabe que un tigre herido es tan peligroso como un niño. Y acercándose a la fiera, sin miedo de tocarla, arranca la flecha clavada.


Ich stehe im Wald

Der Traum kommt nicht

Aber der Weg

Das Augenlicht

Das Immer

innerhalb


Compasión por toda criatura, porque está lejos del Bien. Infinitamente lejos. Abandonada.
Dios abandona todo nuestro ser -carne, sangre, sensibilidad, inteligencia, amor...- a la necesidad despiadada de la materia y a la crueldad del demonio, salvo la parte eterna y sobrenatural del alma.
La creación es abandono. Al crear lo que no es Él, Dios lo ha abandonado necesariamente.
Sólo conserva bajo su guarda lo que en la creación es Él -la parte increada de toda criatura-.

(…)

cosas. que siguen.desnortadas.suspendidas

Y no hay corazón, no hay bastante ahí para acogerlas.




hilos vibran tiemblan
hilos
es verde estoy muriendo
es muro es mero muro es mudo mira muere

hay todavía que –hablar
y hablar es menos hay todavía que

por encima del discurso: imantación
por debajo: insurrección
al margen: intensificación

errancia sedienta

/todo eso se dice de lo incurable/

/y aún así…




Me preguntas por la vida después de la vida, por la eternidad y el tiempo, por la inmortalidad del alma y las condiciones que gobiernan nuestra percepción mortal. Ahora bien, esas preguntas metafísicas son análogas a las que formula aquel que, habiendo sido herido por una flecha, no pide ayuda y se entretiene en preguntar quién la ha lanzado, dónde se esconde quien la ha lanzado y qué propósito ha motivado su acto, e incluso pregunta por la naturaleza de la flecha. Esa persona morirá antes de conocer todas esas respuestas que, además, no han de servirle para nada.
¿Qué es lo que yo, a quien insistes en llamar el Buddha, el Iluminado, he enseñado todos estos años?
Yo enseño a arrancar la flecha.
Por eso he explicado el dolor, la causa del dolor, la destrucción del dolor y el sendero que lleva a la destrucción del dolor. Porque esto es útil, esto se refiere al principio de la vida, esto conduce al desapego, a la cesación, a la tranquilidad, a la facultad sobrenatural, al conocimiento perfecto, al nirvana, y por eso lo he explicado.


¿Cómo hallar el hilo para suturar los fragmentos de este Gólem llamado Fragilidad?

¿Basta un cuenco para acoger (suturar) el cuerpo sin nombre?

¿Hay suficiente caída desde la visión a lo profundo del regazo?

Que la letra cante y teja

No detener el curso



En otra ocasión, al ser preguntado por las ultimidades, por el sentido final de cuanto existe, el Buddha arrancó una pensativa flor del suelo y la contempló, sonriendo.

Dicen que sólo un monje retraído comprendió ese gesto (quizá el más bello de la historia, quizá el gesto que invalida la propia idea de historia).



I’d be
When the spirit aches
When the form disappears
Degree zero
Intolerance to consciousness
The livelist of all objects
Wanes unregarded
Driving force in sculpting
The phoning skull
Relief
Of
me




No hay que ser yo, pero menos aún hay que ser nosotros.
La ciudad brinda la sensación de hallarse en casa.
Tener en el exilio la sensación de hallarse en casa.
Arraigarse en la ausencia de lugar.
Desarraigarse social y vegetativamente.
Exiliarse de toda patria terrestre.
Hacerle todo eso a otro, desde fuera, es un sucedáneo de la descreación. Es producir irrealidad.
Con el desarraigo se busca más realidad.


la sintaxis de la fragilidad es la grieta

como el pan ofrecido por un niño: resquicios:

sin mediaciones y ahí

cada vez se borran algunas huellas

[pero surgen otras: una lógica de la espectralidad vela-re-vela sus líneas de fuerza, que son también los movimientos telúricos de un cuerpo y la extrañeza de estar vivos]

el resquicio no se borra: permanece

Imagino que en él crece un pájaro, una palabra, un niño, un pan de niño, un pan de palabra, que el pájaro come palabra y el niño echa a volar

ese resquicio es el fin del miedo




y una melodía para esa pequeña resurrección después del miedo, aquí.

Esta entrada es para los osos pequeños (ellos saben quiénes son)

Nota: en la confección de este Gólem me he servido de fragmentos –amputados, desplazados, intervenidos- de Jacques Derrida, Chantal Maillard, Clarice Lispector, Simone Weil, Alejandra Pizarnik y el Buddha Sakyamuni, maestros de fragilidad, maestros en la fragilidad (maestros que ignoran y no dictan: acompasan el gesto a lo que fluye, va fluyendo en los márgenes del discurso, todo ese deslenguaje a medias convulso, a medias arruinado, que sacude los cimientos de nuestra estructura racional, fragilizándola).

Sus palabras están en letra redonda.
Las mías hormiguean en cursiva.

Cada vez son menos las cosas que me interesan, me importan o con-mueven. La fragilidad es una de ellas.

Cuidémosla un poco: es su brasa la que calienta lo que nos late dentro.

Aún



Pinturas: Anselm Kiefer, Henri Michaux, Max Ernst, Zao Wu-ki

Música: Athena revived, BSO Saint Seya

jueves, 23 de diciembre de 2010

martes, 21 de diciembre de 2010

miércoles, 15 de diciembre de 2010

La violencia de la luz



La memoria nos abre luminosos
corredores de sombra.

Bajamos lentos por su lenta luz
hasta la entraña de la noche.

El rayo de tiniebla.

Descendí hasta su centro,
puse mi planta en un lugar donde
penetrar no se puede
si se quiere retorno.

Se oye tan sólo una infinita escucha.

Bajé desde mí mismo
hasta tu centro, dios, hasta tu rostro
que nadie puede ver y sólo
en esta cegadora, en esta oscura
explosión de luz se manifiesta.

***

Como un gran pájaro que se abatiera hacia el ocaso
para beber en él
la última gota de su propia luz,
el aire
hecho forma en las nubes.

Alas como de oscura transparencia,
cuerpo no material de una materia
que sólo hubiese sido
fuego o respiración en el rastro solar,
las nubes,
leve espesor casi animal del aire.

Como un pájaro roto en muchas alas
que se precipitasen en la noche
ebrias sólo de luz,
las nubes.

***

Como desde su propia oscura luz baja el deseo
al no mortal destino de la carne,
como el ala del ángel
abriéndose en el seno de la sombra
o el súbito encuentro
del ave con su vuelo,
así entran las aguas
que nos hacen nacer y nos anegan
en el recinto sellado de este sueño.

***

Toda la noche me alumbres
redonda en el silencio.
Toda la noche, luna,
alúmbresme en el cielo.

Toda la noche me alumbres,
escudo de mi pecho,
escudo de verdad
firme en el cielo negro.

Toda la noche me alumbres
desnudo contra el sueño:
con la luz que reluces
hazme más verdadero.

Con la luz que reluces
toda la noche me alumbres.

***

Se daban
las condiciones perfectas para morir.
De lo más próximo nacía
lacerante la ausencia.

Tendida estaba entre los dos la muerte
como animal tardío de ojos grandes
y anegadas ternuras, madre,
ciega madre inmortal.

Mi rostro era su máscara,
mi voz su voz.

No hay llanto en las perdidas alamedas.

Postreros pájaros borrados
en la declinación oscura de la luz.

***

Tu súbita presencia.

Toda la luz irrumpe duradera, dura
como la piedra.

Vienes
tan inmóvil, tan adentro de ti.
Lo hondo.
En tu sola existencia,
tu sola luz, estás
ardiendo para siempre.

***

La luz caía vertical sobre la piedra.

En la losa desnuda pusimos siemprevivas:
también son leves y te representan,
a ti, tan duradero entre nosotros.

Subimos al lugar en donde yaces
dos amigos ingleses y un hombre de tu tierra,
amigos ciertos que te aman
de dos países que al cabo desamaste.

Tal fue tu sino, engendrar el amor
en el difícil reino de lo siempre contrario
unido por el fuego.

Señor de la distancia y lo imposible.
Luis Cernuda, poeta, reza
la piedra, y los lugares y las fechas
que acotaron tu paso entre los vivos.

Entre ellos soñaste un poeta futuro
y al final lo engendraste
y hoy puede así el futuro hablar contigo.

Otros han desaparecido entre las sombras.
Tú no. Tu luz escueta permanece,
lo mismo que estas flores, para siempre.

(A Luis Cernuda, con unas siemprevivas)

“En medio de los lenguajes tecnológicos que nos remiten al criterio de rendimiento, de eficacia, de utilización, la poesía vuelve a cargarse de una enorme importancia, de un significado necesario, porque es el lenguaje que nos sigue aportando los principios de belleza, de verdad y, en definitiva, de rectitud.”

“La palabra, la materia, el cuerpo del amor, son una y misma cosa. La poesía estaría en este ciclo regida por el primado absoluto de la infinitud del Eros. Los trovadores entendían por amor el fundamento de la palabra poética. La mujer es igual en el mundo trovadoresco al acontecer de la palabra, al acontecimiento del lenguaje. La mujer es la razón del trovar y así se unifican cuerpo, palabra y mundo.”

Poemas y textos: José Ángel Valente




Hay, pues, un soliloquio de la razón y una soledad de la luz. Incapaces de responder a lo otro en su ser y en su sentido, fenomenología y ontología serían, pues, filosofías de la violencia. A través de ellas, toda la tradición filosófica en su sentido profundo estaría ligada a la opresión y el totalitarismo de lo mismo. Vieja amistad oculta entre la luz y el poder, vieja complicidad entre la objetividad teórica y la posesión tecno-política. “Si se pudiese poseer, captar y conocer lo otro, no sería lo otro. Poseer, conocer, captar son sinónimos del poder.” Ver y saber, tener y poder, sólo se despliegan en la identidad opresiva y luminosa de lo mismo, y siguen siendo, a ojos de Levinas, las categorías fundamentales de la fenomenología y la ontología. Todo lo que me está dado en la luz parece estarme dado a mí mismo por mí mismo. Desde ese momento, la metáfora heliológica simplemente aparta nuestra vista y proporciona una excusa a la violencia histórica de la luz: desplazamiento de la opresión tecno-política hacia la falsa inocencia del discurso filosófico. Pues se ha creído siempre que las metáforas quitaban gravedad a las cosas y a los actos, los hacían inocentes. Si no hay historia más que por el lenguaje, y si el lenguaje (salvo cuando nombra el ser mismo o la nada: casi nunca) es elementalmente metafórico, Borges tiene razón: “Quizás la historia universal no es más que la historia de algunas metáforas”. De esas pocas metáforas fundamentales, la luz no es más que un ejemplo, pero ¡qué ejemplo! ¿Quién podrá dominarla, quién dirá su sentido sin dejarse primero decir por éste? ¿Qué lenguaje escapará jamás de ella? ¿Cómo se liberará de ella, por ejemplo, la metafísica del rostro como epifanía del otro? La luz no tiene quizás contrario; no lo es, sobre todo, la noche. Si todos los lenguajes se debaten en ella, simplemente modificando la misma metáfora y escogiendo la mejor luz, Borges, unas páginas más adelante, vuelve a tener razón: “Quizás la historia universal no es más que la historia de las diversas entonaciones de algunas metáforas”.

Jacques Derrida, “Violencia y metafísica” (en La escritura y la diferencia)

martes, 14 de diciembre de 2010

Music Music Music

Una entrada para rendir un pequeño homenaje a las canciones de nuestra adolescencia. Las que estuvieron y nos hicieron ser. Las que hoy, por muchos motivos, ya no nos acompañan (y también las otras, las que resisten al tiempo y siguen ahí). Canciones en las que pusimos nuestra vida y que aún nos dicen quiénes fuimos aunque ya no nos reconozcamos en voces, melodías, texturas.

Os invito a participar y a traer vuestros enlaces y comentarios. Subiré al cuerpo de la entrada vuestras canciones de la adolescencia y lo que queráis decir de ellas. Para que todas esas melodías, súbitamente reunidas, dialoguen entre sí: se conjugen, se refuten, se entrelacen: den cuenta del rito de paso donde quemamos la infancia y empezamos a articular lo que vendría después y para lo que aún no tenemos respuesta.






Echoes, Pink Floyd. Música entre las ruinas. Música en ruinas. Armonía que penetra en la "tiniebla" de la disonancia y regresa a las formas apolíneas de cierto clasicismo impecable.



Charlotte sometimes, The Cure. He soñado que era Robert Smith y cantaba esta canción. He sentido lo que se siente al cantarla, o lo que puedo sentir yo al hacerlo: experiencia intransferible, huella digital interna imposible de contar. En esta canción sencilla hay un pathos, algo indescriptible en lo que quemar las huellas de la adolescencia. Holocausto de intimidad. Ofrenda. Cierta magia, también.



Fascination Street
, The Cure. Nunca me convenció el sonido Joy Division, pero sí el de The Cure. Cuando tocan, todo está tenso, no hay nada suelto. Se aniquila el margen, el azar es sustituido por una ausencia, por una inminencia de algo que no llega a resolverse. La línea de bajo entra, deja entrar. Simon Gallup ha sido, quizá, mi bajista favorito.



Merbow ya estaba ahí. En el límite. El límite del sonido, de lo audible, el límite de cierta experiencia de vida. Aquí, una nana, apenas. En otros lugares, cuchillos, catedrales derruidas, maquinarias quirúrjicas de matadero o endoscopia. Triturar, descuartizar. ¿Volver a construir? Esto último no parece interesar a Masami Akita, volcado únicamente en el diagnóstico.



Rosary, Scott Walker. Del "Tilt", un disco que me sigue gustando mucho, porque fue compuesto para los oídos de una época por venir: éste es el pop de otro siglo, de un siglo próximo donde el dodecafonismo, la atonalidad, la espectralidad habrán "descendido" a los márgenes de la música popular y se silbará a Feldman en las calles. Rosary es un pequeño lamento, algo más convencional, después de la desgarradura, después de la invencible quemadura fragmentaria. Un memento, quizá: defixión, inscripción o estela funeraria.



Human Behaviour, Björk. Nunca fui fan de Björk. Pero aquí hay algo. En el bajo electrónico percusivo, que se alía a la batería en un doble gesto propiciatorio. Una apelación en realidad muy primitiva, con la que resulta fácil sintonizar. Danzar alrededor del fuego, conjuración, fallida comunicación con dioses mudos o ya fallecidos.



Junkyard
, Birthday Party. Antes de fundar las malas semillas, Nick Cave cantó en la fiesta de cumpleaños. Años heroinómanos, salvajes. Descontrol. Odio. Todo lo que vino después surgió de aquí. Nick Cave y Mick Harvey, casi irreconocibles, de tan jóvenes.



Pilots, Goldfrapp. Me gustaba (y me sigue gustando) la voz de Allison Goldfrapp porque no es una voz pop. Está más cerca del cabaret alemán: hay una textura de seda y a la vez una rugosidad, la anticipación de una fractura, en su entonación. En el primer disco se exploró este rasgo atípico.



Polaroid Cocaine, Ingrid Caven. "Chambre 1050" es uno de mis discos favoritos. Ya lo descubrí entonces y tengo poco que decir. Ante una canción y una interpretación como ésta, sólo puedo callar y agradecer.



Stella Maris, Einstürzende Neubauten. La emoción discreta va ascendiendo y te sacude de pronto: estábamos vivos y valía la pena vivir lo que se ha vivido y como se ha vivido.



Tom Taubert's blues, Tom Waits. Un jovencísimo Waits en su primera etapa. Estas primeras piezas me siguen pareciendo canciones de cuna.



Temptation, Tom Waits. Estamos en 1987 y el Waits original se enturbia. Las texturas se oscurecen, entran ritmos experimentales, se juega, se combina, se tritura y recompone. Hay una ebriedad extraña, una felicidad difusa y enloquecida. Estamos en los años salvajes de Frank...



Thrak, King Crimson. Estrategias para la demolición. Búsqueda de otro aliento. Habla la fractura pero no duele, no puede doler cuando se opera desde esa ecuanimidad, con un método de sustracción que incluye su analgesia.



You and your friend, Dire Straits. A los 18 o 19 años, llegue a pensar que ésta era la melodía que querría escuchar justo antes de morir. Así de arrogante puede uno llegar a ser. Ahora no pienso lo mismo pero me sigo deteniendo en las manos delicadas de Mark Knopfler y en cómo palpa las notas, cómo abre los silencios (y los silencios aquí son fruta que se abre y uno toma, si así lo desea, en desnudez), cómo trabaja el barro del tono, el timbre, la cadencia. Nunca me pareció un genio, ni un poeta, mucho menos un maldito del rock; en él no había pose, sólo ese trabajo silencioso de artesano: manos que buscan.



Dancing, Paolo Conte. Paolo sigue siendo amigo. Lo será hasta el final. Hay otra forma de bailar aquí: se baila inmóvil: el ritmo está dentro, no hace falta representarlo. Sus canciones, incluso las más lentas, bailan en un tranquilo frenesí. Bailan en su sitio con pies felices.



Billy Jean, Michael Jackson. MJ fue el primero en llegar a la adolescencia. Hay mucho que decir sobre el icono y sobre el hombre (aquí hablamos de ello), pero eso ahora no me interesa. Sigue siendo una canción magnífica para pista de baile, y en los últimos minutos la coreografía desafía lo concebible: algunos pasos son claramente "inhumanos".



Bilbao Moon. Sshhhh... Ute Lemper...



Sodade, Cesaria Evora. Descubrí a Cesaria antes que a las fadistas o a los cantantes brasileños (que llegaron algo después y lo cambiaron todo, para siempre). Aquí aprendí lo que era vibrar a otro ritmo, acercarse al ecuador, alejarse del mundo erguido, completamente visible y roturado, extenuado, que empezaba a ser Occidente en términos de descubrimiento musical. Cesaria me puso sobre la pista de otro sonido, otra inclinación y otra escucha.



Vem, Madredeus. Ya no me gusta Madredeus, pero fueron importantes. Me pulvericé los oídos escuchando los discos, me sabía las canciones de memoria. Acercaron Portugal y su lengua tranquila: un refugio frente a la aspereza del castellano peninsular, tan lleno de aristas, tan arisco a plegarse, a veces, a la dulzura, al acercamiento.



Creep, Radiohead. Otro oasis en medio del horror circundante



Let my people go, Diamanda Galas. Llegó muy pronto y nunca me dio miedo. Ni siquiera en las óperas satánicas, o en el mítico "Schrei X", donde, encerrada en una cámara oscura, se entrega al pánico y al exorcismo de los miedos internos a partir de aullidos viscerales, sonidos desgarradamente irrepetibles, conjuros impronunciables, exploración de la herida. Para mí siempre fue extrañamente melódica.



Avalanche, Leonard Cohen. Una de mis canciones favoritas. Poco puede decirse ante algo así: "I stepped into an avalanche, it covered up my soul".

jueves, 9 de diciembre de 2010

Benarés. Diarios indios II



1 ASSI GHAT
El olor a zotal contra la neblina que oculta las orillas del Ganges. Campanas, gorriones, voces, sonido de chanclas que se arrastran. La mañana es turbia, y más suave, más llevadero el desarraigo entre tantos seres que adivino agitándose en lo concreto, afanándose en lo que son. Ésa es la diferencia entre este bullicio y el de nuestras ciudades occidentales donde cada uno tiende a lo que no es, cumpliendo ritos que le separan de los otros. Ritos que separan -los ritos mentales- frente a los ritos que congregan. La soledad no es tanta aquí donde los ojos apuntan hacia fuera, directamente. En Occidente ya no sabemos mirar afuera sin dar el rodeo por ese falso adentro que es la mente. Por eso el afuera nunca ocurre dentro tal como se presenta, y es necesario recurrir a la filosofía de la representación. Todo idealismo es consecuencia de una pérdida de inmediatez, es la sistematización del desdoblamiento especular, un diagnóstico de la enfermedad o la pérdida.

Sería recomendable el desmayo. Desmayarse un poco hacia dentro para dar paso, para abrir el cauce, para estrangular el innecesario meandro formado por la acumulación de sedimentos en la cuenca este del cerebro.



24 CHAUKI GHAT
Niños jugando en el polvo de las losas.
Niños de polvo.
Polvo jugando a ser niños sobre las losas.
Brahma jugando a ser polvo.

Yo: la losa.



40 MEER GHAT
El asedio. La canción que los niños aprendieron. La canción del asedio. Responda. Decimos lo que hemos de decir. Responda. Decimos las palabras mágicas. Debe responder. Hello Madam, hello what's your name. Hello no contesta. El juego no funciona. No hay respuesta. Algo no funciona. No te sientas, te asediamos. Si contestas estás muerta. Pillada, apresada en nuestra red. Pequeñas manos me palpan los bolsillos, la piel, buscan lo que aprendieron a buscar y a recibir. El juego se ha frustrado. Esta presa no responde. El animal ajeno, el extraño, el extranjero.



La perra negra es especialista en fetos. Tiene tiña como casi todos los perros de Benarés, pero sabe como ninguno rastrear los fetos hinchados que las aguas devuelven a la orilla. Aquí está. Empieza por el cerebro. Una joven japonesa se acerca a la escena, se pone la cámara en la cara. Duda. No se atreve a disparar. Los intestinos ya se escapan por el cuello derramándose entre las guirnaldas amarillas y las bolsas de plástico que se estancan en el ghat y un olor nauseabundo corre como una brisa rozando el papel en el que escribo. El suelo de piedra ya cobra el tono rosa de la sangre aguada. La perra se relame. Da unos pasos a lo largo del ghat y vuelve al festín que ya es un tronco abierto por la espalda. Tres niños juegan a sumergir guirnaldas a su lado. La perra cumple con el cielo, restituye la carne a otra carne, lo impuro a lo impuro, devuelve a la totalidad la parte que le corresponde. Ya no puede reconocerse a qué ha pertenecido el trozo de carne que bambolea entre la pata derecha del animal y su hocico. El sol se está poniendo despacio en los escalones. Los niños juegan.



¿Que qué he venido a hacer aquí? ¡La gran pregunta! Ahora yo preguntaría ¿qué estuve haciendo allá? Un año, dos años de quejido, replegada sobre mí como una puerta mal cerrada, viéndome en mi propio quicio, encarando mi reflejo sin cesar, sin tregua. Sin tregua viéndome frente a mí misma en aquel espacio hueco, aquel espacio del yo que siempre, siempre es una ausencia. El yo es una ausencia. Cuanto más cerca estamos del yo más se ensancha la ausencia.
Vienen aquí muchos, como vinimos nosotros, cargados con ese yo, con toda su ausencia a cuestas. Se confunden con ella, con la ausencia. Son huecos andantes, huecos hambrientos, y todo lo que engullen, lo que se llevan, lo que coleccionan, todo se anonada en el hueco, ensanchándolo.
¿Qué vine a hacer aquí? Vine a no saberme, vine a estar. Hago: leo, estudio, escribo, miro, estoy. Estoy en lo que hago, soy lo que hago. Estoy en lo que miro. Soy lo que miro. No estoy. Dejo de estar frente a mí misma.
Sólo el recuerdo de la pregunta; ¿qué vine a hacer aquí? me despierta el otro recuerdo: el de quién preguntaba, al inicio del viaje, por la razón del mismo. Y el espacio que se ha abierto entre quien preguntaba y quien ahora escribe es tanto que me cuesta reconocer la identidad del "mí misma".
Quiero estar aquí. Por eso vine. Simplemente vine para querer estar donde estoy. Sorprendente respuesta, por inesperada. Lo que pensé que sería un adiós definitivo a este lugar resulta ser un encuentro. Un encuentro más allá de lo esperado, más allá de cualquier idea de encuentro o desencuentro.
Vine sin expectativas. Necesaria eliminación del lenguaje que fuerza a las sensaciones. Necesaria limpieza. Necesaria, imprescindible negación. Necesaria, imprescindible des-ilusión. Sólo es posible el encuentro para quien anda desprovisto de esperanza.
El "es" está fuera, no dentro. Dentro es falso. Quien mira adentro con el fin de encontrarse hallará el hueco. Engaños de los falsos místicos, los repetidores de fórmulas. Estamos donde nos proyectamos. Fuera. El error fue establecerse dentro.
O tal vez no fuese un error. Vine aquí con mi hueco. Vine montada en mi ausencia. De repente, el vehículo desapareció. Me encuentro andando con las patas de los búfalos, con la única pierna del tullido, con las tres patas del perro y con su sarna y algo realiza por mí las funciones del cuerpo, sin mí.



El templo de las sesenta y cuatro yogini, oculto en la red de callejuelas del centro de Benarés. Imágenes cargadas de energía. La diosa está en la piedra y en el metal, en la imagen misma, allí donde se la reverencia. La imagen no representa a la diosa, la imagen es la diosa. ¿Cómo no ha de serlo? La invocación de miles de fieles la carga a diario: la imagen es una pila, un almacén activo. Basta con situarse a la distancia correcta. Basta conectar para recibir.
Ella/s son fuerte/s. Durga y Kali frente a frente. Sus espacios convergen. Establecen líneas de energía. Líneas terribles, a la vez beneficiosas y maléficas. Durga, la bella y Kali, la terrible mirándose perpetuamente; madre e hija, ambas vestidas/tapadas con telas rojas. Oculta, su desnudez, con el color de la sangre y la vergüenza de estos tiempos. Yo conozco su desnudez. Por primera vez, me sitúo entre ambas. Yo, con los pies encorvados tratando de evitar el contacto con la piedra helada del templo, me apoyo en la montura de la diosa y las contemplo una a una, una tras una.
Son la misma. La serena, hermosa figura de Durga y la depredadora, la de la lengua roja, son la misma, los dos aspectos de la misma fuerza.
Dentro de mí, le añado serenidad al combate. Le añado construir a la destrucción. Le añado círculos a las cenizas. Le añado juego, juego cósmico a la nada.
Ya nada puede vencerme.
Yo soy la que juega y el juego mismo.



¡Muéstrame tu dios y te diré cuál es el color de tu miedo!



El lugar sagrado: un abrevadero. Centro que re-une por la naturaleza de su energía, aquella en la que todos los miembros de una comunidad se abrevan. Lugar que devuelve lo común, que vuelve a hacer comunitaria la energía disgregada. Un/a dios/a es un lugar sagrado o su núcleo.
Convertirse en dios: neutralizar lo personal, erradicarlo, limpiar la energía de aquello que la diferencia, convertirse en lugar común, lugar para la comunión. Ser un abrevadero.
"Yo soy Eso"", "Yo soy Dios": quien puede proferir estas palabras ha desparecido, anulado el yo que se pierde en el Eso, donde todo converge, lugar que remite a lo común de todos.
Pero Occidente ha invertido el camino. Ha perdido a sus dioses. Los dioses de Occidente se descargan, sus lugares se ahuecan.



Los niños se proyectan en sus muñecos. Los niños comparten sus muñecos. Su juego: sistema de interrelación. Exteriorizan su pre-mundo interior y, al hacerlo, construyen un mundo común, un mundo que habrá de pertenecer al grupo: aquellos que participan en el juego. El juego excluye a los que no juegan. El juego juega. Los otros se exteriorizan en otros sitios, de otros modos.
Los muñecos de los niños: los dioses de los hombres. Destruir los dioses ajenos es destruir al otro, al que no es igual, al enemigo, el que juega de otro modo. Destruir lo externo para destruir lo interior. Romper la proyección para desequilibrar, para aniquilar al otro quebrando su unidad, el lugar común, el núcleo que le hace fuerte.
Ahí donde no hay muñeco hay un niño "introvertido": un niño vertido en sí mismo. Ahí donde no hay dioses empieza la soledad compartida, la in-comunicación.
La diferencia entre el niño y el adulto: éste, al juego le añade la creencia, y la defensa de su creencia es su autodefensa. El muñeco puede ser reemplazado; el niño no cree: representa. El dios, una vez revestido de creencia, es el endurecimiento de la proyección. El yo ya no puede reabsorberse, la proyección es más fuerte, más sólida que lo proyectado.

El blanco

Me apuntaron a mí,
pero ahí donde llegó el dardo
no había nadie. -¿O sí lo había?

Yo acechaba detrás de un árbol.
Vi algo caer.



El problema de fondo de la moral, de toda moral: el deseo de permanencia del individuo. Por eso la moral echa mano de un modelo metafísico. Frente al modelo de la copia (Platón), el modelo del simulacro (Deleuze) que, eliminando el orden jerárquico (la Idea o el Padre), asume la universal orfandad y propone la imagen de un universo transformativo en el que las individualidades son puntos que se modifican mutuamente. Una red de relaciones. Puntos sin duración. Sin duración no hay identidad. No es necesaria. La identidad se disuelve en la red y la red es torbellino. No es una red de pescador, no apresa identidades. La red es torbellino. Los puntos son núcleos de fuerza. A veces estallan, otras veces se disuelven. Son intensidades.
Hace tiempo que el concepto "ser" no sirve a los propósitos de un sistema comprensivo del universo. Tal vez fueran, ahora, más efectivos los conceptos-símbolos, las imágenes simulacros. Durga y Kali, por ejemplo, símbolos activos.



Los búfalos miran desde su centro. La calma del núcleo se instala, al tiempo que la neutralidad moral, cuando miro el búfalo mirarme.
No proyectemos nuestra moral en los animales, no les "domestiquemos", no marquemos en su piel nuestras dicotomías. La moral es el convenio que regula las relaciones periféricas: las del mí. Las relaciones nucleares son del ethos. La ética es el habitar en lo propio allí donde la fuerza se iguala, condensada en la no-diferencia.



Proporciones: medidas (de las) fuerzas, medidas-fuerza que corresponden a/conforman una entidad.
Cualquier cosa, cualquier "algo" es la suma de sus proporciones.
Dimensiones: longitud de fuerza: modo vibratorio.
Medidas: configuración: espacio + movimiento (tiempo).
Mi percepción forma parte del mundo. Medida y medición a un tiempo.
Percibir el no-mundo: una contradicción. No percibirlo: el conocimiento no ha lugar. ¿La conciencia del núcleo? Tal vez. Pero el lenguaje no es adaptable a lo percibido y sus contrarios. Los contrarios tampoco sirven.
La imagen, tal vez la imagen.
La imagen-símbolo: imagen-fuerza.
La conciencia, esa conciencia, es creadora. Forma. Conforma. (Mide). Y de nuevo el espacio. Y el habla hace el tiempo. Y de nuevo un mundo. Conciencia extra-vertida. Núcleo expandido. La rueda en movimiento.
Digo rueda y utilizo una imagen. Digo rueda y el pensar procesa. Digo rueda y ya gira la rueda, ya está girando. Los símbolos también danzan. Dioses-símbolos, símbolos que son dioses que levantan el polvo al danzar, miríadas de puntos que inician su trayecto, que inundan el espacio con sus coordenadas. Polvo dorado que se da a ver en la luz, luz-símbolo, luz danzante, luz-reflejo de sí misma, luz que es una con el ver aunque distinta porque está allí, en el allí expandido ante el ver, el envés del ver que es su "ante", un ante que sólo puede decirse del que ve, el que asume el ver como suyo, el que asiste a la luz, el que la asiste.



Dice el Brihadaranyaka Upanisad (1.4.10): "Cada ser vivo es útil a los dioses como los animales son útiles a los hombres. Si una sola bestia es sustraída, es desagradable. Es por eso que no les gusta a los dioses que los hombres alcancen el conocimiento".
Y dice el Génesis (3. 22-24): “Y dijo Yahveh Dios: "¡He aquí que el hombre ha venido a ser como uno de nosotros en cuanto a conocer el bien y el mal! Ahora, pues, cuidado, no alargue su mano y tome también del árbol de la vida y comiendo de él viva para siempre."”



Jehová: uno de los dioses que ocupan la parte superior izquierda del mandala tántrico. El error: confundir uno de los devas (dioses) con el Absoluto. El dios de los judíos: un deva vengativo en guerra contra los asuras (demonios). Un dios que necesita la ayuda de los hombres: ellos son su alimento. Al rezarle le dan su fuerza, le entregan su energía. Los dioses se alimentan de las preces de sus "fieles". Cuanto mayor sea su número: su "rebaño", más fuertes se hacen ellos, más poderosos.



La relación de los hombres con los dioses es una relación inferior. Queda inscrita dentro del gran círculo, entre las garras del dios Yama. Hombres y dioses siguen sometidos al tiempo (la eternidad es tiempo también, aunque incalculable en nuestro cómputo), presos en la rueda de la existencia, aquella en la que los hombres, según sean sus actos, pueden subir a la morada de los dioses, pero en la que los dioses, al final del cómputo, habrán de bajar inevitablemente a ocupar el lugar de los hombres. De esa rueda es de la que el Buddha enseñó a los hombres a liberarse. Los dioses, al no padecer sufrimiento alguno (por exceso de felicidad, decía el sabio Bharata) no pueden desear liberarse. Sólo el estado humano propicia la voluntad del salto.



Liberarse de la rueda del tiempo y de la muerte (cambio, desintegración de la entidad, sea ésta humana o divina), salirse del círculo requiere el salto más allá de toda dualidad, empezando por la mayor de todas: la moral. La moral que mantiene las coaliciones, los grupos, los clanes. Toda moral es un anclaje en la rueda. El bien hace subir, el mal hace bajar. Pero la carga del bien tanto como la del mal se agota, convirtiéndose, como toda fuerza, en su contraria.



El error del hebraísmo: hacer de uno (de los dioses) el Uno. El error de Cristo: asumir el hebraísmo. El error de muchos cristianos: confundir a Jehová con el Dios de Cristo o, incluso, con la síntesis última del racionalismo.



Jehová habita dentro de la rueda. Fuera de la rueda: el brahman : energía que se expande, boca del universo, universo-rueda que sale de la boca-energía como una pompa de jabón del aro sobre el que sopla un niño, boca-abismo, boca inexistente, abismo más allá del sí y del no, del ser y del no-ser porque más allá del decir: puro supuesto, idea: idea necesaria para quienes no pueden pensar si no es mediante opuestos. La negación de los opuestos: idea, idea siempre, idea irremediablemente.
Hablemos del dentro. Hablemos de prákriti. Hablemos del mundo. Porque de "lo otro", no hay caso. Toda energía está dentro. Manifestada y en germen, en acto y en potencia vibrátil.



De lo que hablamos es del dentro. Siempre que hablamos, hablamos del dentro. Seamos "realistas": hablemos del dentro. De lo que hablo es del mundo. Y en el mundo, las tres conciencias. Y en el mundo, los varios mundos (no sólo el de los seres humanos). Y en el mundo, en uno de los mundos, Jehová, el que tal vez ha muerto, por exceso de venganza, rodando rueda abajo hacia el mundo de la ira que se sufre. Muerto por exceso de ambición, muerto en el reino de los cielos; decaído entre los inmortales. Muerto, también, extinto en su inmortalidad, por el descreimiento de sus adoradores, por la escasez del rebaño. Otro es, ahora, aquel al que están alimentando los locos. Pues es locura sucumbir a la necesidad de creer.



Por haber sufrido, tal vez, o inmerecidamente me concedieron un ángel (es una manera de decir -todo es una manera de decir).
Cuando un ángel cae, al principio sufre porque no sabe nada salvo la tarea encomendada. Después, poco a poco, va recuperando la visión y el poder. Cuando lo recupera del todo, entonces se va. Dicen que ha muerto pero no: es que le han vuelto a crecer las alas.

No estoy lista aún para que recuperes del todo la visión. ¿No ves cuánta confusión anida todavía en mi pecho, que me hace confundir, como por necesidad, el objeto al que la llama se dirige con el propio fuego? Ellos son excusas para arder, son el reto de las brasas, la madera para la pira. Ellos -esos otros, esos seres a los que amamos con ese amor que es deseo- son el señuelo. El fuego que no puede arder consume su propio lecho. No confundamos el fuego con el combustible.



¡Es tanta, la guerra de las partes! ¡Tanto trabajo cuesta reconocerse! ¡Tan torpe el intento, el acercamiento!
Lástima sería tener que volver a empezar, cegarse de nuevo, empezar sin ver. Es preciso morir viendo. Asistir. Ver cómo se despliega y se repliega la red que los seres trazan en sus idas y venidas.
Lo que hacemos aquí se hace en otro plano, lo que deshacemos se deshace allí, también. Esa frágil membrana que separa los planos -frágil no es la palabra, es sólida, pero tenue- puede desvanecerse un día. Lo espero, lo ansío, lo estoy esperando.



La ofrenda

Poner un marco a la ofensa.
Bajo la herida, un cuenco.

Recoger
la sangre y bebérsela frente al cuadro.
Como ofrenda.

Por los actos el yo
busca afianzarse.
Por los actos el yo es ofendido.
Por los actos el daño. Por los actos
el conocimiento.

Nada de lo que se hace a ciegas es
inútil para ver.



Mi escritura se inició allí como el ritual con el que pretendía preservarme de las miradas ajenas. Escribir es, a menudo, una gran estrategia defensiva: convertido en objeto de escritura, el mundo está en las manos del que escribe y él es su centro. La libreta hacía oficio de santuario; en ella, me sentía a salvo. No contaba con la enorme curiosidad que despiertan, en el indio, los rituales ajenos. La mirada del otro reforzaba a diario mi condición de objeto; yo era lo que representaba, lo quisiera o no. Lo era para otros, pero fui siéndolo más y más para mí misma igualmente. El objeto, ahora, era el mí, ese personaje interno que emite juicios al tiempo que experimenta agrado o desagrado, que piensa, cree, se emociona, se turba, se atemoriza, se defiende, se admira o se confunde y, en todos los casos, se identifica con sus estados. Identificarse con los propios estados mentales es la condición natural del ser humano; observarlos no es propio de esa condición, es el resultado de un entrenamiento, algo así como un ejercicio de esquizofrenia controlada mediante el cual se trata de establecer una distancia entre el mí (los estados senti-mentales que aparecen en continua sucesión) y la conciencia que observa. El último cuaderno, Diario de Benarés, es el diario del observador, el relato del periplo de una conciencia que, empeñada en alisar los pliegues que conforman el mí, termina disolviéndose en su propia mirada.



A finales de los ochenta, Benarés no era ni mucho menos el destino turístico que es ahora. Aún era un lugar donde alguien podía desprenderse de sí mismo, donde, en razón de lo ajeno que resultaba el entorno, podía fácilmente poner en duda la vigencia de sus códigos y someter a prueba la conciencia de su identidad. Mi estancia en la sagrada ciudad de Shiva se prolongó hasta bien entrada la estación seca. Tiempo suficiente como para que las brumas del amanecer se me calaran en los huesos y que la mirada de los búfalos llegara a convertirse en un estado interior. Vestí el sari y me respetaron por llevarlo atendiendo a la exactitud ritual de los pliegues. Aprendí a cocinar con queroseno en utensilios sin asas de acero inoxidable, a darle a la vaca pedigüeña las cáscaras de plátano entre los barrotes de mi ventana, a no frenar con la bicicleta en los cruces, a adormecerme con el sonido de las voces de los niños recitando los textos sánscritos en la escuela vecina, a maldecir los altavoces de los eremitas a las cuatro de la madrugada y, también, a acompasar mi gesto con el de la anciana que quería morir a la orilla del río y amasaba las boñigas para el fuego sobre los peldaños de mi puerta. Todas aquellas cosas fueron poco a poco modificando mi manera de estar en el mundo. Me procuraron otro tiempo, más dilatado y lleno. La nostalgia de ese tiempo, fue lo que me instó a volver una y otra vez.



Textos: Chantal Maillard, Diarios indios

J'ai d'abord voyagé le plus loin possible, dans une des civilisations le plus éloignées de la mienne: l'Inde. Là, j'ai trouvé mes yeux: ils m'ont été donnés par les yeux des "autres" [...] Je compris qu'il fallait abandonner tout ce que, par-dessus le noyau, le centre de mon être, j'avais accumulé comme les plis d'un habit, et que j'avais replié, au fil des jours, une fois et encore, toujours dans les même plis. Les répétitions, ce que nous appelons la "personnalité", se confondent vite avec le "moi". Souvent, nous arrivons à croire que nous ne sommes pas autre chose que nos gestes et nos actions reitérés. Je sus qu'il fallait que j'abandonne mes plis pour pouvoir recommencer à voir les choses comme la prèmiere fois.

Chantal Maillard, "Les murs qui nous séparent"



Piano music - Tindersticks