En el transcurso de los dos últimos siglos, esas formas tradicionales de tratamiento del animal se han visto alteradas, es demasiado evidente, por los desarrollos conjuntos de saberes zoológicos, etológicos, biológicos y genéticos siempre inseparables de técnicas de intervención en su objeto, de transformación del objeto mismo y del medio y del mundo de su objeto, el ser vivo animal: por la cría y el adiestramiento a una escala demográfica sin parangón con el pasado, por la experimentación genética, por la industrialización de lo que se puede llamar la producción alimenticia de la carne animal, por la inseminación artificial masiva, por las manipulaciones cada vez más audaces del genoma, por la reducción del animal no solamente a la producción y a la reproducción sobreactivada (hormonas, cruces genéticos, clonación, etc.) de carne alimenticia sino a toda suerte de otras finalidades al servicio de cierto ser y supuesto bienestar del hombre.
Todo esto es demasiado conocido, no nos extenderemos en ello. De cualquier modo que se lo interprete, cualquiera que sea la consecuencia práctica, técnica, científica, jurídica, ética o política que se extraiga de ahí, nadie hoy puede negar este acontecimiento, a saber, las proporciones sin precedentes de este sometimiento del animal. Podemos llamar violencia a este sometimiento cuya historia intentamos interpretar aunque sea en el sentido moralmente más neutro de aquel término e incluso cuando la violencia intervencionista se practica en ciertos casos muy minoritarios y en absoluto dominantes, no lo olvidemos jamás, al servicio o para la protección del animal, pero la mayoría de las veces del animal humano. Nadie puede tampoco negar con seriedad la denegación. Nadie puede ya negar con seriedad ni por mucho tiempo que los hombres hacen todo lo que pueden para disimular o para disimularse esta crueldad, para organizar a escala mundial el olvido o la ignorancia de esta violencia que algunos podrían comparar a los peores genocidios (hay también genocidios de animales, el número de especies en vía de extinción por culpa del hombre nos deja helados). La aniquilación de las especies, en efecto, estaría en marcha pero pasaría por la organización y la explotación de una supervivencia artificial, infernal, virtualmente interminable en unas condiciones que los hombres del pasado habrían considerado monstruosas, fuera de todas las supuestas normas de la vida propia de los animales de ese modo exterminados en su supervivencia o en su propia superpoblación.
Todo el mundo sabe en qué terroríficos e insufribles cuadros podría una pintura realista convertir la violencia industrial, mecánica, química, hormonal, genética a la que el hombre somete desde hace dos siglos a la vida animal. Y en lo que se ha convertido la producción, la cría, el transporte y la muerte de esos animales. En lugar de mostraros esas imágenes poniéndooslas ante los ojos o de despertarlas en vuestra memoria, lo que sería a la vez demasiado fácil y sin fin, diré solamente una palabra sobre este “pathos”. Si estas imágenes son “patéticas”, lo son también porque abren patéticamente la inmensa cuestión del pathos y de lo patológico, precisamente, del sufrimiento, de la piedad y de la compasión. Y del lugar que hay que conceder a la interpretación de esta compasión, al hecho de compartir el sufrimiento de unos seres vivos, al derecho, a la ética, a la política que sería preciso vincular con esta experiencia de la compasión. Puesto que lo que ocurre, desde hace dos siglos, es una nueva experiencia de esta compasión. Ante la invasión por el momento irresistible pero negada, ante la denegación organizada de esta tortura, unas voces se alzan (minoritarias, débiles, marginales, poco seguras de su discurso, de su derecho al discurso y de la puesta en marcha de su discurso en un derecho, en una declaración de derechos) para protestar, para apelar, llegaremos a ello, a lo que se presenta de manera tan problemática todavía como los derechos del animal, para despertarnos a nuestras responsabilidades y obligarnos respecto al ser vivo en general y precisamente a esta compasión fundamental que, si se la tomase en serio, debería cambiar hasta los cimientos (y cerca de los cimientos querría trabajar intensamente hoy) de la problemática del animal.
Jacques Derrida, L'animal que donc je suis.
Aunque desde siempre se haya ejercido una gran violencia contra los animales, yo intento mostrar la especificidad moderna de esa violencia, y el axioma –o el síntoma- “filosófico” del discurso que la sostiene e intenta legitimarla. Esa violencia industrial, científica, técnica, no puede soportarse todavía demasiado tiempo, de hecho o de derecho. Se verá cada vez más desacreditada. Las relaciones entre los hombres y los animales deberán cambiar. Deberán hacerlo, en el doble sentido de este término, en el sentido de la necesidad “ontológica” y del deber “ético”. Pongo estas palabras entre comillas porque dicho cambio deberá afectar al sentido y al valor mismo de estos conceptos (lo ontológico y lo ético). Por eso, aunque su discurso a menudo me parezca mal articulado o filosóficamente inconsecuente, tengo una simpatía de principio para aquellos que, a mi juicio, tienen razones, y buenas, de alzarse contra la manera en que son tratados los animales: en la cría industrial, en el matadero, en el consumo, en la experimentación.
Cuando encaré esta cuestión en los Estados Unidos, en la Facultad de derecho de uan universidad judía, utilicé esa palabra de genocidio para designar la operación que consiste en reunir centenares de miles de animales cada día para enviarlos al matadero y matarlos en masa tras haberlos engordado con hormonas. Eso me costó una réplica indignada. Alguien me dijo que no aceptaba que yo hablara de genocidio: "Nosotros sabemos lo que es el genocidio".
Jacques Derrida, Y mañana, qué... (conversación con Élisabeth Roudinesco)
Hay en el animal una inocencia que se me antoja camino de vuelta al origen. Anterior al juicio que distingue y sopesa, le procura al gesto la precisión que la razón le niega cuando se activa en los territorios que no le pertenecen. Y cuánto esfuerzo le cuesta lograr un “acierto” donde, sin ella por guía, habría certeza. El ser humano “desarrollado” se enorgullece de los logros de su inteligencia, pero cuán torpe es, cuán pobre y desasistido cuando pretende comportarse de acuerdo con la naturaleza. Yo aprendo de un animal todo aquello que mi voluntad traba. Y aprendo, también, mi desgracia, mi inferioridad y mi condición de extraña en este mundo que no sabemos proteger lo suficiente. Contemplo, voy hacia ellas, hacia las bestias, me “abestio”, je m’abêtis, como sugería Montaigne. Aunque para el hombre enaltecido s’abêtir (“idiotizarse” sería la traducción de la palabra en su uso común) es rebajarse, volver al estado de salvajismo en el que, según sus teorías, estábamos al principio y en el que la carencia de leyes nos llevarían a matarnos unos a otros “sin razón”. Olvidan que las reglas que acorde a razones han de darse los seres humanos para convivir sin daños no son en absoluto necesarias en el reino animal. La acción de un animal, que nunca opera contra el bien de todos, no se diferencia de la ley natural.
La inocencia de las bestias, la aceptación incondicional por parte de cada una del lugar que ocupa en la cadena y la asunción, por otra parte, de ese ejercicio de crueldad que es, para cualquier buen entendimiento, un mundo organizado sobre el hambre en una rueda sin fin de resistencia, miedo, dolor y muerte, es para mí algo más que una lección de humildad. Chuang tsé, cuya sabiduría era grande, refiere este consejo, que daba el Señor del Mar del Norte al Conde de los Ríos: “Procura que lo humano no destruya lo Celestial en ti; procura que lo intencional no destruya lo necesario”. Para conseguirlo, para conservar lo necesario se ejercitaban los taoístas en la espontaneidad. El recogimiento (no-mente) antes de lanzar la flecha o trazar la línea con el pincel, la “détente du tigre”, como decía Michaux aludiendo al gesto certero del tigre que salta sobre su presa, pero también la conciencia del gesto cotidiano, esos gestos que realizamos sin necesidad de que el pensamiento los anticipe. No creo equivocarme al pensar que también a ello aludían Hui-Neng y otros maestros del budismo chan cuando hablaban de la necesidad de hallar el “rostro original”. Lo celestial, el rostro original, no es otra cosa, a mi entender, que la sabiduría de las bestias.
Chantal Maillard, Hainuwele y otros poemas
La tierra prometida cumple para mí una función bastante similar: es a la vez un memorial, una estela, un monumento en el que figuran los nombres genéricos de algunos de los miles de animales que han perecido, que perecen, o están a punto de perecer. Y también es fuego y obelisco, columna y ofrenda para aquellos desconocidos como individuos que perecen, y perecieron y perecerán por obra de otros animales que proliferan por encima de los límites de lo que el organismo terrestre nos permite y en detrimento de todos los demás a los que maltratamos y hemos maltratado.
[…]
Hablamos de hacer leyes para los grandes simios porque se nos parecen. Empezamos a respetar a las ballenas y a los delfines cuando averiguamos que también ellos tienen lenguaje. No nos paramos a pensar que tal vez nuestra mente es tan limitada que no puede comprender el lenguaje que sí tienen las demás especies, que su forma de comunicarse sea demasiado ajena a aquella tan limitada de las palabras y la gramática.
Empezamos a pensar en su desaparición cuando ésta es un síntoma de algo que nos atañe y porque nos atañe. No hablamos desde la compasión, sino desde el miedo.
[…]
Si un ejército puede hacer saltar un puente que atraviesa a paso rítmico, ¿no podremos nosotros impedir que desaparezcan algunos animales, si repetimos sus nombres al unísono, con insistencia y con la voluntad de que perduren? Si creyese en algo sería en el efecto del deseo proyectado en un objeto. Tal vez podamos enfocar en ellos intensamente nuestra voluntad mientras nos unimos en el recitado de esta letanía que es una plegaria dirigida a todos nosotros por todos ellos.
[…]
Pero aún así y, pese a toda su codicia, su imbecilidad, su fatuidad, me atrevo a creer que hay en el ser humano un reducto, una capacidad cordial que bien puede que corresponda con el latido, esa respiración que al fin y al cabo es común a todos y nos une a través del aire que nos penetra. […]
Por compasión, pues, no sabiendo, y como animal que soy, pronuncio e invito a pronunciar el ensalmo, tomando partido por la inocencia, la de ellos, por encima de mí, de nosotros, del animal racional, pero también por él, porque él es un punto más en la trama y aunque éste no deba ser jamás un argumento a utilizar para protegerles porque sin ellos, sin todas y cada una de estas múltiples formas de vida, nosotros tampoco sobreviviremos. Es por todos, pues, que invito a entonar “tal vez aún apenas sea posible nunca…”.
-¿Cómo se gesta “La tierra prometida”?
La verdad, no lo recuerdo, pero creo que como se gestan todas las cosas que iniciaron su andadura desde antes de nosotros y que siguen su rumbo después. Si no fuese un tanto presuntuoso, a estas alturas, me gustaría decir que no soy más que un intermediario. Lo que sí recuerdo es que cuando me vino a la mente el título (la frase adverbial que compone el fondo de la letanía vino antes) pensé que no sería nada extraño que “la tierra prometida” terminase siendo un erial, viniendo la expresión de una ideología del exterminio genocida que entiende que el hombre es el dueño y señor de todos los animales y que éstos fueron creados para su servicio y alimento. Nada bueno puede salir del entendimiento del universo como jerarquía, servidumbre y señorío.
http://www.conoceralautor.com/obras/ver/NTI1
Chantal Maillard, presentación de La tierra prometida y entrevista en la red
No es posible hacerse idea de hasta qué punto va a ser peligroso el mundo sin animales.
¡Oh animales, queridos, terribles, moribundos animales!; ¡pateáis, os comen, os digieren y os asimilan; animales de presa y despedazados entre sangre; animales huidos, reunidos, solitarios, avistados, acosados, destrozados!; ¡animales no creados, robados por Dios; expuestos a una vida de trampas, como niños expósitos!
Hay algo en los animales que lo calma, concretamente en todos los que lo incitan a callar.
El progreso del mundo depende de que se mantengan con vida más animales. Pero los más importantes son los que no se utilizan para fines prácticos. Cada especie animal que se extingue vuelve menos probable nuestra supervivencia. Sólo ante sus formas y voces podremos seguir siendo humanos. Nuestras metamorfosis se desgastan si se extingue su origen.
Es verdad que hay animales que se asemejan a los hombres en su estupidez. Pero uno no puede librarse de la sensación de que la estupidez de los animales no es tal y de que, en cualquier caso, es más inocente que la nuestra.
Lo inalcanzable en los animales: cómo nos ven ellos.
Elias Canetti, Apuntes II.
No es posible hacerse idea de hasta qué punto va a ser peligroso el mundo sin animales.
¡Oh animales, queridos, terribles, moribundos animales!; ¡pateáis, os comen, os digieren y os asimilan; animales de presa y despedazados entre sangre; animales huidos, reunidos, solitarios, avistados, acosados, destrozados!; ¡animales no creados, robados por Dios; expuestos a una vida de trampas, como niños expósitos!
Hay algo en los animales que lo calma, concretamente en todos los que lo incitan a callar.
El progreso del mundo depende de que se mantengan con vida más animales. Pero los más importantes son los que no se utilizan para fines prácticos. Cada especie animal que se extingue vuelve menos probable nuestra supervivencia. Sólo ante sus formas y voces podremos seguir siendo humanos. Nuestras metamorfosis se desgastan si se extingue su origen.
Es verdad que hay animales que se asemejan a los hombres en su estupidez. Pero uno no puede librarse de la sensación de que la estupidez de los animales no es tal y de que, en cualquier caso, es más inocente que la nuestra.
Lo inalcanzable en los animales: cómo nos ven ellos.
Elias Canetti, Apuntes II.
Gracias por esta hermosa selección, Stalker. Lo que me ha hecho pensar, sobre todo, es lo asombroso, me asombra que sea necesario escribir tanto para convencer de algo que debería ser tan obvio. Espero no te moleste que añada un poquito más:
ResponderEliminar"En la repulsión que nos inspiran los animales, la sensación predominante es el temor a que nos reconozcan al tocarlos. Lo que se aterra en las profundidades del hombre es la oscura conciencia de que en él vive algo que, siendo muy poco ajeno al animal que provoca repulsión, pueda ser reconocido por éste. Toda repulsión es, por su origen, repulsión al contacto. Incluso el afán dominador sólo consigue pasar por alto este sentimiento mediante gestos bruscos y desmesurados: estrujará con violencia y devorará al objeto de la repulsión."
Walter Benjamin
Un abrazo.
Querida Bel M.:
ResponderEliminares asombroso, en efecto, y sin embargo no sé hasta qué punto somos conscientes de todo el sufrimiento (invisible para nosotros) cada vez que comemos un trozo de carne de cualquier animal. Hay un sufrimiento infinito en ese gesto que realizamos con aparente despreocupación. No creo que de eso se sea demasiado consciente, y está bien recordarlo, insistir, no claudicar.
También la extinción masiva de las especies parece ocurrir muy lejos de nosotros, en tierras remotas o exóticas, y eso no es así. Aquí mismo, muy cerca, el ecosistema muere, y nosotros moriremos con él.
Quizá todo dependa de que el hombre es un depredador incapaz de ver las cosas a largo plazo. Un ser increíblemente falto de imaginación para todo lo que no le atañe, es decir: en gran medida desprovisto de empatía, esa virtud que tendríamos que esforzarnos en cuidar...
La cita de Benjamin es más que bienvenida, y muy muy jugosa...
Hay muchos más pensadores que han escrito sobre los animales, me he quedado con estos tres porque, en sus escritos, cuando hablan del animal, me emocionan profundamente. Me conmueve hacia lo que apuntan sus palabras, pero también el dardo mismo de la palabra...
Haría falta un despertar colectivo masivo, mecanismos de intensificación de la conciencia, quizá el sueño budista de la compasión universal para invertir este proceso ya ineludible y fatal de extinción de las especies, de tortura sistemática en la industria cárnica y láctea y de aniquilación, al fin, del único mundo que (por ahora) tenemos...
Una verdadera lástima que sea tan obvio, Bel, y que el hombre, como especie, mire para otro lado. Hay muchos individuos que reaccionan, pero el hombre como especie no hace nada, no "despierta" ni ante la promesa segura de su propia extinción.
Es muy triste
(pero el abrazo que te envío es alegre)
Lo paradójico del hombre es ser un animal que ha adquirido una conciencia aguda de su capacidad de destrucción por estar en la cúspide de los predadores y continuar destruyendo(se). Su arrogancia es tal que está seguro, convencido de que tendrá una segunda oportunidad y que será el único en salvarse. Construirá un arca sí, pero para él solo.
ResponderEliminarAcertadísimas reflexiones.
ResponderEliminarEsa actitud prepotente y soberbia del ser humano morirá de puro éxito.
Nadie puede inculcar a nadie instintos, inquietudes ni deseos de aprender o de cambiar que no estén ya en su propia naturaleza. Solo el miedo mueve a las masas ignorantes. Se cuida la naturaleza porque nos aprovechamos de ella, simplemente.
Dejar de comer animales es un buen comienzo para muchas personas, aparte de los beneficios físicos cambia la percepción que tenemos sobre ellos.
Vamos hacia un cambio profundo de conciencia. Se acaba un ciclo (kali-yuga). Es irremediable. Se extinguirá el homo-saphiens. Pero hay una nueva especie humana en "preparación-formación" que trascenderá y la vida continuará, de otro modo, pero seguirá.
Un saludo, y un beso.
Muy interesante tu entrada.
ResponderEliminarMe gustaría decir que: si no somos capaces de manejarnos con nosotros como especie, ¿como podremos hacerlo con las otras?.
Nuestra crueldad para nosotros mismos es inmensa.....
Solo matar para comer y en defensa propia, hacerlo con sufrimientos es inútil y estúpido.
un abrazo.
Gracias por estos textos sobre los animales que releeré mañana con más calma. Yo, que hace unos meses vivo más cerca de ellos, voy por la calle mirándoles, tengo la sensación de haber vuelto a ellosesta vez en una zambullida, full immersion, a través de la enfermedad de Gilda y su aceptación de la muerte, y ahora rescatando a Rufus, y detectando su vieja tristeza, su miedo y su necesidad de afecto. Y me hace ilusión leer aquí a Derrida (tengo ese libro de entrevistas con Roudinesco), de hecho yo me sentí huérfana cuando desapareció, y le descubrí hablando de su descubrimiento de la hospitalidad en pleno extravío (la cárcel argelina, donde su compañero de celda fue hospitalario). En fin, siento ser tan plana en mi comentario, hoy no puedo articular mejor (suerte que Bel M lo ha hecho un poco por mí citando a WB).
ResponderEliminarHay un texto que a mí me gusta mucho y está en The Life of Animals, de Coetzee
ResponderEliminarLeonardo:
ResponderEliminarsuscribo tu desalentadora prospección, y además creo que no se salvará y que no tendrá una segunda oportunidad.
Al menos está civilización será destruida por un cataclismo o perecerá levemente, de tedio y herrumbre vital. Ojalá luego seamos capaces de inventar algo mejor y no repetir de nuevo los mismos errores, mezquindades y arrogancias,
abrazos
Mercedes:
ResponderEliminarquiero creer en esa emergencia de hombres más libres, más puros, menos insensatos. Que vivan buscando el equilibrio y más cerca de la tierra. Imagino una sociedad más pequeña, hasta cierto punto agrícola. Es imposible sostener nuestro sistema de vida, con trabajos no manuales sostenidos por el esfuerzo y sufrimiento de otros y a costa de unas desigualdades intolerables en el mundo humano y animal.
Un hombre nuevo y generoso, libre de ataduras y falsos conceptos, que no esté "donde hay que estar" y haga "lo que hay que hacer". Que sepa descentrarse para llegar a los demás: el principio de la empatía.
Espero la llegada de ese hombre, que creo no veré, mientras esta civilización se encamina al desastre inminente en unas décadas y a nadie parece importarle.
abrazos
Tula:
ResponderEliminarme gustaría quizá invertir la fórmula: tal vez si tratamos mejor a los animales empecemos a tratar mejor a los seres humanos. Ellos merecen el mismo respeto, incluso iré un poco más lejos: merecen más respeto porque son inocentes, han llegado aquí y se limitan a vivir: no envenenan el planeta ni exterminan a sus semejantes.
Incluso lo de matar para comer, que puedo llegar a entender y compartir, no estoy seguro de que sea absolutamente necesario: una dieta principalmente vegetariana hace mucho bien, no siento en mí ningún deseo subrepticio de engullir filetes sangrientos. No niego que seamos biológicamente omnívoros, pero quizá el carnívoro es en cierta medida una construcción cultural: nos enseñaron a comer carne y a ignorar, cómo señala agudamente Derrida, la tortura infame que hace que esa carne llegue al plato (nuestros amantes padres nos enseñaron lo que les habían enseñado a ellos, es decir, una amalgama inconsistente de mentiras y medias verdades, supuestamente refrendadas por un incorruptible derecho cosuetudinario y por el tristemente célebre dogmatismo moral que arrasó todo rastro de compasión y acercamiento en el nudo de víboras que ha sido España).
Me alegra que estos textos te gusten y los acompañes con tu lectura y tu presencia...
un abrazo fuerte
Belnu:
ResponderEliminarahora llevas a los animales a flor de piel, están inscritos en ti y esa sensibilidad los acoje. Rufus sin duda ha encontrado un hogar que es también una morada del corazón. El afecto de un gato es algo increíble, muy distinto al de los perros, pero maravilloso (entre los defensores de los gatos y los defensores de los perros me quedo, claro, con ambos: perros y gatos me parecieron siempre indistintamente deliciosos y cariñosos).
A Derrida lo estoy leyendo con lentitud y un aprecio infinito. Me está enseñando a situar la lente a la distancia correcta. Y creo que dentro de poco me ofrecerá herramientas para una de mis pasiones favoritas: la deconstrucción. Claro que yo no la llamaba así, la llamaba "oblicuidad": leer un texto y mostrar sus fallos lógicos, la inconsistencia de sus campos metafóricos, los conceptos que se hacen fuertes en un supuesto centro de sentido (por ejemplo, la "retórica de la luz" que tanto combato en la "poesía del silencio" y que ha construido un coto de caza selecto para el etno-androcentrismo más decrépito de la rancia academia en este país, etc.).
A Derrida se lo ha insultado miserablemente, y cuando no, se lo ha criticado tildándolo de hermético y oscurantista (Félix de Azua le ha reservado palabras durísimas, sin ir más lejos). Y tal como sospechaba, me he encontrado un espíritu especialmente sutil, especialmente penetrante y delicado, y que por ello ha tenido que forjar un lenguaje propio. Esto es algo, un lenguaje propio, que los detractores, que suelen limitarse a perpetuar el cauce conocido (digamos, la "retórica de la luz"), no perdonan nunca.
El texto de Coetzee no lo conocía pero trataré de buscarlo.
abrazos
Muy esclarecedor. Son datos que aportan a una discusión que debe darse en serio, y no de una manera "emotiva", solamente.
ResponderEliminarTengo mis confusiones, porque nunca sé, precisamente, hasta dónde llega la aceptación de lo "ritual" o del "suministro" humano, pero sin dudas hay un uso salvaje, cruel, inhumano (es paradójico) de la ciencia con respecto a los animales.
Un abrazo.
Curiyú:
ResponderEliminaren esa paradoja estamos y quizá ha llegado el momento de abordarla, como dices, seriamente.
Hay muchos datos sobre la mesa y urge una acción responsable inmediata y de naturaleza colectiva: masiva, si pretende ejercer algún efecto. Cierto daño ya es irreparable, pero... si mañana mismo nadie se subiera a un avión, nadie volviera a encender su coche, si mañana mismo dejáramos de consumir según qué artículos quizá algo, después de todo, podría salvarse.
Desde luego no las miles de especies que hemos extinguido.
un abrazo
Quien quiere cambiar busca los medios, quien no lo quiere busca una excusa.
ResponderEliminarNo creo en un cambio social, ni en soluciones totales. En este momento no creo que podamos hacer nada para remediar lo irremediable, pero aun así cada uno tendrá que buscar sus medios, porque lo personal si está a nuestro alcance, solo durante nuestra corta vida, sin pensar en herencias ni futuros… no quiero pensar en un hombre nuevo, ya hemos tenido demasiadas oportunidades.
Sin dogmatismos, no tengo que convencer a nadie, el que quiera ver que vea, todos sabemos en qué sistema vivimos y excusas hay miles. Y el que vea, no solo vera los mataderos y la prepotencia humana, vera lo más hermoso que existe… los vera a ellos.
Supongo que es cuestión de sentirse un poco más inocente, tan solo un poco, como humanos que somos nunca lo suficiente.
Desde hace ya un tiempo, podría decir que deseo “ir hacia las bestias”, y en ese camino creo que te tendré cerca. Espero que cada especie animal que se extinga haga absolutamente improbable nuestra supervivencia.
Lo siento, siento esta entrada. Un fuerte abrazo.
SaLuz!
Bashevis:
ResponderEliminaraplaudo tus palabras y tu sincera ira ecuménica.
Creo que cada especie que se extingue hace inevitable la nuestra, acerca aún más nuestro fin, al menos el fin de nuestra civilización (el ser humano no se extinguirá, sencillamente sobrevivirá en las ruinas de nuestro mundo y reconfigurará, tras un largo "crepúsculo", un nuevo orden social, probablemente a través de la reformulación de retazos de los órdenes antiguos).
Lo de un hombre nuevo es un deseo. A mí me gustaría que llegara ese "hombre nuevo", por mucho que dude de su advenimiento. Con hombre nuevo estoy aludiendo a la necesidad imperativa de algún tipo de "despertar colectivo". Uso todo esto entre comillas porque son expresiones que despiertan el principio de sospecha inalienable: ninguna de estas categorías debe alzarse en principio, ninguna debe cantarse o ensalzarse como principio redentor y mucho menos psico-religioso (porque de ahí al totalitarismo sólo hay un pequeño paso). Aun así, la idea utópica de un despertar me seduce de algún modo, y esto quiere decir quizá que hay un fondo de ingenuo optismismo, algún atisbo de esperanza aún por debajo de la ferocidad del diagnóstico.
Ver lo más hermoso que existe, verlos a ellos... No te pierdas la próxima entrada, Bash, donde ellos (o mejor dicho, algunos ellos, serán los protagonistas) en su invencible hermosura; ellos, siempre.
Saluz y seguimos en este empeño...
no sé qué decir. eso es buena señal. callo y emprendo el camino.
ResponderEliminarmuchas gracias, como siempre.
besos,
ò.
Búfalo:
ResponderEliminartú ya estás en el animal, el animal ha llegado a ti,
por eso el silencio,
abrazos
Ah, cómo me alegra ese encuentro tuyo con Derrida! Te recomiendo la película D'ailleurs Derrida. Es una entrevista maravillosa. A mí me encantó también Apprendre à vivre enfin, yo siempre cito algo de ese librito, pero tantos otros que me entusiasman, foi et savoir, a-dieu à levinas, de la hospitalidad, sur parole, les yeux de la langue, Parole! etc
ResponderEliminary también hay muchas cosillas en youtube
aquí habla del miedo a escribir
http://www.youtube.com/watch?v=qoKnzsiR6Ss&feature=related
aquí habla de los animales
http://www.youtube.com/watch?v=Neu4kI_Yi0A&feature=related
y aquí simplemente pasea meditabundo
http://www.youtube.com/watch?v=_izFg26OIQw&eurl=http%3A%2F%2Fwww%2Efacebook%2Ecom%2Fposted%2Ephp%3Fid%3D1094732713%26share%5Fid%3D93651324724%26post%5Fid%3D93651324724%26comments%3D%26share%5Ffooter93651324724%3D&feature=player_embedded
Para mí la deconstrucción es una clave, no hace falta quemar ídolos, puedes reactualizarlos...
Pero sobre todo, para mí Derrida es el filósofo de la hospitalidad y como mi conflicto, mi double bind viene de la antihospitalidad que sufrí y la ética que me constrúí tenía que ser por fuerza la de la hospitalidad, pues él me consoló muchísimo, aun cuando explique que es imposible.
Bueno, ya paro
Belnu:
ResponderEliminar¡no pares!
La hospitalidad es la clave. Como puedes imaginar, no he seleccionado a estos tres autores al azar, los une un hilo tenue pero fuerte. Derrida lo llama hospitalidad, Maillard compasión y Canetti... no sé qué palabra aplicar, tal vez inter-cordialidad, entendimiento. Son tres declinaciones de la empatía, a las que dedican muchas páginas y comentarios.
O así lo veo yo, al menos.
De Derrida me gusta mucho su faceta subversiva, el no respetar ninguna verdad canónica, ni siquiera con sus amigos: duda siempre, e indaga.
Se atreve también a decir cosas muy impopulares, a riesgo de incordiar, de ser políticamente incorrecto o impopular. Éste es otro rasgo que los vincula a los otros dos, y es una forma de sinceridad que agradezco y que me parece muy coherente en los tres casos (y en otros muchos, claro). Incluso cuando no estoy de acuerdo lo agradezco, porque me fuerzan a pensar las cosas desde esa oblicuidad, y atacar así los tótems de sentido, las fortalezas del conocimiento, y desenmascarar las trampas del lenguaje (sus pequeños fascismos incluso) en que vivimos en esta a veces delicada ceguera del consenso...
Los vídeos los conocía y los textos, algunos sí y otros no. Voy lento, y ahora me toca entrar en la obra "mayor" (con todo el escrúpulo semántico y ético intercalo este adjetivo): "De la gramatología", "La diseminación", "Márgenes de la filosfía" (¡espléndido título!)
abrazos
Potente tríptico que forma un círculo, abierto, con tres estilos tan diferentes de escritura, para pensar un mismo objetivo. Me gusta también la visión de la animalidad que presentaron Deleuze y Guattari, cómo solo cuando nos acercamos a comprender la animalidad podemos acceder al territorio de lo múltiple, lo nómada, escapamos de nuestra automarginada y monadológica conciencia, de las máquinas de pensamiento.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo con lo que decís: se tiene el tópico de Derrida de que es obtuso, arbitrario y oscuro, pero a mí lo que siempre me ha llamado la atención de sus escritos -más aún que su inteligencia, su esfuerzo por comprender de otro modo y desmontar lo dado- es su humanidad, su modestia.
un abrazo
Rubén:
ResponderEliminardichosos los ojos que te ven aparecer por aquí...
Tuve presentes a Deleuze y Guattari, pero no los incluí porque sus reflexiones del animal son más estrictamente filosóficas y menos reivindicativas. "Utilizan" al animal para explicitar su propia concepción conceptual, pero no hay un acercamiento al animal, ni mucho menos compasión o denuncia. Lo cual no implica que me seduzca su discurso, aunque hablando de los animales, por el lado francés, me quedo con Derrida, el más sensible, con diferencia, a todo ese sufrimiento que acallamos.
Humanidad y modestia en Derrida, estoy de acuerdo. Y esto no entra en contradicción con cierta ferocidad deconstructiva, con ese deseo de desmontar los andamiajes conceptuales que vertebran -precariamente- este balbuciente existir.
Esta voluntad desmitificadora y desestructuradora es común a esas tres voces, matizada por temperaturas anímicas distintas pero desde una misma lucidez.
Me alegra verte por aquí,
un abrazo
Los cafés que prefiero son, desde ya, mis cafés con Stalker. De buena mañana me han sorprendido los animales y he visto entonces que había más cosas ý que debía ponerme al día. No he esperado a mañana.
ResponderEliminarDerrida me fascina, lo que ocurre es que lo he estudiado desde el punto de vista de la crítica literaria. Es decir, lo conozco mal, muy parcialmente, de algún curso o lecturas propias, a partir del libro de Ariel anterior al que luego se hizo famoso y de otros textos que vinieron luego. Los fragmentos que seleccionas son de antología, verdaderamente excelentes. Y luego ChM, que me estás convirtiendo en adicto. Es cierto, por ejemplo, el matiz entre compasión y miedo, aunque se necesita una enorme generosidad para reconocer esos límites (y no son buenos tiempos para los actos generosos, o los pensamientos generosos, en el caso de que un pensamiento no sea también un acto... ya sabes que la Iglesia lo diferencia, pero también sabes lo largos que son). Nada, que yo también opto por idiotizarme porque eso no es una actitud sino que, en el fondo, es una patria en la cual imagino una gran comodidad y mejores compañías.
Todo ello para decirte que es pura revolución lo que proponen estos autores. Y cuando lo cuentan ellos ves claramente que esa es también tu historia (jamás lo dudé, en realidad).
Aviso, el café con Stalker hoy se ha convertido en dos cafés. Un momento intenso. Gracias, va en serio, porque estos textos son un regalo, aunque yo a veces me exprese tan mal.
Ramón:
ResponderEliminarqué grato me resulta sorprenderte y que te tomes dos cafés, y aún más con estos temas que considero de la máxima importancia.
Esta historia es, en efecto, también nuestra: nos reclama, nos pide que participemos en ella, aunque sea en voz baja, aunque sea con todo lo que nuestra lentitud pueda aportar. Es una revolución que hay que dar a conocer: lo que hay en estas palabras tiene un potencial subversivo inimaginable, porque denuncian varias imposturas que muchos querrían negar. Y no es cómodo, no, mirar las cosas de frente, aceptando cierta crudeza en el gesto que dice y levanta el velo...
Voy a repasar el presupuesto para ver si puedo poner una máquina de café en Marienbad, para que disfrutes cómodamente más momentos intensos...
un abrazo
Te cito: "Haría falta un despertar colectivo masivo, mecanismos de intensificación de la conciencia."
ResponderEliminarGracias, sé que tienes una idea de lo que todo esto que dices, escribes, gritas, compartes... todo esto que tu ruges me significa.
D:
ResponderEliminarme alegra significarte en esta necesidad de grito y subversión, que sé que también te ocupa, te pre-ocupa (y te des-cupa y te des-aloja)-
En esa vibración cordial, en ese despertar, se cifra acaso la salvación, la última posibilidad...
un abrazo