lunes, 30 de agosto de 2010

El cuenco



Hoy hace dos años que Lost in Marienbad empezó su andadura. Han pasado muchas cosas: muchas escrituras se han asomado aquí y han volcado su traza, su trayectoria de lava, su paso leve o denso. El propio blog ha ido evolucionando en una lenta metamorfosis: empezó siendo un mero lugar de encuentro para compartir aficiones, ahora creo que el encuentro mismo es su razón de ser, que algo se ha tejido, se teje, entre todos (también con el silencio de las voces que leen y no se visibilizan pero que yo percibo siempre).

Éste es un espacio que vive y respira para los demás, algo que se hace entre todos, en una vibración cordial: estanque, quietud, remanso al que todos afluimos. Un lugar en el que el lenguaje es el de la grieta, lo pequeño, lo lento, lo contradictorio, lo inútil.

Una lengua tejida de márgenes, intemperie, periferia, ramas rotas: visión que pretende subvertir el orden del canon y de la percepción unívoca, consensuada, sancionada por las metafísicas de la presencia y los dispositivos disciplinarios que las vertebran desde un supuesto centro de sentido inexpugnable.

Lo callado.

Hablar bajito.

Alojarse en el intersticio: en el lapso: en la cosquilla.

Practicar la difuminación y el borrado de las huellas. Internarse en el bosque procurando que los pájaros se coman las migas que dejamos a nuestro paso.

La razón de ser: vibrar al unísono, en esa extraña ternura.

Por todo esto hoy quería, no celebrar el blog, sino celebraros a vosotros, por vuestra presencia generosa (o vuestra ausencia, también generosa), por acudir al encuentro y compartir tantas cosas en este viaje en el que todos, creo, nos hemos emocionado más de una vez.

Hoy es vuestro cumpleaños, el de todos los que estáis, los que os mostráis y los que no, y por eso os traigo un regalo: el cuenco de la fotografía.

Un cuenco con manos dentro, inscrustado de manos, desfondado de manos: manos ofrecidas, manos de barro inscritas en un círculo, manos de siembra, surco y canto.

Con esas manos de barro he intentado fundar esta morada. Como un niño campesino. Para el descanso.

Manos dispuestas a acoger, hoy y en los días siguientes, vuestras hojas caídas. Es un cuenco que recibe palabras, gestos, oblicuidades, transferencias, pálpitos, el lastre del día, lo solo y lo salvo, toda la ingravidez de lo que nos vamos siendo, el latido común que es orfandad y narración del abismo, la demolición de los cercos y la celebración del ahí, del intensamente ahí, bosque adentro.

Desnudez, entraña, cobijo.

Aniquilación del límite y construcción de un umbral que no es necesario cruzar porque nos va naciendo con la incertidumbre de nuestros pasos.

Ignoro quién hizo el cuenco y la fotografía, pero al encontrarlo he sentido que define perfectamente lo que he intentado hacer aquí. Es una imagen-síntesis: un eje del mundo, un árbol o centro que da cuenta de la alegría, la tristeza, la intensidad y la delicadeza con que me asomo a esta ventana de Marienbad que es más vuestra que mía.

Ahora mismo, si escucho atentamente, puedo oíros crecer.

Crecéis como un campo sembrado.

Crecéis dentro.

Por eso me gustaría que estos días dejárais una palabra, un olvido, una hoja caída, en el cuenco. Porque será para todos y se sumará a ese flujo imparable que mana desde todos, irrumpe y se interrumpe en la escritura y nos esboza el interrogante, la posibilidad de salvación y la cercanía.

Eso es todo.

Y algo más:

gracias

gracias

gracias

sábado, 28 de agosto de 2010

Caracol












Fotogramas extraídos de Ladoni (1994), de Artur Aristakisyan.

Para Bashevis, que sabe lo que hay dentro de la caja y no le tiene miedo.


LA CAJA

Llevarla arrastrando de una
habitación a otra.
Ver cómo se amontona el
serrín en las esquinas.
Barrer -aquí también, qué extraño-.
O quién sabe si el agua,
formando sólido.
Mejor barrer. O bien
irse. Arrastrando la caja.

No es fácil ofrecer cobijo
cuando se lleva a rastras
una caja vacía.

(De Hilos, Chantal Maillard)

jueves, 26 de agosto de 2010

Música de lobo


Deep in the forest the little wolf starts making music (Pirineo navarro, julio 2009)

martes, 24 de agosto de 2010

El tejido de la conciencia. Husos, notas al margen I



-¿Cual es tu tierra prometida?

-A mí no me prometieron tierra alguna. Por eso debe ser que vivo desterrada. Anhelo una tierra sin domesticar por los hombres. Anhelo encontrarme con mi animal interior, el inocente.

(Tomado del “encuentro digital con Chantal Maillard” en ElPaís.com. La pregunta es de un internauta.)






Toda revelación ha de merecerse. Merecer: no se trata de merced concedida ni tampoco de gracia divina. Merecer es haber hecho hueco.

El sufrimiento abre hueco. El sufrimiento es la voluntad del mí (voluntad-deseo) anegada. Por eso hace hueco. Libera el espacio donde la revelación adviene. Donde puede advenir, siempre. Siempre que haya desocupación. Abajo.

He comprendido el milagro. Vuelvo a la superficie. Ningún dios me ampara.


2. Cuando un artista dice “esta obra no funciona”, quiere decir que en algún lugar de la obra la lógica se quiebra. Como una frase o un silogismo mal construido. Hallar el fallo es rectificar la lógica. Toda creación es un sistema lógico. El mundo lo es. ¿Son las notas al margen un simple fallo lógico?





Descargada. No de un peso, no, de fuerza, de poder. Sin poder. No puedo. Desposeída de fuerza, no puedo poder. Deshabitada: sin hábito del dentro.

Necesidad de templo. Des-templada. Fiebre de ausencia en los dedos que crujen, rígidos. Ausencia en los huesos. Me florecen angustias en los dedos.

Entono un canto. Ocho notas. Entro en el tono de la angustia. Caverna, resonancia devuelta a su nota. Asolada reflexión de la materia en su germen. Sin cauce. No llega. No hay llegar. El mí quiere salirse. No, yo quiero salir del mí. Pero el cansancio. Me re-pliego. Repliegue en el mí. El menor esfuerzo: el pliegue ya trazado.

Sin embargo la fuerza, la fuerza del dentro. La que se agita y mengua, concentrada en sí misma, caverna del sí mismo que se ahoga en su esfuerzo por ser algo más que una y misma.

Despoblada. Enferma de des-población. Deshabitada del pueblo que fuimos, al unísono, sonido unificado, fuerza de los muchos. Desasida, desasistida de pueblo. Despoblada.

3. Que no te envidien: la envidia es malestar. Te odiarán. Ser odiado es malestar.
Que no te compadezcan: la compadecencia (que no es compasión o compadecimiento) acrecienta la separación. La separación es malestar.
Por ello, no muestres ni excesivo bienestar ni excesiva desgracia. Mantente fuera del huso de la alegría y del de la tristeza.
(Tras los husos, la sabiduría es lógica).






Sobrevivir. A plazos. Plazos cortos. Plazos para sobrevivir. Vivir sobre.

Abajo, la aterradora, ineludible condición. Vivir a condición de sobrevivir. Condicionada al sobre. Dentro, nada. Dentro, llora. Infinitamente.

En superficie, entonces, deslizarse. O ni siquiera eso: morar en el plazo. Morar. Demorarse. A pequeñas sacudidas, des-plazarse. De plazo en plazo. Levemente. Tercamente. Para sobrevivir.

9. Occidente se entromete. Occidente con su libertad asoladora. Misionera de derechos humanos. Hicieron falta derechos ahí donde dejó de haber respeto. Hicieron falta leyes ahí donde dejó de haber comprensión. Occidente y sus derechos conquistados hace apenas dos siglos en función de una industrialización esclavista. Exportándolos ahí donde el respeto y la comprensión de la naturaleza humana hacía oficio de ley. Exportando sus códigos éticos después de haber exportado sus valores de mercado, como compensación, como complemento. Después de haber introducido los valores de depredación que fomentan la competencia, la rivalidad, la envidia y la insatisfacción. Sólo en una sociedad que no tiene necesidad de la unidad del grupo para sobrevivir pueden permitirse los individuos una economía del deseo y la provocación.




La superficie no resiste. Huyo hacia delante llevando el dolor cosido a los talones. Ninguna acequia en la que ahogarlo, ninguna huella en la que perderlo. Decido enfrentarlo como se enfrenta al cielo el desierto: a descubierto.

Habré de perderme a mí ya que en el mí se aloja todo dolor. Digo dolor para nombrarlo, exorcizarlo, y en el nombre me digo, para exorcizar al mí. Escribo el mí para que resbale hacia la página, pero se me pega a los dedos y no acierto, no acierto a diluir en la tinta el llanto. A sacudidas me digo, a sacudidas, la letra, y luego...

Contra lo irremediable me alzo, alzo el grito, contra lo irremediable. Vago por el mundo dejando un rastro de gritos. Cada saludo, un grito; cada sonrisa, un grito. Mi sonrisa oculta el primer grito del mundo, el único, el mismo, aquél que brota en el final, cuando ya nada importa.

Intrusa de mi mundo y del ajeno, no hallo lugar para el descanso. La fe de los comienzos, no; el perdón, no. Sólo el balbuceo. La salvación, no. Sólo el balbuceo. Después del grito, el balbuceo. Asolada, el balbuceo.

Mis pasos doblándose hacia dentro. La mente desposeída de estrategias. Sólo el balbuceo.

Dolor, ni tan siquiera –palabra sin sentido.

No abro las cortinas. Ninguna cortina. La habitación a oscuras.

Málaga, Damasco, Delhi... en todas las ciudades la vida me es ajena. Todas las ventanas son la misma ventana. Todas las aceras reciben el mismo cuerpo. La misma soledad cayendo, excesiva. Morir es un exceso. Me ex­-cedo. Balbuceo.

Sigo alimentándome tan sólo para poder decir el exceso. A contra-vida. Abajo. Y a nadie que esté vivo ha de importarle lo que digo. No es más que un murmullo soterrado, apenas inquietante.

10. ¿Qué le debe el norte de Europa a los pueblos trashumantes? ¿Qué tienen que ver conmigo los monoteísmos nacidos del desierto? No reconozco en ninguna de mis células un ápice de monoteísmo. Por mi cuerpo no viaja esa memoria, sino la fecundidad oscura y contenida de los líquenes y el musgo en los bosques inmensos. Alma pagana, mi historia está libre de amos omnipotentes y celosos.





La voluntad empeñada en la transformación.

Voluntad maga, creadora, prolongadora, perpetuadora.

El problema es la fe, esa fe. “Si crees en mí”... El “mí” no era necesario. No lo es. Tampoco el Él, ni el Eso. Tampoco es necesario el “yo soy Eso”, la remisión a lo Otro, ni la proyección, ni la introyección, ni tampoco la fusión, la asimilación o la Identidad. Nada de eso es necesario. Tan sólo la fe: esa fe. A la vez voluntad y saber.

11. Una mujer cuya hija estaba enferma dijo: “Es culpa de la higuera”. Y taló la higuera. La hija mejoró; la higuera volvió a crecer. La mujer cuidó la higuera, respetuosamente.
Conjurar es proyectar una idea en un objeto con fe absoluta. El objeto (la higuera) es el medio. La voluntad moldea, in-forma aquello sobre lo cual quiere actuar y, entonces, lo manipula (tala la higuera). La voluntad halla su cauce en las formas. Es éste el principio de la brujería. Del milagro también. La voluntad actúa siempre que quien la proyecta lo hace con absoluta confianza en los resultados. El requerimiento de la “pureza” del actor (del que actúa) tal vez sea una censura preventiva. Tal vez no.





He olvidado la historia. He olvidado la historia de todas las historias. Ochenta generaciones apenas me separan de quienes me engendraron en el siglo primero de nuestro calendario. Me contaron entonces, al iniciar el cómputo. Tan reciente es, para el que cuenta, la antigüedad. Hace poco el abuelo de mis abuelos llevaría armadura o aplastaría el hierro candente sobre el yunque; hace poco la abuela de mis abuelas llevaría zapatos de raso o de esparto; pisarían ambos la tierra que acaricio o que golpeo, harían preguntas que no tienen respuesta, mirarían con ojos grises como los míos, morirían de frío o de dolor; tal vez, no hace mucho, todos aquellos que me engendraron recordaron su infancia, contemplaron sus manos y consideraron los tiempos futuros tan oblicuos como un tejado de las tierras norteñas y la vida como nieve cuando empieza el deshielo, escurriéndose en bloque desde los canalones.

12. En el huso de la racionalidad, el discurso. Fuera del discurso, la compasión.





Trazar en lo sólido para poder trazar más arriba. Literatura, no: la literatura embadurna, confunde. Añade (probablemente a eso aludía Platón. Tal vez.). Pero sí el ritmo. Porque el ritmo permite el paso. Hace vibrar el límite y se hace porosa la membrana. A veces la adelgaza, al estirarse. –No veo lo que digo; no hay visión para lo que escribo. Lo que veo se va trazando a medida que lo escribo. Hago profesión de escritura –para sobrevivir.

15. Cuando alguien asegura con contundencia la veracidad de sus dichos en materia de espiritualidad: sospechar. La palabra es razón que construye y no puede, la razón, emanciparse de la lógica que establece el orden de las representaciones –para el conocimiento. Fuera de dicho orden, el conocimiento no es posible y sobra el decir.
En materia espiritual, atender al balbuceo, como mucho. Sobre todo, atender al silencio, ese silencio: la callada inocencia recobrada, el no saber cargado de compasión por los seres que viven con su hambre.

-En un principio fue el Hambre. Y el Hambre creó a los seres para poder saciarse. Y el Hambre era la muerte, para los seres. Inventaron remedios, buscaron curarse, pero el Hambre dijo odiaos y luchad unos contra otros, para poder saciarse. Y el Hambre introdujo el hambre en los seres, y los seres se mataban entre sí, por causa del hambre. Y el hambre era la muerte, para los seres.





Volver a cantar. Volver a en-tonar el habla en el registro adecuado. El habla que no dice, o dice de otro modo lo que la voz transmite.
Hablar en dos registros: fuga de ámbitos. La voz del concepto modulada en una trama paralela. Arriba, el razonamiento: la razón extralimitándose en lo abstracto. Abajo, el canto.

Si no os pegáis a la letra, prometo cantar.

Cuidad –cuidaos– del extravío en las palabras. Adaptad el alma al vehículo, paralelamente.

Prometo volver a cantar, aunque por un tiempo breve, muy breve. Fuera del hábito, me esperan –¿quién espera? Nadie. No hay nadie.– En todo caso, sería descortés hacerles esperar ahí donde no hay nadie.

Pero ¿no será impostada, mi voz, en cualquiera de los lenguajes que hable a partir de ahora? Mejor pedidme el silencio, pedidme mi silencio. Lleva lo poco que puede ser enseñado.

19. ¿Dónde la plenitud de aquellos días en que el olor de los pinos se confundía con la propia respiración, la calidez de la piedra con el tacto, el mar rutilante con los propios ojos? ¿Qué fue de aquella inocencia en la que la percepción, lo percibido y quien percibe era uno y lo mismo? –Conciencia suprema, denominaba el filósofo de Cachemira a aquella unidad.- El largo camino que desemboca en la intuición mística ¿no será acaso el de un retorno a cierto estado de la infancia? “Sed como niños”, dijo el hereje de la tribu de Israel. Antes de la separación de quien percibe con las cosas percibidas. Antes de la diferencia.






[Husos. Nota de la contraportada]

Husos es una teoría de la mente que se construye con el material de la propia vida; una topografía de los espacios mentales en los que se ubican las emociones y los estados de ánimo, reducidos a connotaciones sintomáticas de imágenes más o menos perdurables. El observador, ya presente en los Diarios indios, aquí, en una vuelta de tuerca más, va elaborando el método. Un método para ver, para controlar, para sobrevivir. Al observador le interesa conocer el mecanismo de las imágenes, su producción, su proceso de decantación, sus fisuras. Sus sedimentos, también: el magma de la memoria y, por supuesto, sus fluctuaciones. Su voz es la de una conciencia que atiende a sus propias idas y venidas, una voz entrecortada por la inmediatez de la experiencia y la voluntad de hacerla aparecer en la escritura. Es ésta una escritura cada vez más resistente a plegarse a las formas convenidas, extrañada del lastre que arrastran sus conceptos, obligada a desactivarlos hasta el balbuceo. Sin embargo, es también, para el observador, la única herramienta, la que trazando puentes entre los husos, haciéndolos porosos, le salva de quedar atrapado en cualquiera de ellos y le permite situarse en un lugar de neutralidad donde la actividad de la mente, ese haz de husos tensos, queda suspendida. O ¿será ésta otra ilusión? “¿Cuál es el huso del observador?”, pregunta el observador.
En el sistema de resonancias que se establece entre la voz principal y las Notas al margen, y en la infracción de sus límites, que son también los del lenguaje y sus géneros, se desenvuelve la pregunta. Ese espacio de reconocimiento es la razón de ser de una escritura que, más allá del vértigo, se expone y da cuenta de sí misma. La teoría del conocimiento acaba siendo, a la postre, una novedosa indagación sobre los límites del lenguaje.


Textos: Husos. Notas al margen (Chantal Maillard)

Imágenes: Fernando Zóbel

sábado, 21 de agosto de 2010

Darker with the day





Tengo una afición curiosa y que me gusta especialmente: asociar canciones a la gente que conozco y por la que siento afecto. No es un proceso inmediato, me lleva un tiempo sentir qué canción define la esencia profunda de un ser, su vibración más única, su hueco, su forma de acoger, de retirarse, de creer y descreer. El parecido tiene que ver con la estructura profunda: con el dibujo, la forma de la canción. No tiene que ver con la letra (sería demasiado burdo), ni con la melodía (asociar una canción tierna a una persona "tierna", o una canción intensa a quien consideramos "intenso", una operación así sería un mimetismo banal, un mero trasvase).

Es la forma profunda de una canción, su arquitectura secreta no visible salvo para quien sabe mirar desde cierta oblicuidad, renunciando a las trazas reconocibles y al sendero cierto.

He practicado esta forma de mirada y escucha al otro en varias ocasiones y creo haber acertado siempre. Lleva tiempo, hay que acercarse a la persona, recorrer su intimidad, aprender sus ritmos, habitarla en cierto modo: reconocer su espacio anímico-topográfico en un ejercicio de legibilidad, contra-dicción y tacto. De atención (y detención) en las mínimas señales que nos llevan al origen del otro, en su profundidad de bosque o su desnudez de páramo. Un ejercicio que consiste en detectar lo que no se puede nombrar pero que la música es capaz de encerrar en una capa de sentido de hondura y ascensión simultáneas: espasmo o breve seísmo de lo que somos, al fin traducido, al fin re-creado, al fin libre.

Y cuando se encuentra la canción se regala al otro, y uno se da en ese regalo que es visión y apertura y raíz oscura del alma que se dice. Uno se da en ese regalo mucho más que en un regalo tangible, más incluso que en las palabras y en la presencia, porque ofrecer una canción es la forma más exacta de hacerse pequeño.

Pues bien: nunca creí poder encontrar la canción que da cuenta de lo que soy. Pero el otro día, al fin, la encontré. Es esta canción, "Darker with the day", de Nick Cave and the Bad Seeds, que ya conocía pero me estaba velada y se me re-veló el otro día con oscura luminosidad, dique roto y entraña.

Al escucharla he tenido la sensación de volver a casa, yo que no creo en patrias, que no celebro la ciudad donde vivo ni la ciudad donde nací, que no tengo un especial apego a las casas donde he vivido (sí a los corazones donde pernocté, pero eso es morada viva, no honda leña muerta), que ni siquiera amo especialmente la lengua en que el azar me ha hecho caer.

He tenido la sensación de volver a casa, y de encontrar mi árbol del olvido y echarme a su sombra, y descubrir en su tronco el hueco donde alojar la pregunta, la sal secreta de mi existencia, el hambre de lo que me estoy siendo.

No es la letra de la canción (no me identifico con ella).

No es la melodía.

No es nada que pueda decirse.

Pero está: estalla, inunda, perfora,

quiebra el eje y lo recompone, como huella, como pura posibilidad de trashumancia, en otro lugar.

Me avertiga: me lleva del dentro al ahí

y me ofrece, al fin, el descanso, después de tanta búsqueda

después de haberme pulverizado los ojos y no encontrar

y es agradecimiento esta forma de reconocerse y dejar que la canción entre en mí,

en lenguas que segregan herrumbre, lo callado y lo salvo.

Avanzar así, hacia una mayor lentitud y una tristeza que se alza en oración

acercándose

tocando con manos pequeñas el miedo de los otros, para romperlo y que se haga mariposa,

y contarnos luego la historia

la inútil ternura, la morada y el sosiego de existir

y esta intemperie que nos es, tan adentro que ya no la sabemos

y compartir el pan del camino, y las canciones, la ternura y la desesperación

He decidido que, si se me concede esa posibilidad, pediré escuchar esta canción cuando la Sombra me reclame.



Ahora sé que vivo aquí




Imagen: cuadro de Zóbel

jueves, 19 de agosto de 2010

La mirada qué (III)




























































































Michel de Montaigne, Robert Musil, Maurice Blanchot, Nelly Sachs, Alice Munro, Charles Baudelaire, Nagarjuna, Jean-Luc Nancy, Nathalie Sarraute, Nathaniel Hawthorne, Niels Bohr, Nichita Stanescu, Friedrich Nietzsche, Norman Mailer, Piotr Ilych Kropotkin, Olaf Stapledon, Olga Orozco, Juan Carlos Onetti, Oscar Wilde, Otto Weininger, Giovanni Papini, Pier Paolo Pasolini, Patañjali, Paul Davies, Paul Eluard, Paul Valéry, Paul Celan, Fernando Pessoa, Peter Handke, Kurt Gödel, Marlene NourbeSe Philip, Edgar Allan Poe, Pierre-Joseph Proudhon, Fritz Zorn, Rainer Maria Rilke, Gertrud Stein, Ray Bradbury, Adrienne Rich, Robert Creely, Robert Desnos, Robert Walser, Robert Burton, Robert Heinlein, Roberto Arlt, Roberto Hinostroza, Arundhati Roy, Juan Rulfo, Bertrand Russell, marques de Sade, Carl Sagan, Antoine de Saint-Exupéry, Sarah Kane, Samuel Beckett, Sarah Koffman, Jean-Paul Sartre, Sei Shonagon, Arthur Schopenhauer, Anne Sexton, Saul Bellow, Sharon Olds, Erwin Schrödinger, Simone de Beauvoir, Hahn Sahn (junto a Shi-té), Simone Weil, Susan Sontag, Oswald Spengler, Stanislaw Lem, Robert Louis Stevenson, Sylvia Plath, Santoka Taneda, Tao Yuanming, Théophile Gautier, Thomas Bernhard, Thomas Mann, Giuseppe Ungaretti, César Vallejo, Valmiki, Vasily Rozanov, Paul Verlaine, Villiers de l'Isle-Adam, Virgilio, Wang Wei, William Burroughs, Virginia Woolf, Wyslawa Szymborska, Yoshida Kenko, Yukio Mishima, Unica Zürn.