sábado, 23 de enero de 2010

Devorar



El otro día tuve un sueño: me descubro observando a una cochinilla, un bicho-bola que se debate, presa de un sufrimiento o corrosión que al principio no acierto a adivinar. Me acerco y compruebo que en el abdomen del insecto hay otro insecto, más pequeño, redondo, moteado (parecido a una mariquita pero sé que no es una mariquita, es algo más oblicuo, más rotundo, más deliberado en su hacer, más meticuloso y voraz) que devora con fruición a la cochinilla. La duda me paraliza: ¿qué hacer? ¿Salvar a la cochinilla apartando al otro insecto? ¿Y acaso el insecto más pequeño no tiene hambre y necesita saciarla? ¿Qué derecho tengo a intervenir? ¿Pero cómo asistir, sin intervenir, al desenlace de este acontecimiento que mi educación, mis prejuicios heredados, mis pliegues más sólidos, me hacen concebir como indescriptiblemente atroz? ¿Cómo dejar que lo que entiendo cruel siga su curso, ahonde el surco del ahora, se derrame incontenible sobre este ahora hecho de tiempo quebradizo, este ahora que configura el sueño a partir de fluctuaciones imperceptibles, que me configura a mí en la fluctuacion, en el márgen, en la duda? Cosificado en mi perplejidad, me debato yo también y ausculto, palpo el mármol que me conforma para hallar una raíz que descienda a mi conciencia alerta: conciencia-raíz también ella, sepultada bajo las capas, bajo la desazón de mi conciencia de espectador: abajo, más adentro de la honda leña muerta que traduce mi horror, el incontenible horror que me quiebra, me hace abanicos y me desborda. Horado e irrumpe al fin, liberadora, la decisión, el impulso: decido salvar a la cochinilla. Con gesto decidido aparto al insecto más pequeño, que desaparece entre la hierba, y la cochinilla se incorpora sobre sí misma, me lanza una especie de tentáculos que me palpan, me acarician: imagino que se trata, quizá, de una inesperada generosidad. Me pregunto por qué los insectos habrían de ser generosos o si pueden serlo. Me aparto del lugar y sigo buscando. Estaba buscando piedras, jeroglíficos, antes de enfrentarme a esa extraña situación. Necesito reunir piedras para construir una llave que abra la puerta a la séptima dimensión, para que ella irrumpa en nuestro mundo y pueda comprender, al fin, la estructura íntima de nuestra psique (ahora no se puede, me digo en el sueño, porque me falta esa dimensión para articular la verdadera perspectiva desde la que, "sobrevolando" -es un decir-, descubrir el secreto entramado que nos conforma: nuestra multiplicidad, nuestra ceguera, el horror y la desaforada pasión que configura la endeble estructura psíquica, ese "haz de husos tensos", que define lo humano). Necesitaba la llave para construir ese punto de vista epistemológico, metafísico, existencial, donde estar lo suficiente para comprender: un punto en el que estar y desde el que traducirme el mundo a un lenguaje que yo entienda y pueda entrañar. Pero ahora esta búsqueda no es importante. Ya no lo es. Regreso donde la cochinilla y ya no está. Pero más allá veo que se ha transformado en un extraño ser homínido. Luego me cuentan que es un homínido-insecto, y esto tampoco importa.

Lo que cuenta es que le "extirpé" al insecto devorador y no sé si hice bien. Me siento bien al haberlo hecho, pero no sé si hice bien.

Despierto y recuerdo una cosa que escribí cuando tenía 19 o 20 años:

"En la arena de una playa, dos escarabajos ejecutan sus escarceos amorosos. Sonrío. La realidad supura vida por todas sus heridas abiertas, inconclusas. Percibo, no obstante, algo extraño en esa cópula. Me acerco, observo, impregno mi observación de prejuicios antropocéntricos. Uno de los escarabajos está aplastado, moribundo; el otro, incorporado sobre el primero, se lo está comiendo –meticulosamente. Lo que imaginaba un precario rito nupcial, la consumación de un himeneo liliputiense, resulta ser un acto de canibalismo. Ceden los diques que contienen mi necedad, exclamo: “¡qué brutalidad, se come vivo a su hermano!”.
Pienso en cuantos Gilgamesh, cuántas epopeyas y tragedias no habrá en el mundo de los insectos, que carecen de las imposturas e hipocresías del nuestro. Pienso en un insecto erudito que historiara las calamidades, el vértigo de esa “civilización” que ignoramos. Pienso en las matanzas, las alianzas, los símbolos, las herejías, en los mitos de ese mundo imperceptible, de tan vasto; invisible, y sin embargo, tan desaforadamente aquí.
Proyecto nuestros errores sobre todo cuanto veo, soy necio, hombre al fin".

Y ahora, en la vigilia, renuncio a las interpretaciones psicoanalíticas, a la exploración de los posibles símbolos, a exhumarme a mí mismo de mi palimpsesto y tratar de acercar el sueño a la estructura de coherencia de este mundo: renuncio al relato que descubra los motivos del sueño en estructuras cognoscitivas que tengan que ver con el trauma, la frustración, la búsqueda: esas etiquetas con las que los expertos de la mente construyen sus castillos ilusorios y nos explican, para darnos seguridad o anclarnos en un relato controlado, "narrable", para desactivar el peligro de la incertidumbre, la incomodidad del miedo que no sabe decirse.

Me quedo con esa duda del sueño, que es una duda de la vigilia: ante una naturaleza que se basa en el eterno ciclo de seres que se devoran unos a otros, ¿aceptar, dejar hacer, dejar estar, porque eso es lo natural, ya que así es como opera la ley inexorable de la naturaleza, basada en la depredación, en la entropía, en el sucederse de innumerables generaciones que perpetuarán el código, el hambre, la intemperie? ¿O negarse, no acatar el ciclo que, pese a que uno lo intente, no puede dejar de sentir como crueldad universal, aterradora, omnipresente?

En esa tensión dialéctica oscilo. Soy incapaz de conciliar ambas tendencias. No encuentro una síntesis. Respetar la rueda inapelable, sí, pero luego, en el ejemplo concreto, sin duda trataré de salvar al corzo o al insecto devorado por las hormigas, siendo injusto con el lobo o con las hormigas que sólo quieren saciar su hambre. Pero la sensación de horror se me subleva en las entrañas y me fuerza a intervenir: a no comer carne, a apartar a las babosas y caracoles de las carreteras, gestos que remiten a lo mismo.

Ni siquiera haberme criado en un pueblo ha logrado vencer ese impulso. Mi abuela mataba sus animales con sus propias manos, y yo nunca comía. Ahogaba los perros recién nacidos en un balde de agua, y yo intentaba salvarlos (sólo para llevarme un coscorrón y que los perritos volvieran al balde; en realidad lo único que yo lograba era prolongar su agonía). Mi abuela no era cruel: cuidaba a los animales, los amaba. Y los mataba para alimentarnos, sabía matar de un solo golpe infalible, reduciendo el dolor, o el vértigo de la extinción, al umbral mínimo. En la matanza del cerdo, recuerdo que corría a esconderme entre los olivos con las orejas tapadas para no escuchar el invencible alarido de dolor de los animales que, a pesar de todo, me taladraba los tímpanos. A los 7, a los 8 años sucumbía a ese horror y no entendía. Y ese mi no entender sigue aquí, 25 años después. Y es algo que duele. Me duele

Quiero decir: fui criado en eso, nadie me "enseñó" que aquello era cruel. No, aquello era lo natural, lo correcto. Sin embargo, me rebelaba contra ello, ya desde que tuve uso de razón. No logro explicarme por qué, pero es así.

Y sigo, sigo sin saber cómo operar la síntesis: cómo redimir esa tensión que me producen los contrarios irreconciliables. Cómo hallar, en definitiva, la paz en mi relación con todo esto.

Abrazos a todos.

sábado, 16 de enero de 2010

Hanni Ossott. En regreso al soy



Atracción de lo vasto

Ese canto resonante
de Cuerpo
esa expectoración primera
inicialmente contenida
bufido o eructo desarticulado

Ese pujar vocal

Estertor físico del soy que se busca

Y esa primera abolición del ser en la palabra inicial

Ah voz en ahogo
violencia y voluptuosidad cercada
Ah tránsito de ser a
Ah gorgojeo

rasgadura de garganta

ruido

pobladura de lo vasto

Eco
Inserción de lo inmenso en lo breve
Imagen
Consecución

Y esto: lo que puedo decir desde mí mismo
hoy
ahora que he aprendido a articular mi discurso
Esto, para decir:
Oh escena terrible para espectáculo
Oh espantosa contemplación de lo solo

No calma desde esta calma
No suficiente sin sentido desde esta ausencia

Desierto y ruina
-y decirlo se torna ridículo-
Ah, mira la contorsión del cuerpo, la siempre en oposición

Pero me contorsiono
y profiero
sólo yo puedo hacerlo
desde lo que me cerca y me abre
Ah canto siempre devuelto
Siempre no nacido todavía o a destiempo
Tajada, sí...

Y muero por lo vasto que cercena
como los dioses mueren por la nada y se levantan
contra ese soy que en extensión cubre

¿Lo signo, lo fijo, lo canto?
¿lo dilatado ineludible?
Lo canto, lo signo
porque también habita en mí el deseo de su posibilidad
en franca oposición a lo permanente
en rechazo al borde demasiado preciso
y a la costumbre de esta piel
en distancia de mi propio cuerpo
hacia la instauración de lo breve
por atracción a la ausencia

erguido el canto en regreso al soy

lunes, 11 de enero de 2010

Robert Walser o la ética del empequeñecimiento



"Aquí se aprende muy poco, faltan profesores y nosotros, los muchachos del Instituto Benajmenta, nunca llegaremos a nada; en otras palabras, en nuestra vida futura seremos todos cualquier cosa, pequeñísima y subordinada. La enseñanza que se nos imparte consiste substancialmente en inculcarnos paciencia y obediencia, cualidades ambas que prometen escaso -o ningún- éxito. Éxitos subjetivos, ojalá sí. Pero ¿qué provecho sacaremos? ¿A quién dan de comer las conquistas espirituales?"

"Una cosa cierta sé: en mi vida futura seré un magnífico cero a la izquierda, redondo como una pelota. Cuando llegue a viejo, me veré obligado a servir a jóvenes juerguistas, presuntuosos y maleducados, o bien pediré limosna, o acabaré hundiéndome"

“¡Qué feliz me hace no hallar en mí nada digno de atención, de consideración! Ser pequeño y seguir siéndolo. Y si alguna vez una mano, una oportunidad, una ola, me levantase y me llevase hacia lo alto, allí donde impera la fuerza y el prestigio, haría pedazos las circunstancias que me han favorecido y me arrojaría yo mismo abajo, a las ínfimas e insignificantes tinieblas. Sólo en las regiones inferiores consigo respirar.”

“En el fondo encuentro despreciable todo mi patrimonio mental.”

“Tengo la impresión, un poco ultrajante, de que en esta vida nunca me faltará de comer”

"Me divierte ver ver un poco irritadas a las personas que amo. Nada me produce tanto placer como dar una falsa imagen de mí a aquellos que llevo en mi corazón. Por ejemplo, imagino como indeciblemente bello morir con el terrible convencimiento de haber ofendido a los que más quiero en el mundo, de haber justificado las peores opiniones contra mí."

“Siento un interés muy escaso por eso que se llama mundo y al mismo tiempo me parece importante y fascinante lo que, en el más profundo silencio, llamo mundo yo”

“Kraus [estudiante del Instituto Benjamenta] es una auténtica obra divina, una nulidad, un siervo.”

“Pedro [otro estudiante] es el más tonto y esto lo recubre de los más diversos atributos, porque a mí los tontos me resultan increíblemente estimables, mientras que aquellos que creen saberlo todo, que resplandecen de ciencia y se vanaglorian de su sabiduría, me resultan odiosos.”

"Fuchs es oblicuo, está hecho al bies. Se comporta como una hipótesis altamente improbable amasada en una forma humana".

"Heinrich es, hasta cierto punto, torpe. Esta suerte tiene, conviene hacerlo constar".

“Yo, ¡yo!, seré cualquier cosa, muy humilde, muy pequeña. Semejante certidumbre tiene la naturaleza de un inviolable hecho consumado.”

“Los verdaderos hombres, los más auténticos, jamás son bellos”

“Lo que perpetuamente fluye obliga a poseer una moral”

“Si supieran al menos cuántas cosas corrompen, esos pensadores. El que se empeña en no pensar hace algo, algo verdaderamente necesario.”

“La melancolía resulta preciosa. Porque educa.”

“Uno se equivoca siempre que usa grandes palabras”

“Ésta es la certeza que mantengo incondicionalmente firme: soy pequeño, pequeño y despreciable”

“A veces hablo por encima de mis facultades intelectuales. Por este motivo debería haberme hecho pastor, jefe de cualquier secta o movimiento religioso”

“¡Cómo me gustan los tipos poco propensos a analizarse!”

“También hay un perfume, una energía, en el renunciamiento”

“Si no existiese en el mundo ningún mandamiento, ningún precepto, moriría, me consumiría, enloquecería de aburrimiento. Yo sólo puedo vivir instigado, constreñido, sujeto a tutela; esto es lo que me gusta.”

“¿Qué puede desear un ser semejante en un mundo como éste, preordenado y domesticado por el tópico, por la mentira, por la vanidad?”

Fragmentos de Jakob von Gunten, de Robert Walser (trad. J. García Hortelano y C. B. Agesta)

martes, 5 de enero de 2010

Deshielo. Un poema de Esther Ramón



Deshielo

No tengas miedo
de mirar por mis ojos.
Me dijo la serpiente.
Fluye, fluye como la muerte,
mira cómo mi piel se desprende
contra la corteza,
ven, deja que te coma,
arrastra mis escamas,
entra.

Asómate y cae, olvida tus brazos,
en el agua eres una piedra
que fluye, fluye como la muerte.
Ven. Expulsa el aire y la tierra
del cuerpo y derrámate
en el camino sin piernas,
las hojas se pegan a tu piel
viscosa: ahora eres una
rama que se desliza.

Paseas por el bosque envenenado.
No tengas miedo.

Parirás un insecto afilado y seco,
un saltamontes sin forma
que atraviesa, sin rozarlo, el sendero,
que sobrevuela las ramas tiernas,
que se posa en los troncos
tocados por el rayo.

No tengas miedo
de mirar por mis ojos.

Me dijo la serpiente.

Tus manos, tus pies son
una bandada de cigarras que
asolarán el lago embarrado
antes de desaparecer entre
el humo de los enjambres.

Entonces nos arrastraremos.
Baja la cortina y mira
la ventana oscurecida,
ya no hay árboles sino
sombras que podrían ser
cuerpos en la pradera que
se enfría.

Baja los párpados: los cuerpos
son letras que atrapas
con tu lengua precisa,
con mi lengua, y al tragarlas
nos duplican y hacen pesado
el camino.
Las escupimos en cada matojo,
en cada madriguera.

El bosque se llena con las voces de los muertos.

Escucha. Escúchalos.
La canción sin gargantas penetra
nuestros poros congelados lejos
de las últimas cabañas derramo
la marea quebradiza de tus pasos
reptando en círculo sobre las ortigas.
Ven. No tengas miedo
de mirar por mis ojos.
Me dijo la serpiente.
Fluye como la muerte.