domingo, 30 de junio de 2013

Emily y la vida en los guiones


 
  
 
en la poesía de Emily Dickinson hay una presencia, una dulzura, un fantasma, algo incontenible y explicitado en un signo propio: los guiones
 
The only Ghost I ever saw
Was dressed in Mechlin – so –

los guiones de Dickinson, sus fantasmas gramaticales, no sólo sugieren un fuera de campo, una voz en off, un margen textual insuperable, una sustracción o una pérdida: ofrecen la plenitud, el rastro de una ganancia sin cálculo, el signo secreto de un verano tardío

son una fuerza de la naturaleza. Heráclito: physis krípteszai filei: la naturaleza ama ocultarse. Lo que sale a la luz (lo que brota, lo que emerge, el géiser que es la lengua y el corazón que Dickinson vierte en el mundo) ama esconderse

ama esconderse para ofrecerse luego, como brote, como gozo, como vida incesante, como devenir

hay en ese gesto de escamoteo una sutileza y un regalo. Pocos poetas han dado tanto, y tan delicadamente, como Emily Dickinson en sus guiones que fluyen y hacen fluir

un regalo en varios niveles: el don de la suspensión, la multiplicación de los sentidos, lo que nace y muere -y vive intensamente- en los intersticios, en las ruinas de la sintaxis llevada a una extrema tensión creativa. Temblor y espera. Pudorosa exhibición de la fragilidad. Anamnesis de las sensaciones

los guiones: recurso para colmar el intervalo entre ella y sí misma. Esa extrañeza. Un dispositivo del deseo. Para encontrar una fuente secreta (ajena a rastreos del Origen: no hay origen. La obra de Dickinson como extenso poema circular, retícula o madriguera con múltiples entradas y salidas)

desde el corazón del siglo XIX y en la América profunda, se adelanta a la estética del balbuceo, presagia la vulnerabilidad que el poema mostrará en el siglo XX. Su hueso desnudo. Su calcinación. Su intemperie

los guiones en Dickinson: fantasma y éxtasis. Fantasma en el éxtasis. Deseo. Resurrección

fractura interna del sentido que, sin embargo, señala una reconciliación: la del lenguaje en su vertiginosa re-flexión. Dulzura convulsa de una tensión imposible

saltos de agua que reclaman una atención fascinada

huecos frondosos a los que hay que acercarse con el placer intacto

aporía. Suspensión de la lógica convencional. Acceso a una lógica-otra, a otra piel, a otro mundo. Momento espectralmente supremo en la seda del lenguaje

los traductores que arrebatan a Dickinson sus guiones cometen una incomparable tergiversación: ¿cómo eliminar los fantasmas del poema y pretender que éste continúe materializándose con idéntica y pavorosa intensidad? Quien así traduce está al servicio de la lengua del Padre, la lengua del Poder que niega la diferencia. Quien así traduce parece ignorar las regiones fecundas que alientan en ese signo que marca, con su presencia, la deuda infinita de la lengua

tal vez Dickinson haya sido la primera en balbucir la lengua de la Hermana (en expresión de Claire Lejeune)

o tal vez la suya sea una lengua marginal tejida de caricias-animales, hilos sueltos del sentir, el ovillo de los afectos:

una estructura sin tiempo:

lengua de líquenes que avanza como una infección, conquistando parcelas sucesivas de asombro, demorándose en lo que nos duele, para sanarlo

arcilla trémula de un "espíritu" que no condesciende a las verdades unívocas. Poesía abismada en instantes que encarnan la más perfecta lentitud, tan nítidamente musgo los sentimos

Dickinson se atreve a seguir el camino del no-ser (tabú fundacional de la ontología). O mejor: se atreve a vivir entre el ser y el no-ser. Crisálida musical, honda crisálida entre varios mundos. En la fragilidad y el aroma del "entre". El espacio de transición en el que nace, precisamente, el fantasma

lo que de temblor y dulzura hay en el lenguaje que se asoma a sí mismo en su cortocircuito

lengua, al fin, sobrevenida en una radiación frutal, agreste, dilapidada, incontenible

los guiones son esos animalitos juguetones que vinculan lo diurno y lo nocturno

los guiones nos miran, nos acarician, nos interpelan, nos invitan a una suspensión, a una arritmia, a un eclipse

los guiones fascinan: son ramitas que los poemas ofrecen para prender en ellos nuestra curiosidad de pajaritos. Ramitas para descansar del vuelo, de poema a poema, y avanzar hacia las ramas más altas. Estancias para detenerse un instante y conversar con el astro ausente, antes de continuar el viaje

guiones: varitas de zahorí que agitan el agua interior, el agua de lectura viva

ramitas imantadas que proponen el espacio abierto de la atención lectora como lugar de germinación de un tiempo libre, un tiempo de ilimitada libertad donde la síntesis, el apaciguamiento del poema, su raíz, es aún posible

esos guiones nos dejan el sabor de otro tiempo, más dilatado y pleno, el sabor de una entrañable fruta exótica que paladearemos más tarde

(y en cuanto a los petirrojos... los petirrojos de Dickinson somos nosotros, alimentados por su pan mágico)


Kaze tachinu (Hayao Miyazaki, 2013)


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sábado, 22 de junio de 2013

sábado, 15 de junio de 2013

De verde y eternidad



Najri, Aishwara. Poeta y filósofa india, Niña Perenne y vigesimoquinta tirthankara jainista, nacida en Jaisalmer en 2125 y "enraizada" en el santuario de pájaros de Telwatta (Sri Lanka) en 2217. La vida y la obra de esta poeta es tan singular, tan desmesurada, tan inconmensurable, que quien intenta resumirla en unas breves pinceladas parece acariciar un mito, una infancia, un aire impronunciable: parece tocar la caricia misma de la vida. "Y ello porque su vida y su obra se traza y se escribe en una alteridad radical, en un Otro plenamente incognoscible y del que apenas nos queda un leve sabor en la punta de la lengua; por eso todo lo que se dice de ella hay que entenderlo como una aproximación puramente provisional, falseada por la inevitable tensión denotativa del lenguaje. Haría falta un lenguaje-resonancia, un lenguaje-campana que se abriera en innumerables vibraciones, en felicidades percusivas, en sabores de frutas neolíticas, para acercarse tímidamente a lo que no podemos más que insinuar. La necesidad de un pensamiento salvaje, plenamente liberado de las cadenas mentales humanas, es aquí extrema: para auscultar los pliegues recónditos y hacer de la existencia un acto celebratorio, perfecto, inaugural. Porque Aishwara Najri está en el centro de la Vida: de ella irradian esas suaves materias, una dulzura anacrónica, poemas que son la propia fuerza del devenir vital antes y después del lenguaje. Y todo eso no puede decirse, o se dice apenas, en un hilito de voz trémula, siempre conscientes de que las palabras no alcanzan", explica la Caminante Nalee Ngam Chit.

Aishwara Najri nace en una devota familia shakta y pasa sus primeros años en Jaisalmer, en el desierto del Thar. Allí aprende la sequedad, el paso lento de los camellos, la certeza del sol implacable, el tránsito de las estaciones, el dulce silencio, la paciencia cromática, la suspensión, la mirada. Cuando apenas sabe hablar, se abraza a los corderitos que aguardan a ser degollados en la plaza del mercado; aparta a los tímidos caracoles que despuntan en los caminos en la breve estación lluviosa; se hace nido para todo animal desvalido. A los nueve años cae a un profundo pozo en pleno desierto. La buscan durante días y al fin es rescatada milagrosamente ilesa. La niña dice haber conversado con unas serpientes iridiscentes en el fondo del pozo y que esas serpientes custodian una sabiduría antigua. Dice haber atravesado una puerta invisible en la honda piedra y haber olido flores que no existen. Dice haber visto otro cielo que se extiende más allá de la Zona Crepuscular que separa los mundos. Como es una niña imaginativa, los mayores se limitan a sonreír, pero pronto empiezan a manifestarse una serie de acontecimientos inexplicables. Al paso de Aishwara, brotan torrencialmente las flores, un agua misteriosa se abre paso entre las rocas, los colores parecen estallar en una dulce locura ebria. Cuando se interna en el desierto deja tras de sí un exuberante rastro de vida vegetal, y con el paso de los meses el Thar aparece surcado por una telaraña de caminos verdes que dibujan la errancia y los juegos de la niña. Su sola presencia basta para aliviar a enfermos incurables y sanar múltiples dolencias. Por la noche, cuando está a punto de hundirse en el sueño, dice oír el lejano gemido de los árboles que van a ser talados a la mañana siguiente. Su deseo es salvarlos y que ningún ser tenga que perecer, ni sufrir, ni acercarse a lo que más teme, ni separarse de lo que ama. La Caminante Nalee Ngam Chit, informada de estos extraños sucesos, emprende viaje a Jaisalmer y allí descubre que el pozo en el que ha caído Aishwara es un cristal-punto esmeralda y que la niña ha sido hasta tal punto imantada por las profundas fuerzas telúricas que se ha convertido en un cristal-punto viviente, un centro nómada del que irradia la Vida misma en toda su plenitud deseante, en su flujo irreversible, en su fuego que no cesa. La Caminante Ngam Chit realiza un pronóstico que muy pronto se verá confirmado: el cuerpo físico de Aishwara Najri posee tal poder de regeneración, está tan cercano a la fuente de la vida, que no sufrirá el proceso del envejecimiento. Aishwara tendrá el aspecto y la voz de una niña de nueve años hasta el fin de sus días (su "enraizamiento" en Sri Lanka).

  La comunidad jainista la declara vigesimoquinta tirthankara y le da el nombre de Mahalaksmi. Los devotos shivaístas y vishnuistas la consideran una encarnación terrenal de Shakti, la energía cósmica dinámica que activa el universo. Para los budistas, Najri será un avatar de Avalokiteshvara, el boddhisattva de la Compasión. Los taoístas la juzgarán un centro alquímico vivo, capaz de transmutar el sufrimiento en incontenible alegría. La niña abandona su hogar y se traslada al templo jainista de Pattadakal, donde inicia el estudio de los sutras y se familiariza con la filosofía propia de ese antiquísimo estilo de vida. Muy pronto encuentra limitadas aquellas enseñanzas y pretende renovarlas, cosa que hará con prolijos comentarios a las antiguas escrituras y el acercamiento a otras tradiciones religiosas y filosóficas panasiáticas, que recogerá en numerosos ensayos sobre diálogo intercultural, antropología de las religiones y sistemas de pensamiento oriental. Aprende todas las técnicas yóguicas y todos los sistemas de dhyana budistas. Alcanza el anuttara samyak sambodhi o Perfecto Despertar Inconcebible, pero en lugar de abandonarse a ese éxtasis perpetuo, decide renunciar a él y quedarse en el mundo para ayudar a los seres que sufren. Domina las ocho abstracciones meditativas y descubre que entre cada una de ellas hay un pasillo, un puente, una morada pasajera en la que el meditador puede detenerse y que abre un surco virgen en la conciencia. Najri explorará esos huecos entre las esferas de meditación de la forma pura y las esferas sin forma y los llamará para-nirvanas o vados de estrellas; con el tiempo, aprenderá a abrirlos como raras flores mentales y a pasear a su voluntad por el alayavijñana, un vasto océano de conciencia que conecta a todos los seres y en el que las ideas de espacio, tiempo y causalidad dejan de ser aplicables. En ese océano detecta presencias que la conmueven y, tras observarlas durante un tiempo, proyecta su mente hacia el pasado: roza la mente de Emily Dickinson, de Clarice Lispector, de Aizhan Mazhilis, de Natsuki Hikari, de otros muchos fuegos poéticos no extintos en aquel mar de conciencia atemporal. Las mentes y sensibilidades de aquellas poetas pertenecen a su estricto pasado, pero proyectan un leve hilo de sensaciones que aflora en la conciencia alayavijñana como un nenúfar, y ahí es donde la Niña Perenne conecta con ellas: se posa delicadamente en la flor de la planta acuática, y el tallo y la raíz de las poetas del pasado se ve conmovido por esa invisible presencia amistosa, y todo ello deja su huella en la singularidad de sus obras poéticas escritas en siglos anteriores. Najri dialoga con ellas sin interferir en sus procesos mentales, acariciando su rica vida interior, imantando su ánimo y su respiración. Sólo Emily Dickinson es consciente (en su pasado) de la presencia mental de la Niña Perenne venida del futuro, y dejará constancia de ello en varios poemas reputados como especialmente herméticos. Enternecida por su búsqueda apasionada, por la delicadeza salvaje, por la intuición tectónica y vital, Najri descubre su propia vocación poética.

Sondeando las diversas abstracciones meditativas, descubre la neurostasis o visión-fuente (que los Animales Totémicos enseñaran a la kazaja Mazhilis): el arte de trasvasar la propia conciencia a otros seres vivos. Empieza así un largo ciclo de poemas-animales, poemas escritos después de haber experimentado el cuerpo y la vida secreta de esas otras existencias: Búfalos, Elefantes, Tigres, Boas, Mapaches, son sucesivas entregas que dan cuenta de un mismo asombro en el límite de lo expresable: un puro deleite en el acercamiento al Otro, porque Najri siempre trae a su escritura la respiración más íntima de cada animal, el oro vivo de sus sensaciones. Muy recordado es el ciclo Tortugas, animal especialmente querido por la Niña Perenne: al elogio de la lentitud y de la casa omnipresente se suma un minucioso análisis (y celebración) de la prodigiosa soledad de las grandes tortugas que atraviesan océanos y armonizan su canto vital con las sinuosas corrientes marinas. De especial interés es el poemario Estorninos, porque Najri trasvasa su conciencia no a una sola ave, sino a toda la bandada, lo que origina un poema polifónico donde las innúmeras voces irrumpen, se entrelazan, se contradicen, fluyen y se derraman unas en otras en un tenso mosaico coral. Las entregas dedicadas a las Abejas, Termitas y Hormigas revelan un mundo aún más incomprensible: una conciencia grupal escindida en una infinidad de minúsculas conciencias ciegas, apenas individualizadas; su traducción al lenguaje humano ofrecerá un poemario especialmente críptico y difícil, formado por sensaciones difusas en un dilatado retablo impresionista.

Cuando cuenta treinta años de edad y ha recorrido buena parte del reino animal, Aishwara Najri lleva el arte de la neurostasis al mundo vegetal, que siempre la ha fascinado. Vierte su conciencia en los enormes banianos, en el ébano agreste, en el tsuga del Himalaya. Escribe largos poemarios en los que recoge la intraducible experiencia sensorial y anímica del sueño intensamente verde de la selva india: los versos adquieren la consistencia de la resina, de un lento goteo, como si se formaran estalactitas en vastos océanos de palabras convulsas y luego apaciguadas por un gozo solar inexplicable. Es una poesía fotosintética, rizomática, negadora de cualquier centro metafísico. Es una poesía que acerca el éxtasis verde de un mundo cuya interioridad hasta ahora nos había sido velada. Al intentar regresar a su cuerpo después de haber habitado un baniano de raíces especialmente profundas, descubre que se ha traído consigo parte de la naturaleza del árbol: una parte del "espíritu" vegetal se aloja de forma inextirpable en su conciencia y desencadena cambios irreversibles en la Niña Perenne. Pronto la interpenetración de los dos jivas o principios vitales produce una metástasis clorofílica y Aishwara deja de alimentarse como un ser humano: a partir de ahora su organismo se nutrirá gracias a procesos exclusivamente fotosintéticos. Pronto brotan raíces aéreas de su piel: Aishwara busca entonces un terreno fértil y las raíces se hunden en el suelo, buscando nutrientes esenciales. La poeta recogerá la experiencia de su nueva vida híbrida en El Arraigo y la serie Raíces I-III, en las que los versos adquieren una cualidad sinestésica especialmente acentuada: poesía táctil, sonidos táctiles auscultados por las raíces animales que hunden su curiosidad en la tierra ignota, percusiva, expectante, fusional, contemporánea. Los instantes de tiempo se suceden como enormes eras geológicas encapsuladas en un vertiginoso Ahora. "La poesía fotosintética o poesía-raíz de Aishwara Najri merecería un lugar aparte tanto en los estudios literarios como en los tratados de botánica, un lugar que no fuera una mera encrucijada entre ambos mundos; es algo que nos desborda y que refleja un gozo más vasto que el que depara la mera literatura y que no tiene que ver sólo con el cuerpo, como en el caso de la poesía epidérmica de Yanmei Shiau Liu, sino con múltiples conciencias entrelazadas en niveles de sutileza que la mente humana, tan egocentrada, no puede aspirar a alcanzar. Por eso queda siempre un resto ilegible, una cara oculta de la Luna en estos poemas, y en eso radica su extremada belleza insondable, su sonoridad geológica, su química contagiosa e inagotablemente musical. Cada hallazgo formal es un acto cristalizado, una permutación de materiales sedimentados, y su sabor es el saber de la vida misma", escribe el crítico Thian Chong-Duy en su seminal Archipiélagos nómadas.

En su obra filosófica, Aishwara Najri manifiesta dos obsesiones: en primer lugar, atribuir una mayor densidad a la existencia. En un mundo que fabrica espacios y tiempos desconectados y donde la posibilidad de elaborar una narración coherente que vincule a los seres, las palabras y las cosas en un sentido que fluya es una tarea prácticamente imposible, la Niña Perenne aboga por el descondicionamiento psíquico, el conocimiento desinteresado (kevala-jñana) y la dulzura. En sus libros Vínculos, Ternura viva y Festina lente pretende aunar el antaño y el ahora, el impulso y el retorno, el dinamismo y el arraigo, el cielo y la tierra, el acontecimiento y la repetición en un mismo movimiento interior basado en la vacuidad (sunyata) como principio que nos haga comprender la impermanencia, el devenir y la necesaria empatía entre los seres vivos. En segundo lugar, pretende que las diversas edades sucesivas predichas por la cosmología jainista (Edad Extremedamente Maravillosa, Edad Maravillosa, Edad Tristemente Maravillosa, Edad Maravillosamente Triste, Edad Triste y Edad Tristemente Triste) se resuelvan en una única Edad Maravillosamente Feliz. Para ello apuesta por la atención y la alegría, esos ríos caudalosos. Además, aboga por la renovación de la ética jaina: la ahimsa o no violencia no sólo hacia plantas y animales, sino hacia todos los jivas que residen en todos los cuerpos físicos y mentales. Por otra parte, moderniza la milenaria silogística jaina vinculándola a los principios de la cinética subcuántica, a la espontaneidad taoísta, a la epojé o suspensión del juicio de los escépticos griegos. Renueva la lógica syadvada o "doctrina del quizá" en su aplicación a las aporías éticas, a los dilemas del pensamiento, a las contradicciones vitales: según esta estrategia deconstructiva, una afirmación sólo es correcta cuando se reconoce la limitación del propio punto de vista y se abre la realidad a muchas lecturas e interpretaciones. La lógica syadvada se une a la doctrina del apoha (negación), según la cual una idea no es algo perfectamente delimitado sino una construcción siempre imprecisa frente al "gemelo negativo" que nació junto a ella. Los libros Deconstruyendo el ethos dual, La fata morgana del ego ilusorio, Lógica azul o Arritmias para un nuevo mundo testimonian una inquieta voluntad indagadora que nunca da nada por sentado y desconfía de su propio método de conocimiento (para un análisis detallado, véase Historia de la filosofía oriental de Mariko Tairaka).

A partir de 2160, Aishwara Najri desarrollará, junto a su voluminosa obra escrita, una intensa labor como activista medioambiental y defensora de los derechos de animales y plantas. Defiende a los últimos tigres en libertad de las mafias y del gobierno indio, impide la construcción de presas liderando enormes movimientos populares y aglutina a diversas poblaciones contra la tala de árboles en Karnataka, Hinglajgargh y Madhya Pradesh. En este último enclave, las mujeres y los niños, siguiendo una antigua tradición india, se abrazan a los árboles para evitar su tala. El gobierno ordena al ejército evacuar la zona por la fuerza, y cuando una mujer resulta herida por los disparos presuntamente intimidatorios, Aishwara desencadena uno de sus poderes mentales secretos: el Tesoro del Cielo o Esplendor Inconmensurable, que paraliza a los soldados y les induce a abandonar las armas y desertar en masa. Estas acciones subversivas la hacen muy impopular entre los sucesivos gobiernos nacionalistas y neoliberales indios, que perpetran diversos intensos de asesinarla: todos frustrados, porque al acercarse a ella, los más aguerridos sicarios son incapaces de hacerle daño y renuncian a su propósito. El gobierno opta entonces por medios de disuasión indirecta: secuestros selectivos de amigos y parientes. Para evitar este tipo de represalias, la Niña Perenne se exilia a Sri Lanka, donde la comunidad budista theravada la acoge con enorme entusiasmo. Pasará allí sus últimos veinte años, dedicados a la meditación y la escritura de un poemario titulado De verde y eternidad, donde se alían la denuncia medioambiental y la búsqueda de nuevas formas de expresar el sentimiento profundo de la tierra que horadan sus raíces carnales. Sigue explorando los pasadizos mentales del alayavijñana y contacta con poetas del futuro, algunas de cuyas mentes son tan extrañas que no logra siquiera rozarlas. Descubre que una remota poeta, que habla una lengua que aún no existe y contacta con ella desde el año 7237, es la que la "empujó" psíquicamente al pozo del cristal-punto esmeralda, para que la Niña Perenne pudiera cumplir su papel y equilibrar ciertas fuerzas perturbadoras en el mundo de los seres humanos. En sus últimos años estudia los mudras y los yantras para concentrar mejor las energías mentales y perfeccionar la neurostasis, cuyo secreto transmite a los monjes más avezados (principalmente niños).

En 2217 se despide de sus amigos y conocidos y arraiga definitivamente en un lugar tranquilo del santuario para pájaros de Telwatta. Lentamente, empieza a transformarse en un enorme baniano. El proceso completo dura diez años, en los cuales ella pierde apaciblemente su conciencia humana a medida que las raíces se robustecen y los brazos y dedos, metamorfoseados en ramas, apuntan hacia el cielo. Mientras aún le queda voz dicta un último poemario (que concluirá gracias a su conexión telepática con un monje niño). Es su obra definitiva y lleva un título sucinto, elocuente y conmovedor: Alegría. Este largo poema pensado y sentido en versículos libres es el gran poema de la gozosa extinción de la conciencia en el mar indiferenciado de la vida, la fusión de la piel y las sensaciones con la intimidad del mundo, la celebración panteísta del devenir y la exposición más brillante del Perfecto Despertar Inconcebible que las diversas doctrinas indias han pretendido comunicar en su itinerario secular. Cuando reverbera la última palabra del poemario en la mente del niño monje y éste la transcribe, todos los presentes, monjes y campesinos de Sri Lanka, rompen a llorar: en esa última palabra se cifra la reconcilización de pensamiento y vida. Es la plenitud. Es la vida inconcebible que no puede pensarse ni expresarse en palabras.

Aquel baniano es conocido como Arani ("Sol inexplicable") y aún a día de hoy recibe la peregrinación de muchas personas, religiosas o no, procedentes de todo el mundo. Dicen que en las noches de verano, cuando los grillos cantan, puede sentirse una leve vibración y un lento calor si se apoyan las manos en sus nudosas raíces: es la canción del licor de luz que circula por la savia del árbol y penetra hasta simas escondidas y líneas telúricas subterráneas. Se dice que esa canción sigue compensando, equilibrando, cuidando del mundo y de su siempre manifiesta fragilidad. Muy de vez en cuando, en noches especialmente cálidas, puede verse a una Caminante subida a una de sus ramas más altas, tocando una penetrante melodía en un caramillo.

Fuente: Enciclopedia de Literaturas Panasiáticas, Akira Junichiro, Kenji Watanabe y Daiquiu Qui Jin (comps.), vol. XII, Osaka: Mizuki Publishers, 17ª edición revisada y ampliada, 2267.
 
 
 

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domingo, 9 de junio de 2013

De la piel y el Cielo


Olympus Mons (Marte)

Shiau Liu, Yanmei. Poeta y onironauta china, exploradora de Marte y hacedora de vados en el inconsciente colectivo profundo, nacida en Luoyang en 2116 y desaparecida en el cinturón de asteroides entre Marte y Júpiter en 2187. La singularidad de esta extraordinaria autora es doble: la suya es la primera obra poética humana realmente desterritorializada, escrita fuera de nuestro planeta, en suelo marciano, en el espacio profundo, posiblemente en ignotos asteroides. Y es, hasta ahora, el primer y único ejemplo de poesía epidérmica. "Escribir con el cuerpo llegó a ser un lugar común de cierto pensamiento acerca de lo poético en autoras de otros siglos como Hélène Cixous o Jinghua Qui", dirá Shiau Lui en 2182, "pero siempre percibí en ello una cierta impostura involuntaria, la de quien no deja de pensar con categorías estrictamente mentales (porque no ha descubierto otra forma de pensar) y reduce el cuerpo a un mero juego conceptual. ¿Qué quiere decir que no podemos escribir sin el cuerpo, cuando esas autoras jamás abandonan la abstracción, jamás se acercan realmente al cuerpo? ¿Qué quiere decir sentir hasta el fondo de una misma, como una experiencia física, aquello que queremos expresar? La poesía epidérmica es el método que me permitió llevar a la práctica las vagas ensoñaciones retóricas de mis predecesoras. La poesía puramente epitelial se me reveló como escritura geológica que exhuma los diversos materiales (físicos, mentales, emocionales, trans-sensoriales) sedimentados en los profundos estratos del cuerpo, materiales que afloran por efecto de la erosión de los estratos más jóvenes. Así, en la piel se escribe una forma de vida arcaica, fosilizada, que de pronto irriga la superficie de nuestro tapiz sensorial y sostiene la arquitectura de nuestros gestos, nuestra impermanencia, el cauce del deseo, el fuego indetenible, la dulce convulsión del existir."

La infancia de Yanmei Shiau Liu queda marcada por dos experiencias capitales. Presencia la brutal represión policial de un grupo de estudiantes de la Universidad de Bellas Artes de Luoyang, lo que hace crecer en ella un rechazo visceral a cualquier forma de autoridad, imposición, ley u orden. Por otra parte, la prematura muerte de su madre en una crisis psicótica aguda despierta en ella el interés por bucear en los entresijos de la mente humana. En 2138 se gradúa en la Facultad de Psicología de la Universidad de Hong-Kong y muy pronto se inicia en la psicología abisal, una rama de esta ciencia encargada de explorar el inconsciente colectivo. La onironáutica, a cuyo desarrollo contribuye decisivamente, es el arte de unir a las personas en los sueños gracias a pasadizos excavados en las capas más profundas del inconsciente colectivo. Para ello se utiliza una tecnología virtual de creación de mundos conocida como Transrealidad Vórtice, que recurre a las estructuras inconscientes de la mente humana para construir los diversos niveles oníricos y conectarlos con el vasto océano fuente del inconsciente arquetípico. Shiau Lui aprende a seguir las samskaras o huellas perfumadas, impresiones subliminales latentes que pueden actualizarse a voluntad y que configuran la topografía mental residual que une todas las conciencias en el espacio onírico. Shiau Liu es la primera "hacedora de vados": pasajes, puentes, cordones umbilicales emocionales que unirán a los soñadores y les permitirán consolidar un poderoso vínculo psíquico en la vigilia, implantando en ellos el germen de una mente comunitaria.

Tras el fracaso de los primeros intentos de colonización de Marte debido al colapso psicológico de los primeros colonos, cuya mente se desmoronaba a los pocos meses de estancia en el planeta rojo, en 2146 el gobierno chino encarga a Yanmei la tarea de urdir una profunda red de conexiones afectivas en el inconsciente profundo de los integrantes de la nueva misión colonizadora. Esa red tendrá la función de sostener las capas superficiales de la atención y la vigilia y evitar el desmoronamiento esquizoide de la personalidad desarraigada de la madre Tierra. Yanmei trabaja con los colonos, se introduce en sus sueños y los conecta abriendo pasillos entre ellos, erigiendo moradas transitorias para refugiarse de las inclemencias de una realidad vertiginosa y extraña, atrayendo símbolos del inconsciente colectivo e implantándolos en los estratos oníricos más ocultos para que actúen como cortafuegos a fin de detener una eventual irrupción psicótica. Para que su trabajo arraigue definitivamente, pide acompañar a la expedición sobre el terreno. Cumplirá así su anhelo más profundo: abandonar la Tierra, un mundo corroído por la obediencia, la sumisión y las pasiones tribales; un mundo atravesado por leyes y engaños que Shiaiu Liu no quiere acatar. Renuncia a la nacionalidad china y solicita el estatuto apátrida. Embarca rumbo al planeta rojo en la misión Flor de Cerezo II.

Yanmei Shiau Liu pasará en Marte los siguientes 41 años. Se niega a regresar a una civilización que aborrece, a un servilismo milenario, a un mundo amenazado por antagonismos ancestrales. Reniega de la humanidad. Rechaza la herencia que atraviesa los eones y nos hace ser lo que somos. Aspira a ser otra cosa. A ser plenamente nómada. A ser marciana. A ser nadie. Una vez concluido su trabajo con los colonos, recorre la superficie del planeta rojo con afán explorador. Viaja sola: recorre los volcanes de Tharsis en ornitóptero, el Syrtis Major en insectoideo (montura con forma de mantis religiosa), las planicies de Aurorae Sinus a pie. Explora las geotermas, los cauces fluviales antiguos, las nervaduras de los acuiferos subterráneos. Desea datar la cronología estratigráfica de aquella orografía misteriosa. Muy pronto sus ojos adquieren la lenta tonalidad roja del erosionado tiempo marciano. Muy pronto le invade la extraña felicidad de saberse sola y en comunión con un mundo fascinante.

Mientras explora una profunda sima en la parte más recóndita del Valles Marineris, se siente penetrada por una presencia extraña. Una entidad marciana de naturaleza desconocida, aletargada durante milenios en estratos basálticos y despierta por la presencia humana, parasita la mente de la exploradora. Pronto Shiau Liu descubre que el parásito se alimenta de sus sueños. La onironauta también descubre que si intenta extirparlo su consciente cederá irremisiblemente ante las psicóticas fuerzas de marea circundantes. Sólo se le ocurre una solución: arrastrar a esa presencia, con la que no puede comunicarse en virtud de su naturaleza incomprensible, a las puertas del inconsciente colectivo, en el límite extremo de su subconsciente profundo. Allí la encadena con símbolos telúricos, imantados por la fuerza de su deseo de ser libre. Sin embargo, la presencia emite gemidos desgarradores, expresa un dolor inconcebible para una conciencia humana. Shiau Liu se apiada y decide establecer una relación simbiótica, amistosa, con el ser desconocido. Le cederá parte de sus sueños a cambio de sus poderes de aclimatación al entorno marciano. Pronto la exploradora podrá respirar la enrarecida atmósfera del planeta y soportar cómodamente las frías temperaturas sin necesidad de un traje espacial. Con el paso de los meses Yanmei descubre un efecto secundario inesperado de su recién establecida simbiosis: sus sueños afloran como jeroglíficos y se escriben en su piel. Sus deseos, sus anhelos más recónditos, la fuente de su vida se vierte en tatuajes móviles que mudan su forma en el tejido epitelial de la exploradora. Yanmei aprenderá a dirigir esa escritura onírica en géiser, a moldearla a voluntad, a traducirla en los ideogramas de su lengua materna y relatar, así, la intimidad de sus sueños en forma de poema.

Nace la poesía epidérmica. Durante cuarenta años, Yanmei Shiau Liu escribirá en su piel, encauzando la expresión de su inconsciente más hondo, habitado siempre por la incognoscible presencia ahora cordial. Yanmei llegará a considerarlo un daimon, un espíritu tutelar, un geniecillo alegremente embotellado en sus sueños. "Los poemas epidérmicos explican el mundo nómada de la exploradora con imágenes poderosas, tiernas, flamígeras, y un lenguaje nuevo difícilmente clasificable según las categorías humanas. Un lector no entrenado podría pensar que aquella cascada de sensaciones presuntamente irracionales es un mero encadenamiento arbitrario o surreal, pero la observación atenta de los diversos estratos de sentido, de los materiales volcados y delicadamente traducidos en la piel, descubre una lógica nueva, una vida más allá de lo imaginable", explica la poeta india Aishwara Najri. "Por ello, no tiene razón Henry Bloom al excluirla de El canon cósmico alegando que sus poemas son una imitación de los más delirantes artefactos literararios del siglo XX. Claro que no estar incluida en tan sospechoso canon es una indudable garantía de calidad." Yanmei llamará "onironáuticas" a esos poemas geológicamente exhumados en delicadas constelaciones. Se fotografía desnuda para conservar cada poema, pronto borrado y sustituido por otro en el palimpsesto perpetuamente renovado de su piel. Con el paso de los años descubre que puede desplazar los kanjis a voluntad, que puede deslizarlos fuera de su cuerpo y dejarlos caer sobre el papel impreso o inscribirlos en las rocas. Recorre entonces la gran extensión de Vastitas Borealis escribiendo un faraónico poema en las rocas dispersas entre las dunas de rojo sempiterno: un poema que es el mundo pasado, la civilización humana que queda atrás, y el mundo futuro, la exploración interminable que apenas comienza; un poema que es una suerte de reconciliación última en el filo mismo de lo pensable y lo decible. Bautiza aquella obra, en la que invertirá diez años, con el nombre de Exhumaciones. Después de ello, no volverá a derramar su escritura epitelial sobre el mundo: las onironáuticas quedan confinadas a su piel. "El cuerpo es una ficción material que segrega una lengua fluctuante, proyectada según el patrón del fantasma interior, una construcción orgánica a imagen del modo en que la lengua ha plegado un mundo en su horizonte de sucesos. La poesía epidérmica abre a la Posibilidad. Hay euforia en ello. Hay un lento calor irradiado desde el fondo sin fondo que nos hace ser", explicará en uno de sus últimos mensajes transmitidos.

En 2171 recibe a la Caminante de la Tierra Nalee Ngam-Chit. Las Caminantes han decidido escindirse en dos líneas y proseguir la búsqueda de los cristales-punto también en Marte. Nalee y Shiau Liu recorren la Ciudad Inca, acariciada por los halos solares; se internan en la Amazonis Planitia, azotada por los Vientos Silentes, y se maravillan ante los fuegos fatuos de Hesperia. Nalee revela a Shiau Liu el secreto propósito de las Caminantes: armonizar las fuerzas telúricas de todos los planetas y lunas del sistema solar para que vibren al unísono y proteger así la vida y la expansión del linaje humano en los siglos venideros. Durante los siguientes dieciséis años, la poeta zahorí y la poeta epidérmica serán amigas y compartirán sus impresiones, su mirada, su fuego vivo, su acercada vida animal. Nalee le regala un dócil caimán traído de la Tierra y aclimatado genéticamente. Shiau Liu le da el nombre de "Leaozinho".

La relación de Yanmei Shiau Liu con las nuevas oleadas de colonos se degrada rápidamente. Desde el principio es contraria a los proyectos de terraformación de Marte. Cree que cuando Marte se haya transformado en una segunda Tierra mediante una masiva intervención gravitatoria, química y bacteriológica, los hombres traerán al nuevo mundo sus viejas obsesiones, sus iniquidades, su violento pasado tribal. Durante varios años sabotea sistemáticamente las plantas químicas que pretenden hacer respirable la atmósfera, destruye los Conos Especulares flotantes que alteran la gravedad del planeta, impide la construcción de lagos artificiales. Los hombres la declaran terrorista y ponen precio a su cabeza. Los hombres pretenden borrar a Yanmei, que entre los más jóvenes empieza a adquirir un áura legendaria, de la memoria de Marte. Intentan destruir el poema Exhumaciones en Vastitas Borealis, pero Nalee Ngam-Chit lo protege con un campo de fuerza psíquico proyectado por la Voz.

Por último, acosada y desengañada por el inexorable avance de la civilización humana, decide abandonar Marte y exiliarse a un lugar desconocido en el cinturón de asteroides. El 12 de septiembre de 2187 (según el calendario humano) se despide de la Caminante y, acompañada del caimán Leaozinho, abandona Marte definitivamente en una cápsula Ícaro. No se vuelve a tener noticias de ella. Poco después, la humanidad descubre que el cinturón de asteroides entre Marte y Júpiter está habitado por los enjambres Xtro, presencias de naturaleza desconocida (presumiblemente seres de silicio o entidades plasmáticas) que se alimentan de una fuente de energía autogenerada conocida como protocultura. Las décadas posteriores serán testigo de las guerras Xtro, iniciadas por los humanos por el control estratégico de las rutas de exploración hacia Júpiter y el deseo de apoderarse de la protocultura, dado que los procesos de microfisión escalar modulada (véase Hikari, Natsuki) no bastan para producir la energía requerida para la nueva generación de propulsores necesaria para los viajes interestelares.

El destino de Yanmei Shiau Liu es objeto de especulaciones más o menos arbitrarias y fantasiosas. Hay quien afirma que llega a un asteroide solitario conocido como Haklita-12, y que desde allí envía sus "onironáuticas" a Marte y la Tierra en mensajes encriptados que sólo pueden descifrar las Caminantes. Hay quien afirma que, antes de morir, traba conocimiento y amistad con los Xtro y les enseña el arte de la poesía epidérmica. Se dice también que deja atrás el cinturón de asteroides y vive feliz en la luna Europa, desde donde contempla a un desmesurado Júpiter, que a veces ocupa casi toda la extensión del cielo. No falta quien asegura que su simbiosis con el parásito marciano le ha deparado la inmortalidad física y que el gran poema cósmico, la sinfonía estelar escrita en versículos emanados del inconsciente profundo, aún está por escribir.

Fuente: Enciclopedia de Literaturas Panasiáticas, Akira Junichiro, Kenji Watanabe y Daiquiu Qui Jin (comps.), vol. XII, Osaka: Mizuki Publishers, 17ª edición revisada y ampliada, 2267.


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jueves, 6 de junio de 2013

La gran ternura



Cuando un trueno atravesaba el cielo, el gorrión abandonaba sus actividades y se echaba en tierra, boca arriba, con las patitas apuntando hacia lo alto.

Un día el mapache lo vio y pensó: "Pobre gorrioncillo, le asustan tanto los truenos que se queda paralizado de miedo. Cuando crezca se le pasará".

Otro día, mamá osa, que pasaba por allí, observó la escena y pensó: "¡Hay que ver el trueno que poco se compadece de estos animalillos!".

En otra ocasión lo vio el zorro, se acercó al gorrión y le preguntó: "¿Por qué te echas así en el suelo cada vez que estalla un trueno?".

Y el gorrión contestó: "Es que temo que con el trueno se desgarre el cielo y se caiga a pedazos, hiriendo a los animalillos y plantas del bosque. Por eso echo con las patitas hacia lo alto, para detener el cielo si éste se desploma".

El zorro: "¿Y vas a parar el cielo con esas patitas tan enclenques?".

El gorrión: "Ya sé que soy pequeño y mis alitas son tiernas y mis patitas finas, y aun así sé que podré pararlo si cae sobre el mundo".

El zorro supo entonces que el corazón de aquel gorrioncillo era tan grande como el cielo y se alejó sonriendo.

(Antiguo cuento popular recreado libremente)